La “Novela semanal” en “El Universal Ilustrado”

Nov 5 • destacamos, principales, Reflexiones • 3929 Views • No hay comentarios en La “Novela semanal” en “El Universal Ilustrado”

Presentamos una selección de las ponencias que se dieron el 10 y 11 de octubre en el coloquio “EL UNIVERSAL 100 años. Memoria de México en la Hemeroteca Nacional”.  

POR ARNULFO HERRERA

Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM

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Ya desde aquel viejo diario porfirista que, apoyado por el ministro Limantour, fundó Rafael Reyes Espíndola en septiembre de 1888 con el nombre de El Universal, se dejaron ver las innovaciones que pretendía hacer este oaxaqueño ilustre a quien se ha dado el título de padre del periodismo moderno en México. Sin nostalgia por la pérdida del fuero periodístico que recibieron sin protestas al finalizar la gestión de Manuel González y con la esperanza de conseguir la subvención del Supremo Gobierno, los fundadores y editores de las publicaciones periódicas se afanaron por conseguir el subsidio discrecional que recibían los aduladores de don Porfirio, pero sin que sus concepciones del oficio les causaran la más mínima inquietud. Tanto El Universal como El Partido Liberal de Romero Rubio se convirtieron en los pilares del régimen y se enfrentaron a numerosas publicaciones que se quedaron al margen del presupuesto y obviamente conformaron la oposición en distintos grados: El Diario del Hogar de Filomeno Mata, El Hijo del Ahizote de Daniel Cabrera, El Tiempo de Victoriano Agüeros, El Demócrata editado por Gabriel González Mier, José Ferrel y Querido Moheno, La República, Gil Blas, Don Quijote, La Raza Latina, etc. Ninguna de las muchas publicaciones periódicas se propuso realizar los cambios que se estaban dando en el periodismo estadounidense o europeo, sólo Reyes Espíndola se esforzó por hacer innovaciones en el formato y la presentación de las notas, además de reunir la cautela política necesaria para mantener la sobrevivencia en un régimen despótico. No es necesario decir que, para 1893, la Cárcel Municipal de la Ciudad de México, o cárcel de Belem se sobrepobló con más de veinte editores presos, incontable número de escritores, dibujantes y caricaturistas y uno que otro técnico entre tipógrafos y manuales. A mediados de ese año, Porfirio Díaz aflojó la cuerda y concedió el indulto a la mayoría de los periodistas que estaban presos.

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Sin embargo, pese a los esfuerzos de Reyes Espíndola y el apoyo del gobierno, la empresa se vino abajo. Al aumentar el tiro con el fin de abaratar los costos, no pudo vencer los obstáculos que presentaban las limitaciones de producción y las sangrías que causaba la distribución del diario y se vio precisado a vender el periódico a Ramón Prida, un abogado penalista, nieto político del presidente Juárez, quien lo hizo firmar un contrato que lo excluía del periodismo de la capital.

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No sin dificultades y otra vez con el subsidio gubernamental, Reyes Espíndola volvió a Ciudad de México con El Impacial en septiembre de 1896. El proyecto había sido acogido con discreción, pero recibió un fuerte subsidio del erario que le permitió colocarse rápidamente a la cabeza de todos los diarios del país. Esta vez las innovaciones se emprendieron más allá de los formatos tradicionales (nueva diagramación, la inclusión de reportajes, entrevistas, la contratación de los servicios informativos de la Associated Press), el “Licenciado” —como apodaban a Reyes Espíndola—, compró la maquinaria más moderna de tipografía, fotografía e impresión, se hizo de los mejores escritores, caricaturistas, fotógrafos, administradores y asesores periodísticos, logró un misterioso convenio con las Fábricas de San Rafael y Anexas para surtir las enormes cantidades de papel que requerían sus dos prensas planas y sus tres rotativas y deshizo el monopolio que “el general” Trinidad Martínez, comandante de “un enorme ejército de rapaces voceadores de periódicos”, tenía impuesto en la Ciudad de México para superar los problemas de distribución y dar salida a los 90 mil ejemplares diarios que llegó a publicar de su periódico, más los ejemplares vespertinos de El Mundo y su semanario dominical El Mundo Ilustrado. Con su amenidad de cronista arcaizante, José Juan Tablada narra en La Feria de la Vida (1937), los detalles de esta lucha que Rafael Reyes Espíndola sostuvo con los voceadores y su pintoresco regente:

