Juan Gómez-Jurado: “Yo soy yo y mis personajes”
Autor de novelas como Espía de Dios, Contrato con Dios y El emblema del traidor, así como de la popular saga juvenil de Alex Colt, este escritor español, que se da tiempo para hacer radio y televisión, habla en esta entrevista sobre cómo entiende el oficio literario, a propósito de Reina roja (ediciones B), su más reciente novela
POR CÉSAR GÜEMES
Desciende, entre otras inalcanzables y nevadas montañas, lo mismo de Frank Miller que de Roald Dahl. Su proceso creativo a veces lo inclina por ser el más frío sujeto de estudio diseñado por el autor de El silencio de los inocentes y, otras –se diría que con un breve salto temporal–, puede ser él mismo un personaje de las novelas de Harry Potter. Rebasa apenas los 40 años, muy apenas, pero su conocimiento del periodismo, la literatura, el cine y el mundo de la novela gráfica, entre otros muy diversos rubros, lo hacen querido y en el mejor de los modos temible a partes iguales por sus más allegados.
Le tomó tan sólo 12 años y la escritura de 20 libros ser hoy el autor más leído de su generación no sólo en lengua castellana sino en cuarenta y tantos idiomas. Y todo ello sin pormenorizar, porque no es preciso, que se ha permitido desde el obsequio de ejemplares a lectores que no cuentan con los recursos para pagarse uno de sus libros, hasta colaborar de forma directa y altruista con las regalías de alguna de sus obras para causas humanitarias.
Juan Gómez-Jurado, madrileño, tiene un sitio de privilegio en la biblioteca personal de todo lector con sendas novelas como Espía de Dios, Contrato con Dios, El emblema del traidor, La leyenda del ladrón, El paciente y Cicatriz. Desde luego, lo siguen los muy jóvenes lectores, entre otros libros, por su saga de Alex Colt: Cadete espacial, La batalla de Ganímedes y El secreto del Zark.
Los más pequeños en edad cuentan para sí con las aventuras de la serie ReXcatadores, a cuatro manos con la extraordinaria psicóloga infantil Bárbara Montes: El misterio de Punta Escondida y Las minas de la perdición, más uno justo salido este mes de la imprenta, El palacio submarino. Y hay otros, claro, pero mencionemos tan sólo tres de los títulos que ha hecho con ese monstruo de la actuación y el guionismo, Arturo González-Campos: La fuerza de los cuñaos, Batman mola más que tú y Si yo tuviera una escoba.
Y como de verdad que Juan no se cansa nunca, todavía se da tiempo de hacer programas como Cinemascopazo, con el propio González-Campos y un invitado distinto en cada entrega, más otro par: uno especializado en cine, Todopoderosos, también con el inefable Arturo más dos estrellas, uno de la comedia, Javier Cansado y otro del cine, Rodrigo Cortés –sí, el mismo de Buried, con Ryan Reynolds o Luces rojas, con Robert De Niro– y, de nuevo con los señalados, Aquí hay dragones, sobre literatura, música e historia.
Y, todo hay que decirlo, pese a su nobilísimo carácter es un tipo muy difícil de atrapar. Entre conferencias, presentaciones, cursos, programas de televisión y radio, más el natural tiempo dedicado a la escritura y vida privada, su agenda está repleta de compromisos inamovibles. Por eso es de caballeros agradecer el tiempo que se tomó para esta exclusiva que brinda para el lector de EL UNIVERSAL cuando sólo restan poco más de dos semanas para la inminente aparición su nueva novela, Reina roja (Ediciones B), libro que sus lectores han tenido que esperar tres largos años y que lo someterá a la cuestionablemente gozosa tiranía de la promoción, los viajes, las firmas de libros, las entrevistas en carrusel, la locura en patines.
En tu caso, la creación literaria es una forma de existencia y un trabajo. Entiendo la bibliofilia, pero háblanos de la escritura como labor porque eres muy joven, ya con una amplia obra de diversos registros, y te das tiempo para especializarte en cine, entre otras áreas. Detrás de todo ello debe haber un sistema con el que has organizado tu vida.
Exige mucha renuncia personal. Me levanto temprano, paseo al perro, hago algo de deporte y me pongo a escribir sobre las diez de la mañana. Una pausa para comer, otro paseo y algo de trabajo hasta las seis. Y luego me dedico a mis otras pasiones, que son los programas de radio y de televisión en los que colaboro. Los fines de semana trabajo sólo por las mañanas, pero también me siento a escribir. Y las noches son para leer. La verdad es que duermo poco.
En tu obra hay, para citar al clásico, “sangre, sudor y lágrimas”, pero también indagatoria, suspenso, thriller, referencias históricas y cultas. Le has dado una renovada al aire literario contemporáneo si tomamos como referente la cantidad de lectores que tienes.
No soy yo quién para juzgar eso. Los escritores somos un producto del zeitgeist, y el mío es un cúmulo de referencias variopintas. De niño leía igual Batman que a Shakespeare o Walter Scott, y para mí todo tenía la misma importancia. Cuando me hice mayor me di cuenta de que la cultura no tiene compartimentos estancos. No se puede entender a Disney sin Shakespeare. Creo que lo que intento decir es que hay que leer de todo, supongo.
