La fascinante fauna de George Cuvier
En 1817, el científico francés publicó El reino animal, primera clasificación de las especies conocidas hasta ese momento que no respondía a una jerarquía divina que culminara con Dios y los ángeles, sino que partía de observaciones empíricas
POR RAÚL ROJAS
Le règne animal (El reino animal), de 1817, es la obra cumbre del célebre naturalista francés George Cuvier. Publicada inicialmente en cuatro volúmenes, representa una especie de abultada enciclopedia que cataloga a la multitud de animales de los que se tenía noticia en Europa hasta 1816. Cuvier los retrata en fascinante detalle y, lo que es más importante, los encuadra en un nuevo sistema de clasificación biológica de acuerdo con sus similitudes anatómicas. La taxonomía comparativa anterior a Cuvier ya había contribuído resaltando similitudes estructurales en el reino animal. Georges-Louis Leclerc, Conde de Buffon, había comenzado a catalogar al reino animal en diversos volúmenes de su Historia natural, sin lograr abarcarlo más que parcialmente.
Jean Léopold Nicolas Frédéric Cuvier era el nombre completo del autor de El reino animal. Nació en 1760, cerca de la actual frontera entre Francia y el sur de Alemania. El año de su natalicio es importante porque la efervescencia revolucionaria de fin de siglo conducirá eventualmente a la creación de nuevas instituciones científicas en Francia, de las que Cuvier llegará a formar parte. Será también consejero y funcionario público durante la era napoleónica, así como profesor en distintas universidades.
Para comenzar con lo más importante: Cuvier propuso una clasificación de los animales superior a la que había planteado antes Carlos Linneo, el llamado padre de la taxonomía. Aquel profesor sueco dividió inicialmente a todos los animales en cuadrúpedos, aves, anfibios, peces, insectos y “gusanos”. Sólo en ediciones posteriores de su tratado, el llamado Sistema natural, los cuadrúpedos se convirtieron en los mamíferos y los reptiles fueron incluidos entre los anfibios. Cuvier, por su parte, propone una nueva división en cuatro ramas principales: 1) vertebrados, 2) moluscos, 3) articulados (incluyendo crustáceos, arácnidos e insectos) y 4) radiados (celentéreos o pólipos). Los mamíferos, reptiles, aves y peces, por ejemplo, pertenecen todos a la rama de los vertebrados y, como el nombre lo indica, lo característico de todos ellos es que poseen una columna vertebral. A sus cuatro denominaciones principales Cuvier las llama “grandes divisiones”, las que se subdividen en clases, órdenes y familias, sucesivamente.
La clasificación en esas cuatro grandes ramas iniciales fue determinada por la idea de partida de Cuvier, que es utilizar los rasgos anatómicos más relevantes como base de la nueva tipificación. Linneo había aplicado un principio similar, en principio, pero su clasificación del reino animal parece hoy más fortuita. Por ejemplo, Linneo incluyó a los moluscos en la categoría de los gusanos (que serían todos los animales con cuerpos blandos). Para ordenar a las plantas, Linneo utilizó la morfología de los órganos reproductores, lo que ciertamente produce una clasificación, pero hasta cierto punto artificial.
De acuerdo con Cuvier, un organismo está constantemente modificando su composición al nutrirse de su nicho ecológico. Por eso, la “forma de un cuerpo vivo es más fundamental que su materia”, siempre cambiante. Dado el análisis anatómico más preciso que realizó Cuvier de cada uno de los animales, la clasificación que propuso nos parece más moderna. Pero bueno, no siempre, como evidencia el hecho de que el naturalista haya creado un casillero especial para los humanos, entre todos los mamíferos. Según Cuvier, los humanos serían “bimanos”, a diferencia de los “cuatro manos”, que serían los monos. Por eso dice Cuvier que “los humanos conforman un género único en su orden” y los separa claramente de lo que hoy se llama primates. La razón anatómica sería que los pies del humano son muy diferentes a los de los monos y toda la estructura ósea está supeditada al bipedalismo. Los humanos serían, desgraciadamente, “la única especie en guerra continua consigo misma”.
