Juan García Ponce y 2
Revista Mexicana de Literatura
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A finales de los años 60 el crítico Emmanuel Carballo pidió a varios escritores una Autobiografía precoz para una colección que se llamaría “Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos”. Recibió comentarios irónicos, pero con el paso del tiempo esos documentos se han vuelto valiosos para los historiadores por sus testimonios de primera línea.
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Juan García Ponce escribió su Autobiografía precoz en 1966, a los 34 años. Para mí esos años son una nebulosa que viví apasionadamente. Cuando conocí a Juan él ya había vivido en Galicia, donde se enamoró perdidamente de una muchacha que se llamaba Mariquiqui. Fue un gran amor, pero él se fue sin despedirse y nunca la volvió a ver. Todos los días sentía ese sentimiento de vacío que intentaba llenar con la búsqueda del amor. Desde luego, me contó de los contactos eróticos con las noviecitas de su adolescencia allá en Mérida con los rayos del sol en el automóvil. En la Revista de la Universidad de México publicó un cuento notable “Feria al anochecer”. Después publicó el único poema que escribió en su vida, se lo dedicó a su abuela cuando murió.
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Por esas fechas Juan vivía en la colonia Hipódromo. Sus hermanos más cercanos eran Fernando y Pilar. Iba a clases de la Facultad de Filosofía y Letras, donde empezó a conocer la literatura mexicana, no sólo los autores que había leído, como Yáñez, Rulfo, Revueltas, sino otras muchas. Entre esos autores estaban Alfonso Reyes, Julio Torri, los Contemporáneos y Octavio Paz. Después conoció la obra de Martín Luis Guzmán, y el teatro de Rodolfo Usigli. Vivió una profunda ruptura entre la exaltación de la literatura extranjera y la sensación de desamparo ante la del propio país. Luego encontró a autores latinoamericanos, sobre todo a Borges, con quien llegó a conversar cuando vino a México. “Era como hablar con Dios”, decía Juan.
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Eso lo hizo sin dejar a los escritores del mundo que le dan su alimento, sobre todo la obra de Robert Musil, autor de El hombre sin cualidades, la de Pierre Klossowski. Sobre el primero decía que no podía dedicarse a nada, porque “todas las actividades a su disposición, todas las posibles carreras y ocupaciones le parecían absolutamente fútiles, nada por lo que sintiera que tenía dones. Ese es el espíritu de Musil, que el hombre sin cualidades es el que no sirve para nada, que no quiere ni sabe hacer nada.
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Para esas fechas ya había escrito la obra de teatro con la que ganó el premio en 1956: El canto de los grillos.
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“Tajimara”
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Durante nuestra etapa en la Revista Mexicana de Literatura es cuando comienzan a configurarse los conceptos que darían pie a muchos de sus novelas. Diez años tardó en regresar a Mérida. Quería reconocer todo o casi todo. Pero ya nada le pareció realmente bello como la primera vez.
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En una ocasión Inés Arredondo y yo nos fuimos caminando toda una noche, ella y yo solos al salir de una reunión de la Revista Mexicana de Literatura. Los demás se fueron al Seps que estaba en la calle de Sonora. Otra noche, Gurrola, Melo, García Ponce y yo nos llevamos como trofeo la tapa de una alcantarilla y la subimos a su casa.
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Entones en Cuadernos del Viento publicamos el cuento “Tajimara”, en el que Juan decía que trató de “recuperar la nostalgia de una pureza original en la persona amada, en la que buscamos una analogía de nosotros mismos y por lo que evitamos pensar por completo en la realidad que se convierte en nuestro único espejo”. Ese cuento se hizo famoso. Incluso Juan José Gurrola filmó una película basada en él.
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En el cuento hay un fragmento en el que una pareja va en un auto y entonces él orilla el coche para besarla a placer y luego le dice: “Sácate las bragas”. Pero la palabra “bragas” se usa en España. Si hubiera puesto: “Quítate los calzones”, hubiera sido el acabose en México. Aun así, pensar que unos jóvenes fueran a hacer el amor en un auto (cuando todos lo hacían) ocasionó que todo mundo pegara el grito en el cielo, que dijera que era obsceno. Recuerdo que incluso mi mamá me dijo que había quemado el número de mi revista para que no lo leyeran mis hermanos. Hubo otras reacciones de “Tajimara”, sobre todo de viva voz. Pero en la película no se dice nada y Gurrola hizo que el encuadre se ubicara arriba de las cabezas de la pareja y que sólo se viera el parabrisas y pasa a disolvencia. Ni siquiera él se atrevió a mostrar la escena, a que el personaje dijera: “Quítate los calzones”, ni a la muchacha quitándoselos.
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A partir de eso Carlos Valdés y yo empezamos a cuidar mucho lo que publicábamos para no seguir causando mala fama a la revista Cuadernos del Viento. Pero José de la Colina nos propuso un cuento en el que había algunas escenas subidas de color y de lenguaje. Le dijimos que no podíamos publicarlo. Ejercimos la censura. José de la Colina no daba crédito. ¡Cómo le podíamos decir que no por el tema que tocaba!
