Juan Goytisolo: “hijo de la tierra y a la tierra unido”
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El cauce natural para Juan Goytisolo fue el de la literatura en sí misma, una entrega al debate de las ideas que lo distinguió como un disidente que buscó deshacerse de certezas éticas y literarias. El siguiente ensayo es una aproximación a la obra de este autor fallecido el 4 de junio en Marrakech
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LUIS FELIPE PÉREZ SÁNCHEZ
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El lunes pasado hemos visto caer flores a la tumba de un Juan Goytisolo, Premio Cervantes de literatura en 2014, ahora instalado en la disidencia para la inmortalidad. En su fallecimiento defiende el precepto aquel de que ni los muertos respetan eso de callarse. Las últimas noticias son que ha dejado un inédito que se publicará según las últimas voluntades que haya instruido a su albacea. Su legado, pues, es un tesoro que, con calma, sin prisas, ha ido apropiándose de la trascendencia de las obras para la posteridad.
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Cuando se piensa en el segundo de los Goytisolo, nacido en Barcelona en 1931, puede asegurarse la preeminencia del rigor estético y el planteamiento moral que se le imprime a la narración de la ineludible caída que sugiere la condición humana. Su obra redunda en la incansable exploración, ya no de lo real, sino de la desilusión de la experiencia de la realidad en lo íntimo. Cuando se repite el nombre de Juan Goytisolo, cada vez que sucede, no se sabe muy bien cómo, pero se puede tener intuición o acaso la certeza de que la literatura padece de orfandad y ha perdido a un hombre auténtico, o que empeñó todo lo que tuvo, casi nada, en obtener esta carta de naturalización: “cortar en seco con todo es la única manera de hacer algo moralmente válido”, como le escribe a Monique Lange en esa carta confesional, expiatoria incluida en el segundo tomo en clave autobiográfica, En los reinos de taifa. Cuando se hace un memorial de este disidente queda la sensación de que costará mucho medir la magnitud de su pérdida al morir Juan Goytisolo.
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Vuelvo a esa conmovedora estampa. Me refiero a la de su entierro en el cementerio español de Larache, donde se sepultaron sus restos al lado de su admirado Jean Genet, a quien le profesó devoción, a quien desde el primer encuentro consideró modelo, paradigma y maestro. Esta suspensión sirve para acompañar al cortejo fúnebre y, antes de que duerma “en el silencio del olvido”, como diría Cervantes, podamos recontar, pasar al menos tentativamente, como quien le cuenta a un amigo un descubrimiento, una revelación, la noticia de que Juan Goytisolo es una literatura en sí mismo, una película de muchos años de entrega a la escritura y al debate de las ideas sometidas y cotejadas, filtradas y pasadas bajo el tamiz de la literatura.
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Y ser hombre es ser hijos de la historia. Juan Goytisolo es alguien que padeció la historia, antes que hacerla. Por eso es posible que más que hacer uso de la historia para escribir la propia, revisita y cuestiona las circunstancias, porque fueron unas que marcaron indeleblemente. Su madre murió en un bombardeo en Barcelona cuando él era muy niño. Esa noticia caló profundísimo en el escritor. Parece lógico que fuera imposible de entender que, siendo hijo de familia de vencedores, hablamos de la Guerra Civil Española, hubiera sufrido la muerte de su madre por los del –supuestamente– mismo bando. Era una paradoja que acusó recibo en la obra, no sólo de Juan, sino en la de José Agustín y en la del propio Luis, el menor de los hermanos Goytisolo, escritores. Y es que ser sometido o ajusticiado por las circunstancias hace que el yo íntimo se vuelque en el empeño de intentar comprender qué sucedió, en que se busquen las causas. El propio autor de numerosos textos sobre la esterilidad y la miseria españolas como Campos de Níjar de 1960 o La chanca de 1962 donde se puede distinguir la pauperización de los tiempos de la posguerra, apunta que el cauce natural para él y sus hermanos era el de la literatura o el de la escritura. Aludía a Cesare Pavese, y cita de memoria: “la literatura es la defensa frente a las ofensas de la vida”. Ahí encuentra el origen de su inclinación irrenunciable a ser un aprendiz de escribidor.
