“La fuga de Siberia en un trineo de renos”: un fragmento de los diarios de juventud de León Trotsky
Fragmento de La fuga de Siberia en un trineo de renos, diario juvenil del revolucionario, publicado por primera vez en español y presentado por Leonardo Padura. Traducción: Irina Chernova
POR LEÓN TROTSKY
La ida
Fragmentos de cartas
3 de enero de 1907
Llevamos ya dos o tres horas en la cárcel transitoria. Tengo que confesar que me causó un gran desasosiego abandonar mi catre en la preventiva. ¡Con lo acostumbrado que estaba a aquel calabozo diminuto en el que se trabajaba tan a gusto! Los reos sabíamos que en la cárcel transitoria nos mantenían a todos en el mismo barracón. ¿Acaso existe algo más angustiante? Y después… toda esa mugre con la que ya estoy familiarizado, el alboroto y el desvarío del camino por etapas. Saber cuánto tardaremos en llegar al sitio. Saber cuándo regresaremos. En fin, ¿no habría sido mejor quedarme en la celda 462 leyendo, escribiendo… esperando? Como bien sabe usted, incluso mudarse de departamento supone una proeza moral para una persona como yo. Ni qué decir tiene: la mudanza de cárcel a cárcel es un tormento mucho mayor. Nueva administración, nuevas tensiones, nuevos esfuerzos destinados a granjearse un trato no muy desfavorable… Me espera un incesante aquelarre de funcionarios, desde los administrativos de la cárcel transitoria de Petersburgo hasta el guardián de la aldea siberiana a la que seré desterrado. Ya hice este camino una vez y me dispongo a repetirlo sin demasiado entusiasmo.
Lee la presentación de los diarios por Leonardo Padura
Fuimos traídos aquí de repente, sin aviso previo. En la antesala fuimos instalados a enfundarnos en el uniforme de reo. Realizamos ese procedimiento con una curiosidad pueril. Era entretenido ver a los compañeros con los pantalones grises, chaquetas grises y gorros grises. Eché en falta el clásico “as” (1) en el dorso. Nos permitieron conservar la ropa interior y el calzado que teníamos puestos. Con el vestuario renovado, nuestra ropa revoltosa irrumpió en el barracón…
Pese a los rumores agoreros, el trato de la administración es bastante aceptable, en cierto modo, incluso atento. Hay razones para suponer que no faltó una disposición especial: ¡vigilar con ojos de lince, pero sin provocar altercados!
La fecha de nuestra partida sigue siendo una gran incógnita: al parecer, temen manifestaciones de protesta e intentos de liberación por la fuerza a lo largo del camino.
10 de enero
Le escribo sobre la marcha del tren… Serán ya las 9 de la mañana.
Esta madrugada, sobre las 3:30, nos despertó el carcelero principal (¡la mayoría de nosotros, que hasta bien entrada la noche estuvimos absortos jugando al ajedrez, apenas nos habíamos acostado!) para comunicarnos que salíamos a las 6. Llevábamos tanto tiempo ansiosos por saber la fecha del viaje que, al ser anunciada tan repentinamente nos dejó… anonadados.
Todo lo que siguió se desarrolló según lo previsto. Confusos y apremiados, preparamos nuestras pertenencias. Acto seguido, bajamos a la antesala donde se habían agolpado también las mujeres y los niños. Fuimos recibidos por el convoy de registro apresuradamente nuestros bultos. Un encargado semidormido entregó nuestro dinero al oficial. Enseguida nos hicieron subir a los carruajes para presos y nos llevaron a la estación Nikoláievski con la escolta reforzada. Resultaba bastante llamativo que hubieran reclutado de urgencia a soldados moscovitas para realizar la vigilancia: por lo visto, ya no tenían fe en el convoy de Petersburgo. El oficial se mostró afable en recibirnos, pero sus respuestas a nuestras preguntas delataban una ignorancia apabullante. Aseveró que el encargado de supervisarnos y de despachar las órdenes correspondientes era cierto coronel de gendarmería, mientras que él, el oficial, solamente estaba comprometido a hacernos llegar a la estación. Desde luego, tal vez fuese mera diplomacia de su parte.
Llevamos una hora arriba del tren sin saber todavía adónde nos dirigimos: si vamos hacia Moscú o hacia Vólogda. Los soldados también lo desconocen. En el caso de estos, es cierto que no saben nada al respecto.
Tenemos a nuestra disposición un vagón separado, de tercera clase, muy bueno. Hay camas suficientes para todos. Para los equipajes se dispuso un furgón en el que, según el convoy, van los diez gendarmes que nos escoltan bajo el mando del coronel. Entramos al vagón con la impasibilidad de quien se preocupa en lo más mínimo por el itinerario: no importa por qué camino nos lleven, nos harán llegar adonde haga falta…
Resulta que nos dirigimos hacia Vólgoda: uno de los nuestros pudo adivinarla ruta ferroviaria por el nombre de la estación. Esto significa que dentro de cuatro días estaremos en Tiumén.
La gente se ve agitada. Tras trece meses de confinamiento, el viaje entretiene y estimula. Las ventanas están cubiertas con rejas, pero detrás de estas rejas hay libertad, hay vida y movimiento… ¿cuándo nos tocará volver por estos rieles?
