“La muy doble y muy moral Mérida”: entrevista con el actor Roberto Franco sobre el Drag Queen
A través de Constelaciones del deseo, la compañía Murmurante y el actor Roberto Franco promueven el derecho de las personas a construir su identidad
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
Dodi Maleanta es el personaje central de Constelaciones del deseo, una obra escénica que fusiona el teatro, el performance y el videoarte para llevar a los espectadores a una introspección y reflexión sobre su identidad y sobre las orientaciones sexuales de las demás personas. Desde 2016, la compañía de teatro Murmurante, originaria de Mérida, ha llevado este personaje a decenas de escuelas de educación media superior de Yucatán y se ha presentado en otros estados en festivales escénicos.
Fundada en 2008 por Juan de Dios Rath y Ariadna Medina con la intención de llevar a los espectadores yucatecos obras de calidad escénica y con fuerte contenido social, esta compañía presentó esta pieza por primera vez en 2016, un proyecto al que meses después se sumó el actor Roberto Franco con este personaje ideado por él mismo y con el que ha subvertido las mentalidades tradicionales de la sociedad yucateca en temas de sexualidad. Como la misma compañía la define, Constelaciones del deseo es un ejercicio de sensibilización acerca de problemas sociales como el VIH, la violencia en el noviazgo, el ciberacoso, el embarazo adolescente, la salud sexual y el derecho de las personas a construir su propia identidad.
En entrevista, el actor Roberto Franco comparte su experiencia al encarnar a este personaje que se define a sí mismo como drag queen, cabaretera, burlesquera. Entre la apertura y la intolerancia de la sociedad yucateca, Franco describe que la experiencia no ha sido fácil. Si bien reconoce que las generaciones más jóvenes muestran mayor apertura a las identidades pertenecientes a las disidencias sexuales, también comparte algunas experiencias dolorosas y traumática, como la ocasión, hace algunos años, que el show de un colectivo drag fue sacado del programa de la Feria del Libro Infantil y Juvenil por presiones de uno de los patrocinadores que señaló al colectivo de querer imponer una supuesta agenda marcada por lo que llamaron “ideología de género”. Esta experiencia permite a Roberto Franco confirmar esa frase acuñada por Carlos Monsiváis: “La tolerancia tiene hora y tiene dirección”.
¿Cómo surgió Constelaciones del deseo?
Murmurante es una compañía, un colectivo teatral que empieza a involucrarse desde el principio con temas sociales y que tienen que ver con asuntos del género, diversidad, entre otros temas relevantes como el suicidio. Yucatán es uno de los estados con mayor índice en el suicidio en la población joven. Constelaciones del deseo es una pieza que se configura como algo distinto. Surge a partir de un taller que tienen con el maestro Jorge Vargas, de Teatro Línea de Sombra, compañía con que Murmurante tiene mucha cercanía. Sale la primera horneada de Constelaciones del deseo y empiezan a salir proyectos. Entonces se convierte en un conversatorio en el que se atraviesan en diversas estaciones en las que se cuestionan “¿Quién soy?”. Al público asistente se le hace una pequeña entrevista sobre cómo se define, sobre cómo se habla a sí mismo o a sí misma. Después hay unos dispositivos en los que se escuchan experiencias de la diversidad: personas trans, personas gay. Si han sido violentadas en su vida. ¿Cómo ha sido su experiencia? Hay otra estación con un artista plástico que comienza a plasmar las figuras de los asistentes en un gran acetato que después se expone dentro de la pieza. La estación final es el conversatorio. Ahí llega el público y hay un panel en el que se invita a activistas o profesionales y personas que viven la diversidad que cuentan en primeras personas su discriminación, sus procesos. Hay también historias felices que se comparten en este conversatorio. Durante toda la pieza el público puede preguntar y opinar. Se hace un debate muy bonito. Yo me integro más o menos un año después. Yo ya tenía a este personaje que se llama Dodi Maleanta, que es un personaje de cabaret. Me invitan y empieza a surgir esta idea de hacer un performance antes de la entrada del público. La primera presentación fue una cosa muy bonita. Estaba yo en una cabina y había una cámara que grababa mi proceso de maquillaje. El público podía mirar. Era una cosa muy bonita, una especie de voyeurismo en el que el público se asomaba al tocador de una persona. Después comienza a crecer este performance y vamos a municipios en sus Colegios de Bachilleres. El personaje se convierte en una persona que interviene con los chicos, habla un poquito de todo, interviene en una especie de cadáver exquisito con una máquina de escribir en la que los jóvenes pueden escribir cosas. Cuando fuimos a Perú descubrimos que el performance se hace una especie de gran mecano que se puede modificar según el lugar en el que se presenta para dar sorpresas.
