La conquista y la lengua náhuatl
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A pesar de que la llegada de los españoles trajo consigo la imposición de su idioma y, en consecuencia, una nueva manera de asimilar la realidad a través de la lengua, el náhuatl mantuvo su presencia tanto en vocablos ya existentes como en la castellanización de sus términos
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POR PATRICK JOHANNSON
Más allá de la beligerancia, la conquista y la subsecuente colonización por los españoles de los pueblos autóctonos de lo que sería un día México, representó también una conquista lingüística ya que el idioma de los conquistadores, el castellano, se iba a imponer a la lengua náhuatl, arma cultural contundente del imperio mexica. En el momento del contacto, la lengua de los pueblos de estirpe nahua fungía asimismo como lingua franca permitiendo a las diversas etnias que constituían dicho imperio comunicarse entre ellas. El nahuatlahto, a la letra “hablante de náhuatl”, era por antonomasia el “intérprete”.
La lengua náhuatl era hablada en diversos dialectos cuyos matices distintivos tenían un alto valor identitario: los miembros de cada comunidad se envolvían en los pliegues sonoros de su variante dialectal como en los de su vestimenta comunitaria. Sin embargo, las diferencias entre las variantes eran leves si atendemos lo que escribió Bernal Díaz del Castillo: que Malintzin, la intérprete de Cortés hablaba “la (lengua) de Coatzacoalcos que es la misma que la de México”. Al ser sustituido por el castellano como idioma supranacional y de intercambio cultural, se acentuó la fragmentación dialectal del náhuatl, lengua usada todavía por millón y medio de hablantes nativos, en lo que son hoy los estados de Veracruz, Hidalgo, San Luis Potosí, Morelos, el Estado de México, Puebla, Guerrero, parte de Jalisco, la Ciudad de México, y hasta El Salvador en la variante pipil.
Del encuentro frontal de dos epistemes, de dos maneras de pensar y de ser que significó también la Conquista, la lengua castellana salió vencedora ya que se impuso como lengua oficial de la Nueva España, y unos 300 años más tarde, del México libre y soberano. Sin embargo, si consideramos la “invasión” que sufrió la lengua de Cervantes en su contacto con la lengua de Nezahualcóyotl, a lo largo de 500 años, podemos hablar de una Re-conquista.
Conquista y Re-conquista
Después de los primeros roces tangenciales y de los primeros malentendidos, este encuentro manifestó fusiones sincréticas así como nuevos esquemas de pensamiento. A la conquista militar sucedió pronto lo que se ha convenido llamar la “conquista espiritual” en la que las armas doctrinales esgrimidas por los frailes en la evangelización tuvieron razón de la religión autóctona, infiltraron neologismos en la lengua náhuatl e impusieron progresivamente una “neo-lógica” en el pensamiento de los vencidos.
A medida que se iban derramando los paradigmas religiosos, políticos, económicos, éticos y educativos de la episteme europea en el espacio cultural indígena, nuevas maneras de ser, de hacer y de hablar se reflejaban en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
Entre los conceptos “neo-lógicos” infusos figuran: la idea de trascendencia que se impuso a la inmanencia propia del pensamiento mesoamericano, las nociones de libre albedrío, de responsabilidad individual, de pecado, la dicotomía bien/mal, y la encarnación del mal: el diablo, insinuados en el pensamiento indígena. Apareció asimismo la escritura alfabética que cambiaría la relación exclusivamente acústica, hiperestésica, que tenía el indígena con su lengua, al transcribir las palabras con letras las cuales correspondían a sonidos que nada tenían que ver con lo que se decía. Por otra parte, el alfabeto sustituiría paulatinamente la pictografía indígena, remitiendo exclusivamente al logos verbal y nulificando asimismo los mecanismos iconográficos del pensamiento autóctono.
En este mismo contexto, surgió la perspectiva, no sólo como un recurso pictórico que los pintores tlahcuilos integraron en la imagen de sus códices sino también en el ámbito de las ideas, como una nueva aproximación del indígena a la realidad del mundo. En términos generales, dos sistemas cognitivos, dos epistemes y dos idiomas se encontraron.
