La fe mueve montañas y reconstruye templos
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Cinco meses después del sismo del 19 de septiembre, los pobladores de Amecameca habían levantado el campanario y reparado el templo del Señor del Sacromonte. Quedaba listo así para recibir a sus peregrinos en la celebración del Miércoles de Ceniza
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POR ABIDA VENTURA
Amecameca, Estado de México. El cascabeleo de las sonajas y de las semillas que cuelgan en sus tobillos se mezclan con el imponente sonido del caracol. Mientras un grupo de danzantes esparce incienso hacia los cuatro puntos cardinales, otro repite un coro una y otra vez: “Ponte tu corona de flores del monte, para darle gracias al Señor del Sacromonte”.
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Es Miércoles de ceniza y el Señor del Sacromonte está de fiesta.
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En una explanada frente a la entrada del santuario de este Cristo negro del siglo XVI, ese grupo de danza ritual integrado por campesinos de Milpa Alta, al sur de la Ciudad de México, ofrece su baile y cantos al “Ser supremo, dador de la lluvia, de la fertilidad de las tierras”.
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En el camino procesional que conduce al cerro donde se ubica este centro religioso, uno de los más importantes del centro de México junto al de Chalma, los Remedios y el del Tepeyac, transitan peregrinos católicos que llegan de los pueblos aledaños o desde otros estados. En sus manos llevan ramos de flores, coronas de palma. Las más jovencitas adornan sus cabellos con coronas de flores. En el camino se detienen para que los sacerdotes les pongan la cruz de ceniza en la frente.
Son las 10 de la mañana. En el horizonte apenas se asoman los volcanes entre una neblina. Aun así el sol ya pega duro sobre los peregrinos que suben hasta el cerro para pagar alguna manda o depositar ofrendas al Cristo negro de caña que desde finales del siglo XVI reside en una cueva y baja todos los Miércoles de ceniza al pueblo para peregrinar entre los barrios. Pero este año todo ha sido diferente, pues tanto su casa en el cerro, como la Parroquia de la Asunción, la iglesia del centro del pueblo donde se hospeda en Semana Santa, quedaron dañados tras el sismo del 19 de septiembre de 2017.
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Los orígenes del culto a este Santo entierro se remontan hasta finales del siglo XVI, y aunque a lo largo de los siglos el rito ha tenido sus modificaciones, el fervor hacia este Cristo milagroso se ha mantenido hasta nuestros días. Por eso, cuando aquel fatídico día de septiembre los pobladores de Amecameca presenciaron desde la plaza las columnas de polvo que se elevaron desde el cerro, temieron lo peor. “Fue una sensación de bastante tristeza”, dice Demetrio Herrera, voluntario en la Parroquia. El estrepitoso ruido que precedió a los movimientos confundió a todos. “Pensamos que era el volcán porque se escuchó igual”, recuerda. Pero con el primer jaloneo, una gran nube de polvo surgió en lo alto del santuario.
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“Pensamos que se había caído todo”, añade Roberto Conde, presidente de la Asociación Sacromonte Chalchiuhmomotzco, un grupo de campesinos que cuida y protege la flora y la fauna de ese cerro sagrado que en tiempos prehispánicos estuvo vinculado a Tezcatlipoca, el señor mexica del cielo y de la tierra. “Es importante el cerro y el santuario porque mucha gente viene a pedir agua, ayuda espiritual, salud, el conocimiento para curar, es un lugar muy espiritual. Nosotros los campesinos siempre venimos a pedir permiso para sembrar”, subraya.
Ve el video sobre el Miércoles de Ceniza en el Santuario del Señor del Sacromonte.
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El 19 de septiembre en el centro de Amecameca se desplomaron unas 40 casas de adobe. Sus principales calles parecían zona de guerra. Algunos habitantes acudieron al rescate de los damnificados; otros no dudaron ni un segundo en correr hacia el cerro para ver cómo había quedado su santuario. El campanario estaba totalmente destruido, los escombros quedaron desperdigados por todo el patio; las grietas en su fachada parecían dibujar una telaraña sobre las paredes. Pero el lugar donde reside el Cristo, una pequeña cueva sobre la que se construyó el templo, estaba intacta. La vitrina donde reposa, también.
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En una primera etapa de rescate, con recursos de Apoyos Parciales Inmediatos (API) que otorgó el Fondo de Desastres Naturales a través del INAH, la población liderada por el padre Esteban Flores retiró escombros, apuntaló áreas dañadas y mandó arreglar a un taller de fundición local una escultura de Fray Martín de Valencia que peridó un brazo.
