La Cebra Danza Gay, 18 años indomable
POR JUAN HERNÁNDEZ
José Rivera (San Luis Potosí, 1969) se baja de los tacones, hace a un lado los vestidos de lentejuela y el maquillaje grandilocuente del travesti para dar un giro a su discurso dancístico que, sin dejar de ejercer la militancia a favor del respeto a la diversidad sexual y a las elecciones de vida individuales, opta por explorar, esta vez, universos íntimos desplegando el poder simbólico del movimiento en lugar del discurso narrativo y teatral al que tenía acostumbrado al público.
Con el estreno de Negra noche blanca, en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, el 22 de junio, con la compañía La Cebra Danza Gay, el coreógrafo y bailarín de carácter aguerrido celebró 18 años de existencia de la agrupación que acuñó en 1996 el concepto “danza gay” como propuesta artística.
Desde su origen, la compañía de Rivera ha exhibido en sus obras la homofobia, la estigmatización y la discriminación en contra de personas portadoras de VIH; los asesinatos de travestis, la soledad y el destino trágico de seres marginales que, hermanado a un festejo sin fin, determina la composición “patética” de las coreografías que muestran a una sociedad siniestra.
En Negra noche blanca el creador hace a un lado la anécdota, la obviedad de los personajes, el reconocimiento de situaciones en sentido realista, para sumergirse en un universo de símbolos y expresar un estado espiritual también doloroso y trágico pero de índole íntimo e introspectivo.
No debe interpretarse este viraje estético como declinación de la militancia que el creador ha ejercido abiertamente a través de sus danzas, sino como una renovación de lenguaje, necesario y pertinente. El estilo reconocible del coreógrafo se mantiene incólume, pero en esta ocasión el universo explorado en obras anteriores es abordado a partir de la revelación de una intimidad profunda.
Negra noche blanca se construye con el lenguaje abstracto y simbólico del movimiento del cuerpo. Es básicamente a través de la irrupción dinámica de los bailarines en el espacio escénico, que el coreógrafo expresa espiritualmente la celebración íntima de una existencia trágica.
El contraste de lo festivo con lo doloroso es un elemento sustancial en la estética de Rivera, quien busca, de esta manera, poner en relieve los efectos devastadores de la homofobia y la discriminación en el espíritu humano. Sobre el escenario despliega un lienzo en el que se expresan de manera vívida dolor, tristeza, nostalgia y soledad, en personajes que resaltan su diferencia para reclamar el derecho a existir.
Los bailarines de La Cebra Danza Gay, la mayoría de nuevo ingreso y provenientes de distintos puntos de la república, se comprometen con el discurso del director y asumen no sólo técnicamente sino también en su interpretación emotiva el carácter patético —en sentido estricto— de la propuesta artística de la compañía.
Rivera recurre a íconos de la cultura popular y de masas. Como lo ha hecho en otras propuestas, en Negra noche blanca hace una entrada fuerte con la canción Digan lo que digan, interpretada por el divo español Raphael, ícono de la comunidad gay que al ser insertado en el discurso dancístico se transforma en un grito de rebeldía y hartazgo en contra de la cultura represora de la diferencia. El recurso tiene una efectividad dramática y, en el contexto de la escena, un significado militante. La voz de Raphael es un elemento expresivo de gran fuerza en el discurso discordante del coreógrafo.
La compañía Cebra Danza Gay es el arma del creador para poner en jaque el discurso hipócrita y la doble moral de la cultura hegemónica. Desde sus danzas el coreógrafo asume la lucha a favor del respeto a la diferencia, a la igualdad de derechos para todos y de una conciencia acerca de la pandemia del sida, que ha causado la muerte de miles de personas en todo el mundo.
Autor de obras como Ave María Purísima (De prostitución y lentejuelas) (1996), Yo no soy Pancho Villa ni me gusta el futbol (1998) y Antes que amanezca (Cuando ya va bien mala) (1998), José Rivera reafirma con Negra noche blanca la pertinencia de su danza: militante y artística.
Creador de una poética de lo trágico, La Cebra —como es conocido el coreógrafo en el medio dancístico—, eleva su voz inconforme. “Sigo siendo una hija de la chingada”, dice el artista, quien utiliza como vestimenta la bandera del arcoíris (símbolo de la lucha de la comunidad gay) para despedirse del público.
Y una vez más el discurso incómodo del artista indomable retumba en las conciencias.
*Fotografía: La compañía estrenó Negra noche blanca en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris el 22 de junio./ MIGUEL ÁNGEL MEDIAN
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