Malinztin alias doña Marina: la intérprete de Cortés
Según el conquistador-cronista Bernal Díaz del Castillo, Malintzin era originaria del pueblo de Painalá, a unas ocho leguas de Coatzacoalcos. Niña todavía, había sido entregada a unos caciques de Xicalanco y a su vez los de Xicalanco la habrían entregado a unos caciques de Tabasco. Desempeñó un papel esencial en la Conquista, al ser el puente comunicativo entre los españoles y los nahuas, primero mediante Jerónimo de Aguilar, el español maya hablante rescatado por Cortés. Una cadena comunicativa náhuatl-maya-español y español-maya-náhuatl se instauró al principio, antes de que Malintzin aprendiera “la castilla”. El emisor nahua se expresaba en su lengua, Malintzin traducía del náhuatl al maya; Aguilar del maya al español. Cortés respondía en español; Aguilar traducía del español al maya; Malintzin del maya al náhuatl.
Cortés alias Malinche
La importancia de Malintzin como eslabón entre los españoles y los indígenas fue tal que Cortés era referido entre los nahuas como “Malinche” (Malintze), es decir en náhuatl “dueño de Malintzin”. El morfema –e, adjunto a un sustantivo, establecía una relación de posesión. Malintzine o, en forma abreviada Malintze, era Cortés. No queda claro en qué momento el nombre “Malinche” se trasladó de Cortés a Malintzin, generando asimismo el concepto de “malinchismo”. Sea como fuere, en la interioridad de Malintzin convergían tres lenguas: náhuatl, maya y español, con la fisión o fusión de ideas y valores que la práctica de cada una implicaba.
Los nahuatlismos en el español de México
A lo largo de 500 años, la lengua náhuatl fue invadiendo la lengua del conquistador con legiones de palabras y de modismos. Señalaré aquí tan sólo algunos ejemplos de la relación mutua que se estableció desde los primeros momentos entre el español y el náhuatl, remitiendo a la obra antes citada para un estudio más profundo del tema.
Los nahuatlismos “crudos”
La exuberancia léxica náhuatl referente a la flora y a la fauna era tal que, hasta el día de hoy, muchas palabras náhuatl que las designan se mantuvieron en el español de México, como nahuatlismos “crudos” o ligeramente hispanizados pero rara vez traducidos. Un ejemplo de ello lo es el nombre de algunas flores: oceloxochitl, ocoxochitl, centzonxochitl, huacalxochitl, matlalxochitl, cempoalxochitl; de hierbas: xihuitl, malinalli; de plantas: metl, mezcalli, papaloquilitl, mexixquilitl; de árboles: ahuehuetl, pochotl, tepezcohuitl, vocablos que constituían una flora fonéticamente táctil que se atoraban en el paladar de los hispanos recién llegados.
En cuanto a la fauna, pululaban los nombres de animales desconocidos por los españoles: tlacuatzin, mapachtli, coyotl, ocotochtli, cuauhcuetzpalin, techichi; aves como el quetzaltototl, el centzontli, el zacuan, el tzinizcan, el coyoltototl, el cuicacochi, el cuixin, el tlauhquechol, el elotototl, el toztli, el huitzitzillin, la huilotl, el tzanatl; peces como el amilotl, el michzacuan, el tentzonmichin; un anfibio misterioso: el axolotl; otro mitológico: el ahuitzotl; sin olvidar las serpientes: cincoatl, mazacoatl, petlacoatl, xicalcoatl, tzolcoatl, chimalcoatl, entre otros ofidios.
El nombre de los pueblos era asimismo impronunciables por los españoles: Coatzacoalcos, Chalchicueyecán, Ahuilizapan, Huexotzinco, Cuetlaxcoapan, Zacatlán, Tzinacapan, Iztapalapa, Texcoco, Azcapotzalco, Xochimilco, Tenochtitlán, cambiaban de registro fonético en boca de los españoles. Para citar tan sólo dos ejemplos, Cuauhnáhuac, Huitzilopochco y Tenochtitlán, se volvieron Cuernavaca, Churubusco y Temixtitán, respectivamente.
En cuanto a los vocablos Tenochtitlán, Teotihuacán, Tehuacán, Coyoacán, etcétera, el hecho de que los acentos eran varios, de acuerdo con fray Andrés de Olmos; muy leves, según lo expresó fray Alonso de Molina y que, según el gramático jesuita de filiación indígena fray Antonio del Rincón, la vocal de la última sílaba era larga y se pronunciaba en un tono bajo, hizo que los españoles confundieran la cantidad vocálica de la última sílaba con la sílaba levemente acentuada y pronunciaron de manera aguda palabras que podría haber sido llanas (graves).