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Abajo, en la Parroquia de la Nuestra Señora de la Asunción, montaron un espacio improvisado para las misas en la explanada del templo. El padre Esteban Flores convocó a los feligreses a cooperar para recuperar pronto sus templos dañados, pues el diagnóstico y las recomendaciones de los especialistas del INAH fue contundente: el Señor del Sacromonte no sale de su santuario en Miércoles de ceniza. Si bien la imagen no sufrió daños directos por el sismo, el Instituto recomendó no bajarlo como tradicionalmente se hace cada año, debido a su frágil estado de conservación y ante la falta de las condiciones adecuadas para alojarlo en alguno de los templos del pueblo.
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Además, por el severo daño que sufrió la capilla de la Gualupita, ubicada a unos metros del santuario, el INAH prohibió el uso de cohetes y pirotecnia para cualquier festividad, especialmente para el Miércoles de ceniza, que es cuando cientos de peregrinos inundan el pueblo, suben al cerro y llenan el cielo de pólvora.
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Conscientes de que el proceso de recuperación de sus templos tomaría tiempo y previendo la fiesta del Señor del Sacromonte, una fecha crucial para la identidad y la economía de todo el pueblo, los mayordomos y grupos religiosos encabezados por el padre se movilizaron para levantar el santuario. Además de las colectas que hacen todos los domingos, organizaron kermeses y convocaron a la población a donar. “Nos donaron electrodomésticos, televisiones y otros aparatos. Con eso hicimos rifas. Gente devota al Cristo vino a hacer donativos”, cuenta Érick Rodríguez Mirafuentes, seminarista de la Parroquia de la Asunción.
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Hasta el cerro comenzaron a llegar poco a poco bultos de cemento, cargas de grava, varillas, herramientas de construcción. Arquitectos e ingenieros del pueblo se unieron al llamado y crearon un cuerpo técnico para evaluar los daños del edificio y atenderlos con la supervisión del INAH. Uno de esos voluntarios es el ingeniero Eduardo Meléndez, quien dirige el proyecto: “Nos reunimos sin ningún afán de lucro; acudimos porque desde hace muchos años no habíamos visto un trabajo como éste: ver a una cabeza trabajando y moviendo todo. El liderazgo fue del padre Esteban que nos motivó a todos. No hemos recibido todavía los recursos, pero la comunidad ha invertido para esto”, expresa entre el ruidero de las obras.
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Es martes 6 de febrero y para la fiesta principal del pueblo sólo falta una semana. En el santuario una cuadrilla de trabajadores cambia el piso; otros trabajan en el campanario, trepados en los andamios. Ahí están todos, trabajando para que el recinto esté listo para el gran día. “Si esperamos a que el gobierno nos resuelva todo, estamos mal. Si podemos empezar a trabajar y a solucionar las cosas con lo que está en nuestras manos podemos cambiar y hacer bien las cosas. Mi idea principal fue apoyar en lo que se pudiera, por eso estoy aquí”, dice Meléndez.
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Ese trabajo rindió frutos y para vísperas del Miércoles de ceniza, el 14 de febrero pasado, todo estaba listo para recibir a los peregrinos. El campanario volvió a ponerse de pie; las grietas en la fachada se trataron y el arco principal de color rojo pasó a un blanco con acabados grises. “Todo se hizo conforme a las normas que nos dio el INAH”, defendía la intervención el ingeniero Meléndez.
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El día de la fiesta, en el centro pueblo, las principales calles se llenaron de puestos de comida, artesanías y productos diversos. Los organizadores de la fiesta y personal de la Parroquia reportaba una disminución en la asistencia de los peregrinos, pero los más fieles devotos no faltaron a su cita con el Señor del Sacromonte. “Este es un lugar especial para Miércoles de ceniza, luego está Chalma, tenemos nuestras fechas apartadas para visitar a cada imagen”, expresaba Óscar, un joven de Xochimilco, después de persignarse con un ramo de flores y aventarlo a un altar de piedras en la entrada de la cueva, a manera de limpia.
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Afuera del santuario, diversas agrupaciones de concheros clamaban con danza y cantos por la lluvia y las buenas cosechas. Este Miércoles de Ceniza no hubo peregrinación en las calles del pueblo ni cohetes que retumbaran, pero el espíritu de la festividad no mermó.
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Luis Antonio Huitrón Santoyo, delegado del INAH en el Estado de México, describe la labor de la comunidad de Amecameca como un trabajo ejemplar y como una muestra de la participación que los pueblos están teniendo en el trabajo de reconstrucción de sus templos afectados por los sismos, esos espacios de identidad, ritualidad y convivencia.
