La novela como un expediente: entrevista con Vicente Alfonso sobre “La sangre desconocida”
En La sangre desconocida, su nueva novela, el escritor reconstruye parte de la historia de la Liga Comunista 23 de Septiembre y traza lazos entre las resistencias civiles de México y Estados Unidos con un fuerte cuestionamiento a la idea de legalidad
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
En La tía Julia y el escribidor (1977), Mario Vargas Llosa hace un ejercicio novelístico en el que uno de sus personajes, un escritor de radionovelas, crea varios universos paralelos mientras va sorteando las peripecias de su vida personal y las exigencias de la radiodifusora. A medida que avanzan los capítulos, los personajes de estas radionovelas van invadiendo mutuamente los espacios que les corresponden a los otros para crear en el lector la percepción de estar frente a una red narrativa en la que cada fibra ocupa su lugar, un acto decidido por la pericia del escritor.
Un ejercicio similar hace Vicente Alfonso en La sangre desconocida (Alfaguara-UAS, 2022), reconocida con el Premio Nacional Élmer Mendoza 2021, convocado por la Universidad Autónoma de Sinaloa, un trabajo novelístico indica que su autor, nacido en Torreón en 1977, ha llegado a un nuevo punto de madurez creativa. En estas páginas se permite nuevos grados de experimentación que ya comenzaban a vislumbrarse en Huesos de San Lorenzo (Tusquets, 2015), su anterior novela, como una especie de narración a tres pistas que en cada acto van descubriéndose como parte de las otras aledañas.
Los personajes de la primera historia son Bernardo, Clemente y Rosario, miembros del grupo guerrillero Liga Comunista 23 de Septiembre en la ciudad de Culiacán a inicios de los años 70. Rosario es también parte de la segunda historia, en la que aparece meses antes como alumna de un internado para señoritas en la ciudad de Camel City y donde conoce a Harriet Byrd, una joven anglosajona perteneciente a una de las familias más pudientes del país, pero que vive en constante conflicto personal con su linaje. Ya en una época contemporánea, Fabián es uno de los protagonistas de la tercera historia, quien trata de superar el bloqueo creativo que le representa escribir una novela policiaca ambientada en Camel City al tiempo que hace un repaso de su historial afectivo y se engancha sentimentalmente con Viury, quien tiene una especial fijación con el tema de la sangre y es hija de una misteriosa campesina de la sierra de Guerrero.
En esta entrevista, Vicente Alfonso reconoce no sólo su deuda con su eterno maestro Federico Campbell, además de autores como Carlos Montemayor y José Revueltas, sino que también ofrece una revaloración desde la ficción de algunos episodios silenciados de la historia reciente de México, como la mal llamada “Guerra sucia”.
Una de las historias presentes en la novela es la de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Es una historia silenciada. Cuando analizas la historia oficial del país te das cuenta que hay vacíos importantes. Dicen los astrónomos: “si no hay nada ahí es que hay una presencia oscura”. Hay capítulos como la mal llamada “Guerra sucia” –que no fue una guerra sino un conjunto de operativos y agresiones ilícitas–, la Liga 23 Comunista de septiembre, el asalto al cuartel Madera o el Partido de los Pobres que han sido silenciados. Como pasa en las familias, de pronto hay vacíos pesados en las conversaciones porque alguien se acerca a un tema incómodo. En nuestro continente es saludable ventilar esos capítulos desde nuestra narrativa de ficción porque son laboratorios en los que se puede discutir la manera en que se configuraron estos movimientos y las necesidades a las que atendían. Por eso en La sangre desconocida hago puentes con la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. Hoy vivimos un momento de polarización en el que es importante discutir la existencia de estos movimientos.
¿Desde la literatura cómo estamos reelaborando estos episodios que nos han impuesto como el lado b de nuestra historia?
