Juan Villoro: Las dos infancias del futbol
POR GENEY BELTRÁN FÉLIX
Antes de impartir una conferencia sobre Goethe, en la sede del Colegio Nacional, ubicada en el centro histórico de la ciudad de México, Juan Villoro aceptó conversar con Confabulario sobre su libro más reciente, Balón dividido, una recopilación de ensayos y crónicas sobre futbol que llegó a librerías pocas semanas antes del inicio de la Copa Mundial de Brasil 2014, y en que, entre otros asuntos, desmenuza la trayectoria de algunas figuras de este campeonato, como el argentino Leonel Messi o el portugués Cristiano Ronaldo, y evoca la costumbre de su infancia de asistir a los estadios, llevado por su padre, el filósofo Luis Villoro, recientemente fallecido.
—Hay una diferencia, ya desde el título, con tu libro anterior en torno al futbol: Dios es redondo, que apareció hace ocho años…
—Sí. Traté de hacer un libro que tuviera una variedad de temas, aunque todos están regidos por el mismo ánimo y el mismo estilo, y que no incluyera textos contingentes, de circunstancia. A veces uno escribe una nota para el periódico después de un partido con una jugada sorprendente, pero al cabo del tiempo eso deja de ser importante. Traté de recoger entonces historias que perduraran y que vincularan a la literatura con el futbol. El título Balón dividido me parece que tiene que ver un poco con el mismo ejercicio de la lectura; finalmente un libro se encuentra entre un autor y un lector; no es del todo de los dos, como ese balón dividido que define una jugada que no tiene dueño.
—Como escritor, tienes un interés omnívoro por numerosos temas literarios y culturales. Pero, en el caso del futbol, ¿hay un reto particular al tratar un asunto tan popular y al mismo tiempo tan polémico?
—Yo fui aficionado a prácticamente todos los deportes. Podía vivir el día entero viendo partidos. Con los años, para convertirme en alguien mínimamente funcional, fui quedándome con el futbol. Tengo una relación muy emocional con este deporte, entre otras cosas porque era la actividad fundamental que yo compartía con mi padre, en la infancia. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía nueve años, y los papás divorciados no siempre saben qué hacer con los hijos. De modo que mi papá me empezó a llevar a los estadios cada domingo. Yo siempre pensé que a él le fascinaba el futbol. Muchos años después supe que le interesaba, pero medianamente. En realidad, me había llevado ahí para estar conmigo, para entretenerme, cosa que le agradezco mucho. Este afecto paterno se dio básicamente en los estadios, el lugar en que más pude estar en compañía de mi padre. Al mismo tiempo, me cautivó toda la dinámica del futbol; por ejemplo, los locutores que había en la época, principalmente Ángel Fernández, que reinventaba los partidos. Él era un mitógrafo fantástico. Le ponía apodos a los jugadores y a los equipos. Contaba anécdotas, se desentendía de las acciones porque ya se podían ver en la televisión y entonces narraba algo que tenía más que ver con la Guerra de Troya que con lo que estábamos viendo, pero que nos emocionaba enormemente. Esta capacidad de asociar el futbol con la palabra yo creo que desarrolló en mí desde muy pronto una vocación narrativa por el futbol. Yo iba al estadio con el radio de transistores para oír a Ángel Fernández, Fernando Luengas, Fernando Marcos —los locutores de la época—. Se me quedó así la idea de que el futbol vale más la pena si sabes narrarlo.
—Una de las ideas de Balón dividido es esta recuperación de la infancia que significa el futbol. Otra, relacionada con los mexicanos, es ver este deporte como una forma tribal, ritual, de vivir la ilusión y el desengaño posterior. ¿Significa que para disfrutar el futbol y para escribir sobre futbol se requiere regresar a la niñez propia o a la niñez de la especie?