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“INAH estuvo al pendiente de la restauración del santuario. Desde el inicio establecimos los lineamientos y se dieron las condiciones para que el rescate se pudiera hacer de una manera mucho más rápida de lo que se puedo haber hecho”, explica vía telefónica.
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“Las instituciones aportamos nuestra condición normativa, la organización social y el pueblo posibilitó los recursos tanto financieros como el trabajo voluntario. Y fue así como el Miércoles de ceniza, el santuario del Señor del Sacromonte abrió sus puertas para que se diera inicio a este ciclo tan importante en las festividades de la Semana Santa”, dice el funcionario.
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Y es que durante Cuaresma y Semana Santa, es desde este recinto religioso donde la comunidad católica inicia un ciclo de festividades que se extienden hacia otros santuarios, como el de Chalma, o el de Tepalcingo y Mazatepec en Morelos.
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Por siglos, las peregrinaciones de Cuaresma que se realizan en Amecameca han marcado el inicio de las fiestas populares más representativas de esa región. Por ello, para los habitantes de este pueblo en la falda de los volcanes era crucial la recuperación de este santuario que guarda una dimensión sagrada, espiritual, incluso para los graniceros de la zona, esos hombres propiciadores de lluvia. El sitio se convierte también en un detonante para que el pueblo se vista de fiesta en Semana Santa, un evento popular en donde participan todos, creyentes o no.
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“Los templos, los recintos religiosos, son espacios de integración social y de ritualidad colectiva, lugares donde se desarrollan las manifestaciones culturales de una comunidad”, apunta Fernando Hidalgo, cronista y promotor cultural en Morelos.
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“Los templos son las sedes de las actividades de las cofradías, de las fiestas populares que se desarrollan conforme a un calendario litúrgico que en la mayoría de los casos, a pesar de ser católico, tienen que ver con tradiciones que vienen desde la época prehispánica”, refiere.
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Son también centros de convivencia, independientemente de la creencia religiosa de los habitantes de un territorio. Añade: “La gente se encuentra en el atrio de la iglesia, no sólo para las clases de catecismo, también para la comunicación intersocial, para la resolución de problemas; en algunos pueblos de Morelos, los consejos de ancianos se reúnen en las capillas barriales”.
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Tras el sismo del 19 de septiembre, muchos de esos espacios de ritualidad y encuentro quedaron devastados. La gravedad de algunos de esos sitios trastocó la vida comunitaria y ritual de las comunidades, pero esta contingencia también ha demostrado que las comunidades siempre buscarán cómo resolver y recrear esos espacios de ritualidad, señala el también artista y cronista en Cuernavaca: “En un pueblo de Morelos nos tocó ver que se armó la capilla en el patio de la casa de un señor y el campanario se improviso con una torre de andamios de construcción. Ahí se puso la campana”.
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Fernando Hidalgo apunta que gran parte de las festividades populares que se desarrollan en torno al calendario litúrgico se realiza en las calles, en las plazas principales, pero advierte que hay algunas, como las de Semana Santa, que sí requieren de su espacio sagrado, en los atrios o sitios de templos que hoy siguen devastados.
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“Por ejemplo, en Atlatlahucan (Morelos), el convento tiene una calle donde cada año se representa el Viacrucis y ahora no se podrá hacer ahí por los daños, y eso será gravísimo para la comunidad, todavía no saben cómo resolverlo”, dice.
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Según el historiador Gustavo Garibay, para la mayoría de las comunidades sí hay una distinción entre monumento histórico y espacio sagrado.
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“El espacio sagrado lo determina la comunidad. De ahí la carga emotiva y simbólica de los espacios. Si te das cuenta, la gente no construyó capillas en otros sitios, en canchas o en terrenos a la afueras de la comunidad. Echaron manos de sus recursos, de su espacio sagrado, a diferencia del orden secular, que salió de los espacios laicos para construir o utilizar espacios públicos como albergues. Para las comunidades esos espacios sagrados entraña el corazón de la comunidad”.
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“La fe mueve montañas y también reedifica templos”, dice el historiador.
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La prueba está en la reconstrucción del santuario del Señor del Sacromonte en Amecameca.
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FOTO: El sismo del 19 de septiembre de 2017 derrumbó el campanario y ocasionó grietas en el Santuario del Señor del Sacromonte. Este centro religioso es uno de los más importantes del país, junto con el Señor de Chalma y la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México. / Alejandro Acosta / EL UNIVERSAL
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