Juan José Saer nos recuerda en un estupendo ensayo, El concepto de ficción, que ésta no es antípoda de la realidad. Solemos tomarlos como polos opuestos de un mismo plano. La ficción es el complemento de la realidad, es una herramienta que nos permite ir más allá. Cito a Federico Campbell: una novela es una tesis sin pruebas. La narrativa nos permite explorar el hecho, cuando tenemos intuiciones o indicios de que las cosas pudieron ser de una manera, y no tenemos que acompañarlo de pruebas. Eso es una herramienta magnífica. Eso le permitió a Carlos Montemayor documentar y poner sobre la mesa este pasaje que hemos mencionado de la mal llamada “Guerra sucia”. Y le ha permitido a lo largo de la historia a muchos novelistas enunciar cosas que de otro modo no podía ponerse sobre la mesa porque la censura no lo permite o porque no hay un contexto que lo reciba adecuadamente. Ese es uno de los privilegios de la ficción. No quiere decir que no estemos dialogando con la realidad. Estamos estableciendo un diálogo muy intenso con la realidad. Más que un decir “Así fue” es “Así pudo ser”.
¿Qué lleva a personajes como Bernardo y Rosario, pese a sus propios conflictos interiores, a involucrarse mutuamente?
Están basados en casos reales que hubo en mi familia, aunque deformados por la ficción. Ambos tratan de mantener la congruencia. Tanto Rosario como Bernardo son muy distintos entre sí. Provienen de ambientes distintos, pero cuestionan sus propios entornos. Son un profesor de derecho y su alumna. Ella es una chica con privilegios; el profesor es un abogado que proviene de la clase trabajadora que se ha hecho en la línea del esfuerzo. Y de pronto se encuentran y aunque en casi nada se ponen de acuerdo sí lo hacen en eso: una visión crítica y la búsqueda de congruencia. A mí me gusta esa cuestión porque rescata algo importante. Tampoco concuerdan en cuál sería la vía para concretar esas mejoras en la sociedad. Ahí se da un debate entre ellos: ¿cómo se consigue hacer avanzar la sociedad y en qué sentido se puede avanzar? ¿Debemos optar por la lucha armada u por las opciones que nos da la legalidad? En ese forcejeo se da la historia de esta pareja que no es remota. Como país asistimos a estos debates todos los días. Somos un país polarizado que intenta encontrar su camino.
Fabián está con un conflicto interior sobre cómo nombrar las cosas.
Fabián es una potencia que todos tenemos. Está bloqueado y quiere escribir. En ese personaje hay una reflexión sobre el papel del escritor. Quiere hacer una novela, pero no sabe para qué quiere hacerlo. Quizá por cierto prestigio social que le sirva de manera muy inmediata. No veo que se comprometa con sus historias. Ahí hay un riesgo permanente. Los narradores tenemos siempre esa espada de Damocles. ¿Para qué queremos maquilar historias una detrás de otra? ¿Para qué quiero contar esto? ¿Sirve contarlo o sólo es para tener mi nuevo libro bajo el brazo?
En el personaje de Viury está muy definido por su afinidad musical. ¿Qué afinidades hay entre el metal como la música de protesta?
Muchas de estas bandas son muy críticas con fenómenos que no tienen nada que ver con sangre y huesos sino con consumo, democracias débiles o sesgadas. Y eso es mucho más peligroso. Mucho de mi posicionamiento crítico con fenómenos contemporáneos viene de ahí. En discos como And justice for all de Metallica hay un cuestionamiento. Mi madre fue jueza durante muchos años y tenía su escultura de la imagen de la justicia como esa mujer con una balanza y los ojos vendados. Y la portada de And justice for all es esta misma imagen, pero agrietada, a punto de derrumbarse. Si eso no era acercarme al mundo adulto con una perspectiva crítica, ¿entonces no sé qué era? Géneros como el policial hacen lo mismo. Toman elementos que configuran nuestra vida cotidiana y los voltean para verlos por adentro desde una perspectiva crítica. Hay una campaña negra en contra del rock pesado, lo mismo que una campaña de desprestigio contra el género policial. Se dice que son divertimentos y quizá lo fueron. Hoy son laboratorios para la observación constante de la realidad en la que vivimos.
