Juan Rulfo: El misticismo de pies en la tierra

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Convocados por Confabulario, narradores, poetas, académicos y críticos literarios de América Latina reflexionan sobre la trascendencia de la obra de Rulfo, a partir de cuatro preguntas: ¿Se sigue leyendo a Rulfo en el país? ¿Qué aspectos se valoran más de su literatura? ¿Cómo se lee y cómo se entiende a Rulfo? ¿En qué autores contemporáneos del país se puede rastrear la pista de Rulfo? ¿Es tan universal la literatura de Rulfo como los mexicanos creemos que es? En este ejercicio cuatro voces de la literatura argentina  hablan de la obra de Juan Rulfo, en la que destacan  su oralidad, el minimalismo y la presencia de escenarios místicos en cuentos como “Luvina”

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POR LAURA VENTURA/LA NACIÓN-GDA

 

Buenos Aires.
Pedro Luis Barcia, académico
1. En los programas universitarios hoy aparece escasamente. En nuestra cátedra, (que no es literaria sino cultural) en una Facultad de Comunicación hace veinte años que tenemos a Pedro Páramo acompañado de una guía de lectura que allana ciertas dificultades textuales. En la escuela secundaria es frecuente que se lean y comenten un par de cuentos de El llano en llamas; acabo de incluir uno en manuales que he revisado. No disponemos de lectometrías –digamos así– probadas de supervivencia en los lectores hedónicos. Su novela no es fácil para un lector no avezado. Más accesibles son sus cuentos. Como en casi todo, tal vez el lector común lo compre más de lo que lo lea. Rulfo tuvo su ola de difusión. Ahora se ha amortecido un tanto, pero como buen clásico que es retornará como las estaciones.

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2. Lo que inicialmente se valora en él es la modalidad de su escritura. Su lengua nutrida por la oralidad popular va sin retórica derecha a su objeto. Su decir –conciso, astringente y denso– deja de continuo en el relato y en sus diálogos brechas sin puente que motivan al lector a reponer los enlaces y a sentir que participa más personalmente en la narración. García Márquez es explícito; Rulfo es implícito, y ello hace que el lector se sienta implicado al cursar sus renglones. Por lo demás, la novela rulfiana es una superación de la crónica narrativa de la Revolución mexicana, a la que asume, pero que profundiza en su contexto humano y no en sus accidentes y detalles temporoespaciales. Trasmuta lo regionalista folclórico en temas de dimensión humana universal.

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3. Respecto de Rulfo, en Argentina no se dan casos como los de la proyección franca de García Márquez en la obra de nuestra María Granata. Pero puedo señalar la impronta rulfiana en el último Osvaldo Soriano, en relatos de Luisa Valenzuela y en algún cuento de Antonio Di Benedetto, como “Aballay”. Pero esa presencia se da más en la sobrehaz expresiva, que en la intencionalidad semántica.

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4. Como en todas, la narrativa mexicana tiene muchas naves de cabotaje. Pero desde sus astilleros ha lanzado al mundo buena flota de ultramar: Fuentes, Del Paso, Villoro, Rulfo. Pedro Páramo –que porta en su apellido un sello que asocia hombre y entorno– conlleva en su seno dos o tres mitos asociados: el hijo de la violación que busca su padre, el viaje al infierno, el diálogo escatológico con los muertos. Su relato está transido de ecos del sustrato indígena, del mundo clásico grecolatino, de los libros bíblicos que orean el relato. Todo ello le da apertura universal.

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Macros Crotto, escritor, ganador del premio Juan Rulfo 2011, de Radio Francia Internacional
1. Rulfo es una lectura obligada, en el sentido literal del término: está en el programa básico de lectura de colegios y de algunas carreras universitarias humanistas. También se lee en los talleres literarios para lectores iniciados, que acá proliferan. Además, Pedro Páramo y El llano en llamas, vienen pegadas en la edición más conocida, uno se lleva dos por uno. No hay que subestimar este aspecto comercial que despierta al amarrete (tacaño) que todos llevamos dentro. Otro elemento extraliterario de peso es que es un autor bien visto. Recomendar a Rulfo quiere decir que se tiene un poco de sensibilidad social y siempre es bueno tenerla o aparentar que se la tiene.

