La literatura sociológica de las escritoras mexicanas

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Una tendencia actual en las obras de varias escritoras mexicanas demuestra una marcada presencia de rasgos autobiográficos, clara oposición a los paternalismos y una explícita postura feminista

 

POR CARLOS MARTÍNEZ ASSAD 
Hay una tendencia en las más recientes novelas de las narradoras mexicanas para desembocar en la sociología, es decir en las condiciones sociales que les han tocado de vivir. Con la influencia de la novela sin ficción, sus historias incurren en los tratamientos de la buena sociología con la influencia de los tiempos, como lo hizo Pierre Bourdieu en su libro a varias voces La miseria del mundo (1993), que las escritoras no tienen por qué haber leído pero que se impregna en el ambiente de todo lo que pueden dar las experiencias bien contadas, por ejemplo, en ese caso de las mujeres emigrantes.

 

Cristina Rivera Garza emprende en Autobiografía del algodón (2020), un retrato completo de su familia que va emparejándose con el desarrollo de ese cultivo atravesando desde la frontera norte de México, de Chihuahua a Tamaulipas, hasta San Luis Potosí, recuperando su atmósfera al mismo tiempo que va estructurándose la idea de su familia en un concierto de voces de campesinos y trabajadores. En su siguiente novela El invencible verano de Liliana (2021), recurre al expediente de su hermana, víctima de un feminicidio cuando aun no se le llamaba así, pero sumaban ya muchas las mujeres sospechosamente asesinadas en México.

 

En Una decisión equivocada (2020), Verónica Ortiz va a un momento controvertido de la historia del mundo acercándose, sin embargo, a un tema semejante al de los desaparecidos como lo hiciera en Sobrevivientes, pero ahora siguiendo el itinerario de su madre y sus dos tías, envueltas en la intolerancia —machista en muchas de sus expresiones— de la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Hijas de un alemán inmigrante en México, casado con una mexicana, les querrá imponer sus valores a las hijas enviándolas a estudiar a ese país con lo descabellado de su propósito en los prolegómenos de la guerra. Rosa Beltrán, más cerca de lo que hemos vivido, en Radicales libres (2021) quiere ser tres mujeres aunque viendo a su familia desde la sola perspectiva de la narradora, ella misma, historiando el tiempo presente.
Diferente resulta Demasiado odio (2020) de Sara Sefchovich, en cuanto a que no hay nada de biográfico salvo el de vivir en un país asolado por el narcotráfico en una abrumadora realidad tal como aparece en los diarios y se ve o escucha en los noticieros. Recurre a Beatriz, la personaja de su novela Demasiado amor (1991), para realizar un viaje diferente, ya no por México exclusivamente, porque ahora emprende un viaje demencial por imposible en un mundo que ha cambiado, que ha provocado un giro de la felicidad a la infelicidad que en el plano internacional ha sido marcado por el terrorismo. Por eso argumenta: “El mundo cambió y también nuestro país, por eso las historias de amor tienen que ser distintas”. En su primera novela, Beatriz descubre México a través del amor y en la segunda por su amor se da cuenta de todo lo que ha cambiado en el mundo.

 

Valeria Luiselli. Foto: Archivo El Universal

 

Otras escritoras podrían unirse, entre varias, como Valeria Luiselli con su Desierto sonoro (2019), que aprovecha para contarnos sus desavenencias conyugales, nunca explícitas como propias con la historia de sus hijos que van a experimentar o a sentir los problemas de los niños migrantes en parajes desconocidos.

 

Son al menos nueve coincidencias que unen a estas mujeres que escriben, y que deciden acercarse a lo que se ha llamado:

 

1) novela sin ficción que, quien sabe si sea un título certero, porque además de la intención que las lleva por diferentes caminos, la narración va imponiéndoles, esos sus

 

2) rasgos biográficos más marcados en unas que en otras, por el tiempo que les ha tocado vivir. Los temas impuestos por la realidad, la propia y la ajena, lo cual les aproxima generacionalmente. Sólo Rosa Beltrán escribe sobre el 68, pero algunas crecieron y otras aprendieron del bagaje cultural que dejó y se expresa en

 

3) su libertad como mujeres, en el ejercicio de su ser feministas. Están también sus habilidades narradoras, o como se llame

 

4) ese concitar al lector a leerlas de un tirón sin parar.