Una concepción central de Cuvier era que cada animal actúa en un nicho ecológico específico y la morfología de sus partes está especializada, como conjunto, para una determinada función. Es decir, hay una “correlación” distintiva entre cada órgano del animal. Un mamífero depredador con garras, por ejemplo, seguramente debería tener también una dentadura especializada para descuartizar a una presa. Un herbívoro necesita otro tipo de quijada y de sistema digestivo. Cuvier llama a esta necesaria correspondencia “el principio de la subordinación de caracteres”, porque “las partes de un organismo deben ser mutuamente convenientes”. Por eso, no todas las combinaciones anatómicas son posibles. El todo, es decir, la supervivencia en un nicho ecológico específico, determina el ensamblaje de las partes. Cada morfología animal es como un perfecto mecanismo de relojería y cada órgano sólo tiene sentido en relación al conjunto del sistema. Además, las características del organismo están jerarquizadas: algunas de ellas son “dominantes” y otras son “características subordinadas”. Esa relación proporciona una clave para después poder clasificar a los animales de acuerdo con la escala de importancia de sus rasgos distintivos. Por eso de Cuvier se decía que de un sólo hueso podía reconstruir toda la apariencia de un animal.
La clasificación de Cuvier del reino animal en cuatro ramas rompió con la clasificación “en escalera”, típica de los siglos precedentes. La concepción de la época anterior era que los animales se podían alinear a lo largo de una escala continua de complejidad creciente, hasta culminar con los humanos y lo divino. Es lo que en la época medieval se llamó la “gran cadena de la vida”, con Dios y los ángeles en la cúspide, y después los humanos, animales, plantas y minerales, todos alineados a lo largo de una escala de importancia. Esta concepción se remonta a Aristóteles y fue retomada por la filosofía escolástica para distinguir entre animales “superiores” e “inferiores”.
Por eso la clasificación de Cuvier no es lineal, sino que procede como por escalones sucesivos. Tampoco se trata de un árbol genealógico de especies, como los que tenemos hoy. Para Cuvier, los mamíferos, reptiles, aves y peces, por ejemplo, son “compartimientos” de los vertebrados, pero no hay un orden de descendencia entre ellos (hoy sabemos que los tres primeros grupos descienden de los peces). Los compartimientos son “cerrados”, es decir, las especies individuales contenidas en ellos pueden alcanzar un alto grado de complejidad y se encuentran al mismo nivel de la clasificación, como los capítulos de un libro. Claro que hay una gran diferencia entre concebir al reino animal como una gran cadena (scala naturale) o como un árbol genealógico de especies. Cuvier ocupa aquí un nivel intermedio, ya que aún no contaba con una teoría de la evolución, pero sus conclusiones apuntan hacia lo que serían más tarde los árboles filogenéticos.
Cuvier explica cómo llegó a sus cuatro divisiones del reino animal al ir considerando todos los aspectos fisiológicos de importancia, como son “la organización de los órganos motrices (y sensoriales), la distribución de la masa nerviosa y la energía del sistema circulatorio”. Para los vertebrados, lo definitorio es que poseen un cráneo y vértebras. Entre ellos se puede detectar un “plan común, lo mismo en el hombre que en el último de los peces”. En el caso de los moluscos, por el contrario, los músculos se conectan sólo a la piel y el sistema nervioso está protegido por una envoltura blanda. En estos animales sólo es posible encontrar órganos digestivos y sensoriales, así como respiratorios y para la circulación, es decir, los órganos más básicos. Cuvier señala (quizá refiriéndose a Linneo) que él es el primero en tratar a los moluscos como una rama especial de los animales.
La tercera gran división del reino animal es la de los “animales articulados” (que incluye a los insectos), es decir, aquellos que se distinguen por un sistema nervioso organizado alrededor de ganglios, uno de los cuales es el cerebro. Su tronco consiste en una serie de segmentos anulares, a los cuales se conectan miembros para la locomoción, que, sin embargo, a veces están ausentes. Su sistema respiratorio consiste en tráqueas que permiten la circulación del aire a través del cuerpo para que las células puedan absorber oxígeno. Finalmente, la cuarta gran división sería la de los “animales radiados”, que se distinguen por no tener una simetría bilateral sino radial. Su sistema nervioso no es fácil de diferenciar y poseen pocos órganos sensoriales. Los más inferiores de ellos parecieran ser “una pulpa homogénea, móvil y sensible”.