En el caso de Fabián y Viury van desarrollando una relación conflictiva que está relacionada con el elemento de la sangre que da título a la novela.
En un momento escuché una conversación en la que alguien decía que somos una sociedad vampírica con una obsesión por la sangre. Alguien en esa conversación decía: “No hay un día en que no leas o escuches la palabra sangre”. Está en el centro de nuestra sociedad. Significa muchas cosas todo el tiempo al grado que el título La sangre desconocida me parecía casi un oxímoron. Es un elemento conocidísimo para nosotros como una forma de simbolizar el linaje o la herencia de los padres a hijos, pero también la violencia. Significa vida. Hay un montón de elementos simbólicos y quería ponerlos de manera muy presentes.
Rosario y Harriet son muy distintas, pero al mismo tiempo con muchas similitudes. Parecen gemelas separadas al nacer.
Hay un asunto que tiene que ver con la manera en la que jugamos en nuestro contexto. Una parte de la novela se desarrolla en Camel City, donde Rosario es la marginal porque es la única mexicana en el internado. Ahí se da cuenta que a ella, la privilegiada, le toca ser la marginal. A todos nos pasa. No vivimos flotando en el éter, sino en un complejísimo tejido de relaciones. Cuando Rosario regresa a México y se da cuenta que puede cuestionar la sociedad en la que vive desde sus privilegios, se comienza a parecerse demasiado a Harriet. Me importaba mucho destacar dos hermandades. Es curioso porque casi no se pone sobre la mesa. Vivimos con una frontera ideológica. Pensamos que del lado norteamericano hay ciertas discusiones y que de este lado son totalmente distintas. Pero los Black Panthers abrevaban mucho de autores latinoamericanos. Se leían los mismos libros de uno y otro lado de la frontera. Me importaba que Harriet y Rosario encarnaran estos paralelismos que están muy conectados. En ese sentido intenté que hubiera muchas similitudes y muchas diferencias. Son personajes que se quieren muchísimo y se odian. Es una manera de simbolizar la relación tan conflictiva de vecinos, pero que nos brinda tantas cosas, entre México y Estados Unidos.
Hay un momento de mucha conexión entre Bernardo y Rosario en que se asemejan a una especie de constelaciones.
La idea del tejido también está presente. Un tejido es eso, un sistema de relaciones. Me asombró mucho que la ciencia forense define la sangre como un tejido líquido. Al final las relaciones que establecen los personajes, en este tejido, son la novela. Rescato la idea de las constelaciones de Julio Cortázar. Él solía ver estas constelaciones, les llamaba figuras. Decía: “de pronto formo parte de una figura de la que no soy consciente. Pero es algo que me relaciona con equis número de personas y yo no lo advierto”. Y nuestra historia es la manera en cómo se revelan estas figuras. Esto me parecía muy importante para la novela porque nos revela que nuestro destino está vinculado al de los demás.
Algo más que me parece central en la novela es la idea de lo legal y lo ilegal. Uno de los personajes, Harriet, dice: “Mi abuela podía tener esclavos, pero no podía votar”. Que un hombre o una mujer fueran dueños de otras personas era visto como algo perfectamente válido, pero que una mujer votara era ilegal. Los que pertenecemos a mi generación hemos visto cómo el aborto se ha vuelto legal. Y ahora en Estados Unidos va otra vez a punto de hacerse ilegal. Solemos pensar que lo legal está escrito en piedra, es inamovible. Pero es un ejercicio colectivo. Entre todos, con sistemas muy complejos, definimos qué es legal. Eso no es producto de la voluntad de los dioses, sino de muchas voluntades que están en abierta pugna. Eso es el centro de la novela.
Quien defiende muy bien esta visión de los privilegios es el personaje de Byrd III.
