La literatura es un espejo negro: Ana Clavel

Ene 30 • Conexiones, destacamos, principales • 7784 Views • No hay comentarios en La literatura es un espejo negro: Ana Clavel

POR YANET AGUILAR SOSA

 

Desde Los deseos y su sombra hasta El amor es hambre, pasando por Cuerpo náufrago, El dibujante de sombras, Las ninfas a veces sonríen y su inquietante Las Violetas son flores del deseo, la literatura de Ana Clavel ha sido una puntual exploración al universo de las pulsiones y las obsesiones de los deseos, pero no sólo de los deseos eróticos o por placer, sino de los deseos en todos sus confines.

 

La escritora mexicana que publicó su primer libro en 1984 y que ahora está por concluir un largo ensayo sobre las Lolitas en el arte y la literatura, narra desde una verdad a la que ha llegado en cada una de sus novelas: “La identidad empieza por lo que deseamos. Secreta, persistente, irrevocablemente. Lo que en realidad nos desea a nosotros.” Así lo escribió en Cuerpo náufrago y así lo confirma en cada historia.

 

“No estoy hablando sólo del deseo erótico. Sin el deseo y sin esta necesidad de salir de nosotros para buscar su satisfacción, no habríamos creado las civilizaciones, las culturas, las historias que hemos armado. Yo no sé hasta dónde como humanos nos define el lenguaje, o más bien esa capacidad que surge a partir de la carencia, a partir de la apetencia de cubrir esas necesidades de lo que no tenemos, de lo que nos hace falta, ya sea para alcanzar las estrellas o para hundirnos en las profundidades. En ese sentido el territorio del deseo es vasto”, señala la narradora y columnista de EL UNIVERSAL.

 

Ella lo sabe y lo han confirmado sus críticos. Los acercamientos a las profundidades de su obra comienzan a acumularse. Graciela Martínez Zalce, académica de la UNAM, hizo un trabajo sobre la apropiación literaria y artística que Clavel hizo en Las violetas son flores del deseo.

 

La investigadora norteamericana Emily Hind también se ha aproximado a su obra, y Jane E. Lavery, investigadora de la Universidad de Southampton de Reino Unido, publicó el trabajo “The Art of Ana Clavel. Ghosts, Urinals, Dolls, Shadows, and Oulaw Desires”, donde la concibe como una escritora multimedia.

 

En los últimos tiempos se han sumado otras investigadoras en México a indagar en la literatura de Ana Clavel. Berenice Romano Hurtado, doctora por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), y Luzma Becerra, doctora por la Universidad Iberoamericana, han trabajado en torno a los confines del deseo en la obra de la escritora. A finales del año pasado, sostuvieron un diálogo en el Palacio de Bellas Artes dentro del ciclo “Sexualidad femenina”, que a sugerencia de Ana se llamó “Bésame sin labios”, que es una frase de su más reciente novela: El amor es hambre.

 

A propósito de ese encuentro, la escritora nacida en la Ciudad de México en 1961 conversó con Confabulario sobre su literatura que varios califican de original, trasgresora e intensa, pero también de su arrojo por expandirla hacia otros lenguajes artísticos como la fotografía, el audiovisual, la instalación, el performance y la intervención artística.

 

Reconoció que lo que hicieron Luzma Becerra y Berenice Romano Hurtado fue encontrar elementos que confluyen y subyacen al tejido de sus novelas, pero dado que el interés era el asunto de la sexualidad femenina, sacaron más a flote este subtexto; sin embargo ella no solamente ha tratado el tema de la sexualidad femenina: también ha tratado el tema de la sexualidad masculina, o de la sexualidad lésbico homosexual.

 

“Yo preferiría hablar más que del tema del erotismo o de la sexualidad, de un asunto que es el que trasmina las diferentes propuestas que yo he articulado literariamente, que es el deseo”, señala Ana y entonces busca entre sus notas para ofrecer el texto de un lector que en 2014 leyó su novela Las Violentas son flores del deseo, publicada en 2007.

 

“Esa novela trata sobre este tema candente del incesto pero desde la mirada masculina, la mirada del padre que se descubre deseando a su hija preadolescente. Él habla de algo con lo que estuve completamente de acuerdo, dice que él no consideraría decir que mis novelas son eróticas, dice que yo trato temas profundos, tortuosos y que en todo caso si hubiera un género llamado deseo ahí es precisamente donde él me situaría y en primerísimo lugar”.

 

Ella le respondió que le parecía muy atinado el género deseo porque siempre ha insistido en que sus aproximaciones tienen que ver más con una poética del deseo que con el asunto deliberado de la sexualidad y del erotismo. “Y creo que el hecho de que mucha gente me endilgue la clasificación de escritora erótica es un término facilón y reduccionista”.

 

Los confines del deseo

 

Ahora que está inmersa en un libro de ensayos, Ana Clavel se ha dado cuenta de que El amor es hambre era una historia que necesitaba porque conjuntó diferentes universos del deseo y le confirmó que el deseo es lo que verdaderamente nos hace humanos. “Los asuntos de coherencia y de exploración de estos temas que están tan entramados en mi escritura tienen que ver con una suerte de fidelidad de que uno tiene que dejar fluir, no sé hasta dónde me vayan a llevar, lo que sí sé es que los territorios del deseo son vastos y no se agotan. Cuando se agotan tienen que ver con una falta de apetencia de la vida”.

