La hora y el sitio de Guillermo Fernández
POR ERNESTO LUMBRERAS
El 30 de marzo de 2012 asesinaron al poeta y traductor Guillermo Fernández. Después de vivir, por décadas, en la Ciudad de México, él tomó la decisión de mudarse a Toluca, Estado de México a comienzos de 1993, con el firme propósito de pasar su última temporada de mortal a la sombra de su amado Xinántecatl, el volcán difunto que guarda en su cráter dos lagos de zafiro. Allá pasaría sus dos últimos decenios, inquieto y tenaz, poniendo patas arriba al aburrimiento y a la decencia; llevado por su espíritu franciscano, el nacido en Guadalajara en 1932 se convertiría en poco tiempo en presencia entrañable y, a ratos, polémica del medio cultural toluqueño tan necesitado de nuevos aires.
Durante esta etapa preparó la monumental antología de la poesía italiana —del trecento al novecento— que espera emerger un día para la felicidad de los lectores de Dante, Petrarca, Leopardi, D’Annunzio y muchos otros poetas de la dolce lengua toscana; además, coordinó varios talleres de poesía y de traducción, fue colaborador asiduo de las principales publicaciones mexiquenses, Castálida y La Colmena entre las más destacadas, y dirigió por varios lustros una impecable colección literaria titulada La Canción de la Tierra, obvio homenaje a una de sus pasiones cardinales, Gustav Malher.
No temo equivocarme al decir que Guillermo Fernández, durante ese periodo, se convirtió en un animador excepcional, un verdadero lujo para la vida literaria y cultural de Toluca. En ese entendido, el triste y condenable desenlace que tuvo, asesinado con saña en su hogar, no se corresponde con los años de generosidad que el escritor brindó a la comunidad artística toluqueña. En ese mismo tenor de agravio, las autoridades judiciales del Estado de México —a dos años de transcurrido el homicidio— no han dado señal alguna que vislumbre un mínimo avance en la investigación de los hechos. Para colmo de males, a la impunidad de la muerte del poeta, se suma otro crimen más: su legado continúa “secuestrado” en tanto su hogar —lugar del cobarde asesinato— es todavía objeto de investigación. La situación de injusticia y de impunidad que es la norma del país, por supuesto, no consuela a los familiares, amigos, alumnos y lectores de Guillermo Fernández.
En distintos momentos, los innumerables huérfanos que dejó el autor de La hora y el sitio, hemos pedido a la Procuraduría del Estado de México noticias sobre el caso. No ha habido un solo informe, ni oficial ni extraoficial. Resulta obvio, por otra parte, llamar atención de que la obra de Fernández corre peligro en caso de que su casa continúe en la actual situación jurídica, acordonada y disponible al antojo de ratas y cucarachas que coronen, tristemente, la impunidad que las instituciones de nuestro contrato social no han sido capaces de combatir. A sus 79 años, Guillermo Fernández estaba lleno de proyectos: escribía sus deliciosas memorias, daba los últimos toques a su magna traducción de la poesía italiana, vertía a nuestra lengua toda la poesía de Mario Luzi, comenzaba una nueva serie de poemas que había titulado “Arca”, pensaba nuevos títulos para La Canción de la Tierra… ¿Qué pasará con todos esos archivos electrónicos y en papel que se encuentran en su estudio? Pienso también en la situación de una nutrida correspondencia que tuvo con varios escritores italianos que tradujo en algún momento, materia valiosísima para entender una parte esencial de los cruces y los diálogos de la literatura mexicana y la toscana. ¿Y su biblioteca? Seguramente uno de los acervos más atractivos de la literatura italiana clásica y contemporánea.
No me hago ilusiones pensando que este tipo de preocupaciones desvelen a las autoridades mexiquenses. El asesinato de un poeta, posiblemente piensan, concede a la escandalosa lista de crímenes un toque de excentricidad. Pero en tanto la justicia social haga su aparición, la justicia poética está presente con la edición de El vecino sin nombre del mundo, antología de Guillermo Fernández, en su doble faceta de poeta y traductor. Atendiendo la generosa invitación de la Secretaría de Cultura del Distrito Federal, de su secretario, Eduardo Vázquez Martín, poeta y vecino, en algún momento, del escritor tapatío en la legendaria Casa de las Brujas, los deudos del vate jalisciense celebramos la iniciativa de poner en circulación este hermoso cuaderno —de manera gratuita y en un tiraje de cuatro mil ejemplares— durante las jornadas de la Feria del Libro del Zócalo.
Esta plaquette, preparada y presentada por Hernán Bravo Varela, acompañada de un dibujo de Vicente Gandía en su portada, estará en la mano de nuevos lectores, con toda seguridad. El tono de camaradería de muchos de los poemas de Guillermo Fernández, íntimo por momentos, evade todo protocolo para entrar en contacto con la realidad que enuncia o desvela; poco dado a la solemnidad, la naturaleza de su decir, y de su callar, está marcada por el deseo de conversar con el otro, ese impreciso lector que recorre la ouija del poema, sin imponer jerarquías o propósitos ulteriores. En el perfil de Francisco Cervantes, Isabel Fraire o José Emilio Pacheco, todos pertenecientes a la generación de nacidos en la década de los treinta, Guillermo Fernández encarnó a cabalidad la figura del poeta-traductor. En este recorrido a dos bandas, práctica tan singular en la tradición de la poesía mexicana, su escritura lírica pasó a segundo término —sin demasiados pesares— después de la publicación de Bajo llave (1983), embarcándose en grandes proyectos de traducción como el Decamerón de Boccaccio o Los prometidos de Manzoni, la Poesía completa de Pavese o una colección de ensayos de Pier Paolo Pasolini, Los cantos órficos de Dino Campana o una selección ensayística de Claudio Magris, entre más de un centenar de autores y obras italianas.
Por supuesto, el traductor desvió la atención de la obra del poeta de manera injusta. Afortunadamente, en la última década la poesía de Guillermo Fernández tuvo mayor visibilidad con la publicación de Exutorio. Poesía reunida (1964-2003) publicada por el Fondo de Cultura Económica y Arca. Poesía reunida (1964-2010), edición de la Secretaría de Cultura de Jalisco. Ahora, con esta breve muestra poética, gesto de amistad y acto de protesta, la metrópoli del Anáhuac recuerda a uno de sus habitantes, nos da pistas también sobre sus nuevas andanzas y nos devuelve la paz después de la inesperada partida, pues nos advierte, con las propias palabras del poeta: “yo estaré contigo / cuando la luz levante sus andamios”.
* Autor del libro de poesía Lo que dijeron las estrellas en el ojo de un sapo (Bonobos, 2012).
* Fotografía: En marzo pasado se cumplieron dos años del homicidio del poeta y traductor Guillermo Fernández / ARCHIVO EL UNIVERSAL.
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