Kent Anderson, entre guerras
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Con El sol verde el autor regresa de un largo retiro de más de 10 años sin publicar ninguna obra literaria para sus fieles seguidores, que tienen en él a una figura que narra la descomposición espiritual que viven los excombatientes de Vietnam
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POR HUGO ALFREDO HINOJOSA
“Guerra” es una palabra que seduce al igual que “violencia”. Ambas se complementan y marchan por el sendero de la existencia humana minando territorios, marcando con cicatrices las memorias de aquellos que, alejados del romanticismo de estas palabras, deben vivir las fatalidades de una batalla, de un atentado, de las masacres que roban por siempre la paz de la mirada de mujeres, niños y hombres que sobreviven a la muerte. Ante esto, Heráclito el oscuro se limitaría a consentir, sin batallas no hay dialéctica.
A mediados de la década de 1950, después de la Segunda Guerra Mundial y de la guerra de Corea, Estados Unidos entró en lo que sería un desencuentro largo y costoso. La guerra de Vietnam fue la piedra en el zapato de la gran potencia estadounidense que, durante veinte años, no se pudo sacudir. Y fue también el semillero que dio origen a la contracultura del país vecino, a la par con el Movimiento por los derechos civiles encabezada, entre otras figuras, por Martin Luther King hasta su asesinato en 1968.
Easy Rider, filme de 1969, dirigida por Dennis Hopper, retrató a la perfección la época del conservadurismo en Estados Unidos durante el proceso de la contracultura. Los personajes que viajan a lo largo y ancho del país, interpretados por Peter Fonda y Dennis Hopper, son asesinados por unos rancheros que proyectan en los vagos motociclistas la representación anti patriótica de la cultura cristiana americana, que necesita de la guerra y sus mártires para subsistir. Al tiempo que la película se volvía un fenómeno en el país, Ron Kovic, héroe de guerra y ahora activista político, regresaba a su pueblo natal en Nueva York en silla de ruedas, sintiendo que Dios y el país lo habían traicionado. Su madre católica también le había mentido al decirle: “nuestro señor desea que vayas a Vietnam para derrotar al comunismo”, como lo cuenta en su libro Born on the 4th of July. Fue de esa generación de combatientes que regresaron a casa, a principios de los años 70, que surgió el condecorado Kent Anderson (Carolina del Norte, 1945), reclutado por las Fuerzas Especiales del Ejército de los Estados Unidos, mejor conocido como los “Boinas Verdes”.
Anderson cumple con el estereotipo de la cultura pop de los militares que padecen el trastorno de estrés postraumático y no pueden reintegrarse a una sociedad que tiene al tedio como motor principal, sin batallas que eleven la adrenalina a tope. Pensemos en Travis Bickle del filme Taxi Driver, dirigida por Martin Scorsese y escrita por Paul Shrader. Esta captura la esencia del lobo estepario, enemigo de una sociedad que falsea los principios de “verdad y honestidad” por los cuales fue enviado a la selva, un individuo que desea amar, pero pierde todo interés protocolario para liarse en una relación sentimental.
A su regreso a Estados Unidos, Kent Anderson se enlistó como policía en Portland, Oregón, y pronto abandonó dicha profesión para estudiar literatura en la Universidad de Montana. Este fue un ciclo que repetiría, ya que, al concluir sus estudios, patrullaría las calles una vez más en la ciudad de Oakland, en California, y la literatura terminaría por alejarlo de las calles para escribir su primera novela Simpatía por el diablo (1987), obra con la cual nos presenta a su antihéroe llamado Hanson, que narra la violencia extrema en los campos de batalla de Vietnam. Esta novela le valió el aplauso, no solo de la crítica especializada, sino de veteranos que hasta el momento no conocían ningún testimonio literario que abordara con honestidad el infierno que vivieron en el país asiático.
