La honestidad luminosa: entrevista con Jeremías Gamboa sobre su libro “Animales luminosos”

Nov 5 • Conexiones • 1083 Views • No hay comentarios en La honestidad luminosa: entrevista con Jeremías Gamboa sobre su libro “Animales luminosos”

 

En Animales luminosos, el autor retrata la sociedad estadounidense de fines del siglo XX desde su experiencia como inmigrante peruano

 

POR HUGO ALFREDO HINOJOSA
En principio, Animales luminosos (Literatura Random House, 2022), es una pieza que cautiva a quienes nacimos durante las décadas previas al fin del siglo XX. En la narrativa de Jeremías Gamboa (Lima, Perú 1975) alcanzamos descubrir un espíritu del grunge en la cadencia de su contar la historia. El escritor peruano ama la música lo mismo que la literatura, y escribe con ese sentimiento desarraigado de una generación que definió y dio forma a las ideologías de inicios del siglo XXI. Con esta última entrega, Gamboa, se adentra en la herencia de la literatura estadunidense, plagada de formalismos y revisiones constantes del racismo en el país del norte, sólo para reformular desde su punto de vista latinoamericano una realidad literaria que nos descubra el carácter de la sociedad que ha regido la política mundial, a lo largo de más de ocho décadas. No sé si el autor es heredero de un Vargas Llosa, me queda claro que sí Philip Roth y de un libertario silencioso como John Cheever.

 

Con esta entrega, Jeremías Gamboa, también reflexiona acerca de la migración y de los inconvenientes que esto conlleva, en un mundo donde día con día las problemáticas migratorias van tomando fuera y se convierten en parte de la agenda sociopolítica del discurso de cualquier país del mundo. Gamboa, autor también del libro de cuento Punto de fuga (2007), es un maestro y amante del periodismo, así lo leo, sereno que intenta escribir y describir despacio el mundo que lo rodea, su literatura es una suerte de pieza “alternativa” donde está la furia del fin de siglo y la poesía reaccionaria que fue fundamental para esa generación de autores que son hijos de las posguerras y movimientos políticos de finales de los años 70.

 

¿Cómo fue tu llegada a Estados Unidos?, háblame un poco de ese contraste cultural, de esa visión del mundo latino contrastado con el sajón.

 

Fue una experiencia surreal, como muchas experiencias de migración, solo que a esta se le añadían dos componentes importantes: el manejo insuficiente que tenía yo de la lengua extranjera y la dificultad para entender la naturaleza del lugar al que había llegado: un campus universitario en el medio este norteamericano. Yo venía de Lima, una mega ciudad de más de once millones de habitantes y me costaba entender un entramado urbano tan pequeño, rural, rodeado de naturaleza, y a la vez tan lleno de servicios y una oferta cultural a la que mi ciudad tardó en acceder: conciertos de artistas impensables para mí o bibliotecas impresionantes, todo dentro de una red urbana muy acotada. Mi experiencia peruana relacionaba lo rural o lo campestre a un estado de desprotección, ya que el Estado peruano nunca ha atendido el interior del país. Por eso quizás mi novela empieza con esa conversación sobre si el lugar donde ocurrirán los hechos es un pueblo o una ciudad. Por supuesto la poca seguridad con el idioma y el desconocimiento de las costumbres me llevaron a un estado de soledad muy grande que, por un lado, padecí pero, por otro, me sirvió para empezar a escribir allí: en ese campus terminé mi primer libro, Punto de fuga, y arranqué mi primera novela, Contarlo todo, así como el cuento que terminaría siendo Animales luminosos. Todo eso me ocurría mientras vivía la extrañeza de una cultura que desconocía y el desmoronamiento de una imagen idealizada de Estados Unidos que había consumido a través de las series o películas de mi infancia y que solo calzaban superficialmente con lo que iba descubriendo poco a poco en el nuevo país.

 

¿Crees que existe en Estados Unidos, como país, una enfermedad cultural?