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Convencido de la dignidad de su elección, dicta estas precisas palabras que quedaron consignadas en Tradición y disidencia, de la colección “Cuadernos de la Cátedra Alfonso Reyes” del Tecnológico de Monterrey en 2003:
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“La obra literaria se ajusta bastante a los ritmos vitales de una persona. En mi obra anterior y hasta Señas de identidad había una especie de fuerza o de agresividad que alcanzó su cénit en el momento de escribir Don Julián o Juan sin tierra; pues bien, esta agresividad se ha disuelto o ha pasado a un terreno distinto”.
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El caso de Goytisolo es el de un escritor en el que ponderar los hechos biográficos da sentido a la obra al momento de leerla. Porque la explicación de la urgencia para irse de España, por ejemplo, encuentra su sentido en el antifranquismo suscitado por un hecho contundente que se relaciona con los bombardeos a Barcelona, con la penosa muerte de Julia Gay, su madre. La asfixia física ante el ambiente ocre, de ese país de posguerra descrita con agudeza por Juan Benet fue el inicio de una incomodidad, una cosquilla que invitaba al viaje, primero con la apariencia de exilio y luego de odisea. En el fondo una disidencia buscada no sólo geográfica, sino ética y literariamente, como apunta Luis Vicente de Aguinaga en La migración interior, abecedario de Juan Goytisolo. En este proceso Jean Genet significó un antes y un después para Goytisolo. El autor del Diario del ladrón fue un hallazgo de una moralidad capaz de convertirse en una inyección motora para la propuesta intelectual y estética de Juan Goytisolo que se puede distinguir con claridad en Señas de identidad, la novela de 1966.
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El primer encuentro de Goytisolo con Genet ha sido consignado con nitidez en las páginas de En los reinos de taifa, el segundo tomo autobiográfico publicado un año después de Coto vedado de 1985. Ahí se puede leer que fue concertado gracias a Monique Lange, la mujer que, según Carmen Balcells, le cambió la vida a Goytisolo. Una afirmación que confirma el propio autor de Las semanas del jardín convirtiéndola en uno de los pilares para narrar en clave autobiográfica la explicación de los avatares existenciales.
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Pero cuando habla de obra anterior se refiere a novelas como Juego de manos de 1954, Duelo en el paraíso de 1955, Tentativas de interpretación de una historia amorosa de 1962 o El furgón de cola, reunión de ensayos donde toca los temas de la censura y la situación española, publicado en 1967, primeros libros que conformarían la primera etapa de al menos cincuenta textos entregados para su publicación.
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Disidente desde el principio, antifranquista e intelectual comprometido deja ver a sus lectores un periplo de escritor que se construyó a partir de la apuesta a una literatura que genere preguntas. Experimentó el toque de la literatura que se construye como la escritura de una anomalía, desde la abyección, más que desde una oficialía. A quien le pregunta es a la cultura carpetovetónica y, como quien se quiere sacudir cualquier imposición violenta, se convierte en el pájaro que ensucia su nido, aunque en las explicaciones el propio Goytisolo afirma que el nido ya estaba sucio y lo que hace ese pájaro solitario no es otra cosa sino remover, romper y sacudir hasta despojarse de la cauda de mitos. Lo que le importó, más que un tema, fue deshacer las certezas e incluir al lector en el fértil territorio de las cuestiones que buscan respuesta, de las ideas que se cotejan y se miran críticamente.
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Sus textos fueron de una personalísima invención en donde la cortesía del autor para con su lector es la exigencia y la dificultad, deja obras que necesitan releerse, como se puede corroborar en ese aparato narrativo que consignó con el título de La reivindicación del conde don Julián de 1970, parodia salvaje, onírica y dotada de una imaginación peripatética del romance del Rey Rodrigo y la Cava, en donde vemos a la reina Isabel la Católica haciendo streaptease al ritmo de “I can´t get no satisfaction”, en donde muestra con esplendor la mirada desde la periferia hacia el centro, postura de Juan Goytisolo desde siempre y para siempre.
