Kleber Mendonça Filho y la resistencia ebullente
/
Clara, una periodista retirada, se enfrenta a una inmobiliaria que busca derribar el edificio donde ella vive en la ciudad brasileña de Recife, empresa que la lleva a defender sus principios éticos
/
POR JORGE AYALA BLANCO
/
En Aquarius (Brasil-Francia, 2016), empecinado y conmovedor opus 3 del autor total experimentalista y exreportero recifeño de 48 años Kleber Mendonça Filho (documental cinefílico: Crítico 08; primera ficción larga: Sonidos vecinos 12), la experiodista viuda sexagenaria vuelta memorialista jubilada literaria Doña Clara (Sonia Braga rediviva fabulosa) se ve de repente presionada, por su lejano pariente Geraldo (Fernando Teixeira) de la constructora Bonfim y por el transnacionalmente educado hijo suyo siempre sonriente Diego (Humberto Carrao), para vender su maravilloso depto en el tradicional edificio azul Aquarius de la regia avenida Boa Viagen en la ciudad atlántica de Recife, y pronto se queda sola entre un sinnúmero de deptos vacíos, resguardada en la terquedad de negarse a recibir una jugosa transacción monetaria, que los demás consideran vil egoísmo, por lo que decide cerrar filas con sus seres inmediatos más queridos, parapetándose en el amor loco por sus antiguos vinilos con emblemáticas canciones dulzonas brasileñas, en la lealtad de la también anciana mucama a quien suele besar en la mejilla Ladjane (Zoraide Coleto), en el respeto del salvavidas Roberval (Irandhir Santos) que la ve salir a nadar todos los días aún con el mar picado, en la cercanía de sus viejas amigas todavía erotizadas, en el fallido romance de una noche con un galán barbicanoso que huye al percatarse de su cercenado seno derecho, y en los difíciles afectos de su hermano Antonio (Buda Lira), su hija intimidable Ana Paula (Maeve Jinkins), su vástago homosexual asumido Rodrigo (Daniel Porpino) cambiando de novio guapo, sus sobrinos e incluso en el cuidado de su nietecito de dos años Pedro, pero las tácticas civilizadas de la empresa cambian, el edificio empieza a verse invadido por mierda en las escaleras y por trabajadores cargacolchones organizadores de ruidosas parrandas orgiásticas que la obligan a recurrir a los servicios de un vulgar gigoló pese a todo satisfactorio, hasta que ella decide contrarrestar esas subrepticias agresiones pintando de blanco la construcción, investigando a la inmobiliaria, descubriendo el irreversible deterioro en todos los deptos superiores por una provocada plaga de termitas y adoptando un método de respuesta más contundente para rendir cuenta de su encomiable resistencia ebullente.
/
La resistencia ebullente divide su relato en tres amplias partes que corresponden a otros tantos aspectos conductuales de la heroína en perpetuo e infatigable estado de ebullición psicológica, física y social de la protagonista Doña Clara, cada una dedicada líricamente a un acercamiento tangible de ella en bienvenida omnipresencia jamás nostálgica ni melancólica: primera parte “El cabello de Clara”, para imponer ante todo la descubridora evidencia de una concreción corporal femenina; segunda parte “El amor de Clara”, para testimoniar una extensa inmediatez afectiva siderada, y tercera parte “El cáncer de Clara”, para exaltar la heroica grandeza de una resistencia mínima en sus más inteligentes y radicales decisiones, y por añadidura el sentido último de la ficción se provee de un raro muy largo prólogo celebratorio ambientado en 1980, con una playera Clara joven peinada a lo garçonne archicarismática Elis Regina (Bárbara Colen), acompañada por su hermano y su hermana pero ante todo desesperadamente esperada por su bigotón marido buenaondísima Adalberto (Daniel Porpino también interpretando el rol del hijo gay de la heroína), para girar en torno a la matriarca tía Lucía a propósito del eufórico festejo familiar de sus 70 años (Thaia Perez) que contextualiza y programa la ficción futura desde un biográfico encomio coral a sus duras luchas sociales y “a la revolución sexual” enarbolada como suya, pues durante la celebración no ha dejado de evocar, en deslumbrantes insertos subjetivos de un ubicuamente desatado cunnilungus glorioso, a un compañero de vida suya que nadie registra ni recuerda porque estaba casado por otro lado.
/
La resistencia ebullente propone la calidez neo-neorrealista de un cine posminimalista, demostrando que conoce el secreto afortunado de saber crear momentos felices perfectos en el mejor estilo henchido y feraz y delicado brasileño, acuarianos trozos de interacción de la heroína con su entorno y consigo misma, porque el relato no se ciega ante sus propias contradicciones, sean de la protagonista, sean de las resoluciones expresivas de la cinta en sí, porque esas contradicciones forman parte sustancial de su visión-misión auténtica, compleja e intensa, como la condición excancerosa de Doña Clara todavía atractiva y deseante, como la aparente contradicción de nuestra liberada erótica que debe recurrir al recomendado prostituto de emergencia Paulo (Allan Souza Lima) y la contradictoria presentación en escorzos de éste en la secuencia más heterodoxa sexual del filme (“Quiero que te vayas, quiero que me cojas”), como los interminables avances por resnaisiano montaje dentro de su depto (a lo Muriel 63) para dar la impresión de me voy pero me quedo, como otras cien disyunciones de la edición de Eduardo Serrano con la nítida fotografía de Pedro Sotero y Fabricio Tadeo, o las contradicciones del tiempo histórico presente tal cual se preveían ¡y no! hace 36 años.
/
Y la resistencia ebullente ha planteado en otros odres socionaturalistas el encomio a la tozudez de la vieja solitaria Jo van Fleet resistiéndose a ser desalojada en la obra cumbre de Kazan Río salvaje (60), respaldando la esclarecida razón de la sinrazón de esa Doña Clara encarando el dilema de por qué habría de renunciar a la riqueza fija e inalterada de su mundo-ámbito-órbita personal tan penosa y existencialmente conquistada sólo para complacer los caprichos individuales de un joven arribista (Diego) y de los pulpos capitalistas de la arrasante modernidad devastadora, ya que “Prefiero provocar un cáncer que padecerlo”, según profiere con brutalidad tajante y concluyente.
/
/
FOTO: Aquarius, tercer largometraje del director brasileño, se exhibirá hasta el 9 de abril en la Cineteca Nacional. En la imagen, la actriz Sonia Braga en el papel de Doña Clara./ESPECIAL
« Yo, ¿crítico literario? “When We Rise”, testimonios de la lucha LGBT »