La ciencia desde el Fondo

Sep 6 • principales, Reflexiones • 3090 Views • No hay comentarios en La ciencia desde el Fondo

 

POR MAIA F. MIRET

 

El Fondo de Cultura Económica cumple 80 años, y no ha de existir, en todo el mundo de habla hispana, un solo economista, sociólogo, historiador, politólogo, literato o pedagogo que no se haya formado a la sombra de al menos uno de sus libros. En sus ocho décadas la editorial ha cumplido cabalmente su vocación original, pero también la ha prolongado en muchas direcciones nuevas, al grado de que puede afirmarse, tal vez un poco audazmente, que en América Latina tampoco hay un hogar —que sea al menos moderadamente lector— que no haya visto pasar un libro que pertenezca a una de sus muchas colecciones de narrativa, o de poesía; a la versátil Breviarios o tal vez A la orilla del viento, la más famosa de sus colecciones infantiles.

 

Si la relevancia, la calidad y la diversidad de los libros del Fondo, además de sus sistemas de venta y distribución y sus múltiples filiaciones institucionales, no bastaran para explicar esta ubicuidad, sería suficiente considerar el volumen de su catálogo: unos 10 mil libros en estas ocho décadas, cerca de la mitad de los cuales aún forman parte del catálogo vivo, como se llama a los títulos de los cuales siguen existiendo ejemplares, que se distribuyen y se venden y que ocasionalmente se reimprimen o se reeditan.

 

Tal vez deslumbrados por el peso colosal de su importancia como una editorial de ciencias sociales, humanidades y literatura, no solemos pensar en el Fondo como una editorial de ciencias duras. Después de todo, es natural que sus títulos y sus autores no tengan para quienes se forman en disciplinas científicas como la biología o la química el papel protagónico que ocupan para los estudiosos de otras áreas del saber —y esto tiene que ver con la formas distintas en las que se enseñan y se aprenden las ciencias sociales y las naturales— y, sin embargo, si se buscan los términos ciencia y tecnología su catálogo en línea arroja como resultado nada menos que 750 libros que cumplen estos parámetros.

 

Así, pues, si en efecto hay una cantidad de títulos vivos que se aproxima a los cinco mil, más del 10 por ciento de ese enorme fondo del Fondo está conformado por libros de ciencia; en números absolutos una cantidad inusitada para cualquier editorial, y nada insignificante en términos porcentuales para una con la friolera de 115 colecciones que abarcan todas las áreas del quehacer humano y que se publican en varios países de dos continentes.

 

De esta panoplia unas cuantas colecciones se ocupan en forma explícita de la ciencia: Ciencia y Tecnología, Ciencia, Tecnología y Sociedad, Breviarios de Ciencia Contemporánea, Biblioteca de la Salud, Los Especiales de Ciencia de A la Orilla del Viento y en cierta medida Psicología, Psiquiatría y Psicoanálisis. A esto se añaden colecciones multitemáticas como las queridas Breviarios y Popular, y por supuesto títulos que abordan problemas de las ciencias naturales desde las lentes de otras disciplinas, como la filosofía, la sociología y la historia de la ciencia.

 

Dada la diversidad de las colecciones, los públicos y los intereses del FCE es natural que en este universo haya libros con vocaciones diversas, que van desde el libro de texto y lo puramente académico —pensemos, por ejemplo, en las famosas lecciones de física basadas en conferencias que Richard Feynman dictó para estudiantes de licenciatura del Tecnológico de California, en Estados Unidos, de próxima aparición— hasta formas de divulgación de la ciencia que se acercan a los formatos literarios —como Ojitos Pajaritos, una colección que se apropia de las convenciones del álbum ilustrado para divulgar la ciencia entre los primeros lectores.

 

La divulgación misma no es una sola cosa; en el medio se reconocen niveles que van desde la divulgación para públicos generales de distintas edades hasta la de alto nivel, esa que leen los científicos de áreas distintas o incluso afines a las del autor, y que a veces de tan especializada es difícil reconocer precisamente como divulgación. Todas estas categorías están presentes en el Fondo, y también, como es de esperarse, un surtido de modelos que abona a la diversidad: ciencias básicas, aplicadas, tecnología, libros de texto, manuales, biografías y ensayos.

