La lucha por el control de los cuerpos
En la actualidad, el empoderamiento de grupos que pugnan por quitar derechos en materia de diversidad sexual y feminismo son un peligro latente para la libertad de cada individuo
ANTONIO MEDINA
En esta segunda década del siglo XXI, luego de la revolución sexual de los años 60, de la lucha feminista por el derecho al aborto libre y seguro, y de los avances del movimiento LGBTTTI+ en el mundo occidental, prácticamente todo el espectro político se disputa el control de los cuerpos.
Las voces moralistas que resurgieron para normar las sexualidades humanas, el vientre de las mujeres, las orientaciones sexuales y las diversas identidades de género, se han topado con la consigna fuerte y contundente que la lucha feminista ha enarbolado históricamente: “lo personal es político”.
El conservadurismo acecha a los logros obtenidos. Una señal de alerta se dio recientemente en Estados Unidos con la revocación en la Corte Suprema sobre el derecho de las mujeres a abortar, donde seis de nueve magistrados derogaron el derecho constitucional a la interrupción legal del embarazo, es decir, les negaron la posibilidad de decidir sobre sus propios cuerpos.
Esa determinación lapidaria en la Corte estadounidense responde al ejercicio del biopoder que representa el Estado, tal como lo planteó el filósofo francés Michel Foucault en los años 70, en donde las instancias de poder político e ideológico que regulan la vida social (en este caso la Corte), optó por quitar un derecho (ya ganado) a las mujeres.
La fuerza simbólica de la decisión de la Corte Suprema estadounidense reside en un fortalecimiento del discurso conservador que aviva un pánico moral y merma la progresividad de derechos.
Este retroceso es un duro golpe a la lucha feminista en el mundo, pues el derecho al aborto significa uno de los principales logros libertarios que en occidente permeó en buena parte del imaginario colectivo como un derecho a la salud sexual y reproductiva de todas las mujeres.
Esta decisión alienta, sin duda alguna, el empoderamiento de grupos antiderechos en el mundo que buscan cancelar libertades alcanzadas como el matrimonio igualitario, el uso legal de drogas blandas, la eutanasia, la adopción ejercida por parejas homo, lesbo, bi, transparentales, así como el reconocimiento de las diversas identidades de género de las personas trans.
El común denominador de esas restricciones se cruza en el derecho que tienen las personas al libre ejercicio de la experiencia vital y el disfrute sexual del cuerpo. Es también la negación, por parte del conservadurismo, del derecho al placer de quienes salen de la norma heterosexual, o de las mujeres que deciden su salud sexual y reproductiva con base en proyectos personales y no los que les dicta la moral social tradicional.
Las libertades ganadas en la mayoría de los países democráticos siempre han enfurecido a las “buenas conciencias” que desde distintos ámbitos defienden el moralismo judeocristiano y su caballito de batalla: la procreación, con la idea de que “biología es destino”, sin importar los derechos de las personas a ser y existir como ellas quieran y como se conciban frente a la sociedad.
En ese sentido, tanto la derecha extrema como parte de quienes se dicen de izquierda coinciden en la obsesión de controlar los placeres ajenos, de meterse a las camas de las personas, en sus intimidades y en sus deseos amatorios para normarlos, regularlos y ordenarles cómo deben desear, cómo deben sentir, con quién y de qué manera.
Mientras tanto, las mujeres viven la violencia machista, padecen al violador que las somete, humilla y mata. Ese criminal simbólico es el mismo que ofende, golpea, desfigura sus rostros y descuartiza a las mujeres trans. Detrás de esa cotidianeidad que no quieren ver ni conservadores ni liberales, está el Estado patriarcal, heterosexista, ultraconservador, antiderechos, misógino y transfóbico que evade las elevadas cifras de feminicidios y transfeminicidios.
Retomando a Foucault, en materia de diversidad sexual, actualmente el Estado mexicano procede desde la omisión y la simulación, lo que es un claro ejemplo del ejercicio del biopoder y de la biopolítica, tomando en cuenta que el objetivo de esta es sectorizar y cercar a las identidades disidentes para que cumplan con un esquema vital en función de la estructura gubernamental y no de las necesidades propias de la ciudadanía diversa.
Pero el mundo ha avanzado, las personas cada vez se apropian más de sus cuerpos, de sus amores diversos y placeres gustosos. Las sociedades democráticas han luchado y obtenido logros, saben que esas libertades deben evolucionar en la lógica de la progresividad de derechos.
Las nuevas generaciones de mujeres y hombres han decidido romper con el heteropatriarcado, con la violencia machista, con las LGBT fobias y los preceptos dogmáticos heredados de ideologías superadas por la realidad social que atestiguamos y que nos toca vivir. Las víctimas de este sistema obsoleto y criminal se han empoderado y no será fácil retroceder a pesar de que esos grupos retardatarios y bien arraigados en el poder político, religioso, empresarial o en organizaciones civiles antiderechos, quieran controlar cuerpos y placeres.
La sociedad del siglo XXI, con la hipercomunicación que le distingue, protestará y no permitirá que el pensamiento patriarcal les arrebate el derecho a ser y existir de acuerdo a sus deseos intrínsecos.
¡Nada que curar!, dice con orgullo la diversidad sexual a quienes todavía creen que la homosexualidad o las diversas identidades de género son una “disforia”. Las mujeres dicen “es mi cuerpo, yo decido” y refutan contundentemente la idea culpígena del pecado o que cometen un crimen al abortar.
Las personas que se aman como son, que gozan de derechos, que son reconocidas por las instituciones del Estado y sus familias, que tienen acceso a la salud, a la educación, a la justicia, a una vivienda y a un trabajo digno, son felices; y eso no lo toleran los guardianes de la moralidad y del patriarcado misógino y LGBT fóbico.
Normar cuerpos, controlarlos y someterlos al heteropatriarcado viola la autodeterminación y el derecho al sano desarrollo de la personalidad. Respetar derechos sexuales y reproductivos, orientaciones sexuales e identidades de género, debe ser la norma basada en el valor fundamental de la libertad.
¡El respeto a los cuerpos y los placeres ajenos es la paz!
FOTO: Bandera simbólica de la diversidad sexual/ EFE/ Mario Guzmán
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