 

Sin duda, y me parece que se extiende a todos los países, sobre todo los latinoamericanos. Viví solo dos años en Estados Unidos y casi todo el tiempo en esa burbuja que es un campus universitario. Sin embargo, escuché a varios amigos norteamericanos una serie de discursos muy críticos sobre su país, discursos que usé en mi novela. Hay una escisión muy particular entre el discurso de la libertad y las condiciones de segregación a los migrantes y la persecución carcelaria al pueblo afroamericano. Un armamentismo brutal de toda la sociedad y un estado de paranoia muy intenso que, cuando viví ahí, me explicaba por la cercanía de los atentados del 11-S. Es un país de contrastes marcados: zonas de conservadurismo tremendo, que ha crecido limitando derechos como la decisión del aborto, y otras de un discurso poderoso de lo “políticamente correcto”.

 

Entiendo que Boulder es un punto de ebullición de Estados Unidos, su naturaleza y exacerbada política… ¿cómo fue tu experiencia en ese espacio, sobre todo como migrante latinoamericano?

 

Boulder es un espacio progresista total. En ese sentido no sentí tensiones mayores; no al menos durante el tiempo que viví allí, cuando Estados Unidos estaba bajo el gobierno de Bush hijo; cuando volví al lugar diez años después con el fin de investigar para mi ficción, ya bajo la administración de Trump, sí me pareció notar una tensión racial mayor, aunque pudo ser mi propia paranoia. Colorado ha sido un estado que viraba su voto de republicano a demócrata en los años en que estuve allí. Y Boulder es absolutamente demócrata y progre. En mi novela instaló los hechos en 2005, un año después del discurso de Barack Obama en la Convención Demócrata de Denver que significó su lanzamiento. Había una corriente de esperanza entre los progresistas los años en que estuve allí. Debo decir que sí sentí una tensión racial mayor en algunas de mis incursiones en Denver, donde palpé mejor la animadversión que se tienen la comunidad afroamericana y la latina.

 

De tu trabajo se rescata bastante que escribes alejado del mundo digital. Escribes de un mundo previo o alejado de las redes sociales. ¿Qué puedes decir al respecto?

 

Cuando estaba en el proceso de la novela me di cuenta de que era útil registrar la ansiedad de esa generación, la mía, ante la llegada amenazante de Facebook y las redes sociales. La mía, creo, es una novela que celebra la nocturnidad, los vínculos afectivos presenciales lejos de ese mundo virtual que está a punto de ser modificado por las relaciones virtuales con aplicativos y redes de contactos como Tinder y demás. Igual, no creo que haya una visión que considere a ese mundo pre redes mejor que el nuestro; simplemente se señala la ansiedad de una generación ante lo nuevo, algo que comparten todas las generaciones. Probablemente todo eso tenga relación con que escribí el libro cuando estábamos impedidos de salir de casa debido a la pandemia. Había un anhelo muy fuerte de presencialidad. Sobre las redes, procuro no trabajar con ellas durante las horas de escritura, pero sí las uso por motivos de trabajo y de comunicación con lectores y estudiantes de mis talleres.

 

Vislumbro como lector de Animales luminosos… la juventud y la música, pienso que escribiste de alguna forma entre la añoranza del tiempo que se va y sobre cómo la música justo atrapa el tiempo pasado.

 

Totalmente. Es así. La música para mí siempre ha sido mi máquina del tiempo personal: atrapa una fuente enorme de memoria emocional que necesito cuando escribo. No puedo escribir una sola línea si no tengo música y esa música la escojo en función de que me dirija a la emoción que quiero transmitir o habitar con el texto. En el caso de Animales luminosos escuché mucha música de los años en que viví en Estados Unidos: la que sonaba en esos años y la que yo estaba descubriendo recién. Esa música me llevaba a un mundo previo a la pandemia, uno en el que aún era joven y mi destino tenía muchas más páginas en blanco de las que tiene ahora. Ya había escrito sobre los años veinte en cuentos previos, pero esos relatos no tenían la mirada nostálgica de alguien que ya dejó la juventud atrás y que más bien se está acercando a la juventud de sus hijos. La música me llevó allí: me ayudó, creo, a atrapar el sonido de esas noches, de ese mundo y de parte de mi circunstancia en él: The National, Arcade Fire… y luego Café Tacvba. Quizás por todo eso Bruce Sprinsgteen, un viejo compañero de esos años, aparece en un epígrafe.

