“La invención de un diario”, de Tedi López Mills
POR MALVA FLORES
@malvafg; autora de Galápagos (Era, 2016)
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La amante de Wittgenstein, la novela de David Markson, es un largo soliloquio en el que Kate, la última sobreviviente de la civilización, realiza una pormenorizada disquisición sobre tiempos, lugares o personas. El monólogo es una tentativa, desde la escritura, para hallar asideros y, de algún modo, para seguir viva; pero sabe —y repite con frecuencia—, que el lenguaje es impreciso, engañoso. Aun así, escribe. No tiene más remedio y asistimos, junto con ella, a la exposición fraccionada de la cultura de Occidente a través de la inclusión de personajes y anécdotas que se pensarían absurdos, empezando por su propia condición de ser la imposible amante del filósofo austriaco.
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La amante de Wittgenstein es uno de los personajes centrales de la novela de Tedi López Mills, La invención de un diario. ¿Es una novela, un poema largo, un diario de lecturas o un diario vital? Desde su título lo sabemos: es una invención, pero el guiño de la forma “diario” nos lleva a buscar rastros de una vida.
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El diario se escribió todos los días durante 2013, excepto sábados y domingos. Sus materias son, entre otras muchas, la búsqueda de un estilo —calibrado a veces con los recursos del sarcasmo—; el deseo de instaurar una civilización de seis personas —“sólo quiero una nueva civilización”, diría Pound— o una discusión sobre las posibilidades del lenguaje. El diario también es la crónica de una enfermedad. Pero, ¿quién es el enfermo? ¿La voz que va narrando viejas historias aparentemente inconexas; episodios fragmentarios de una vida en las inmediaciones de un edificio de departamentos; alucinaciones visuales o auditivas que recuerdan el “Cuaderno de las alucinaciones” que López Mills escribió en Amigo del perro cojo; absurdas peleas entre poetas vanguardistas y poetas que se creen herederos de los profetas? ¿O somos nosotros, quienes leemos, los enfermos? La realidad, que parece esquiva en medio de citas y referencias culturales, se resuelve en la imagen total del libro, no en sus fragmentos, cuya lectura independiente nos puede proporcionar una idea errónea de la metáfora que construye López Mills.
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En este diario se reúnen las obsesiones y recursos que su autora ha puesto en juego en sus últimos libros: el carácter irónico, disquisitivo y conversacional de su poesía. Y volvemos al asunto de los géneros, pero, ¿es necesario seguir haciendo esas distinciones? La invención de un diario nos demuestra que no y podemos leerlo, más bien, como una conversación. ¿Quiénes hablan allí?
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Si al principio creemos que se puede advertir quiénes son o podrían ser los personajes reales que habitan este diario, pronto nos damos cuenta de que no es así. Estamos frente a su construcción hasta que llega el momento en que los personajes —P., el poeta joven, la hija del hijo, Ella, una vecina, etcétera— adquieren una real autonomía. Ese momento está ligado al periodo en que la voz que escribe deja de preguntarse por el estilo en que debe hacerlo. Otro asunto, fundamental para la trama y la escritura misma, ocurre el lunes 15 de abril, cuando el yo que escribe advierte que ha cometido un error: uno de sus personajes es en realidad otro, porque el primero murió tiempo atrás y ya no figura en los recuerdos del yo. En consecuencia, es necesario ir cambiando su apellido. Esos cambios, esas mutaciones, dotan al libro de una textura íntima, dramática, y al mismo tiempo abierta: las transformaciones terminan por ser la misma voz que se confunde con los personajes. Una señal, casi al final del diario, nos previene: “Tal sería mi paráfrasis torpe de un inciso en el Tractatus: deben evitarse los nombres pero no las descripciones”. Despojados de su nombre, los personajes pueden ser cualquiera, pueden ser tú mismo y en ese reconocimiento la metáfora se amplía y nos incluye.
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Parafrasear es el título de un libro de poemas de López Mills, una disposición para la escritura y una forma de decir con tus palabras lo que otros dijeron. La invención de un diario es una paráfrasis extendida de las varias lecturas que su autora realizó mientras escribía y que se incluyen al final del libro. Una de ellas, ya lo dije, es la novela de Markson y no importa tanto haberla leído: la amante de Wittgenstein se convierte en un personaje entrañable de la propia López Mills, cuando nos dice: “Los recuerdos de la amante empiezan a inmiscuirse con los míos.” Así, el diario no es sólo una paráfrasis: deja de serlo cuando ella se convierte en tú, en yo.
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La otra lectura, esencial para entender el sentido del libro, es la Historia general de las cosas de la Nueva España, de Fray Bernardino de Sahagún. López Mills transcribe o comenta largos párrafos de la obra y mientras vamos leyendo la historia de las decapitaciones, sacrificios y humillaciones a que nuestros antepasados sometían a sus esclavos o adversarios, aparecen, aquí y allá, los datos reales de las noticias cotidianas: la mujer que sacó los ojos de su hijo con las manos; el niño tzotzil que fue doblemente humillado —por un funcionario primero, después por el gobierno que le otorgó una beca miserable y una fotocopiadora en un pueblo donde no hay energía eléctrica—. Vemos al desaparecido del día; los descuartizamientos que aquí, ahora, pero también antes, también en Cholula, en Constantinopla o en La Florida ocurrieron. El horror ha sido siempre nuestro y a veces lo olvidamos. Como si no tuviéramos memoria, como si el diario de las atrocidades fuera el recuerdo perdido de otra civilización y no de la nuestra, hoy: espejo donde se refleja esa ruina de siglos que hemos construido. Ese espejo es La invención de un diario.
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En las entradas finales, escritas en frases cortas o versos largos, aparecen todos los personajes, todas las alucinaciones: los “monstruos cubiertos de baba y de sangre”. Todo se ha transformado y a la vez es lo mismo. La ventana del departamento, la calle donde el yo que escribe deambulaba, son ya una isla, mas “nadie pesca junto a esas aguas obstinadas”. Ni siquiera es posible la civilización de seis. Se han perdido los cuerpos y sólo resta mantener la idea —el lenguaje— de construir una casa. Quizá, la única casa común.
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FOTO: Tedi López Mills, La invención de un diario, México, Almadía, 2016, 320 pp./ESPECIAL