¿Cómo ha sido la recepción del público?
Hemos tenido públicos diferentes. Cuando el público va a un teatro a verlo siento que van con la idea de que van con una especie de seriedad con la que van a ver otro tipo de espectáculos. A veces siento que el conversatorio es menos orgánico porque hay una especie de respeto por el recinto. Pero ocurren cosas muy interesantes también que nos sirven para reflexionar. De las mejores experiencias que me han tocado, que han sido muy difíciles es cuando íbamos a los Colegios de Bachilleres. Ahí nos dábamos cuenta de la falta de información en temas de la diversidad. Regularmente esos colegios estaban en pueblos y comisarías de Yucatán. Escuchar las preguntas de estos chicos que tienen entre 15 y 18 años son preguntas que yo mismo no me hacía desde hace muchos años, pero que uno da por sentado que todo mundo sabe ciertas cosas sobre sexualidad, diversidad y género. Y no es así. Contamos con el apoyo de asociaciones que les brindan material para que los chicos no se queden con esta falta de entendimiento. Sucede también que los maestros no entran a la obra. Hay una falta de interés de la comunidad académica para los chicos y por cómo se están formando. Si bien nosotros hemos trabajado fuera de nuestro contexto, nos damos cuenta de realidades distintas a las nuestras.
¿En el caso de Yucatán hay respaldo de instituciones públicas?
La verdad es que además de reconocer el trabajo que hace Ariadna Medina como actriz, creo que es una de las mejores gestoras culturales del Sureste. Ya sea que a veces nos den apoyo las instituciones, como cuando se hizo el proyecto para ir a los Colegios de Bachilleres. La Secretaría de Cultura nos ha apoyado con los transportes. También está el Consejo Municipal contra la Discriminación de la Diversidad Sexual del Ayuntamiento de Mérida. Nos han ayudado mucho a abrir algunas puertas.
¿Cómo es la sociedad yucateca con respecto a estas comunidades?
Yo soy yucateco, nací en Ticul. Quiero mucho a mi ciudad. Me parece muy linda para vivir. Los yucatecos tienen un modo de vida muy lindo. Vivo en un pueblo que está a media hora de Mérida. Todo esto te lo platico por el contexto en el que vivo acá porque al cruzar el Periférico ya hay una realidad diferente.
Por ejemplo, acabo de tener un ensayo con mi pianista porque el sábado tengo un estreno de un show, estaba cantando canciones de señoras. Hace dos años antes de la pandemia estaba participando en la Drag Queen Story Hour. Contamos cuentos a niños, cuentos que tienen que ver con la diversidad sexual y otros temas complicados como el divorcio o las adicciones. Son textos seleccionados por personas capacitadas, hacemos un espectáculo. Es muy bonito. Ese día iba yo saliendo de casa. Me mandé a hacer un vestido impresionante de color merengue, color unicornio, con una peluca impresionante que combinaba con mi barba. E iban llegando mis vecinos de enfrente con sus papás y sus cuatro hijos: dos niños y dos niñas. Yo soy padrino de uno de sus hijos. Las niñas me miraron, se acercaron a mí y me dijeron: “Vecino. Eres una princesa hermosa”. Yo iba maquillado y con barba. Es muy emocionante porque a través de la mirada de un niño, que es tan inocente, esta niña veía a una princesa, no a un señor de barba de 47 años.
