La Esmeralda: una exposición opaca
POR ANTONIO ESPINOZACon motivo de los setenta años de existencia de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda (INBA), de la ciudad de México, meses atrás se realizaron tres exposiciones celebratorias en las instalaciones de la institución, dentro del Centro Nacional de las Artes. La primera: Plan B, integrada por obras de la autoría de egresados de la institución. Fueron alrededor de 120 piezas, entre pinturas, esculturas, grabados y videos. La segunda: Jardín del desdén, individual de Silvia Barbescu, docente de La Esmeralda. Fue una instalación escultórica de carácter ecológico, integrada con grandes figuras de animales y plantas de peltre. La tercera: Apuntes litográficos, conformada con obras de alumnos de un taller impartido en La Ceiba Gráfica (Coatepec, Veracruz) por la propia Barbescu y otros dos profesores. Los festejos incluyeron un homenaje a Philip F. Bragar (Nueva York, 1925), pintor expresionista que estudió en La Esmeralda en los años cincuenta.
El festejo mayor por los setenta años de vida de La Esmeralda se presenta actualmente en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México. Se trata de la exposición La Esmeralda. 70 años, que incluye obra de 125 artistas (alumnos y maestros), además de 200 documentos (artículos periodísticos, cartas, invitaciones) relacionados con la escuela. Pareciera que las obras y los documentos exhibidos nos permiten apreciar la trascendencia de una escuela que ha formado numerosos creadores, entre los que se cuentan varias luminarias del arte nacional. Desafortunadamente, no es así: la muestra resulta fallida en lo esencial. Son numerosas las obras menores exhibidas que en nada favorecen a sus autores. La promesa de una muestra afortunada que parecen representar la escultura de Pedro Coronel (Raquel, 1943) y los cuadros de Diego Rivera y Frida Kahlo, se esfuma de inmediato. El recorrido de la exposición se vuelve tortuoso ante la evidencia de obras buenas y malas, juntas y revueltas.
He platicado con varios de los artistas participantes en la exposición, lo que me ha permitido saber cómo se hizo el proceso de selección de las obras. La curadora de la muestra, Luisa Barrios, consultó a maestros y ex maestros de La Esmeralda para que le dieran nombres de autores egresados de la escuela, con méritos para participar. Después se comunicó con los artistas más votados y les pidió que le mandaran imágenes de obras realizadas en su época de estudiantes. Finalmente, escogió las obras que más le gustaron para hacer la curaduría. (Ignoro si el proceso lo realizó también a la inversa: que consultara a los alumnos para que votaran por sus maestros). El resultado de esta “investigación” es por demás lamentable, empezando porque hay autores destacados que brillan por su ausencia: Agustín Castro López, Roberto Parodi, Luciano Spano…¿Los maestros no votaron por ellos?
Realizar una curaduría basada en lo que digan otros es una apuesta terrible. Luisa Barrios la hizo y perdió. Peor todavía: armó la exposición a partir de obras realizadas por los artistas en su época de estudiantes de La Esmeralda. Así tenemos que el cuadro de Philip F. Bragar es patético. Lo mismo sucede con las obras de otros artistas importantes: Gilberto Aceves Navarro, Fernanda Brunet, Rafael Coronel, Gustavo Monroy, Patricia Soriano, Germán Venegas, Nahum B. Zenil… El caso de Rocío Caballero es curioso, porque su cuadro (paráfrasis de una obra célebre de Rubens), fechado en 1990, no es malo, pero no se compara con lo que hace hoy, que es muy superior. Otro caso es el de Estrella Carmona. Su cuadro: Mobiliario arquetípico industrial (acrílico sobre tela, 2009) no puede ser de su época de estudiante, sino más bien de la época en que dio clases en La Esmeralda, poco antes de su prematura muerte, que todos lamentamos. El problema es que la obra dista mucho de estar entre lo mejor de su producción.
Benito el progresista
Ver “obra estudiantil” de artistas consagrados puede ser interesante, pero en el caso de la exposición del MAM el resultado está a la vista. Para colmo, el texto de Luisa Barrios que acompaña a la muestra y que se puede consultar en la sala que se encuentra al final del recorrido, está lleno de imprecisiones. Un ejemplo: al revisar la historia de La Esmeralda y hablar de la gestión como director de Benito Messeguer, Barrios se refiere a él como un artista de “ideas progresistas”. Afirma que su mandato (1973-1976) “significó un parteaguas para el desarrollo de la educación artística en México, pues sentó las bases de una visión internacionalista del arte”. Y no contenta con esto, señala: “Messeguer poseía un lenguaje más avanzado que el de la mayoría de sus contemporáneos de La Esmeralda. Participó en el movimiento llamado de Ruptura dentro de la abstracción y entendió el advenimiento del arte conceptual”.
Evidentemente, la curadora no conoce la biografía de este pintor, uno de los protagonistas de la famosa trifulca entre nacionalistas tardíos y jóvenes vanguardistas la noche del 2 de febrero de 1965 precisamente en el MAM, con motivo de la entrega de premios del Salón Esso. Messeguer se opuso a los artistas rupturistas. Decir que formó parte de la Ruptura, que tenía “ideas progresistas” y “una visión internacional del arte”, no es una tontería: es una falsedad. Fue un pintor más bien mediocre (tan mediocre como Rolando Arjona, quien le hizo grilla y ocupó su puesto en 1976) y afirmar que su lenguaje era más “avanzado” que el de sus contemporáneos, es como decir que éstos eran retrasados mentales. Sería bueno que Sylvia Navarrete pusiera más atención en lo que hacen sus curadores. El MAM no puede permitirse estos lujos.
*Fotografía: “Mobiliario arquetípico industrial” (2009), de Estrella Carmona/STEPHANIE ZEDLI.
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