La Ilíada, obra fundacional de la literatura
/
Luego de permanecer por siglos como una historia exclusiva de la tradición oral, la narración que Homero hizo de la Guerra de Troya aún mantiene su carácter universal y humano
/
POR RAÚL ROJAS
Es difícil precisar que es lo que más me fascina de la Ilíada, el gran poema épico de Homero. Leí sus 24 cantos cuando aún era un adolescente y desde entonces he releído la novela en diversas traducciones. La obra trata de la memorable Guerra de Troya, pero en realidad abarca sólo un poco más de 50 días de una contienda que supuestamente duró 20 años. En las pocas semanas cubiertas por el relato se recorre todo el espectro de lo humano: la ira de Aquiles, la brutalidad de la guerra, la inexorabilidad del destino, la ambición desmedida, el dolor por los caídos, el heroísmo y la venganza. En un plano paralelo al terrenal, los dioses dirimen sus querellas y manipulan a los humanos como a peones. Los dioses intervienen en la contienda y se retraen, azuzan y auxilian a cada bando, para después castigarlos. La ventaja en la batalla oscila intermitentemente entre las dos partes. Por eso, cada vez que se ha intentado llevar la Ilíada a la pantalla cinematográfica ha resultado realmente imposible. La obra es como un gran sueño, una novela alucinante, cuya carga poética se resiste a la compresión y destilación en un medio diferente a la palabra escrita.
El contenido legendario de la Ilíada se transmitió durante siglos de manera oral, hasta que el gran Homero le dio su forma definitiva, quizás en el siglo octavo o séptimo antes de nuestra era. Realmente no se sabe el origen del poema. Se pierde en la bruma de los tiempos y eso ha ocupado a numerosos historiadores. El nombre de la obra hace referencia a Ilion, es decir, Troya en griego. El poema comienza con la afrenta del rey Agamenón a Aquiles, el famoso semidiós nacido de madre inmortal y padre mortal. Aquiles participa en la guerra del lado de los aqueos, a pesar de que le fuera vaticinada una vida larga, sin ese combate, o una muerte gloriosa, si tomaba parte. Es la disyuntiva en la que se debaten todos los guerreros fuera o dentro de la amurallada Troya: ¿hasta que punto pueden alterar sus acciones el destino ya trazado?
En la Ilíada, los aqueos han llegado a Troya para recuperar a Helena, esposa de Melenao, hermano de Agamenón. Paris, hijo de Príamo, el rey de Troya, la ha raptado con ayuda de la diosa Afrodita, quien se la prometió a cambio de que le entregara la manzana de la discordia, declarándola así la diosa más bella, por encima de Atenea y Hera. Siglos después el poeta inglés Marlowe escribiría que fue una cara, la de Helena, la que lanzó mil navíos de guerra al mar. Historiadores y economistas sin la vena poética de Marlowe han discutido durante siglos las verdaderas razones de la guerra entre griegos y troyanos, que podrían haberse derivado de una pugna por el control de rutas marítimas en el Mediterráneo. Más allá de la leyenda está siempre la realidad económica.
Del lado de los troyanos la contraparte de Aquiles es Héctor “el domador de caballos”, “el de la armadura reluciente” y hermano de Paris. Héctor se destaca en cada batalla, es el gran defensor de Troya, aunque bien sabe que su destino y el de la ciudad ya están decididos. En eso radica su heroísmo, en salir al combate una y otra vez, a pesar de la futilidad final de todos sus esfuerzos. Antes de la batalla con Aquiles un momento apoteótico de la Ilíada es el combate entre el gigante Ajax y Héctor, que se interrumpe por la caída de la obscuridad, y termina con un intercambio de regalos.
