La necesidad del mal

Ene 27 • Lecturas, Miradas • 4142 Views • No hay comentarios en La necesidad del mal

 

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Veintiocho días y Una librería en Berlín exponen la primitiva naturaleza humana por rescatar la bondad del individuo, aun frente a esos otros impulsos primitivos que son la estupidez y el abuso de poder

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POR ETHEL KRAUZE

 ¿Es necesario el mal? Desde la fe cristiana, la visión del infierno, del mal encarnado, es una especie de don. Don al revés, si se quiere. Un ojo que mira hacia la oscuridad es un ojo capaz de ser deslumbrado por la luz.

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La beata Ana Catalina Emmerich decía del infierno, que “nadie podría contemplarlo sin temblar”. Santa Teresa de Ávila se sentía “en el fuego y despedazada” ante las visiones del mal. San Juan Bosco refiere que en cuanto cruzó el umbral sintió “un terror indescriptible” y no se atrevió a dar un paso más. Sor Lucía de Fátima habla de “gritos y gemidos de dolor y desesperación”. Santa María Faustina Kowalska lo describe como “un lugar de gran tortura”.

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En otras culturas, el mal o el infierno es el alejamiento de Dios, o de la Unidad, o de la Luz. No hay Historia sin la historia del mal. ¿Es, acaso, una necesidad? ¿Algo indispensable para poder entender el bien, para invocarlo y procurarlo? ¿Es el lado oscuro sin el cual ninguna luminosidad sería percibida? ¿Es posible erradicarlo?

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Son preguntas que hoy día se vuelven el pan cotidiano, porque han dejado de ser territorio de la teología y la filosofía y se encuentran en la mesa nuestra de cada día. En las conversaciones y los chats, entre conocidos y entre desconocidos, en los noticieros y en las reuniones casuales.

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No pasan veinticuatro horas sin que alguno de nosotros no comente, en voz alta o para sus adentros, alguna de aquellas frases sobre el mal y el infierno, al enterarnos de los hechos en nuestro país y alrededor del mundo. No podríamos contemplar las imágenes de las jóvenes asfixiadas, violadas y asesinadas “sin temblar”; cada madre cuyo hijo desaparece se siente “en el fuego y despedazada”; y por doquier escuchamos “gritos y gemidos de dolor y desesperación” por los secuestros, los atentados y las balaceras. Estamos cruzando el umbral, lo sabemos, por eso sentimos “un terror indescriptible”.

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El escritor francés Georges Bataille habla de la expiación colectiva ante el ritual de la sangre. Mientras más descarnada, más efectiva. Y, por otra parte, la filósofa Hanna Arendt acuña el tremendo concepto de “la banalidad del mal”, cuando observa el juicio a Adolf Eichman, uno de los considerados monstruos del nazismo. Para el primero, el mal es una necesidad social para una humanidad pobre de espíritu. Para la segunda, el auténtico mal es la banalización de la vida: Eichman es sólo un hombre común y corriente, como puede serlo cualquiera de nosotros, que obedece órdenes a ciegas. Sólo la conciencia, en ambos casos, puede enderezarnos el rumbo.

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Tal vez sea esto lo que empuja a la literatura del siglo XXI a continuar con la saga del Holocausto. Ese episodio en la historia moderna que todavía no hemos acabado de estudiar, explorar, asimilar. Después de tamaña barbarie, el horror dejó de serlo. Y las nuevas generaciones nacen y van creciendo en pleno territorio del mal, donde un sinfín de “Eichmans” obedecen la orden de arriba de secuestrar, balacear, mutilar, desmembrar, quemar, embolsar trozos humanos a diestra y siniestra en nuestro país; o bien, disparar, hacer explotar e incendiar lugares públicos en otras latitudes.

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No es casualidad, pues, que vengan aparejadas sendas novedades literarias: Veintiocho días, del alemán David Safier, nacido en 1966, con una novela que recoge la historia del levantamiento del gueto de Varsovia a través de una hermosa historia de amor entre dos adolescentes, y la valerosa actitud de Janusz Korczac, el pedagogo de fama mundial que decidió ir a la muerte acompañando a sus doscientos huérfanos a quienes había acogido en su escuela. Trenzando historia y ficción, este autor redescubre otra arista de ese oscuro tema. Es una delicia leer esta novela llena de amor y de luminosidad en el alma de sus personajes. Por eso mismo, emerge como aceite en el agua, la más absoluta estupidez de las órdenes que reciben y obedecen los soldados nazis.

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En Una librería en Berlín, Francoise Frenkel, una mujer enamorada de los libros y la literatura francesa narra su viacrucis para instalar una librería francesa en la capital de Alemania, y, luego, ante la ascensión del nazismo, de un día para el otro, es señalada como judía, amenazada y perseguida. La obra es un ominoso recorrido por su salvación, entre traiciones y muchedumbres enemigas. Este texto fue redescubierto por Patrick Modiano en 2015 y ahora lo tenemos en español. No podemos dejar de temblar siguiendo sus páginas, no podemos dejar de preguntarnos por ella, por nosotros. Su lectura nos lleva, de nuevo, a la impostergable reflexión sobre el mal: ¿era necesario ese sufrimiento, sólo por su amor a los libros? Quienes la condenaron y persiguieron, ¿sólo seguían órdenes? Y aquí, ahora, ¿es necesario este sufrimiento que nos acompaña cotidianamente?

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¿Por qué hemos hecho del mundo “un lugar de gran tortura”, como dice del infierno Santa María Faustina Kowalska?

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Somos todavía muy primitivos: necesitamos poner el mal afuera, sacrificar a otros, para liberarnos por un tiempo. Y más pronto que tarde, repetir la operación.

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El mal que producimos es banalizar la vida. No es exactamente matar. Es hacer que la vida no sea importante. Renunciar a la conciencia propia. Obedecer.

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Dos miradas filosóficas y dos obras literarias. En nosotros está leer y decidir.

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FOTO: Françoise Frenkel:  Una librería en Berlín, México, Seix Barral, 2017, 296 pp. /
David Safier: 28 días, México, Seix Barral, 2014, 412 pp. / Especial.

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