La novela, los diálogos, las cartas
En este texto la autora propone, a través de una novela de Terry Tempest, recurrir a las bisabuelas y madres para que sean ellas quienes cuenten la Historia de las mujeres
POR ETHEL KRAUZE
Cosecha de mujeres
Un día aparece un libro como éste entre tus manos. Cartas a las ancestras, Fondo Blanco Editorial, 2023. ¿Qué ocurrió? ¿Cómo fue que se escribió? ¿Dónde, cuándo, se despertó el ángel de la escritura para mover las manos de un grupo de mujeres al acecho de sus ancestras, con el clamor de dirigirse a ellas, buscarlas, reconvenirlas, reinventarlas, descubrir escondrijos y lagunas, ventanas que dan a otras épocas, puertas que nunca se han abierto?
Yo también me lo pregunto, me lo he preguntado durante los dos años en los que nos avocamos a perseguir ancestras, a escribirles como si nos fuera la vida en ello. Y es que sí nos va la vida en ello. Las mujeres hemos sido piedra de silencios en el laberinto de la Historia. La cultura ha privilegiado nuestro silencio a cambio de otorgarnos el reino del hogar y el poder del deseo que despertamos en los hombres. Quienes rompían este pacto, eran desechadas como brujas, locas, perversas y se les condenaba a la hoguera o al suicidio. Apenas unas cuántas voces de mujeres se conservan de antaño, en fragmentos que aún seguimos resucitando las de ahora.
Después de muchos embates el mundo despertó en el siglo XX conque algunas mujeres empezaron a transgredir este mandato y a escribir y a publicar a nombre propio lo que observan, lo que viven, lo que quieren, lo que imaginan. Finalmente podíamos leer a nuestras congéneres, identificarnos con sus voces y sus miradas. No que no hubieran escrito antes, no lo sabremos, porque sus escritos pueden estar guardados en baúles inextricables, escondidos en un viejo sótano, o camuflados bajo el nombre de algún marido, o convertidos en cenizas por ellas mismas o por los hijos.
Han desfilado por nuestras lecturas escritoras tan emblemáticas como Virginia Woolf, Katherine Mansfield, Marguerite Yourcenar, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Rosario Castellanos, María Luisa Bombal, Clarice Lispector, Josefina Vicens, Elena Garro, Guadalupe Dueñas, Amparo Dávila, Inés Arredondo, Silvina Ocampo, Helena Paz, Marcela del Río Reyes, Nellie Campobello, Nahui Ollin, Frida Kahlo, Patricia Highsmith, Karen Blixen, Doris Lessing, sólo por mencionar a algunas de las que ya partieron físicamente… En fin, imposible nombrar a todas las que han dejado un abanico de miradas en sus letras, pienso en nuestras Elena Poniatowska y Margo Glantz, que siguen más allá de sus 90 años cumplidos, irradiando con nuevas publicaciones y conferencias —y a las que conocemos todavía poco, de Oriente, Medio Oriente, África, Centroamérica, por la inveterada injusticia colonialista que llega también a las traducciones y al mercado editorial—, por no mencionar a las escritoras más jóvenes, cientos, que están ahora floreciendo alrededor del mundo.
Samovar es la novela más personal que he escrito, rescata la vida de mi abuela y su hermana mayor, judías rusas ucranianas que tienen que huir del nazismo, con sus hijos, y su llegada involuntaria a México donde conocen a Modesta, una migrante náhuatl proveniente de un rancho de Hidalgo, quien huye de los estragos de la Revolución Mexicana. Las tres forman un triunvirato de mujeres extraordinarias dentro de la vida cotidiana en la que tienen que aprender a sobrevivir. Sus historias, de muchas maneras, representan las historias de las mujeres, en dos continentes y un crisol de culturas y de lenguas, desde finales del siglo XIX hasta la pandemia del XXI. El samovar (esa tetera rusa para calentar el cuerpo y el corazón) es el objeto que las reúne, piedra de toque que habrá de transformar la vida de la nieta. Me di cuenta de que “mi carta a las ancestras” era, realmente, Samovar, y me sentí parte de ella como nunca.
He contado en estas páginas el caso de la escritora Terry Tempest-Williams que publicó en 2021 Cuando las mujeres fueron pájaros, traducido al español por Isabel Zapata, en editorial Antílope. Es un texto casi inclasificable, como lo que ahora hacemos las mujeres, saltando las fronteras que los colonialismos canónicos culturales han desplegado para la repartición de los bienes y servicios de la literatura. Ahí, la autora cuenta cómo su madre le deja de herencia un librero completo con sus diarios de toda la vida, perfectamente acomodados, empastados con colores, pero le pide que no los lea hasta que haya muerto —la madre tenía una enfermedad terminal. La autora acepta y obedece. Cuando finalmente muere la madre, la autora se dispone a abrir uno por uno los diarios, sólo para descubrir que todos están absolutamente vacíos: páginas en blanco, cientas, vacías. La obra de Terry es una especie de elegía, de resurrección, de grito contenido, imaginando lo que la madre hubiera escrito, tratando de entender cuál era el mensaje que quiso legarle con ese puñado de silencios atroces que la hija tiene que aprender a llenar.
Cuando empecé a leer el libro, sentí que me ahogaba, y así continué hasta el final, en un sollozo, en una devoración de la memoria. Varias autoras hemos conversado ante el público que es momento de acudir a nuestras ancestras: nuestras tatarabuelas, bisabuelas, abuelas, madres, para que sean ellas quienes nos cuenten la gran historia de las mujeres dentro de la Gran Historia, que tanta falta nos hace.
Las mujeres que hemos cruzado el siglo XXI nos buscamos en los orígenes para no empezar de cero cada día, necesitamos descubrir las voces que nos han forjado en las historias de las mujeres que nos han formado, para bien o para mal. Esto, es, pues, Cartas a las ancestras.
¿Cómo sortearon la vida entre esos silencios pavorosos que nos han legado como tatuajes en nuestra historia común? Ésta es la gran pregunta a la cual nos dimos a la tarea de contestar, a veces con la imaginación, otras, con la indagación. Las preguntas estaban en el aire en nuestro taller virtual Casa de Letras, los martes quincenales, donde nos reunimos autoras de diferentes partes de la República Mexicana e incluso de otros países. Bastó que una de ellas, Grazziella, nos trajera un texto sobre los amores de su tatarabuela. Prendió la mecha, ¡vamos a escribir cartas a nuestras ancestras! No para agradecerles, sino para conocerlas. La literatura hace lo suyo, siempre sabe qué camino tomar cuando el brote de la necesidad surge en el lugar más insospechado.
Conforme íbamos llenando el volumen, invité a las autoras de mi otro taller virtual, “Poemando en Cuernavaca”, en el que nos reunimos todos los jueves. Así que acá convergen todas aquella que se sumaron a esta aventura que nos ha permitido saber, un poco más, quiénes somos. Berta Carrillo, Rosy Chávez, Ana Hilda Chávez Mata, Alejandra Huerta Elizondo, Silvia González Delgado, Graziella Guzperé, Gela Manzano, Margarita Muñoz, Gabriela Tanner, Estelí Reyes, Mónica Valdés, Norma Vázquez, son las autoras.
Ojalá los lectores, y especialmente las lectoras, reciban esta invitación para hacer lo propio, abrir la cortina de la memoria, hacer hablar al silencio.
FOTO: Terry Tempest-Williams, autora de Cuando las mujeres fueron pájaros. / Louis Gakumba vía terrytempestwilliams.com
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