11 de enero
Si bien el oficial del convoy es atento y amable, el equipo lo es por partida doble. Casi todos han leído el legajo judicial y nos tratan con una compasión enorme. Un detalle interesante: hasta el último minuto, los soldados ignoraban a quién escoltarían, y adónde. Por las precauciones con que los habían remitido inesperadamente de Moscú a Petersburgo, sospechaban que debían llevarnos a Shlisselburg para después ejecutarnos. En la sala de ingreso a la cárcel transitoria me di cuenta de que el convoy estaba sobresaltado y era inusualmente servicial. Ya en el tren descubrí el motivo… ¡Qué alegría sintieron al enterarse de que éramos diputados obreros condenados tan solo al destierro!
Los gendarmes que forman el convoy adicional nunca se dejan ver por aquí. Se ocupan de la vigilancia externa: acordonan los vagones en las estaciones, hacen de centinelas de puertas afuera y demás, pero, según parece, su tarea esencial consiste en observar a los escoltas. Por lo menos, eso piensan los propios soldados.
Nos avisan con anticipación, por telégrafo, sobre los suministros de agua potable, agua caliente para el té y provisiones. En este sentido, gozamos de todas las comodidades imaginables. No en vano el despensero de una estación cualquiera se hizo una noción tan exagerada acerca de nuestras personalidades que, con los custodios como emisarios, nos ofreció treinta ostras. Semejante ocurrencia nos resultó sumamente divertida; no obstante, optamos por renunciar al obsequio.
12 de enero
Nos estamos alejando cada vez más de ustedes. Desde el primer día, la gente se fraccionó en varias agrupaciones de carácter “familiar y convivial” y, debido a que el espacio en el vagón es limitado, cada una se desenvuelve aisladamente. Apenas el doctor(2) sigue sin afiliarse a ninguna: con la camisa arremangada, emprendedor e infatigable, se entremete con el resto.
Como usted sabe, tenemos cuatro niños en el vagón. Sin embargo, su comportamiento es impecable; es decir, uno se olvida de su existencia. Los lazos de amistad que los unen a los escoltas son asombrosamente estrechos. Los bestias de los soldados los tratan con una ternura inmensa.
***
¡Qué manera de vigilarnos! En cada estación hay gendarmes que acordonan nuestro vagón, y en las grandes interviene custodia suplementaria. Aparte de los fusiles, los gendarmes empuñan unos revólveres para intimidar a cualquiera que, por casualidad o bien para matar el tiempo, se acerque al vagón. En la actualidad sólo existen dos categorías de personas que pueden aspirar a semejante cortejo: “delincuentes” importantes y ministros célebres.
Tienen elaborada una táctica muy determinada con respecto a nosotros: la conocemos desde la cárcel transitoria. Por un lado, hay vigilancia incansable; por otro, hay caballerosidad en los márgenes de la ley. En esto se manifiesta el genio constitucional de Stolypin; empero, no cabe duda que va tarde o temprano va a fallar (3). La pregunta es qué fallará primero: ¿la vigilancia o la caballerosidad?
***
Acabamos de llegar a Viatka (4). Estamos parados. ¡Menuda recepción nos brindó la burocracia! Ojalá lo viera usted. A cada lado del vagón, hay media compañía de soldados distribuidos en filas. Más allá están los vigilantes con sus rifles detrás de las espaldas. Oficiales ispávniki (5), policías, etc. Los gendarmes se arriman al vagón, como siempre. En fin, parece un auténtico desfile militar. Seguramente fue el príncipe Aleksandr Konstantínovich Gorchakov, el pompadour de por aquí(6), quien, en su afán por cumplir el protocolo petersburgués, nos obsequió con sus arbitrariedades. Los nuestros se ofenden: ¿por qué no desplegaron la artillería? ¿Será posible imaginarse una cobardía tan mezquina? ¡Es toda una parodia del “poder autoritario”!
Nos podemos sentir plenamente orgullosos: por lo visto, el Soviet, aunque muerto, les provoca miedo.
¡Cobardía e insensatez! Cuántas veces se han convertido en el reverso de la caballerosidad y la deferencia. Para que nuestro itinerario, de por sí imposible de ocultar, permanezca en secreto —será por eso, no se me ocurre otro motivo—, se nos prohíbe enviar correspondencia durante la travesía. Tal es la disposición del coronel invisible, en virtud del protocolo petersburgués. No obstante, desde el primer día empezamos a escribir cartas, alimentando la esperanza de poder despacharlas. No nos equivocamos. El protocolo no había previsto que carecía por completo de servidores fieles, mientras que nosotros estábamos rodeados de cómplices por todos lados.
Notas:
1. Trotsky se refiere a una suerte de parche en forma de rombo —popularmente conocido como “as de diamantes”— que, fijado en la espalda, era característico de la indumentaria de los condenados al destierro perpetuo. [N. de E.]
2. En publicaciones posteriores, Trotsky aclara que es el doctor Andéi Feit, integrante del Parrido Socialista Revolucionario. [N. de E.]
3. Con cierto sarcasmo, se refiere a Piotr A. Stolypin, primer ministro de la reacción a la Revolución de 1905, quien
llevó adelante un plan de reformas. [N.
de E.]
4. Actual Kirov. [N. deE.]
5. En la época prerrevolucionaria, el ispávniki era la máxima autoridad ejecutiva y policial de un uyedz.
6. Término para designar a burócratas o administradores locales. El habla popular lo tomó del texto Señores y señoras Pompadour (1873) de Mijail Saltykov-Shchedrín. [N. de E.]
FOTO: León Trotsky en su juventud/ Especial
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