Relojería para el espíritu de los tiempos

Ago 24 • Lecturas, Miradas • 3480 Views • No hay comentarios en Relojería para el espíritu de los tiempos

POR ROBERTO FRÍAS

 

Heimito von Doderer nació en una familia acaudalada del Imperio austrohúngaro que perdería gran parte de su fortuna tras el final de la primera guerra mundial. Como muchos de sus compatriotas austríacos, Heimito se unió a las tropas de esa primera guerra como voluntario y, como buen escritor, fue capturado por los rusos y enviado a Siberia, donde, curiosamente, o no, comenzó a escribir. Años después, se afiliaría a la rama austríaca del partido nacionalsocialista; se dice que su primer contacto con ese partido se debió a una fuerte decepción amorosa y a que quería encontrar un editor alemán (conociendo a los escritores, el primer motivo es menos creíble que el segundo). Su segundo contacto con el partido, en 1936, cuando vivía en Alemania, es más difícil de justificar, aunque bien es sabido que posteriormente se fue alejando de esa ideología para acabar inmerso en el catolicismo. Fue llamado a filas durante la segunda guerra mundial, lo que le llevó a un largo recorrido que terminó en Noruega, donde, como buen escritor, volvió a caer prisionero, esta vez de los británicos.

Heimito von Doderer, “Relatos breves y microrrelatos”, traducción de Roberto Bravo de la Varga, Acantilado, Barcelona, 2013, 216 pp.
Heimito von Doderer, “Relatos breves y microrrelatos”, traducción de Roberto Bravo de la Varga, Acantilado, Barcelona, 2013, 216 pp.

 

 

Hago este recuento para dejar claro ante el lector que aún no esté familiarizado con Doderer, que desde sus inicios como escritor quedó situado de cara a la desgracia. El portentoso autor de, por lo menos, dos inconmensurables novelas, las únicas dos que se han publicado hasta el momento en castellano gracias a Acantilado, Un asesinato que todos cometemos (1938) y Los demonios (1956), destaca como un agudo comentarista de la intrincada discusión, siempre irritante, nunca del todo satisfactoria, entre la realidad exterior y la realidad espiritual de los hombres. En ambas novelas y en el caso que nos ocupa, sus personajes cumplen con la frustración de saberse humanos y con la obsesión de hallar cada día, ahí mismo, un sentido plausible para la existencia.

 

Así, a este libro fragmentario lo domina la visión de un mundo absurdo, desolado, donde lo común es la violencia y la enajenación, interrumpidas a veces por milagrosas pasiones o por epifanías de la imperiosa necesidad de celebrar el simple hecho de estar vivos. Y un humor negro delicado que suele subrayar la simpática banalidad de las empresas humanas. De las experiencias en los campos de guerra (como en lo mejor de Céline) deben de venir sus descripciones de aparatos mecánicos: tristes por exactas, llenas de esterilidad y propensas a la deshumanización, aunque también llenas de una violencia animal. Baste mencionar los pasadizos llenos de polvo y cartón y olor a grasa industrial de una atracción de feria o la locomotora que ruge sin control con la prisa de llevar a todos sus pasajeros a una muerte segura. Quizá también su encendida salvaguarda de los recuerdos colectivos ante la aparición de la barbarie, como sucede en «Funeral de campaña para un amor». Y de las dos posguerras que vivió deben de venir también sus visiones de momentos urbanos llenos de vacío angustioso, como cuando la aristócrata venida a menos de «El apellido olvidado» tiene un rapto de amnesia que le hace olvidar justo lo único que le queda, el nombre, y se le ve desesperada en la calle, yendo de arriba abajo.  Y ese latido de la vida urbana ajetreada pero incierta, sumido en un mundo semiderruido pero en vías de reconstrucción, que se siente en cada relato.

 

Otras secciones del volumen nos confirman a Doderer como un maestro del relato breve y el microrrelato (en especial «Ocho ataques de ira», «Nueve microrrelatos», «El incendio», «León Pujot» o «Encuentro al amanecer») cuyas influencias pueden detectarse en autores alemanes contemporáneos como Michael Ende o Uwe Timm, maestría que lo convierte en lectura obligada para quienes gustan de las obras de relojería con tensión dramática y profundidad espiritual.

 

Novelistas como Doderer, que ha sido comparado con Musil, Proust o Joyce, a veces pasan con dificultad, incluso en medio del ridículo, la prueba de la narrativa corta. No es este el caso. Digamos que Relatos breves y microrrelatos es el taller artesanal donde se preparan las pequeñas piezas que luego Doderer habría de utilizar para construir sus grandes maquinas de ficción.

 

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