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2. Hay varios aspectos que se valoran. Primero, el hecho de darle voz a gente que nunca la tiene, es decir, los pobres. Y que esa palabra sea creíble, algo que no es muy habitual que ocurra. Luego está el lenguaje. A primera vista, el localismo al extremo deja afuera a muchas personas que hablan incluso el castellano. Y sin embargo, en un paso de magia, esa barrera logra que aún sea más universal todavía. Es como si Rulfo hubiera armado un lenguaje sólo para sus personajes, que nada más se aplica a ellos y que desaparece cuando se cierra el libro. A esto se le suma la musicalidad. Uno lee a Rulfo y siente que está leyendo un pentagrama, algo que rompe fronteras, incluso el lenguaje. No sé si hay que “entenderlo”. Sí exige una sensibilidad humana y una mirada que no se adquiere ni leyendo ni estudiando.

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3. Rulfo es de esos escritores que uno puede apropiarse y robar bastante sin quedar en ridículo siempre y cuando se ponga algo de la propia cosecha que ayude a borrar las huellas. Hay un escritor argentino muy recomendable, ya fallecido, Daniel Moyano, que anduvo esa senda y la recorrió magistralmente. Creo que en La hija de la cabra, de Mercedes Araujo, y en Ladrilleros, de Selva Almada, es perceptible a la influencia de Rulfo.

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4. Por ejemplo, en “Talpa”, en “No oyes ladrar a los perros” y en aquel fragmento maravilloso de Pedro Páramo donde una muchacha recuerda el entierro de su madre al que no fue nadie, se introduce al lector en la traición de los amantes, en la difícil relación entre padres e hijos y en el dolor por la muerte de la madre. Son temas universales y concretos. Y uno podría entonces decir que sí, que es universal. Pero va más allá. Cuando se lee se vislumbra que hay algo sagrado en esas vidas, que hay algo que las trasciende y que ese algo nos hermana a ellas. Rulfo nos lleva a un misticismo de pies en la tierra.

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Celina Manzoni, académica
1. No tengo datos estadísticos generales que supongo corresponden más bien al ámbito editorial, sin embargo en el espacio, digamos académico, los profesores de literatura latinoamericana con los que me relaciono en diversos ámbitos coinciden en el interés y el entusiasmo que la lectura de Rulfo provoca en sus estudiantes. Muchas veces hemos comprobado que esos mismos estudiantes se constituyen en promotores del conocimiento de algunos autores que la academia propone. ¿Cuál es su alcance? No lo sabemos, por lo menos yo no lo sé.

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2. La creación de un lenguaje, la construcción de tramas sencillas, en apariencia, pero cargadas de sentido, la profundidad en el trazado de sus personajes. Y me parece que esto es así porque casi todos los personajes de los cuentos de El llano en llamas, por ejemplo, se constituyen, desde una voz reconocible en el cruce entre lo individual y lo social en el llano, un espacio natural inclemente de sus cuentos: la religiosidad y la culpa en “Talpa”; la soledad y el viento en “Luvina”; la injusticia en “Nos han dado la tierra” y en “Es que somos tan pobres”. Pero quizás lo fundamental en la experiencia de la lectura esté en las voces de esos personajes; en su individualidad alcanzan, aunque decirlo así suene algo pedante, la dimensión de lo universal; interpelan, hacen reflexionar, conmueven incluso en su desesperanza o quizás por su desesperanza en la que sin embargo no deja de filtrarse, a veces un pálido humor.