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Aquella alacena del Portal de Mercaderes a donde “el general” Trinidad Martínez, rubicundo y apoplético… tenía no obstante su modesta apariencia una fuerza enorme en lo que a la circulación de los periódicos atañía. Si por un motivo u otro al general no le simpatizaba alguna publicación, la boicoteaba hasta arruinarla. En cambio, si el periódico era de su agrado, como sucedía con Las Novedades de Chucho Rábago, el dictador de la prensa estimulaba la actividad de sus menudas legiones y el periódico era pregonado con mayor sonoridad y constancia que ninguno otro… ese vasto e importante papel era el que asumía allá en México en la infancia de nuestro diarismo el peregrino general, cuyo reinado un tanto despótico, desordenado y arbitrario, duró hasta que Rafael Reyes Espíndola aplicó al periodismo sistemas más eficaces. Y entonces fue destronado aquel monarca semejante a un rey de baraja, tan pintoresco y mexicano como los evangelistas del Portal de Santo Domingo, como las horchateras del Portal de las Flores y como tantos otros tipos nuestros barridos por la odiosa americanización que sufrimos…

¡Malhaya los soda-fountains y su insípida química con que hemos sustituido aquellos puestos de aguas frescas perfumados con aromas de frutas y de flores, con sus bermejos tinajones y sus jícaras de laca michoacana y sus enramadas a cuya sombra las mismas lindas horchateras que enardecían nuestra adolescencia, desalteraban nuestra sed! (1)

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En el México finisecular del siglo XIX, donde la población de la Capital apenas sobrepasaba el medio millón de habitantes, y la población total del país los trece millones (2), donde el analfabetismo global alcanzaba al 85% de la población, es increíble que existiese un monstruo editorial de estas dimensiones, y que además compitiese con una extensa lista de otros diarios, semanarios y revistas.

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Al parecer los periodistas no se preocuparon mucho por la pérdida del fuero al término del régimen de Manuel González. Sin embargo éste fue uno de los principales motivos por los que ocurrían los frecuentes duelos en el gremio: era la única forma de obtener una satisfacción ante una calumnia o vengar el sentimiento de haber sido injuriados. Recordemos que muchos de los periodistas también eran políticos, diputados y funcionarios públicos. Una de las muertes más recordadas es la de Santiago Sierra (el hermano de Justo Sierra Méndez) quien trabajaba para La Libertad y en 1880 (justo cuando se celebraba la promulgación del fuero para los periodistas) murió en un enfrentamiento con Ireneo Paz. El mismo Reyes Espíndola fue protagonista de un duelo con José Ferrel el 20 de abril de 1893. Ferrel se había hecho cargo temporalmente de El Demócrata mientras su director, Joaquín Clausell, pasaba unas “vacaciones” forzadas en la Cárcel de Belem. Un párrafo poco comedido que apareció en El Demócrata contra El Universal provocó la ineludible cita en el campo del honor que entonces solía apostarse en el costado sur del Panteón Francés. Por fortuna, ambos salieron vivos y sólo terminaron con heridas de espada de poca consideración. La costumbre de los duelos no sólo se debía a la situación interna del México porfirista, sino a la costumbre de imitar a los periodistas franceses, pero lo que podía ser chusco entre los galos, era trágico entre los mexicanos. A pesar de ello, hubo algunos episodios divertidos.

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En sus tendenciosas pero interesantísimas memorias, José Juan Tablada evoca los “cavernarios” duelos que a finales del siglo XIX protagonizaba un siniestro personaje del periodismo cuyo nombre era Límbano Domínguez (3). Aunque firmaba algunas de las notas que aparecían en los diarios donde trabajaba (las más comprometedoras), pocas veces escribía artículos; su verdadero oficio era dar la cara a los inconformes y disgustados lectores que, ofendidos por los vejámenes de que eran objeto, acudían a la redacción de los diarios para reclamar lo que consideraban un infamante libelo publicado en su contra. Era la cotidiana sal de los periódicos mexicanos. La fama que don Límbano había adquirido como duelista solía desanimar cualquier protesta, pero cuando surgía la oportunidad, pactaba el duelo a muerte, como que estaba en juego la satisfacción de la más grave ofensa. En cierta ocasión, hallándose en alguna parte del interior del país, por no encontrar armas adecuadas para un duelo, don Límbano propuso que él y su contrincante se encerraran en una cabaña y con hachas de leñador resolvieran sus diferencias. Al día siguiente, los testigos abrieron la puerta y encontraron a don Límbano desmayado sobre un charco de sangre y a su adversario muerto. Era tal su pasión por los duelos que, una vez, en la redacción de El Partido Liberal (hablamos de un periódico y no de un partido), mientras esperaba a que saliera un amigo suyo para tomar el aperitivo y la comida, llegaron dos señores vestidos con rigurosa levita y sombrero alto. Desplegando toda la solemnidad del caso dijeron:

Somos los padrinos del señor Fulano y venimos a exigir una amplia satisfacción o en su defecto una reparación con las armas en la mano por los ataques que el Partido de ayer le ha dirigido a nuestro…

Don Límbano se puso de pie y aunque era completamente ajeno al periódico y ni siquiera había leído el artículo supuestamente ofensivo, se acercó hasta los arrogantes padrinos, los miró “de arriba abajo” y les dijo:

—Muy bien señores, díganle a su representado que yo no daré ninguna satisfacción, por lo tanto, que el ofendido elija las armas y ponga las condiciones.

Titubeantes por la frialdad de su interlocutor, los padrinos le preguntaron su nombre. Les dijo su nombre y luego, casi deletreando pero con gran firmeza, les repitió su nombre.

Uno de ellos protestó tímidamente:

—Según entendemos, el autor del artículo es otra persona…

—¡Cuidado…! Señores míos, con un mentís, porque en cuanto ventile este asunto con su ahijado, me arreglaré con ustedes…

Respondieron sumamente desconcertados que había un malentendido y que, apenas tuvieran bien averiguados todos los detalles del asunto, regresarían para establecer las condiciones del duelo. Jamás volvieron.

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Lo importante de la pintoresca anécdota es que, con el cambio de siglo, llegó a México lo que se conoció como “el nuevo periodismo”. Más noticias obtenidas por reporteros de fuentes directas y menos despliegues literarios. Agilidad lógica y lingüística en la redacción de las notas y economía de palabras y hechos, así como una estructura diferente en la presentación global.

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Con el estallido de la revolución en México, el nuevo periodismo terminó de consolidarse. La necesidad de recopilar y procesar la información para venderla al exterior y la convivencia de los periodistas mexicanos con los extranjeros que cubrían las diversas fuentes, hizo que la prensa nacional se olvidara de los chismes locales, y pusiera énfasis en el negocio periodístico. Más aún, con el inicio de la Primera Guerra Mundial primero, y después con la Revolución rusa, la proliferación y el crecimiento de los diarios se convirtió en un imperativo. Sin la competencia de los medios electrónicos que surgirían años más tarde, los periódicos vivieron su edad dorada. La diversidad de las publicaciones produjo una de las épocas más interesantes en la historia de los medios impresos. En este contexto resurgieron los magazines, los semanarios, los suplementos dominicales y toda clase de revistas misceláneas y, con ellas, otra vez la necesidad de volver a las columnas de literatura.

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Por su calidad literaria y por su constancia, había dos revistas que competían entre sí por ganarse a los lectores: Zig-Zag dirigido por Pedro Malabehar y El Universal Ilustrado que, unos tres años después de haberse creado (mayo de 1917), comenzaría a dirigir Carlos Noriega Hope (marzo de 1920). A su alrededor había revistas como Tricolor de Julio Sesto, Álbum Salón, Revista de revistas, el Suplemento Literario de El Heraldo de México que dirigía Jorge de Godoy. El problema laboral que propició una mortal huelga de la imprenta donde se estampaba la revista, terminó con la brillante carrera de Zig-Zag y sobre todo los autores que tenían su mirada fija en la Nueva España y gozaban con sus estampas coloniales, quedaron desempleados. Noriega Hope invitó a algunos de los escritores y periodistas de Zig-Zag a trabajar con él en El Universal Ilustrado: Francisco Monterde, Rafael Heliodoro Valle, Cube Bonifant, Francisco Zamora, Porfirio Hernández, Gregorio Ortega y Arqueles Vela. Unidos a la plantilla de colaboradores habituales, entre los que destacaban Gilberto Owen, Celestino Gorostiza, Leonor Llach, Antonio Acevedo Escobedo, Celestino Herrera Frimont, Jorge Piñó Sandoval, Marco Aurelio Galindo, José D. Frías, Rafael Solana (“Verduguillo”), Fernando Ramírez de Aguilar, Demetrio Bolaños, Alba Herrera y Ogazón, Luz Alba, los humoristas Gustavo F. Aguilar y Xavier Enciso, los ilustradores Gabriel Fernández Ledesma, Fernando Bolaños Cacho, Duhart y Andrés Audiffred, se formó uno de los equipos más notables del periodismo mexicano.