No quisiera hablar de éxito porque la palabra ha extraviado mucho de su lustre, pero lo tienes, con merecimientos, así que hablemos de ello en el tenor de quién eras antes de que tu obra llegara a millones de lectores.
La verdad es que me lo paso muy bien con la promoción, y el éxito no significa nada. Me gusta mucho estar con los lectores o que me saluden por la calle, pero no he cambiado gran cosa. Sigo siendo un inmaduro. Hay que serlo para querer contar historias. La madurez es una notaría y un empleo fijo.
Un poco en broma, un poco en serio, has dicho en público que “es muy complicado ser yo”. Lo creo por toda la responsabilidad ante el lector, el escucha o el televidente. Pero consigues que esa complejidad que ves en tu fuero interno se convierta en una conexión muy directa y sincera con quien se acerca a tu obra.
Siempre. No creo en un escritor que vive en una torre de marfil y se sienta frente a la máquina de escribir con un batín y una pipa. Soy un ser humano. Compro garbanzos y papel higiénico, corrijo los deberes de los niños, me tropiezo y me caigo de culo (muy a menudo) cuando llueve y la calle resbala. Somos como todos los demás, salvo que estamos locos. Comemos, respiramos, vamos al médico, enfermamos y morimos. Entremedias nos apasionan los relatos, mucho más que a otros, esa es la única diferencia: que vivimos con historias dentro que suplican por salir.
Si bien las estructuras creativas son de tu interés, y lo demuestras, has comentado al paso que en el terreno musical disfrutas de una pieza o una canción sin analizarla. Pero en tu trabajo escrito y en tu discurso hablado hay una estructura musical. Entonces, sí analizas la música y la descompones para luego hacerla palabras.
No tengo ni la más remota idea de música, tengo una zapatilla en lugar de tímpanos. Supongo que tiene que ver con el hecho de haber crecido en un hogar sin música, y no especialmente feliz. Me refugié en los libros y los conozco. Conozco sus habitaciones y sus recovecos tan bien como tú conoces tu propia casa. Es cierto que a la hora de escribir hay una musicalidad, una cadencia, que es propia de cada libro y de cada situación. Sólo que el oído musical y el literario son muy distintos, al menos en mi caso.
Es muy sorprendente cómo la teoría del viaje del héroe puede explicarnos mucho de lo que somos o mucho de lo que admiramos. Te pido, Juan, así sea sintéticamente: di para el lector mexicano y latinoamericano cuál ha sido tu personal viaje del héroe.
Qué compromiso… Digamos que un joven huérfano recibió un día la llamada, se adentró en el bosque de las letras y aún está dando espadazos intentando salir.
Has llegado con muy buena fortuna al público infantil y juvenil, entre otros libros con tu saga de Alex Colt. Habrá quién diga que Alex Colt eres tú mismo, no sin cierta razón. Juan, el chaval que imaginabas ser, pervive en el personaje.
Todos mis personajes soy yo. Los héroes y los psicópatas, los mediocres y los entregados, los hombres y las mujeres. Salen de mí, al fin y al cabo. Yo soy yo y mis personajes, y ni los salvo a ellos ni me salvo a mí, parafraseando a Ortega. Otra cosa es que me dé por despedazar gente, claro. Por ahora no se ha dado.
Permíteme cerrar casi con lo siguiente: Reina roja está por salir. Entiendo que no hables de la trama, pero te invito a decir por qué pasaron tres años entre la novela Cicatriz y la presente. Hiciste esperar mucho a tu público, y habrá una razón poderosa para ello.
Mis hijos. Querían que crease algo para ellos, así que dediqué mucho tiempo a escribir los libros de Alex Colt y la saga ReXcatadores, que como sabes escribo junto a la psicóloga infantil Bárbara Montes. Fue un trabajo intenso que no me dejaba mucho espacio para más, así que entre Cicatriz y Reina Roja dediqué apenas un par de horas al día a esta última. Ha sido un libro escrito a pinceladas, casi puntillista. Despacio, despacio, un par de párrafos al día, una página a lo sumo. Y son seiscientas…
Y dime para el anecdotario periodístico un par de asuntos, uno ingrato y el otro muy agradable: ¿qué te distanció de Francia?, y el segundo: ¿podemos conocer la receta de tus ya famosas hamburguesas?
Detesto los prejuicios —responde con la expresión de inocencia beatífica que lo acompaña— que han encontrado fuego y combustible en las redes sociales, así que una manera de reírme de ellos en Todopoderosos fue elegir una nacionalidad y dedicarme a odiarla a muerte, por la risa. El resultado fue que la gente realmente cree que odio a Francia, cuando no tengo más que cosas buenas que decir de ese país. Sólo que no las digo.
De verdad que Gómez-Jurado es un caballero, y vaya que ha trabajado, pero es capaz de cantar La Marsellesa y fingir que nunca oyó hablar de la fama de sus hamburguesas que le ha dado vuelta a España.
FOTO: El escritor madrileño Juan Gómez-Jurado. / Especial
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