 

5) Arremeter contra el paternalismo o contra el patriarcado como se dice ahora, y para que no quepa duda tres de las autoras en sus relatos citan la canción de moda: “el violador eres tú”.

 

6) La preeminencia de la voz de las mujeres sobre la de los varones.

 

7) La propuesta de innovar en la literatura, indagando en sus vetas más ricas y ensayadas en la historia de la novela;

 

8) abandonando la sencillez por fórmulas más complejas, ir y venir en el tiempo, ubicar de pronto el yo de quien tiene la voz.

 

9) El uso del lenguaje cinematográfico que al fin y al cabo vivimos el tiempo de las imágenes.

 

Los relatos de Cristina Rivera Garza no dejan lugar para el aliento, sea el del siglo de su origen familiar por un amplio recorrido que lleva por las tierras ingratas del paisaje mexicano norteño y por coincidencia asolado ahora por el narcotráfico y el comercio de migrantes, hasta la parte más íntima y más personal de su hermana Liliana e incluso caer en la denuncia necesaria porque, acertadamente se desprende de la novela, que el tiempo no borra un crimen. La misma delación ficcionada por Sara Sefchovich con la pregunta de ¿qué pasa en el mundo? para que la maldad se haya posesionado del ser humano y suscitado la indiferencia de los demás, con una experimentación no convencional, incluso desplazando algunos signos de puntuación por la fluidez del relato. La ficción desemboca necesariamente en la realidad como sucede en otras latitudes, porque lo mismo Amin Maalouf, en su más reciente novela Nuestros inesperados hermanos (2020), aunque no se lo proponga o quiera alejarse, termina por hacer sociología.

 

Sara Sefchovich. Foto: Archivo El Universal

 

Las narradoras le han perdido el temor a lo personal, a lo que en la literatura permaneció en la intimidad. Recuérdese a Simone de Beauvoir en Las inseparables (L’invitée, 1943) en la que sólo sus biógrafos pudieron ver a la joven amante de su pareja en la vida real. Ahora Rosa Beltrán justifica el abandono de la madre al imponerse la forma de ver a las mujeres que quisieron liberarse antes de que el predominio de la ideología feminista lo justificara. Cristina Rivera Garza obtiene el acuerdo de los lectores en su afán de lograr justicia no sólo para castigar el feminicidio de su hermana, sino de todas aquellas jóvenes que han corrido una suerte semejante, para salvar a otras y ¿cuántas novelas podrían escribirse para conocer esas tan tristes historias?

 

Un itinerario como el de la madre y hermanas de Verónica Ortiz puede ser difícil de escribir porque el nazismo ha terminado, pero no imposible ante los desafíos que en países diferentes enfrentan todavía las mujeres que deben hacer frente al autoritarismo en cualquiera de sus formas. El relato que lleva al involucramiento de la historia vinculado al acontecer en otros países, es importante por los vínculos de lo que acontece en México con lo que puede suceder en otros países. Es como Sara Sefchovich, quien decide comenzar su relato en Michoacán, para mostrar que no es una entidad aislada de México porque se relaciona con ese mal que se distribuye por el mundo para destruirlo. Es el caso de ese viaje insólito de Valeria Luiselli por Estados Unidos que la enfrenta con los niños que emigran desde el sur para encontrase con las vicisitudes de un camino sino retorno.