Después de esa primera obra narrativa siguieron Night Dogs (1996); un libro varia inventiva titulado Liquor, Guns & Ammo y la reciente Sol verde, apenas cuatro libros en 33 años que narran la vida de su protagonista Hanson, el espejo del propio autor.
El monstruo soy yo
La reciente publicación de Sol verde puso fin a la espera de los seguidores de Kent Anderson quienes, durante 20 años, después de la publicación de Night Dogs en 1996, se mantuvieron a la expectativa para conocer el resto de la historia de Hanson, protagonista de las tres novelas del autor. Sol verde es una obra de una violencia extrema que podemos relacionar con los mundos sórdidos de Cormac McCarthy. Aunque la confrontación de ambos autores ante la guerra interna de los personajes surge de naturalezas y contextos diferentes. McCarthy escribe sobre la guerra ancestral, tribal y fronteriza entre Estados Unidos y México; Anderson habla desde la violencia generada por la política de Estado.
Anderson no es un tipo fácil con quien conversar. Se pierde entre las frases que intenta articular, confiesa que en ocasiones pasa hasta una semana sin hablar con nadie más. Prefiere la soledad a la compañía misma de los hombres, prefiere a sus caballos y sueña con marcharse cabalgando al lugar más apartado del mundo, donde no tenga que relacionarse con nadie más, sino tal vez con una que otra mujer.
El autor comenta que, cuando escribió su primera novela, lo hizo de manera automática como una forma de evadir la soledad del momento. Primero escribió cien páginas de lo que fue Simpatía por el diablo, y se dio a la tarea de finalizar la novela que lo dejó exhausto. Una larga confesión. “Yo soy el diablo”, repite… “el monstruo. Cuando la gente habla de la miseria que descubren en mis libros me están descubriendo, lo que siento y detesto del mundo, soy el monstruo que guarda en su memoria recuerdos innombrables”.
Declara, sin dudar, que la escritura es un acto de repetición del cual él no extrae ningún placer. Titubea y asegura que preferiría hacer algo más provechoso con su día, con sus caballos. No obstante, tampoco abandona la pluma porque en ella encuentra la salvación: “cuando escribo tengo que revivir mi pasado, debo replantearme quién soy, me juzgo y una vez que lo hago me siento con mayor libertad para escribir mis juicios de valor contra el mundo. Reconozco que la violencia me calma, pero eso no se lo debo a la guerra, siempre supe que no fui diseñado para estar amarrado a una silla. Sólo me siento seguro cuando escribo. Los monjes benedictinos dicen que el trabajo es oración. Así pues, intento estar en comunión con eso que llaman paz”.
La depresión llevó Anderson a cometer faltas que estuvieron a punto de llevarlo a prisión en las décadas de 1970 y 1980, algo absurdo para alguien que conoce las leyes de su país y, en este sentido, encontramos el paralelismo con Hanson, el policía de su obra también veterano de Vietnam que patrulla las calles de Oakland agobiadas por el crimen y por los problemas raciales entre blancos, negros y latinos. Sol verde narra la trayectoria de Hanson hacia un universo sórdido donde encuentra el amor en el único lugar donde podría descubrirlo: en el submundo de la miseria humana.
Desde hace 50 años (lo cuestiono alejándome un poco de la charla sobre su novela), la guerra de Vietnam está presente en la cultura estadounidense y usted formó parte de este momento histórico, su obra es un reflejo de eso. ¿Es la guerra una parte importante del estilo de vida de su país, de la libertad? Piensa unos segundos su respuesta y remata: “El único lugar donde me siento como un estadounidense es en el hospital de veteranos con otros veteranos. La guerra es una parte importante de la economía de mi país, no se puede negar y somos parte de esa maquinaria. No creo que haya cambiado nada en todo ese tiempo. El complejo militar/industrial/legislativo/de inteligencia dirige a este país en su mayoría. Si los Estados Unidos de izquierda y derecha, Demócratas y Republicanos, se aparearan y produjeran un niño, éste sería el presidente Trump. Él es el mandatario que elegimos y el presidente que merecemos. Después de su segundo mandato las cosas empeorarán”.
