Kristoffer Borgli y la autodestrucción exitosa

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Enferma de mí presenta una relación de pareja que se torna peligrosa; una cinta noruega que evoca al horror corporal al estilo David Cronenberg

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Enferma de mí (Syk pike, Noruega, 2022), perturbador opus 2 como autor total (aparte de editor de su film) del exprolífico cortometrajista oslense de 37 años Kristoffer Borgli (primer largo: DRIB 17; cortos: Whateverest 13, El altruista 20), el ambicioso aspirante a artista visual a base de objetos robados e intervenidos Thomas (Eirik Saether absorto en sí mismo) y la mediocre rubita dueña barista sin gracia ni vital entusiasmo alguno Signe (Kristine Kujath Thorp sobria hasta la displicencia) mantienen una inafectiva y malsana relación de pareja establecida pero irreconciliable e inconfesamente marcada por la búsqueda del brillo social y la violenta aunque velada ultracompetencia entre ellos, y esa situación parece haberse normalizado de manera irónicamente satisfactoria para ambos, subrayada por algún festejo oneroso y alegres reuniones con un cúmulo de amistades entre las que ella apenas participa o sabotea fingiendo una súbita reacción alérgica, pero cuando Thomas realmente comienza a obtener un resonante éxito en los medios, a través de entrevistas y reportajes con portada en revistas de moda, y sus piezas de arte desintegrado penetran en museos y galerías, la envidiosa amargada subrepticia Signe nada más no lo aguanta y, luego de intentar emular en vano la atención ganada por una transeúnte sangrientamente acuchillada frente a su bar y mañosamente sólo por ella socorrida, encuentra su solución existencial en internet, a propósito de los intempestivos deterioros físicos causados por la nueva droga rusa Lodexol, que ella no tarda en adquirir en forma de medicamentos ilegales gracias a su dealer y consumirla sin ton ni son en grandes cantidades que no pueden sino conducirla, a ella sola, y sólo a ella, sin el ladrón flagrante de pronto arrestado Thomas, al más extraño proceso jamás filmado, y sólo admitido cual desahogo ante cierta perpleja periodista amiga Marte (Fanny Vaager), de una autodestrucción exitosa.

 

La autodestrucción exitosa convoca una aparente trivialidad cotidiana y desdramatizada para dar una inesperada vuelta de tuerca al horror corporal tan viscerosófica cuanto cerebralmente inaugurado por los maestros universales Cronenberg y Lynch, al contemplar las frenéticas acciones sin vuelta atrás de esa inesperada Signe límite que en efecto consigue producirse salpullidos extraños y en seguida severas escoriaciones y daños en la piel, desfigurando pavorosamente su rostro y el resto del cuerpo, que merecen hospitalización y, sometidos a tomografías y estudios expertos, son agudamente diagnosticados, junto con el escandaloso cuadro psiquiátrico de la mujer, por un implacable (y por ende odiado) médico (Anders Danielsen Lie) que la orgullosa Signe rechaza de manera radical, máxime que ha sido abandonada en el hospital por Thomas a causa de una importante visita periodística en su “depto” modificado al gusto autopublicista, pero el daño tanto corporal como mental de su pareja resulta cada vez más atroz e irreversible, inmune a una terapia alternativa donde, también ahí, va a ser desenmascarada como farsante esa imparable drogadicta consentida Signe con la cara cubierta por una máscara quirúrgica que sólo ha de retirar cuando por previsible azar adquiera inusitada fama victimológica como “la primera mujer en el mundo atacada por una misteriosa nueva enfermedad”, pueda ostentar los monstruosos estragos irreparables en sus facciones, y sea lanzada al modelaje estelar en una galería, mientras el infeliz Thomas está siendo encarcelado por sus flagrantes latrocinios, si bien la calculadora Signe, ya posando victoriosa, se desploma a última hora y es recluida en una institución, para proseguir ya sin su indispensable pareja competitiva borgeana, esa irremontable decadencia física y global de todos tan temida.

 

La autodestrucción exitosa elabora a cabalidad sus originales y aterradores contenidos truenacocos sacando el mejor partido posible a un desesperado por insuperable medio tono narrativo autoimpuesto que fílmicamente se expresa a través de un guion en avalancha sin temor al exceso redundantemente excedido, con cambios de ritmo en la edición del realizador que se acelera cuando la antiheroína se retaca de drogas en pastilla o se homologa con las blancas esculturas gigantescas deformes y sólo por montaje suele prodigar continuos desmentidos y fatigosas autocorrecciones que lindan con el enigma y el sarcasmo, una fotografía de Benjamin Loeb en grado cero, un maravilloso y malvado maquillaje de Dimitra Drakopoulou sin piedad ni redención posibles, una delicada Berceuse para piano de Fauré burlonamente inserta en puntos clave de máxima desolación insoportable.
La autodestrucción exitosa se sirve a sus anchas y como nadie antes de un corrosivo e indefinible humor negro nórdico actual, para arribar a una desalmada toxicidad estratégica que arde, hierve y jamás mitiga su necesidad de lo excesivo ante carencias adivinadas inagotables, hasta culminar en el cinismo destemplado, el paradójico y al parecer inane retrato social de un Oslo dominado por la prosperidad y el alto consumo suntuario donde reina la miseria íntima, al interior de vastos grupos de amigos juveniles donde brilla por su ausencia la solidaridad cual máximo lujo inalcanzable, como envoltorio, revelador y signo y designio de una nueva generación narcisista, al margen de los inmaduros personajes adultos secundarios (el dealer edípico, la protectora tardía madre fanática holística, la hiperactiva galera ciega), rumbo al vértigo de la identidad más allá de las selfies y los afectos inalcanzables por la voluntad hueca (“Nadie quiere ser psicótico, de impulsos autodestructivos”).

 

Y la autodestrucción exitosa abandona a la suerte a su heroína shocking en el tumulto de un plano fijo campestre con sus despectivos colegas de terapia alternativa, eufórica monstruosa y otra vez de seguro autogrillándose dichosa, cual si acabara de acuñar el feliz concepto Síndrome Enferma de Mí.

 

 

FOTO: La película es protagonizada por Kristine Kujath Thorp y Eirik Sæther. Crédito de imagen: Especial

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