La evangelización trajo las primeras nupcias onomástico-toponímicas entre el náhuatl y el castellano: San Martín Texmelucan, Santa Ana Tlacotenco, San Miguel Tzinacapan, San Andrés Cholula, San Francisco Ixquihuacan, San Gabriel Chilac, la Magdalena Mixhuca, etcétera.
Lo mismo ocurrió con los nombres propios de los indígenas bautizados a los que se le añadían un nombre español: Melchor Acolnáhuacatl, Carlos Ometochtli Chichimecatecuhtli, Juan Diego Cuauhtlahtoa, etcétera.
Los nahuatlismos hispanizados
En el curso de la historia, el español se enriqueció con una aportación sustancial de la lengua náhuatl al castellano. Palabras y formas genuinamente mexicanas de expresarse, las cuales correspondían a una manera de pensar y de ser propia de los pueblos originarios, se infiltraron en la lengua ibérica. En un ámbito léxico, palabras como “achichincle”, “cuilotes”, “itacate”, “chiquihuite”; con sufijos diminutivos como “molotitos”; giros frásticos como “se me hizo tarde” (topan oteotlac) “quiere llover” (quiahuiznequi) se usan cotidianamente en México.
La palabra “achichincle” es la hispanización del vocablo náhuatl achichinqui, literalmente “el chupador de agua” el cual designaba al joven que acarreaba con cubetas el agua que las paredes de las minas rezumaban. El ir y venir incesante del achichinqui se aplicó metafóricamente a la persona que iba y venía para efectuar las tareas menudas que le eran encomendadas.
Los “cuilotes” son las varas delgadas que se usan para construir el huacal. La palabra se usa para referirse a alguien extremadamente flaco.
El “itacate” (itacatl) es la comida que uno se lleva de viaje, o la comida concedida por la anfitriona, que un comensal se lleva de regreso a su casa después de una invitación a comer o a cenar.
El “chiquihuite” (chiquihuitl), es un cesto o canasta en la que se suelen poner alimentos, generalmente tortillas o pan.
El “molote” por su forma redonda, parecida al pajarito regordete del mismo nombre molotl, vino a designar los tamales en forma de bola y al chongo que las mujeres configuran con su cabello.
El doble posesivo
En náhuatl, el genitivo se formaba con un nombre propio o común, más el elemento poseído, construido en forma gramaticalmente posesiva. Por ejemplo: Huitzilopochtli icuic “el canto de Huitzilopochtli” (literalmente “Huitzilopochtli su canto”). Al integrar la preposición castellana “de”, la forma posesiva náhuatl generó una redundancia gramatical típica del español popular de México. La expresión “su coche de mi hermano” es un ejemplo de ello.
Forma de hablar, manera de pensar y de ser
Suavizar una expresión verbal en un acto de comunicación mediante sufijos diminutivos es típicamente mexicano. Esta manera de expresarse en español se origina en la manera de hacerlo en náhuatl. En efecto, los nahua hablantes solían (suelen) colocar un sufijo diminutivo a ciertas unidades gramaticales, en general los sustantivos, para suavizar una afirmación. En el caso de molotes, por ejemplo, el diminutivo “molotito” reproduce en castellano el sufijo diminutivo-afectivo-honorífico náhuatl –tzin (molotzin), típico del habla indígena.
En cuanto a los giros frásticos, numerosas son las expresiones que se originan en la lengua náhuatl. Por ejemplo la frase “se me hizo tarde”, corresponde probablemente a la locución náhuatl topan oteotlac, literalmente “sobre nosotros se metió el sol”, es decir “sobre nosotros atardeció”, fórmula impersonal que parece exentar al que la expresa de la responsabilidad de llegar tarde. Sería en este caso el tiempo que hubiera alcanzado a la persona. Cabe recordar aquí que, en un contexto cultural indígena prehispánico, existía la creencia que se podía retrasar la puesta del sol con ciertos rituales. El padre Sánchez de Aguilar refiere el caso de un indígena maya quien, al constatar que iba a llegar tarde a su pueblo, clavó una piedras en un árbol para frenar el ocaso del sol, es decir detener el tiempo.