 

Si el lector interesado ojea los catálogos de estas colecciones le saltarán a los ojos los nombres de autores conocidos, entre ellos científicos y divulgadores como Elías Trabulse, Ruy Pérez Tamayo, José Sarukhán, María Emilia Beyer, Juan Tonda, Estrella Burgos, Ana Barahona, Susana Biro, Martín Bonfil, Carlos Bosch, Diego Golombek, Marcelino Cereijido, entre los latinoamericanos, y el mismo Richard Feynman, Roger Penrose, George Gamow, Carl Djerassi, Roald Hoffman, Paul Ehrlich, Niles Eldrege, Ernest Rutherford, Peter Ackroyd, Erwin Schröedinger, Edward Wilson y Thomas Kuhn. Aunque haya algunos nombres taquilleros, y de esos la mayor parte se publicó en décadas pasadas, el énfasis de las colecciones de ciencia del Fondo es de naturaleza más horizontal: cubren terreno, y tienen la virtud de constituir un corte transversal de la escritura científica occidental a partir de la década de los años sesenta. Autores franceses, alemanes, rusos y también ingleses y estadounidenses están representados en el catálogo.

 

Pero la colección emblemática de divulgación del Fondo es indudablemente La Ciencia para Todos, que nació en 1986 con el nombre La Ciencia desde México, en honor a su propósito de hacer divulgación desde nuestro país, y que más tarde se rebautizó La Ciencia para Todos con el propósito de dar cabida a autores de otras nacionalidades. Su historia, coeditada por la SEP y el Conacyt, está bien narrada en la página electrónica del Fondo, y en particular en el catálogo dedicado a ella que también puede consultarse en línea. En él se describe el formidable logro de coordinación institucional que ha representado la publicación de 241 títulos, la impresión de cinco millones de ejemplares durante estos 28 años y el alcance del concurso Para Leer la Ciencia para Todos, que se convoca año con año desde 1989 para que jóvenes estudiantes y maestros resuman los libros, los reseñen o los usen como punto de partida para un ensayo original. El concurso, al que en 2012 se presentaron 23 mil 668 trabajos —y en la edición vigente la suma fue de 23 mil 333—, es único en su tipo, y se ha extendido a Cuba y a Colombia. Incluso se han publicado como parte de la colección un libro y un folleto que se proponen facilitar la lectura de los títulos de la colección y ensayar las herramientas textuales necesarias para participar con éxito en él, así como guiar a los coordinadores, dictaminadores y maestros del concurso en la toma de decisiones y en la animación de los alumnos para participar. Ha cobrado tal relevancia, pues, que cabe preguntarse si es la colección la que sirve al concurso o sucede al revés.

 

A pesar del enorme éxito con el que ha involucrado al público, La Ciencia para Todos es irregular desde un punto de vista de divulgación. Si bien hay algunos libros memorables, por ejemplo Las musas de Darwin, de José Sarukhán, por hablar de uno de los más exitosos, en otros casos se trata de textos que nunca despegan de lo técnico y que están apenas salpicados por intentos de mantener con el lector un diálogo imposible, por desigual. La divulgación no es una tarea fácil ni se desprende automáticamente de la escritura; es un esfuerzo consciente por entender al lector, por observar críticamente la información que debe entregarse y por encontrar estrategias eficientes para hacerlo, y este trabajo no involucra conservar, prístina, la ciencia tal como la entienden los científicos que la practican. A los problemas de contenido se añade un diseño de interiores y de portadas —en suma un lenguaje editorial— que no parece estar dedicado para jóvenes ni por dentro ni por fuera.

