La danza en la época de la banalidad
POR JUAN HERNÁNDEZ
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La expectativa generada por la participación de la Compañía Nacional de Danza de España en el 44 Festival Internacional Cervantino se vino abajo apenas se dio la tercera llamada y se elevó el telón en el Auditorio del Estado de Guanajuato. La otrora compañía de obras memorables se diluyó en la apuesta artística conservadora de su actual director José Carlos Martínez.
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El programa ofreció la obra Don Quijote, suite, coreografía de Martínez, quien se inspiró en las versiones de Marius Petipa y Alexander Gorski, y de la cual se esperaba un homenaje al espíritu de Cervantes, así como a su obra literaria máxima, pero no pasó de ser exhibición tediosa de la técnica de los bailarines clásicos.
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Poco quedó del prólogo y de los cuatro actos de Don Quijote, de Petipa, estrenado para el Bolshoi en 1869. Y si ya de suyo el ballet decimonónico puede resultar altamente monótono y soporífero, “adelgazar” aquella obra, para entretener de manera fácil al público contemporáneo, prende los focos de alerta respecto al rumbo que ha tomado esta compañía, la cual fue un referente de la danza mundial, entre 1990 y el 2010, bajo el liderazgo del célebre coreógrafo y bailarín Nacho Duato.
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Retornar al ballet tradicional de esta manera parece ir de la mano con el proceso de banalización de la cultura en el mundo actual, como ya lo ha señalado en su estupendo ensayo La civilización del espectáculo, el escritor y Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, así como Román Gubern en El eros electrónico, por mencionar sólo algunos pensadores.
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Es decir: la propensión a trivializar los productos artísticos para ofrecerlos en el mercado como cualquier otra mercancía, y renunciar a la exigencia de construcción conceptual que permita el ejercicio del pensamiento crítico y creativo, deja el camino libre a la complacencia y el entretenimiento insustancial.
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Pasar el rato viendo cómo los bailarines clásicos, con sus trajes de torero, peinetas, chongos, tutus de tul vaporoso y faldas de olanes, consiguen mantenerse sobre las puntas de los dedos, dar giros lanzando grandes patadas, y desplazarse por el escenario desafiantes de la gravedad, sin ninguna otra intención que la exhibición de los dotes que de atleta tiene todo bailarín que se respete, parece no tener otro fin que “matar el tiempo”.
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Durante 50 minutos, la “variación” de Don Quijote, de José Carlos Martínez, intentó darle a esta “obra” una identidad “más ibérica”; así que echó mano de elementos de la danza clásica española: llenó de olanes el vestuario, los bailarines lucieron trajes de luces, capotes bicolor (rosa y amarillo), resplandeció el terciopelo negro tamizados de rojo, se alzaron abanicos, panderos y castañuelas, y ya sólo faltó el toro y el ¡olé¡ para que el espectáculo quedara completo.
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La versión de Don Quijote, de Martínez, aqueja de solidez narrativa, así como de consistencia coreográfica para definir el espacio escénico como posibilitador de una experiencia digna de ser vivida, como habitantes de lo extra-ordinario.
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La pieza no hizo justicia a la obra de Petipa, por lo contrario, la demolió con este espectáculo, hecho a base de “copy paste”, desarticulado e insustancial. Del espíritu de Cervantes quedó casi nada; y el público, como era de esperarse, premió con aplausos las proezas físicas de los bailarines.
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En la segunda parte del programa —y quizá para afirmar la “versatilidad” de la Compañía Nacional de Danza de España— su director apostó por una obra más actual: Minus 16, de Ohad Naharin, que partió del vodevil y llegó a ofrecer algunos momentos sublimes. El corazón se aceleró con la escena en que los bailarines, sentados en sillas negras, colocadas en semicírculo, empezaron a mover sus órganos internos para intentar sobrepasar la superficialidad de la forma; y también cuando se interpretó el dueto de alto contenido erótico, que dejó sin aliento al auditorio. Pero como reza el dicho: “una golondrina no hace verano” y la pieza retornó a la superficialidad y a un sentido del humor chocante y pueril.
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El público aplaudió al ritmo de la música popular con la cual estaba familiarizado: cha-cha-chá, danzón y la canción “Somewhere over the rainbow”, que hiciera famosa Judy Garland, en El mago de Oz, película 1939, entre otras expresiones musicales. El “eclecticismo” tanto de movimiento como musical al que recurrió la Compañía Nacional de Danza de España buscó dejar una impresión de versatilidad y desparpajo. Tanto que el final del “show” subió al escenario a algunos espectadores a “participar” como parejas de los bailarines profesionales.
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De la otrora compañía deslumbrante, de propuesta arriesgada y provocativa, poco queda. Muy lejos anda la Compañía Nacional de Danza de España de ser aquella institución que marcó una ruta innovadora para el arte coreográfico, que la colocó como referente dancístico finisecular y de principios del siglo XXI. Sin embargo, la actuación de la agrupación fue el plato fuerte, en el rubro de la danza, del 44 Festival Internacional Cervantino.
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FOTO: La Compañía Nacional de Danza de España, dirigida por José Carlos Martínez, presentó Don Quijote, Suite, de José Carlos Martínez (inspirado en las versiones de Marius Petipa y Alexander Goski), con música de Ludwig Minkus, escenografía de Raúl García Guerrero, vestuario de Carmen Granel y coreografía del fandango de Mayté Chico, y Minus 16, coreografía de Ohad Naharin, en el Auditorio del Estado de Guanajuato, en el 44 Festival Internacional Cervantino, los días 13, 14 y 15 de octubre. / Cortesía Festival Internacional Cervantino
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