Esta historia contrasta con lo que nos sucedió dos años antes. Teníamos una participación en la Feria Internacional de Libro Infantil y Juvenil de Yucatán. Uno de nuestros números principales era el show de cuenta cuentos con los niños. Y pues algunas de las “familias bien” de Yucatán, de las que han formado sus fortunas desde los años de la explotación del henequén, tienen un chat de las escuelas privadas más caras de Yucatán. Esto que te voy a contar nos lo dijeron personas directamente relacionadas con la organización. Resulta que una de las personas que más dinero ponía a la feria le dijo al esposo que estaría nuestro show, se quejó de que era “ideología de género”, que era una imposición, un “adoctrinamiento” con sus hijos. Entonces, el marido, quien iba a proveer a la feria algunos de los insumos más costosos les dijo a los organizadores: “Esto no me gusta. O los quitan o no les pongo la lana”. Entones los organizadores fueron a hablar con nosotros. Eso me encabronó mucho. Así como hubo mucha gente que nos ofreció su ayuda, también hubo mucha gente que sacó su odio. En esos días me daba miedo salir de casa. A mi buzón de Facebook e Instagram llegaron mensajes de odio, de amenazas. Pero no sólo era gente de aquí de Mérida. Parece que era una red de fanáticos no sólo de México, sino del extranjero. El eslogan de Mérida es “La muy noble y muy leal ciudad de Mérida”, pero unos amigos y yo hemos decidido que sea “La muy doble y muy moral ciudad de Mérida”. Porque es el estado, como muchos otros, en los que impera la idea de “no hagas lo que hago, mejor haz lo que digo”. Creo que ese es uno de los principales temas en los que hay que trabajar, en la información. Aquí en Mérida hay una generación que viene con todo: chicos y chicas trans con sus procesos de hormonación, asociaciones, pero cuando me asomo a otros lados me doy cuenta que hace falta un montón de trabajo. Si nos acogemos sólo a las instituciones, va a tardar unos 200 años más la aceptación. Son las colectivas, las asociaciones civiles, las casas dragas las que se la están rifando con el empoderamiento. Las instituciones a veces también meten la pata. El sábado fue la marcha de la diversidad en Mérida. Se rumoraba que al clavadista Rommel Pacheco, que por supuesto quiere ser diputado en Yucatán, lo iban a poner al frente de la marcha. Imagínate, a un militante del PAN, cuando este partido es el que en toda su existencia más ha jodido a las comunidades de la diversidad sexual. ¡No! Ahí salieron las colectivas a decir que no. Y no se hizo… pero impusieron a su cuñado.
Carlos Monsiváis decía que “La tolerancia tiene hora y tiene dirección”.
En Mérida se aplica al pie de la letra. Ahora en junio, que es el mes del orgullo, las compañías y los productos se ponen la banderita y en julio ya estuvo. Pero también ha surgido negocios con apertura, son espacios en los que las personas pueden expresarse libremente, son lugares seguros. Hay redes que se están generando, y movimientos. Esto está rompiendo la línea entre nuestra ruptura amorosa y la tolerancia forzada. El hecho de que en el Parque de la Mejorada, que enfrente tiene una iglesia, se haga una bazarita un domingo de cada mes que se hace con un show drag enfrente de una de las iglesias más icónicas de Mérida, me parece que significa que se está enfrentando de manera amorosa esa tolerancia frustrada. Qué bonito es que las señoras salgan de misa de las 7 de la noche y vean a un grupo de dragas espectaculares con sus pelucas, tacones y corsés cantando a Lady Gaga. Lo mismo sucede en el Parque de las Américas. Ese es el verdadero empoderamiento: tomar los espacios que nos pertenecen a todos. Esa es una verdadera ruptura amorosa frente a la tolerancia forzada.
FOTO: Desde 2016, Roberto Franco da vida a su personaje de Dodi Maleanta en Constelaciones del deseo/ Cortesía Compañía Murmurante
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