Los hispanismos en la lengua náhuatl
El contacto prolongado del castellano con el náhuatl hizo que muchas palabras, aspectos morfológicos y giros frásticos españoles permearan la lengua autóctona.
Tlein (tlen) “¿qué’” utilizado como pronombre relativo o preposición
Las bisagras, que son las preposiciones entre las palabras en español, fueron integradas en las frases nahuas generando una alteración prosódica y un cambio en la configuración del sentido:
-tlen se usa como la preposición “de”: Intlahtol tlen tlapolohque, “La palabra de los vencidos”; Quinechicoa intequiyo tlen eyi mahuistic tlacah, “Reúne las obras de tres grandes hombres”.
-tlen (tlen) “¿qué?” en náhuatl, se usa también ahora como el pronombre relativo “que”: Se tlamantli tlen nicasic…”, “Una de las cosas que encontré…” (Natalio Hernández, en El despertar de nuestras lenguas).
-tlen “para”: Nican tictemoa yancuic ohtli tlen totlahtolhuan, “Aquí buscamos un Nuevo camino para nuestras lenguas”.
A veces la traslación lingüística calca totalmente una expresión española y genera un sintagma que no corresponde a la expresividad náhuatl: ¡Tlen cualtzin! , “¡Qué bonito!”
La estructuración verbal nativa sufrió en esto un serio desgaste con las embestidas translingüísticas de las preposiciones y pronombres relativos españoles los cuales indujeron una tipología de oraciones ajena a la dinámica original de la lengua.
Verbos castellanos nahuatlizados
Kigrabaroa... “(Se) lo graba”… (San Miguel Tzinacapan.)
Este verbo castellano integrado a la morfosintaxis náhuatl consta de:
– el morfema pronominal complemento Ki (Qui-).
– el verbo castellano “grabar”.
– una desinencia oa correspondiente a algunos verbos en náhuatl (presente) y que se va a volver la desinencia arquetípica, en muchas comunidades, de los verbos castellanos integrados a la lengua náhuatl.
Sustitución de los afijos direccionales por una forma progresiva
El morfema direccional (en el tiempo y el espacio) –tiuh fue sustituido por una forma progresiva del verbo:
Nitequititiuh “voy a trabajar” (con el morfema direccional -tiuh).
Niyauh nitequitiz “voy a trabajar”, literalmente “yo voy yo trabajaré”, equivalente a “yo voy a”.
Esta última forma se encuentra frecuentemente en diversas comunidades y representa sin duda una modalidad española de expresión adaptada a la lengua náhuatl. Muestra una tendencia a separar las unidades correspondientes a la construcción gramatical del futuro.
Sustitución de una forma sintética por otra analítica
En este mismo orden de ideas, se observa una tendencia a sustituir las formas polisintética (aglutinantes), propias del náhuatl clásico, por formas aislantes:
nicchihuaznequi, literalmente “yo lo hacer quiero”, una frase en español pero una sola palabra en náhuatl. La forma alterna más empleada hoy en día es: nicnequi nicchihuaz, es decir literalmente “yo lo quiero, yo lo haré” lo que corresponde a “yo lo quiero hacer”.
Esta segunda forma, resultado de una influencia de la sintaxis española sobre la lengua náhuatl, tiende a aislar los elementos que constituyen el sintagma verbal.
Ambigüedades semánticas
La ambigüedad semántica de ciertas palabras castellanas produjo, por analogía, cambios léxicos en náhuatl. Tal es el caso del verbo “querer”.
Hoy se emplea la locución nimitznequi en vez de nimitztlazohtla para “te quiero”, en el sentido de “yo te amo”. La voz nequi significa “querer”, con el sentido de “desear” algo. Remite a la volición y no al amor. La ambigüedad semántica del verbo “querer” en español generó este cambio.
La compenetración léxica y gramatical del español y del náhuatl fue y sigue siendo un mestizaje cultural característico de la mexicanidad. En un momento en que el náhuatl, como otras lenguas vernáculas de México, está en peligro de extinción, el bilingüismo del indígena nahua hablante es probablemente la condición sine qua non de la vigencia de su lengua, de los paradigmas culturales que entraña y en última instancia, una forma de superar el llamado “trauma” de la Conquista.
FOTO: Fragmento del Códice Osuna, en el que puede observarse la interacción lingüística, representada por las volutas, entre el pueblo náhuatl y el virrey/ Crédito: Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca
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