Kobiela-Welchman y el thriller al óleo
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En esta primera película hecha con fotogramas pintados al óleo un joven es comisionado para entregar una carta que el pintor Vincent van Gogh escribió para su hermano. Este encargo lo lleva a descubrir detalles poco conocidos sobre la muerte del artista
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En Cartas de Van Gogh (Loving Van Gogh, Polonia-RU, 2017), inusitada animación de la polaca de 43 años Dorota Kobiela codirigiendo con el reconocido artífice inglés de 42 Hugh Welchman (responsable del encantador corto musical animado Pedro y el lobo 06), libremente basada en la removedora biografía-investigación Van Gogh: la vida de los anglosajones Steven Naifeh y Gregory White Smith (11), el impulsivo herrero pueblerino Armand Roulin (inspirado por Douglas Booth) es comisionado en 1891 por su padre el veterano cartero de Arlès para que lleve a entregar una carta vuelta imposible de traspaso que dejó a raíz de su trágico suicidio a balazos el pintor holandés medio demente medio brutalmente discriminado en el villorio llamado Vincent van Gogh (por Robert Gulaczyk) y dirigida a su distante hermano mecenas Théo, y así el hombre de buena voluntad viaja por tren a París para hacer personal rendición de la misiva al destinatario, pero éste también, aunque a causa de la sífilis, falleció hará seis meses, por lo cual, especulando in situ a quién corresponde darle posesión de la carta, se le clava la duda de si el artista que legara 800 hermosísimas pinturas imposibles de vender fue muerto por mano propia o a consecuencia de un disparo ajeno, pues nadie se suicida luego de confesar epistolarmente seis semanas atrás su calma al fin normalizada, ni pegándose balazos en el estómago con un ángulo de tiro demasiado bajo, y entonces interroga a todos los personajes que el varón pintó en sus últimos hipnóticos óleos posimpresionistas de colorido pastoso, como el agudo anciano contacto con el hermano dealer Tanguy (por John Sessions), la hosca ama de llaves odiadora del pintor Chevalier (por Helen McCrory), la sinuosa testigo presencial del supuesto suicidio en un campo de trigo Ravoux (por Eleanor Tomlinson) y la sensitiva joven amargada de quien el difunto estaba probablemente enamorado y bien correspondido Marguerite (por Saoirse Ronan), hija muy celada por el mejor amigo del pintor y asimismo envidioso aspirante frustrado a artista plástico Dr. Gachet (por Jerome Flynn) que se negó a extraerle la bala mortal a su presunto confidente querido, una pesquisa con malos augurios y pésimos resultados, ya que el devoto herrero ahora corrido de su empleo se decidirá a leer la carta y hacérsela llegar a la agradecida viuda del llorado Théo, poniendo punto final a este periplo tortuoso de un subrepticio e innombrable thriller al óleo.
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El thriller al óleo se revela y devela como un producto pictórico-fílmico conjunto de los dos realizadores, pero al frente de un ejército de 115 pintores copistas-animadores que reproducen con minucia miniaturista-milenarista y a cabalidad algunos célebres y otros no tan célebres 853 cuadros del malogrado Van Gogh (1853-1890), para convertirlos en espacialidad pura, ámbito líquido, desintegrados/reintegrados lugares insólitamente habitables hasta por el propio pintor redivivo en flashbacks siempre en blanco/negro, convocando en su animación cuadro por cuadro (¡literalmente!) desde el precine del pionero de los cronofotógrafos de placa fija o móvil del fisiólogo-inventor Étienne-Jules Marey (1830-1904), hasta el poscine, tras la decadencia y el estallido digital ya posible y flamante del viejo arte cinematográfico, merced a una límpida fotografía dotadora de continuidad a extrañezas de Tristan Oliver y Lucas Zal, una descendente música miniorquestal o coral en exaltación lírica perpetua de Clint Mansell y una implacable edición depuradora de asperezas de Justyna Wierszynska y la realizadora Kobiela, todo ello tendiendo a una honda cavilación específica sobre el prodigioso hecho de que “sobre una misma placa, una serie de imágenes sucesivas representan las diferentes posiciones que un ser vivo ha ocupado en el espacio de una serie de instantes”, dejando una estela espectral, para exaltar “la facultad de asistir bruscamente a nuestra propia ausencia” (Proust dixit), porque “no deja percibir sino algunos puntos luminosos” (Suzanne Liandrat-Guigues en su Estética del movimiento cinematográfico apenas editada por el CUEC-UNAM).
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El thriller al óleo se trabaja muy hábilmente desde un punto de vista anecdótico, no como una biografía/autobiografía/ejecutoria, sino a saltos/asaltos vitales, híbridamente planteados y sin pretensiones ensayísticas directas, pero sí oblicuas e indirectas, en una docuficción-encuesta tardía, anacronizante, que sólo intenta recrear una época, de antemano reconociendo mediante capciosas luminosidades su incapacidad para hacerlo, radiantes al derecho y al revés, funeraria y reventadamente en unos cuantos episodios retrospectivos e indagadores so pretexto de una urgente revisión histórica, nada representativos aunque culminantes, de la doliente contundencia del “Sabe usted mucho de su muerte, pero ¿cuánto sabe de su vida?” espetado por la criatura desdeñosa más negativa, dentro de un estilo riguroso e innovador ad hoc y exclusivo para Van Gogh y su circunstancia, con racconti divergentes de verdades relativas a lo Welles-Kurosawa, vivenciado hasta el último detalle como si la única versión real del pintor fueran sus obras, permaneciendo él mismo y su misterio irrepresentables, intocables, inimaginables, bajo un secreto esencial.
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Y el thriller al óleo se basa ante todo en una metafísica a la polaca de la asunción de la efigie e incluso el cuerpo del otro, conviviendo con sus allegados, habitando en su habitación exacta de los hostales y en su casa amarilla alguna vez soñada para varios artistas como el rijoso Gauguin, haciéndole macabro obsequio de la recién cercenada oreja propia envuelta en pañuelito a una buena moza de burdel, riñendo a puñetazos con los mozalbetes ebrios que le hacían salvaje bullying y acaso sus verdugos, volviendo a trazar una espiral destructora/autodestructora en la soledad, la desesperación, en el vuelo súbito de los cuervos y en la inefable noche estrellada de los ideales inalcanzables.
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FOTO: Cartas de Van Gogh, película en la que se usaron más de 65 mil fotogramas pintados al óleo, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 7 de diciembre. / Especial