 

Entiendo que en tu país te llamaron privilegiado, por participar en ferias del libro… por otra parte leo en tu obra una crítica social certera… ¿qué opinas del clasismo en toda su extensión?

 

Entiendo que muchas personas en mi país vean mi situación como la de un privilegiado y en parte les daría la razón: es un privilegio, en un país como el Perú, dedicarse a la literatura y además tener la suerte de ser editado en otros países y tener algunos lectores fuera del país. Dado que somos un país sin alicientes de parte del Estado, un país que en los últimos años es acosado por sectores que persiguen y satanizan la cultura, sí puede resultar que algunas personas me consideran un privilegiado, aunque ese “privilegio” haya costado una cantidad de sacrificios y esfuerzos considerables. Ahora, desde ese “privilegio” que es escribir me alegra que veas en mi trabajo ese sustrato crítico al estado de cosas en mi país: creo que mi ficción se ha estado abocando a problematizar el “nudo colonial” peruano, que es algo así como la enfermedad mental de mi país, un cuadro compuesto con racismo y auto racismo, auto aversión, una incapacidad que tenemos los peruanos de ver nuestra imagen por completo, valorando de forma muy diferente nuestras sangres: solemos “no ver” nuestro lado indio o nativo y tomar por todo el lado blanco aspiracional. Eso genera una serie de hechos de conciencia bastante tortuosos que son productivos para la imaginación narrativa.

 

Los escritores se tienen a sí mismos como materia prima… ¿fuiste tú el protagonista de Animales luminosos?

 

No. Digamos que sí una parte de mí expuesta a cierta luz, bajo ciertas presiones, y explorada con toda la intensidad que pude. Mis personajes son extensiones de mi imaginación a partir de hechos que he vivido, presenciado, escuchado o leído: sobre esa base los mecanismos internos del libro te llevan a imaginar y alterar la realidad: en ese sentido mi protagonista está elaborado a partir de mis materiales, pero no viven exactamente lo que yo viví. En ese caso escribiría no ficción.

 

Lo que me emociona de tu personaje principal es que pareciera que no tiene un punto de referencia en el pasado… inicia donde está y desde ahí construye su presente y futuro. ¿Por qué recurrir a esa estrategia?

 

Hay algo que quiere ser adánico en él. Un nuevo comienzo. La construcción de un ser que deje al del pasado. Me parece que esa forma aparece debido a que es migrante que sale de una experiencia traumática, bastante brutal en su país de origen, y esa herida es difícil elaborar. No quiere tener memoria porque intuye que su origen es salvaje, animal y luminoso, lo que condensa su origen en el título del libro y en su destino. Hay ficciones que trabajan la memoria y la elaboración (yo mismo hice algo así en mi novela anterior) y otras simplemente la sintomatología del trauma, que es lo que vive este personaje que ha llegado a Estados Unidos. Ismael es un punto extremo de esa imposibilidad de conciliar origen y destino, algo que le sucede a muchas conciencias latinoamericanas jalonadas entre sus orillas de origen y sus deseos aspiracionales. Creo que eso ha generado que muchos lectores se emocionen con el personaje.

 

¿Cuáles son los traumas de tu país en este momento histórico y político? ¿Cómo encaja tu obra en ese universo que leemos? Los países latinoamericanos parecen estar siempre al borde del colapso.

 

En este momento vivimos un país del que uno quisiera escapar por el desgobierno y la falta de soluciones en el horizonte. Tiene sentido que me personaje haya huido de ahí. Estamos atrapados entre la mediocridad de un Ejecutivo que llegó al poder con un discurso de izquierda y que solo trata de ocultar las pruebas cada vez más incriminatorias de sus malos manejos en el poder y un Congreso lamentable dominado por una derecha matonesca y varios grupos con intereses particulares y subalternos. Los extremos se han hecho del Perú y ganan adeptos con discursos que ponderan solo los extremos. Ello nos ofrece solo visiones parciales del país. Imagino que la literatura puede intentar ofrecer visiones más poliédricas de nuestras sociedades; visiones en que nadie tenga la razón única y en que discuta nuestra circunstancia y acaso se avizore en destino.

 

FOTO: El escritor Jeremías Gamboa es también periodista y columnista en la revista Asia Sur/ Cortesía Literatura Random House

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