—Baudelaire decía: Tenemos de genios lo que conservamos de niños. Cualquier artista trata de recuperar su infancia a través de una destreza. En el caso del futbol, yo creo que, igual que en el arte, nos permite este regreso voluntario a la infancia, donde no hay nada más importante que el juego. Quien haya visto a niños jugando sabe que eso es lo más serio que pueda existir. Al niño le interesan las reglas y que no se quebranten, porque entonces el juego pierde su chiste. Los adultos tenemos algo equivalente en los estadios. En cuanto al aspecto tribal, claro que es importante: Hay mecanismos para que el tiempo regrese y el futbol es uno de ellos. Nos permite regresar al pasado individual, pero también al pasado de la especie, a la horda del comienzo, la tribu de caras pintadas encandiladas por las hogueras… Esto, que puede desde luego devenir en casos de fanatismo extremo, en los buenos momentos es una oportunidad de darnos vacaciones de modernidad…
—Al reflexionar sobre juegos y jugadores, ¿cómo es que la distancia crítica no mata el entusiasmo y el gozo del aficionado?
—En las crónicas de futbol hay un aspecto necesariamente celebratorio. Si no te gusta la gesta, si no crees que vale pena, es difícil narrarlo. Al mismo tiempo, hay muchas historias dramáticas y tristes, de sufrimiento. En Balón dividido he tratado de registrar diversos tipos de destinos futbolísticos. El de Leonel Messi, por ejemplo, que es logradísimo: un jugador cuyo primer trofeo fue un bicicleta, cuando era niño, y que tiene el mérito de que, ya de profesional, con todos sus éxitos, no deja de jugar como un niño que se quiere ganar una bicicleta. Luego, por otra parte, hay circunstancias tan terribles como la de Robert Emke, el portero titular de la selección alemana, que en vísperas del mundial de Sudáfrica se echó a las vías de un tren, porque padecía una depresión que no se atrevió aceptar. En el ambiente futbolístico se considera un desdoro que alguien tenga un problema; se piensa que es una señal de debilidad, hasta se cuestiona su virilidad. Si alguien tiene problemas personales, no se le considera lo suficientemente macho para estar en el equipo. En el caso de la selección alemana, el portero, quien tiene que generar confianza a un grupo particularmente disciplinado, no se podía dar el lujo de estar triste. Es un caso dramático.
—Por otro lado, ¿tienes el plan de escribir la gran novela sobre el futbol?
—Una novelista verdaderamente digno de su nombre trata de crear un mundo diferente, trata de que haya una ilusión de vida distinta de que la que tenemos en la realidad. Todas las grandes novelas son formas de cuestionar el mundo, y de oponerle algo diferente. El futbol a su manera ya es una novela, pues llega muy narrado hacia nosotros. Tiene rivalidades, supersticiones, todo tipo de conflictos, apodos, nombres, camisetas coloridas, maleficios… Resulta muy difícil aportarle un relato sumamente original. Por eso, se presta mucho mejor para la crónica, que tiene el enorme desafío de contar satisfactoriamente lo que ya todo mundo conoce. O para el cuento, que puede indagar en algún misterio residual dentro del futbol; por ejemplo, ese cuento maravilloso de Osvaldo Soriano, “El pénalti más largo del mundo”. En él, se narra cómo, cuando se va a cobrar un pénalti en un partido de barrio, hay una bronca, es el último minuto y el partido se suspende. Así, deciden retomar el partido varios días después, sólo para tirar el pénalti. La historia narra qué pasa durante el tiempo de espera de ese pénalti que por eso es el más largo del mundo Es una idea fantástica. El futbol se presta para este tipo de historias. Hay cuentos maestros sobre el tema, como este, o varios de Roberto Fontanarrosa…
—Para terminar, Juan, ¿qué preferirías: que el Necaxa, tu equipo preferido, regrese a primera división o que haya un estadio que se llame Estadio Juan ViIlloro?
—Yo preferiría desde luego que el Necaxa regresara a primera división, está en un infierno…
*Fotografía: En su nuevo libro, Villoro desmenuza la trayectoria de algunas figuras de este Mundial./ ARCHIVO EFE
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