 

Ana Clavel está abierta a todos los confines del deseo, no nada más los de índole erótico, sino en cuanto a la identidad y la realización del ser, y que en particular llevan al personaje a un asunto de invisibilidad a la hora se someterse al deseo de los otros. Así lo planteó en su novela Los deseos y su sombra y lo reafirmó en Las ninfas a veces sonríen, con toda su carga de sexualidad pero en la que dice, también es una novela de aprendizaje no nada más en el sentido del placer, sino en el sentido de estar en el mundo: “Yo digo que son en realidad novelas de identidad y de realización del ser”.

 

Incluso va más allá y dice: “Yo creo que la literatura es un espejo negro que nos revela otro tipo de posibilidades que están en nuestro interior y que podemos ritualizar y sublimar cuando son cargas demasiado complejas y en ese sentido una novela así como Las Violetas… apela a tu complicidad para que te pongas en el papel del narrador, de Julián Mercader, y te abras a deseos que no son políticamente muy correctos”.

 

Esa exploración sobre las pulsiones del deseo ha llevado a Ana Clavel a ayudarse de otras herramientas artísticas y ha sido tan singular su propuesta que ha sido calificada por Jane E. Lavery como una escritora multimedia. Pero a pesar de ese calificativo dice que ella sigue centrándose en el territorio de la escritura literaria.

 

“En principio hay como una suerte de señal en cuanto al tema, un conflicto, una imagen que voy entramando a la historia y al lenguaje para desarrollarla; pero como siento que ahí hay un asunto de fidelidad importante que son como estas intuiciones que uno va teniendo del propio trabajo, de pronto trabajo con imágenes visuales”. Allí, Ana, muestra su cuaderno de notas donde hay imágenes intervenidas como en un juego. “Son esa extensión del imaginario que como creador vas articulando en el propio desarrollo”.

 

Eso ha derivado tanto en una escritura que tiene su propia fuerza como en esos otros andamiajes a los que llega, esas otras enramadas multimedia que para Ana Clavel son en realidad otra forma de escritura. “Yo sigo escribiendo aunque no escriba, porque mi discurso central es la escritura. Entonces (el trabajo multimedia) se puede dar a la par del trabajo literario pero no es previo al trabajo literario”.

 

Entre ninfetas y fáunulos

 

Desde hace cuatro años, aunque con dos interrupciones de las que nacieron Las ninfas a veces sonríen y El amor es hambre, Ana Clavel trabaja en un proyecto que la seduce. Está a punto de concluir un libro de ensayos sobre el tema de las Lolitas, un trabajo desde la literatura y el arte.

 

“Está todavía el deseo de continuar en esos dominios, de continuar con el lenguaje no solamente verbal sino con estas otras posibilidades de hacer expandirse a la escritura. Es una revisión de las Lolitas en la literatura y el arte pero tomando en cuenta tanto a la Lolita canónica, la de Nabokov, como otros antecedentes y elementos poco vistos como el de ver en la caperucita y la escena en la cama con el lobo, la de una hermana menor de Lolita. Allí están las ‘Josefinas’ del siglo XIX, está la historia del fáunulo en Peter Pan, Tadzio en La muerte en Venecia y finalmente el caso de El amante, tanto en la película de Jean-Jacques Annaud, como en la novela de Marguerite Duras.

 

La autora de la columna “A la sombra de los deseos en flor” dice que también aborda a las sucesoras de Lolita en su vertiente cinematográfica, llegando hasta Tideland de Terry Gillian que, dice, desarrolla de una manera muy sutil y amorosa a una suerte de Alicia más contemporánea.

 

“En fin, es un trabajo de mucho entramado de investigación y de análisis del que me siento muy satisfecha. Hay una serie de aportaciones, hay por ejemplo una elucubración acerca del término ninfeta o nínfula que pocas veces se trabaja, así como una suerte de mirada reivindicadora en torno a la Lolita, no vista como una enfant terrible sino más como un espécimen anfibio en el cruce de sus temporalidades, de la niñez a la joven adultez, con curiosidad, con atrevimiento, con pulsiones que muchas veces nos cuesta trabajo ubicar porque el tema de la sexualidad en los pequeños nos inhibe, por un lado los suponemos en un estado de pureza e inocencia y por el otro está una cuestión muy delicada por el asunto del abuso”, asegura.

 

Lo que intenta en este libro es situarse desde una mirada donde se puede explorar e indagar las pulsiones que están ahí pero sin que se tamicen con una mirada adulta, que es lo que hace el grueso de escritores cuando se acercan al tema de la niña mujer, en especial en el caso de Nabokov o García Ponce, pues Clavel reconoce que es más fácil adjudicarle a la menor una carga de perversidad para no tener que lidiar demasiado con la culpa y la responsabilidad como adulto.

 

“Son territorios delicados y yo no sé por qué tengo esta fascinación por andarme metiendo con temas tan escandalosos, pero no los busco, la verdad es que surgen como este asunto de las sombras, supongo que por eso mi literatura tiene esa coherencia, esos atisbos y pues lo siento, no soy una escritora convencional”, concluye la ganadora del Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2013.

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