Todos los personajes están peleando por lo que consideran es legal. Hay personajes que identificamos muy bien de qué lado están. Hay otros que nos parecen ambiguos hasta que entendemos sus verdaderas motivaciones. A veces hacemos lecturas sobre personajes, pero tres capítulos después tenemos que revalorarlos porque no conocíamos motivaciones subterráneas. En esta idea de ser hijo de una jueza crecí en el archivo del juzgado leyendo expedientes, lo que me involucraba de una manera muy directa. Un testigo decía una cosa y luego venía otro testigo y echaba todo por tierra. Y le toca al lector –que en el caso el juez es un lector privilegiado– establecer qué fue lo que pasó en realidad. Siempre me fascinó ese ejercicio de lectura privilegiada. Ahora en lo que escribo trato que el lector tenga esa misma responsabilidad. Por eso en mis novelas no hay versiones únicas, sino versiones encontradas, y le toca al lector decidir qué pasa.
Después de leer La sangre desconocida me queda clara esta idea de que el terrorismo es una palabra que resulta un comodín retórico para atacar a este tipo de disidencias.
Nombrar la realidad es ya una manera de empezar a transformarla. Decir Guerra sucia implica dos cosas: implica dos bandos con posibilidades más o menos iguales y con intención de agredirse mutuamente. A muchos movimientos de ambos lados de la frontera se trató de difamarlos. De los Black Panthers se dijo que eran violentos. Muchas veces no se dijo que promovían la alfabetización entre niños y adultos que no tenían acceso a servicios de educación, promovían servicios de salud y de desayunos para los niños.
En este tema de la concientización del papel de los géneros encontré varias evidencias de que en los Black Panthers militaron más mujeres que hombres. Algo que nos parece sorprendente porque siempre hemos visto imágenes de los Black Panthers como hombres de chamarra y boinas negras. Y pasa lo mismo con los movimientos estudiantiles en nuestro país, en un momento en donde ya eran muy señalados y las células estaban muy identificadas, las muchachas empiezan a funcionar como correo, como elementos de comunicación para transportar documentos, armas, o para convocar a ciertas reuniones. Y eso las ponía en un riesgo gravísimo. No tenemos de cuántas muchachas desaparecieron en esa lucha. Sin embargo, tenemos en el imaginario la idea de estos luchadores sociales casi siempre como hombres.
Son como estos empalmes que tenemos de realidades complejas. La primera propuesta sería nombrar de otra manera a la realidad. Muchas veces en estos términos heredados hay un fuerte desprestigio. Por eso la novela inicia con este volante que circula en el que se les menciona como terroristas. Porque si los ponemos ya bajo esa etiqueta inmediatamente hay una criminalización de una lucha legítima.
¿Qué características fuiste formulando desde la escaleta y durante la evolución sobre las características de los personajes?
El trabajo de escaleta fue muy intenso. La tuve que rehacer muchas veces, prácticamente hasta el último día. Este trabajo de zurcido invisible, como lo llamaba mi maestro Federico Campbell, trabajar a partir de fragmentos que se van ligando, representa una de las estrategias principales del libro. El lector llega a la historia como arribamos muchas veces a las historias en la vida. Las cosas ya están empezadas, no sabemos quién está de qué lado, quién representa qué intereses, y tenemos que irnos haciendo una idea o emitiendo juicios que siempre son provisionales. Con ciertos hechos tenemos que replantearnos la realidad. Eso quería que hiciera el lector. Que hiciera ciertos juicios sobre los personajes y un par de capítulos después tuviera que reelaborarlos. ¿Por qué? Volvemos a tu pregunta anterior. Así vamos reelaborando nuestra historia reciente como país, incluso nuestra historia lejana. Hace poco leía en el libro de un académico norteamericano, Brian Price, en el que demuestra de una manera contundente cómo ha cambiado la polaridad de ciertos personajes históricos a partir de ciertas lecturas que se hacen.
FOTO: La sangre desconocida, de Vicente Alfonso, recibió el Premio Nacional de Novela Élmer Mendoza 2021/ Germán Espinosa/ El Universal
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