La memoria es un idioma secreto
POR CLAUDINA DOMINGO
Dice Clarisse Nicoïdski (Lyon 1938-París 1996) que su producción poética escrita en sefardí es resultado de un ejercicio posterior a algunos libros de su obra narrativa, inaugurada en 1968 y consistente en diversas novelas, una autobiografía y algunas biografías sobre pintores. Su poesía es, así, una especie de interludio creativo pensado como un canto a la lengua que hablaron sus padres y que ella conoció en la intimidad de la vida familiar. Esta condición de intimidad o secrecía con que vivió el sefardí la inspiraron para que sus textos líricos adquirieran el carácter del kadish, el rezo judío que lanza su congoja a Dios.
Hay una relación entre la experiencia de carácter íntimo de la lengua sefardí en Nicoïdski y el carácter de “reducción” de su poesía. Como en las operaciones químicas, los cantos de la poeta han perdido toda sustancia no esencial, no constitutiva, conservando solo las palabras y sus significados más profundos.
Leemos en su último poemario Caminos de palabras (1980):
locura
abierta
callada cerca de la arena
tan sólo
un pájaro muerto
¿tan sólo ves la luna?
se despertó un día al oír reír a las estrellas
y su único ojo
la devoró toda
Es esta fractura inicial en la conciencia poética la que recorre la breve obra que influyó en el esencialismo de José Ángel Valente y en la poesía de Juan Gelman. La proximidad con la desgarradura y una sensibilidad atenta a la pérdida, los nortes de sus poemas, son también reflejo de su vida temprana, marcada primero por haber vivido escondida en Lyon bajo el régimen nazi y, en un segundo término, por la mudanza que sus padres hicieron junto con ella a Marruecos al término de la Segunda Guerra Mundial. Y aunque el Holocausto no es mencionado en sus poemas, la poeta nombra recurrentemente un “espanto”, violento y conmovedor, que bien podría ser el reflejo de los primeros recuerdos de una infancia entre sótanos y buhardillas. A esta constante sensación de orfandad se suma una operación de reducción lingüística que provee de gran fuerza poética a cada uno de sus textos. Cuéntame la fábula ensangrentada que abrirá las puertas cerradas es el kadish dedicado a Federico García Lorca.
Debajo de tu camisa
latía
un pájaro loco
cayó
como una piedra
sólo
el cuchillo de su voz
levantado en el aire
nos dejó tu grito
asesinado
Pero es su primer poemario, Los ojos, las manos, la boca (1978), el más representativo de su obra, y el más intenso y perturbador de sus cantos. Los ojos (la memoria), las manos (la voluntad) y la boca (la consciencia) participan de una ópera dramática que comienza con el descubrimiento de la belleza (la natural belleza del mundo y la belleza del otro): “se rasgaron los ojos/ para ver/ el velo colorado que nos ciega/ se rasgaron los ojos/ como tela/ que esconde la verdad/ se rasgaron”. Esta unidad y perfección se ven amenazadas por una constante generación de caos que la voluntad humana impone a ese universo que apareció contemplado (como si supiese lo que le espera) desde el ojo de una herida atávica. Pero esta voluntad tiene impreso un sino contradictorio: con todo su apabullante movimiento se suele hallar vacía: “mis manos/ dos pájaros asesinados/ esperan caer/ cerca del árbol/ y no saben/ por qué/ viene y se va la sangre que les da vida/ en la muerte”. La tercera frase de este lamento, la boca, constituye la materialización de los augurios entonados por ojos y manos. Toda boca tiene una conciencia y por ello la mentira y el insulto son, para la poeta, heridas dobles sobre la pureza y la gracia universales que, de este modo, quedan tronchadas de una vez por todas: “abierta/ como un pozo/ donde me podía arrojar/ cerrada/ como una puerta/ cuando asesinaban en la calle/ la boca mentirosa/ me espera/ sabiendo que tarde o temprano/ me desgarrará”. Así, volvemos al principio de esta trilogía simbólica en la que los ojos están llorando desde el principio.
La obra poética de Clarisse Nicoïdski es el resultado de un movimiento catártico ejercido con el propósito terapéutico y moral de reconstituir un idioma perdido, apenas entrevisto en la infancia, en una serie de cantos breves que no temen insistir sobre el dolor. Por otro lado, en su operación estética de reducción (de conceptos y de palabras) se trata de una poesía ejemplar en la economía con que las palabras se dotan a sí mismas de movimiento plástico y profundidad de pensamiento concentrados en algo tan fundamental y tan evasivo como la memoria. O como dice la autora: “No sé nada de religión, mas quisiera que estas palabras en la lengua perdida sean para ella, mi madre, como un kadish repetido a menudo”.
Clarisse Nicoïdski, El color del tiempo, traducción de Ernesto Kavi, Sexto Piso, México/Madrid, 2014, 115 pp.
*Para la poeta francesa de lengua sefardí, su poesía es un interludio creativo pensado como un canto a la lengua que hablaron sus padres / Foto: Especial
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