El legado de la Ilíada no es sólo la historia alucinante que relata, un condensado de multitud de leyendas griegas, sino las metáforas que utiliza y el contorno tan marcado de sus personajes, que se han convertido en alegorías y caracteres universales. En la medicina hablamos hoy del “talón de Aquiles”, la única parte desprotegida del héroe griego. Casandra, la pitonisa troyana, es capaz de ver el futuro, pero sobre ella pende la maldición de Apolo de que nadie le va a creer. El famoso caballo de Troya, que le habría permitido a los aqueos penetrar las inexpugnables murallas, sobrevive hasta la actualidad como el ejemplo de un subterfugio que logra resquebrajar cualquier muralla. Los caballos de Troya de la modernidad, llamados simplemente “troyanos”, son fragmentos de código capaces de traspasar las barreras de los centros de cómputo. Sin embargo, el caballo de Troya no es mencionado en la Ilíada, sólo brevemente en la Odisea, el otro poema épico de Homero que narra las peripecias del astuto Odiseo en su trayecto de regreso a Ítaca.
Es Patroclo, el fiel compañero de Aquiles, quien de manera indirecta logra que regrese a la batalla. Ante las tribulaciones de los griegos, Patroclo decide incorporarse al combate portando la armadura de Aquiles. Héctor reconoce el engaño, lo mata en duelo, y lo despoja de la armadura. Al enterarse, Aquiles decide vengarse, hace las paces con Agamenón mientras que Hefestos, dios del fuego y la fragua, forja una nueva armadura para sustituir a la robada.
La culminación de la Ilíada ocurre en dos tiempos. Primero a través del “combate de los dioses” que, liberados por Zeus para apoyar al bando que deseen, empujan alternativamente a griegos y a troyanos. Poseidón apuntala a los troyanos, Atenea le da soporte a Aquiles, mientras que Apolo rescata a Héctor de un duelo. Finalmente, Aquiles y Héctor quedan frente a frente. En el combate decisivo, Aquiles, quien conoce las debilidades de su propia armadura, arrebatada del cuerpo de Patroclo y portada por Héctor, logra matar al héroe troyano. Lo que sigue es una especie de crimen de guerra de la antigüedad: Aquiles amarra por los pies el cuerpo de Héctor a su carruaje y lo arrastra hasta su campamento, donde queda expuesto a los elementos. No se descompone porque los dioses lo amparan.
Quizás la parte que más conmueve de la Ilíada es la visita del rey Príamo a Aquiles para implorarle que devuelva el cuerpo de Héctor. Príamo no duda en humillarse y en entregar un rescate para poder celebrar el funeral del mejor de sus hijos. Aquiles, conmovido, accede y la Ilíada termina con la celebración de las honras fúnebres de Héctor, cuyo cuerpo es entregado al fuego. La tregua entre griegos y troyanos dura once días, pero ya la suerte de Troya está decidida.
Quizás Marx resumió muy bien nuestra fascinación milenaria con la obra de Homero en un pequeño fragmento en uno de sus muchos borradores económicos: “La mitología rebasa, controla y les da forma a las fuerzas de la naturaleza en la fantasía y por la fantasía: es decir, desaparece con el control real de las mismas (…) ¿Es Aquiles posible con la pólvora y el plomo? ¿O incluso la Ilíada con la prensa y la imprenta? ¿No aniquila necesariamente un reportero todos los cantos, leyendas y musas? ¿No desaparecen las condiciones necesarias para la poesía épica? Pero el problema no es entender que el arte y épica griegos van ligados a ciertas etapas del desarrollo social. La dificultad es entender por qué aún los disfrutamos y en cierta forma los consideramos como norma y paradigma inalcanzable”.
La Ilíada es ciertamente el modelo ejemplar del poema épico. La Ilíada ha sido leída y releída por casi 28 siglos. Hoy, con computadoras, aviones, trenes bala y naves espaciales seguimos disfrutando un producto literario de la Edad de Bronce.
La Ilíada abre con la línea: “Canta, diosa, la ira de Aquiles, hijo de Peleo”. Concluye con la frase: “Así enterraron a Héctor, domador de caballos”. Son dos paréntesis poéticos que anuncian y finalizan la obra fundacional de la literatura griega.
FOTO: Cerámica antigua con un pasaje de la Guerra de Troya./ Especial
« Dos de la UNAM Ilustradores, los otros viajeros del espacio »