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Luego de la trilogía del mal, iniciada en 1966 con Señas de identidad y cristalizada en Juan sin Tierra de 1975, sólo cinco años después de La reivindicación del conde don Julián, vendrán, entre otras, Paisajes después de la batalla de 1982, El sitio de los sitios en 95, Las semanas del jardín de 1997 hasta, en 2008, Exiliado de aquí y de allá, una confesión reiterada siempre del desarraigo y de esa condición de nómada, del hombre que ha emprendido el viaje sin término, trasunto de un permanente desasosiego, rasgo distintivo de cualquiera de sus obras. El terror premonitorio de Paisajes después de la batalla o de Exiliado de aquí y de allá sitúa a Goytisolo como un profeta, aquel estepario que está destinado a traducir y anunciar las pestes venideras. Ante estos mensajes más bien indeseables, es evidente el rechazo o la repulsión que puede suscitar en un ámbito que ya no es literario sino de mercado, que censura desde otro que ya no es la prohibición de otros tiempos, que deja en los estantes –como si fueran hamburguesas– obras que no han sido leídas antes siquiera de publicarse. Hace no tanto Houellebecq causaba un gran escándalo por Sumisión que se pronunciaba por un mundo donde lo musulmán gobernaba. Ya Goytisolo desde hace un par de décadas planteaba un estado de cosas que se pueden ver con ese ejercicio de imaginación que dota a la literatura de una lucidez meridiana, azoga y aterroriza pero dice lo evidente. Esta misma zozobra queda consignada sin menosprecio del cauce de presentación en los tomos de clave autobiográfica Coto vedado y En los reinos de taifa, de 1985 y 1986 respectivamente. Este repaso, de demoledora conciencia, es un empeño moral –a manera de acto de contrición y reconocimiento frente a su propia vida–, que ventila sus secretos y desasosiegos, y enlista y medita los avatares de una exclusión, de su condición homosexual. Con esos aires de auto escarnio que sólo alcanza quien se toma muy poco en serio a sí mismo y antepone el valor estético y la disciplina de la obra, se puede apreciar esta necesaria libertad ganada que cobró altos saldos, como el mismo autor de Makbara explica en su discurso de aceptación del Premio Cervantes. Así se pueden corroborar las obsesiones de este escritor: el exilio, el erotismo y la tradición; la heterodoxia, el experimento afanoso para alcanzar el rigor literario y moral, la búsqueda de autenticidad y el hacerse de una casa de caracol para llevarla siempre a donde se moviera: me refiero a la cercanía con la palabra.
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Esa palabra que convirtió en su morada es el cimiento en donde edifica una obra de planteamientos renovadores, huidizos a la fosilización de las fórmulas de los cauces de presentación, siempre enfrentando al canon y acudiendo a la tradición, al rescate de textos como el de La lozana Andaluza o los cuentos del conde Lucanor, poniéndolos en circulación de nueva cuenta luego de haber sido casi olvidados. Más allá de una heterodoxia en la que se le solía inscribir, Goytisolo decía que se empecinó en ampliar la base de la cultura.
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Asumido como un escritor de naturaleza gitana, se describe de cuerpo entero con la siguiente presentación: “Nacido en Barcelona, no me expreso en catalán. Tampoco soy vasco, no obstante mi apellido. Si bien escribo y publico en castellano, no vivo desde hace décadas en la península y me sitúo al margen del escalafón. Por ello me etiquetaron primero como afrancesado, aunque sólo he redactado en francés un puñado de artículos. Ahora me llaman, muy cortésmente, moro por el hecho de dominar el árabe dialectal de Marruecos y haberme afincado en Marrakech”.
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Para él, la responsabilidad primera de un escritor es devolver al lenguaje algo diferente de lo que ha recibido cuando decidió escribir lo que ha escrito. Y ése fue su empeño. Ésa fue su apuesta, la de convertirse en un pájaro solitario, un experimentado de sí mismo que podríamos ubicar en las islas de hombres libres, cuando la libertad más que un mérito ha sido una lucha que no pudo eludir porque el espíritu lo exigía desde siempre, desde que sabía que necesitaba dejar o irse de España, de ese ambiente asfixiante de la posguerra. Necesitaba, primero, la extranjería o el exilio autoimpuesto y, luego, ese movimiento fue mutando en un modelo de disidencia, abyección y margen, paradigma de insatisfacción y genio.
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Y, entonces, vuelvo a esa estampa: el cementerio de Larache recibe a un disidente. Goytisolo es sepultado junto a Genet. Sus amigos leen textos de ese hombre cuyo nombre fue Juan Goytisolo: “hijo de la tierra y a la tierra unido”.
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FOTO: La obra de Goytisolo redunda en la desilusión de la experiencia de la realidad en lo íntimo. En la imagen, el autor durante una visita en Granada, 2014./EFE
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