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También le dio a Juan por escribir reseñas de libros. Eso lo hicimos desde muy jóvenes para “ganarnos la papa”. Muchos de nosotros éramos reseñistas oficiales de varias revistas: Juan Vicente Melo, José de la Colina, Juan García Ponce, Inés Arredondo y yo, todo el grupo formábamos parte de la redacción de la Revista Mexicana de Literatura.
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Tiempo después tuvimos mucho éxito en el suplemento sábado, del periódico unomásuno, donde Juan García Ponce y Juan Vicente Melo fueron colaboradores muy importantes. Ahí publiqué a todo mundo, viniera de donde viniera, sin pensar en amistades o enemistades, partidos o religiones. Hay directores de revistas que dicen: “Yo sólo publico a mis amigos”. Cuando habría que decir: “Yo sólo publico a mis enemigos”. Pero luego resulta que a veces el grupo de amigos no tiene parque suficiente para mantener viva una revista mensual. Entonces tienen que recurrir a otros autores y prefieren buscar en el extranjero, en vez de buscar o publicar autores mexicanos. Yo había seguido los pasos de Ignacio Manuel Altamirano en El Renacimiento, quien decía que en una revista se debían publicar todas las tendencias, todos los autores, todos los escritores, no sólo a un pequeño grupo.
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Chixchulub
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Juan fue un gran lector de Dostoievski, Unamuno, Pérez Galdós, Pío Baroja, Hemingway y Hesse. Para él eran modelos impresionantes a los que se sumaron Kafka, Camus, Kierkegaard, Proust. De pronto empezó a escribir de pintura. Se convirtió en el crítico más importante de su generación. En el libro 9 pintores mexicanos (Era, 1968) escribió sobre Tamayo, Leonora Carrington, Manuel Felguérez, y otros. En Joaquín Mortiz se publicaron dos volúmenes De nuevos y viejos amores, uno dedicado a las artes plásticas y otro dedicado a la literatura.
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Podría decirse que el pintor del que escribía Juan quedaba consagrado. Todos se peleaban por llevarle sus obras. Tenía su casa llena de pinturas. Muchas veces los pintores le regalaban sus cuadros esperando un texto que nunca aparecía. Si a Juan le parecían malos, simplemente no escribía nada. Nunca escribía en contra de alguien. Muchos terminaron aborreciéndolo por no haber escrito nada de su obra. Todo el grupo del primer libro exponía en la galería Juan Martín, que estaba en la Zona Rosa, y luego se cambió a Polanco. Era un grupo muy afín a Felguérez, que era un gran amigo de Juan.
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A su muerte, sus papeles fueron a dar a la biblioteca de la Universidad de Princeton. Ahí está todo. Sus apuntes, sus inéditos, los originales corregidos de sus novelas, su correspondencia, que era muy abundante, sobre todo con autores extranjeros como Robert Musil y Pierre Klossowski. Este último era un autor muy interesante porque predicaba que “tu mujer tenía que estar al servicio de tus amigos”. Así como les dices: “He ahí mi cuarto, mi comedor”, así debes ofrecer a tu mujer. Eso lo llevó a sus novelas, a su teatro, a su cine.
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A mí me decía Juan que desde Puerto Progreso se podía escuchar la música y voces que llegaban desde Cuba. Menciono esto porque tengo muy presentes sus libros Figura de paja y La casa en la playa, donde reflejó sus vivencias de juventud en la playa de Chixchulub, donde dicen los geólogos que cayó un meteorito que llevó a la desaparición de los dinosaurios. Los astrónomos ubicaron este meteorito como de la familia de las Baptistinas.
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Juan me contaba que se levantaba a trabajar temprano. Se ponía a escribir hasta las diez u once de la mañana. De ahí se iba a la Universidad. Ya cuando estaba muy enfermo se dedicó a dictar sus ensayos, reseñas, novelas, cuentos. Así lo hizo hasta el final de su vida. Siempre fue muy fiel a la novela. Las escribió de carácter erótico, incluso pornográfico, como Crónica de la intervención, donde tiene un capítulo final dedicado al 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco. Escribió artículos muy valientes contra Díaz Ordaz, que llevaba a Excélsior y Julio Scherer no se los podía publicar. En una ocasión saliendo a Reforma con Nancy Cárdenas y Héctor Valdés fueron detenidos. Confundieron la silla de ruedas con la de Marcelino Perelló. Una llamada de Scherer a Mario Moya Palencia logró que los soltaran. A Juan le decían que fingía. Lo levantaban y le decían: “Camina”. Y él contestaba: “Quisiera no sólo caminar, sino correr”. En muchas novelas usa memorias de la vida real. Tanto así que Inés Arredondo y yo aparecemos en Crónica de la intervención, pero deformados. Juan era capaz de hablarme para preguntar de qué color era la colcha que vio en una de sus visitas. Ese era su afán de precisión con la realidad. No quiero decir que fuera biográfico, además tenía una gran fantasía que volvía la vida perdurable.
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FOTO: Reunión del grupo de La Casa del Lago (Circa 1965). En la imagen, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Luz del Amo, Mercedes de Oteyza, Pixie Hopkin, Juan José Gurrola y Juan Soriano. / Tomada del libro Autobiografía precoz, Oceáno-Conaculta, 2002.