 

Entre las razones para esta falta de homogeneidad tal vez puede citarse que el comité de selección está conformado exclusivamente por científicos, y que desde el extremo de la edición no se han hecho esfuerzos sistemáticos por trabajar con los textos y con los autores para cumplir el doble propósito de presentar materiales adecuados para el público objetivo de la colección, es decir, jóvenes de secundaria, bachillerato y primeros años de la licenciatura y, por otro lado, en el camino, contribuir a formar científicos divulgadores y divulgadores no científicos que tengan herramientas para continuar en el futuro el trabajo de comunicación pública.

 

Resulta curioso notar que justamente en los libros que se consideran inclasificables, agrupados en la colección bajo el nombre de Varia, se encuentran los ejercicios de divulgación más interesantes, aquellos que transitan cómodamente a través de las fronteras entre una disciplina y otra y dejan que la cultura entre en la ciencia del modo orgánico que les es natural. Los autores de esos libros anómalos resultan ser, lo cual no es de sorprenderse, algunos divulgadores en activo notables por la calidad de su trabajo: Shahen Hacyan, Pérez Tamayo, Marcelino Cereijido, Linda Manzanilla, Luis Barba. Entonces surge la pregunta inversa, sobre si la divulgación debería invitar o admitir etiquetas disciplinarias.

 

Finalmente, y esto tal vez en realidad sea lo más importante, se echa en falta una visión del público, que debería ser la que guíe las decisiones editoriales; así es como de una colección de 241 títulos, 50 son sobre física, 19 sobre salud y apenas 13 sobre ecología. Es natural que los investigadores se sientan cómodos proponiendo y escribiendo sobre su área de especialidad, pero la divulgación requiere una postura no reactiva sino directiva, que funcione como mediadora entre los intereses de los científicos y los del público, y por supuesto que establezca equilibrios efectivos entre una oferta sólida por un lado y arriesgada por otro.

 

Sea como sea, la infraestructura de la colección y sus vínculos con el concurso ya están en su lugar, y no está de más aspirar a divulgación más funcional. En 2012 se convocó por primera vez al concurso Ruy Pérez Tamayo, donde puede verse la intención de dar un golpe de timón: este certamen, en el que este año participaron 51 autores, convoca tanto a científicos como a divulgadores y escritores de cualquier clase a producir libros de divulgación para su publicación en La Ciencia para Todos. El primer ganador, Tiburones, supervivientes en el tiempo, de Mario Jaime, echa mano justamente de los recursos de la divulgación para dar a los lectores una mirada de estos seres antiquísimos no sólo desde la biología, sino también desde la historia y la cultura. Los enfoques transdisciplinarios, por cierto, no sólo son un imperativo de la divulgación, sino también de las ciencias mismas, si se quieren resolver temas tan complejos como el transporte, el cambio climático y los problemas energéticos. La buena divulgación debe ser tanto una instigadora como un reflejo de esta polifonía.

 

Esa no es la única oportunidad. La divulgación admite muchos públicos, y tiene una deuda con los primeros lectores y para jóvenes. También hay posibilidades en términos de formatos: a veces la divulgación se acerca a la literatura, a veces a los materiales de referencia como las enciclopedias; incluso existen teatro y poesía de divulgación, y esto sin hablar de muchos temas por explorar que resultan esquivos y que requieren una mirada particular que los haga inteligibles: salud, trabajo, medio ambiente, sexualidad, ciudad, futuro.

 

Por otro lado, ahora que algunas de las editoriales de divulgación de la ciencia en español, como Paidós, Crítica y Debate, se han consolidado en grandes grupos, y sólo quedan una cuantas independientes, es un momento afortunado para tomar esa estafeta. No se trata de publicar únicamente best-sellers, que por lo demás son raros en la divulgación en español y que no siempre resultan tremendamente comerciales aunque el éxito en el mercado anglosajón haya sido resonante, pero tal vez sí de convocar a los mejores divulgadores y profesionales de la comunicación y la reflexión sobre la ciencia de México y del mundo a acompañar a los autores de economía, sociología, política o literatura a la gran casa que es el Fondo de Cultura Económica.

 

*Editora y divulgadora de la ciencia; se especializa en libros informativos para niños y jóvenes.

 

*Fotografía: Fotos del libro “Historia en cubierta. El FCE a través de sus portadas”.

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