Kiro Russo y la ignominia minera
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Viejo calavera recoge la historia de Elder Mamani, un joven boliviano que pierde a su padre por lo que entra a trabajar a una mina para mantener a su abuela, aunque él aún pretende continuar su vida de diversión
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En Viejo calavera (Bolivia, 2016), rabiosamente bello debut del culto capitalino paceño de la no tan vecina Universidad del Cine de Buenos Aires egresado de 32 años Kiro Russo (cortos previos como autor total: Enterprisse 10, Juku 12 y Nueva vida 15), con guión suyo y de Gilmar Gonzales, bajo el patrocinio de una compañía productora emblemáticamente llamada Socavón Films y del Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Huanani, el malencarado joven pueblerino jamás sonriente Elder Mamani (Julio César Ticona) sufre la muerte de su padre minero por turbias razones en la Bolivia profunda, lo entierra en el aislamiento comunal que ya carga por sus vicios (“Tu ahijado parece un mendigo”), se va a vivir con su resignada abuela Rosa (Anastasia Daza López) cuyo consejo vital no tiene empacho en acatar a la letra (“Tu papá ha muerto, qué vamos a hacer, alegres vamos a vivir”), se dedica compulsivamente al chupe solitario en la relampagueante discoteca multicolor del fuliginoso villorrio (“Puta, en el karaoke lo he visto, hermano, haciendo sus cagadas, hermano”) y consigue empleo como peón en el inframundo de una oscura mina de estaño, gracias a las influencias de su tío padrino Francisco (Narciso Choquecallata), tan aguerrido militante, mascador de coca y alcohólico a sus horas, como los duros maduros amigos sindicalizados Juan (Félix Espejo), Charque (Rolando Patzi) y Gallo (Israel Hurtado), quienes, sin embargo, rechazan a Elder como la peste, por sus flagrantes holgazanerías impunes y por inflar, drogarse y orinar dentro de los túneles, desoyendo las vaticinadoras admoniciones fatalistas de su pariente mentor (“Yo era también antes jodido, Elder, tienes que cambiar algún día, vos también, todos tenemos que cambiar”) y luego echándose encima a la colectividad entera, por lo que pronto exigirán que lo corran, sin saber que la reacción del muchacho parrandero siempre callado y hermético hasta desesperar (“Viejo calavera”), será radical, acorde con su rechazo a la ignominia minera.
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La ignominia minera se sitúa señeramente entre el semidocumental de exploración etnográfica y el neorrealismo italiano tardío, con nada en medio, sin reales rasgos docuficcionales ni devaneos épicos indigenista-insurrecciónales al estilo del patriarca boliviano Sanjinés (Yawar Mallku 69, El coraje del pueblo 71), desandándolos y reconduciéndolos, trascendiéndolos a ambos, exhalando además alientos y escupiendo rencores rulfianos, inmovilizando el tiempo cual tentativa de petrificación absoluta, pero ¿qué mundo rural y qué cine extremo latinoamericano de hoy no tienen necesariamente algo o mucho que ver con los anhelos mortuorios de Rulfo y con las crónicas de un instante de Saer?, llevando a sus últimas consecuencias, a través del rostro impenetrable y la asocial conducta constreñida de su personaje límite, la insumisión en grado supremo, el rechazo visceral a los códigos, prácticas, costumbres añejas, rituales familiodomésticos y enlutadas ceremonias sociales, cada una más crispada y luctuosa que la otra, en una especie de suma summa de pulsiones de muerte prolongada, ebria, intensa, brutal y concentrada.
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La ignominia minera se entrega a delirios quasi pictóricos de principio a fin, en virtud de las elaboradísimas imágenes del fotógrafo formidable Pablo Paniagua (también editor del filme al lado del realizador), entre ominosos exteriores a lo Turner e interiores de la mina o de las chozas con óptica hediondez de mina a menudo fractales, invariable y maniáticamente fractales, aunque dándose el lujo de imitar súbitos ritmos vanguardistas al montar los engranajes transportadores del humedecido beneficio rocoso, como si de pronto la obra maestra fílmica boliviana fuera a las minas lo que La rueda (Gance 21) era a la imaginería ferroviaria o lo que Ballet mecánico (Léger 24) a la fotogenia feriante-funambulesca, tras visitar las entrañas de la mina no como el infierno en la tierra que cinedocumentaron con ojos extranjeros el austriaco Glawogger (La muerte de un trabajador 05) y la dupla franco-germana de La sal de la tierra (Wenders-Ribeiro Salgado 14), sino como un infame purgatorio ínfimo, más que involucrado y envolvente en su visual asfixia, vivido desde adentro, próximo, cierto, duradero, intenso, puro y fecundo, cual conjunto inamovible de las indispensables condiciones antiBentham de la Infelicidad.
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La ignominia minera se acoge a una futurista concepción del cine actual, ya no como arte narrativa, sino como teoría de las sensaciones fílmicas puras, y por ende premiado en los más avanzados festivales internacionales (Locarno, Bafici, Lisboa), con base en una delgada línea ficcional aunque sin prescindir por completo de ella, mediante una tenebrosa búsqueda a gritos-sensación, obsedentes linternas en la montaña o lamiendo muros de roca u horadando reincidentemente el túnel ineluctable-sensación, amortajando en sábana-sensación, gestos y manos cobrizas-sensación, agresivos espacios en negro apenas de repente poblados a lo lejos-sensación, declinantes texturas herrumbrosas-sensación, furibundas voces exabrupto-sensación (“Cojudo de mierda”/ “Salute matute, antes de que me empute”), puntos de música discoloca-high energy o del tristísimo barroco Adagio de Marcello-sensación, búsquedas a cerro desnudo-sensación, reunión ladrante-sensación, o radiante billar desierto y techo reflejante en la piscina del edificio gremial-sensación, integrando entre todas un cúmulo anárquico de sensaciones que permanecen en la conciencia por ellas conmovida, impregnada, indeleble.
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Y la ignominia minera ha de culminar de manera elíptica y fulminante en el secuestro del tío desvanecido por el alcohol y cargado por el sobrino desmadroso para secuestrarlo al amanecer y llevárselo en el fondo de un camión de redilas por la escarpada ruta montañosa hacia ninguna parte, al cabo de un compulsivo proceso de pendenciero escape y de maduración imposible, en una despreciable huida indispuesta que nada alivia.
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FOTO: Viejo calavera se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 19 de octubre.