Curiosamente, Cuvier no era partidario de ninguna teoría de la evolución. En su época ya Jean-Baptiste Lamarck había propuesto que las especies se modificaban a lo largo del tiempo. Pero como para Cuvier cada animal estaba completamente especializado para poder habitar un nicho particular, no concebía cómo podría haber “saltos” de una rama taxonómica a la otra, o cómo podría darse una lenta evolución de características anatómicas. Cuvier afirma que “ciertas formas se han perpetuado desde el origen de las cosas… y constituyen especies”. Estas formas “ni se constituyen ni cambian por sí solas, la vida presupone su existencia”. Cualquier modificación, aunque menor, seguramente llevaría a la extinción. Según Cuvier, la especialización extrema se habría mantenido inmutable hasta la época moderna.
Y ahí sí que hay una gran contradicción. A Cuvier se le considera el padre (o uno de los padres) de la paleontología, ya que fue el primero en examinar detalladamente fósiles de animales para demostrar que muchos de ellos son diferentes a las especies aún existentes. Es decir, esos animales habían desaparecido tras “catástrofes” que los habrían aniquilado. Cuvier llegó a esas conclusiones analizando los dientes y huesos de varias especies de elefantes, y comparando también con los dientes de mamuts. Postulaba, por eso, que habría habido extinción de especies a lo largo de la historia de la tierra. Es decir, sólo pérdida, nunca adición, a través de los siglos. Décadas después, Charles Darwin estudiaría a Cuvier y estaría de acuerdo en que ha habido pérdida de especies, pero demostraría que aparecen otras que pueden ocupar los nichos ecológicos liberados por los animales extintos.
Vale la pena comparar la clasificación que hace Cuvier de los vertebrados con el árbol evolutivo que tenemos hoy. Cuvier los divide en mamíferos, aves, reptiles y peces. Incluye a los anfibios entre los reptiles. Pero hoy en día a los peces se les separa de los tetrápodos, que son los anfibios, reptiles, aves y mamíferos. Los anfibios son diferentes a las últimas tres clases, llamadas amniota, es decir, aquellos animales que protegen al embrión con una envoltura de cuatro capas. Entonces, para Cuvier los anfibios constituían un compartimiento especial de los reptiles, pero hoy sabemos que los anfibios se separaron de los amniota muy temprano. Es decir, en el árbol genealógico de la evolución los reptiles están más cerca de las aves que de los anfibios. También sabemos que la protección del embrión con membranas es una diferencia anatómica importante, pero es quizás una no tan obvia en el siglo XIX.
Dorinda Outram ha escrito que la clasificación de Cuvier está basada en tres principios filosóficos. El primero de ellos sería considerar a la vida como una lucha contra las leyes de la física y de la química del mundo inanimado. Un ser vivo, por ejemplo, se puede levantar contrarrestando la gravedad y modifica su composición interna en contra de los gradientes de difusión de elementos químicos. El segundo principio sería que los seres vivos están perfectamente adaptados a su entorno. Pero esta adaptación no tendría una explicación teleológica, como si ese fuera un objetivo del ser vivo, sino una explicación de armonía interna de sus partes. Es sólo porque todos sus órganos concuerdan entre sí que la adaptación al medio ambiente se da como efecto más que causa. Es un poder interno del ser vivo, no un poder del entorno sobre el animal. El tercer principio sería la ya mencionada subordinación de características.
Para obtener su método de clasificación, Cuvier pasó muchos años reflexionando sobre cuál sería la jerarquía correcta de subordinación. Eligió la capacidades motrices y sensoriales como las más importantes para separar, primero, a los animales de las plantas. Debajo de ellas vendrían los sistemas circulatorio y reproductivo. Aún en 1797, estaba ponderando que la nutrición y el movimiento serían lo primario y la percepción lo secundario. Para 1812, concluyó que el aparato motriz serviría para diferenciar entre plantas y animales y el sistema nervioso para subdividir los compartimientos animales. Para Cuvier lo más importante era que cualquier jerarquía adoptada pudiera estar respaldada por numerosas observaciones.
El reino animal de 1817 fue así, no el fin de la historia de la taxonomía, sino un paso intermedio muy importante. Los escalones de niveles de animales propuestas por Cuvier apuntan ya hacia la necesidad de estructurar a todas las especies en árboles evolutivos. Pero para ello había que recabar más datos, continuar llenando las gavetas de los museos de especímenes y experimentar con diversas formas de catalogarlos. Al haber elegido los “planes de construcción”, es decir la anatomía, para poder clasificar a los animales de acuerdo a sus características primarias y secundarias, Cuvier preparó el terreno para la irrupción posterior de Darwin, uno de sus ávidos lectores.
FOTO: Retrato de George Cuvier realizado por el pintor neoclásico François-André Vincent /Crédito de foto: Especial
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