 

En Cristina Rivera Garza y en Sara Sefchovich sus novelas están vinculadas y quizás apoyadas en sus ensayos. La primera nos hizo ver la problemática de una institución decadente en su libro sobre el manicomio de La Castañeda, muestra de la investigación realizada para darnos después la historia y los personajes de su novela Nadie me verá llorar (1999). Sus constantes acercamientos a formas de concebir la muerte también forman parte de ese bagaje que le permite la densidad de sus historias. Sara Sefchovich en diferentes ensayos ha captado la esencia de la escritura de las mujeres y asimismo con su mirada sociológica con País de mentiras (2008), realizó una propuesta metodológica para discernir el verismo de procesos que rebasan la imaginación y en ¡Atrévete! (2014) hizo una Propuesta hereje contra la violencia en México, de acuerdo con el subtítulo.

 

Verónica Ortiz. Foto: Especial

 

Las mujeres son el centro de las narraciones y con el propósito de abatir el patriarcado los hombres están en esas novelas solamente porque las historias los necesitan. En general se han convertido en una alusión o en un estar ausentes o en un apenas estar allí como lo requiere Luiselli. Notable en El invencible verano de Liliana en el que apenas vemos al causante del drama, algunas veces por la impresión que dejó en alguien que apenas lo vio de paso. El hijo-amante de Demasiado odio está allí para que Beatriz llegue al infierno. El padre alemán de Una decisión equivocada está para conducir a la condena que impuso a sus hijas. En Radicales libres quien abandona es la madre y, sin embargo, también el padre está asunte.

 

En todas destacan las imágenes que al fin y al cabo el cine impregna mucho de lo que sucede. Notable la escena de la partida de la madre en Radicales libres cuando la hija la ve huir sobre una motocicleta abrazada al conductor. La llegada de la familia de Autobiografía del algodón a los parajes desolados ventosos y terrosos del campo mexicano buscando las sepulturas del pasado en una lograda imagen rulfiana. La estación de tren en Berlín donde soldados alemanes deciden entre la vida y la muerte en Una decisión equivocada. Las montañas del Rif en Marruecos donde los personajes de Demasiado odio llegan a su destino. El paisaje montañoso del profundo Estados Unidos en el encuentro del pasado construido de los indios y los modernos automotores que circundan velozmente sus carreteras en Desierto sonoro, como en una road movie.

 

En esta interpretación han contado mucho las diferentes entrevistas que he leído o escuchado de las autoras citadas, donde por lo general se dejan llevar por los periodistas que les conminan no a relatar los itinerarios de su escritura y a señalar los hallazgos narrativos, sino a describir los procesos sociales inmersos en sus historias. El mensaje prevalece sobre el medio. Sin diferenciarse cabalmente de lo que puede decir un sociólogo, un politólogo o un historiador, insisten más en cómo viven las mujeres hoy y sus sufrimientos, a donde podríamos llegar sin leer sus excelentes novelas. Los lectores queremos quedar envueltos en su atmósfera literaria y no en un noticiero en la radio, en la televisión o en las redes. Escuché decir a alguien que prefería leerlas y no conocerlas o escucharlas describir sus novelas.

 

Rosa Beltrán. Foto: Mario Jasso/ Cuartoscuro.com

 

En los años recientes la literatura escrita por mujeres tiene éxito, ha sido atractivo leerlas y cada vez un público más amplio las lee. Las historias giraban en torno a la mujer que se liberaba o incluso se empoderaba por diferentes formas. Ahora en las novelas de la segunda década del siglo XXI, es más fuerte la tendencia marcada de su preocupación por las situaciones sociales.

 

Hace muchos años Carlos Fuentes dijo de pasada que el narrador intervenía allí donde el historiador no había llegado, esa frase exagerada rechazada por muchos pensadores notables, podría ser útil para acercarse a la conclusión de que la nueva escritura de las mujeres ha venido a restañar los faltantes de la tan urgida sociología de nuestras sociedades, de estudios que proporcionen el diagnóstico tan necesario sobre el conflicto y las relaciones sociales que lo auspician. Y qué bueno que prevalezcan las buenas historias que las mujeres nos están contando.

 

FOTO: La escritora Cristina Rivera Garza/ Crédito de foto: Archivo El Universal

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