“La libertad para mí significa que me dejen en paz, que la gente se quite de mi camino. Significa que puedo tomar lo que deseo. Aprendí acerca de ese tipo de libertad en la guerra, donde era un príncipe de la Tierra, capaz de hacer cualquier cosa que quisiera, porque me consideraba un muerto más en la tierra misma. La guerra es la locura plasmada en nuestra genética y es un camino hacia la extinción”.
Retomo el rumbo de la entrevista y le comento que al leer Sol verde no pude dejar de pensar en los disturbios de Los Ángeles en 1992. ¿Esta novela describe de alguna manera la violencia, en esos primeros años de la década de 1980, contra las comunidades? No pierde mucho el tiempo y responde: “Oakland, donde ocurre la historia de Sol verde, sólo necesitaba una chispa para convertirse en una zona de guerra en 1983, como Los Ángeles diez años después. El miedo, la rabia y la desesperación en nuestras comunidades negras, la sensación de no haber sido nunca parte de Estados Unidos mantiene a todos en un punto de quiebre”.
Después de leer el libro, continúo, pensé en lo diferente que es la aplicación de la ley en esta época de la historia en los Estados Unidos. ¿Cree que ahora la policía casi militarizada es más violenta, humana y parcial? Al parecer hoy provocan una sensación de miedo al verlos. “No creo que los policías hayan cambiado mucho, algunos son buenos y otros no. Algo que ha cambiado es la poca profundidad en la contratación del personal potencial para ser policías. Los departamentos de policía no encuentran suficientes jóvenes calificados que quieran ser policías, a pesar de que la paga es casi del doble de lo pueden ganar en cualquier otro trabajo. Pero, ¿quién querría ser policía en la sociedad de hoy en día? Tan pronto te pones el uniforme, la mayoría de los ciudadanos te ven como un estúpido y un racista inhumano. Si tienes que matar a alguien inmediatamente te llaman asesino en la prensa, en la comunidad. Si el asesinato te lleva a juicio y eres declarado inocente, la prensa declara que no se hizo justicia. Ser policía es conducir por una carretera sin destino”.
Es posible resumir su novela Sol verde como la historia de un hombre que busca refugio en su profesión, no por amarla, sino porque le brinda una certeza sobre la justicia y la corrupción de la humanidad. En esa sociedad urbana es donde encuentra lo más parecido a un campo de batalla. “Tal vez”, contesta, “Después de la guerra descubrí que plantearme ese tipo de universos es la única forma en la cual puedo escribir; para mí la violencia guía a la naturaleza humana”.
Para concluir lo cuestiono sobre cuánto tiempo más seguiremos hablando de la guerra de Vietnam, la más documentada de la historia y la más vergonzosa para el ejército estadounidense. ¿Seguiremos hablando de esto dentro de medio siglo? A lo cual responde sin titubear: “Es la última guerra en la que luchamos con reclutas, con adolescentes que todos conocíamos, con vecinos de cada pueblo, obligados por ley, después de una declaración de guerra hecha por nuestros líderes electos quienes decidieron que debíamos de matar y morir por una causa que ellos mismos habían determinado. Pero fue ese mismo proceso de selección que poco a poco le puso fin a la guerra de Vietnam. Hoy no conocemos a los soldados que luchan, son gente pobre, sin educación, sin futuro en muchos casos, voluntarios sin rostro para el ejército, a lo que se les paga para que asesinen y mueran en nuestra interminables guerras. Y las guerras no terminarán hasta que traigamos de vuelta el proceso de reclutamiento de nuestros conocidos y familiares, esos que le brindan rostro a la humanidad”.
FOTO: Kent Anderson colaboró como guionista en la película Motorcycle Gang dirigida por John Milius./Cortesía AdN Alianza
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