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3. Héctor Tizón, en sus primeras novelas: Fuego en Casabindo, El cantar del profeta y el bandido y en los cuentos de El jactancioso y la bella y de El traidor venerado, en los años setenta hace suya, si fuera posible decirlo así, la lección de Rulfo. La invención de un lenguaje, su capacidad para expresar un mundo y el ambiente de la puna jujeña lo acercan a Rulfo, maestría que, por otra parte, Tizón siempre reconoció.

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Es interesante encontrar algo más que “la pista de Rulfo” en algunos escritores que en el fin de siglo buscan construir una nueva estética. Rulfo pasaría a ser para algunos de ellos algo así como el maestro postergado. Opacado quizás por los brillos del boom aunque los mayores reconocieron siempre su maestría, escritores jóvenes en diversas geografías de América encuentran o quizás reencuentran a Rulfo y lo homenajean a veces iniciando sus novelas con variaciones sobre el célebre comienzo de Pedro Páramo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. Un inicio que vuelven casi tan célebre como el de Don Quijote.

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Enrique Vila-Matas, admirador de Rulfo (y también de Monterroso), empeñado en abrir nuevos caminos para la literatura española, en Historia abreviada de la literatura portátil encomia la superioridad de los textos livianos, de fácil transportación, sobre las obras insoportables y en consecuencia, intransportables. En Bartleby y compañía se divierte con los autores que han elegido la práctica de lo que denomina la literatura del “no”.

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También Roberto Bolaño homenajea a Rulfo en diversas ocasiones: en sus “Consejos sobre el arte de escribir cuentos” dice: “Hay que leer a Rulfo y a Monterroso” y en uno de sus últimos escritos, cuando amargamente discutía el oportunismo de algunos escritores advierte que “allí mero donde se aburre una osamenta, se puede divisar ya Comala, la ciudad de la muerte”. En fecha reciente Cristina Rivera Garza publicó en México, Había mucha niebla o humo o no sé qué, un libro sobre Rulfo que provocó un escándalo mediático y acusaciones de plagio.

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4. Me parece que está contestado con lo anterior.

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Samanta Schweblin, escritora, ganadora del premio Juan Rulfo 2012, de Radio Francia Internacional
1. Se sigue leyendo como un clásico de la literatura latinoamericana y se sigue leyendo también como un gran referente en los talleres literarios y en todos los espacios en los que se piensa la escritura. De hecho, creo que con el tiempo se lo va reconociendo como un autor cada vez más valioso.

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2. A veces deslumbra su mirada documentalista, por cómo ha captado su entorno –la pobreza, el hambre, el campo, los excluidos–. Pero creo que muchos de sus cuentos, y sobre todo Pedro Páramo, son sobre todo construcciones de maquinarias narrativas muy originales. Absolutamente innovadoras para el momento en que fueron escritas, y de un minimalismo, una precisión y una delicadeza de absoluta maestría.

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3. Creo que hay algo de él en casi toda mi generación. Formé parte hace un mes atrás del jurado que entregó el premio Alfaguara a Ray Loriga. Todo el jurado estuvo de acuerdo en que su novela era muy “rulfiana”, lo que armó una gran discusión acerca de qué era lo rulfiano, y la duda de si acaso no estábamos generalizando demasiado su influencia. Sin embargo, lo primero que dijo Loriga cuando subió a recibir su premio, fue agradecerle “al maestro”, a Juan Rulfo.

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4. Recuerdo haber leído líneas de admiración sobre su obra de grandes escritores, desde Kenzaburo Oé hasta Enrique Vila-Matas, pasando por Susan Sontag y Günter Grass. Claro que es universal. Es quizá uno de los más grandes escritores mexicanos, y lo digo muy consciente de la enorme junta que lo acompaña.

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FOTO: Autorretrato de Juan Rulfo en el Nevado de Toluca, década de 1940./Foto de Juan Rulfo. Cortesía Museo Amparo de Puebla

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