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Hacia el comienzo de los años veintes, con el auge de los medios impresos, entre las cosas que más se extrañaban del antiguo periodismo, estaban las deliciosas crónicas, los cuentos y las novelas cortas de autores como Manuel Gutiérrez Nájera (el famoso “Duque Job”, muerto en 1895), Ángel de Campo (Micrós, muerto en 1908), Amado Nervo (muerto en 1912), Federico Gamboa (silenciado en 1913, después de su colaboración con el gobierno de Victoriano Huerta), Rafael Delgado (muerto en 1914), sólo unos cuantos prosistas aparecían de vez en cuando en los diarios, José López Portillo y Rojas, Cayetano Rodríguez Beltrán o el cuentista J. Rafael Rubio. La crisis era evidente y la resentían especialmente los suplementos semanales pues se veían obligados a publicar traducciones de autores que, por herencia del porfirismo, eran casi siempre franceses. Con la idea de que el relato breve (de cualquier género) vive al amparo de los suplementos culturales y de las revistas literarias, y para estimular a los escritores mexicanos, en especial a los jóvenes (¡bendita revolución que, entre los aspectos más positivos de sus secuelas, destacó el estímulo a las juventudes!) El Universal Ilustrado patrocinó un concurso para los creadores de prosa. Al final hubo que declararlo desierto y repartir el premio entre los cuatro finalistas. Sin embargo Noriega Hope no se dio por vencido y suponiendo que en México había talento y “que algunos de los aún desconocidos eran escritores alérgicos a los certámenes literarios, recelosos del fallo de los jurados que procedían con precipitación o se mostraban parciales al conceder premios” (las palabras son de Monterde (4)), lanzó el proyecto de la novela semanal:

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Un verdadero esfuerzo significa para El Universal Ilustrado esta nueva sección. No se escapará a nuestros lectores que el hecho de conseguir cada semana una novela corta de autor mexicano representa, por nuestra parte, un esfuerzo sencillamente colosal, ya que en México muy pocos cultivan con éxito este género literario.

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En efecto, para Noriega Hope y para cualquier otro animador de la cultura mexicana de cualquier época, habría sido imposible cumplir semanalmente la oferta de publicar una novela inédita en el pequeño suplemento que medía “unos doce por dieciséis centímetros” y se publicaba todos los jueves. A pesar de eso, se sostuvo durante casi doscientas semanas, del 2 de noviembre de 1922, al mes de diciembre de 1925. El propio Monterde, de quien sacamos estos datos, se contradice unas páginas adelante:

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Tal fue el esfuerzo que Carlos Noriega Hope realizó, a lo largo de tres y medio años —de junio de 1922 a fines de diciembre de 1925— al sostener, contra viento y marea, el timón con que guiaba, dentro de El Universal Ilustrado, el suplemento literario que destinó a fomentar en México el cultivo del cuento y la novela corta. (Pág. 15).

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Lo cierto es que, en la investigación hemerográfica, todo está por descubrir. Se conocen las novelas más importantes que dio este suplemento. Empezando por la obra maestra de Mariano Azuela: Los de abajo. Esta novela había sido publicada en El Paso, Texas, en 1915, en una edición que pasó inadvertida y que, diez años después, seguía prácticamente desconocida. Según parece, la idea de volver a publicarla en una edición visible (en “La novela semanal”, por ejemplo) salió de una polémica aparecida en El Universal entre Francisco Monterde, Julio Jiménez Rueda, Victoriano Salado Álvarez y Nemesio García Naranjo. Fue ilustrada por Audifredd y tuvo tal éxito que, un año después, se publicaría en Madrid donde la ilustró Gabriel García Maroto. Ahí comenzó la fortuna crítica de Los de abajo. No podía ser de otro modo, es, con mucho, la mejor novela de la revolución.

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También figuran (en el número 66) La llama fría de Gilberto Owen quien, andando el tiempo, sería uno de los mejores poetas de la generación surgida de la revista Contemporáneos, y La señorita Etcétera, del estridentista Arqueles Vela (en el número 7). Fue ilustrada por CAS (Guillermo Castillo) con un retrato en la portada hecho por Alfredo Gálvez. Seguramente, en el mundillo de las letras mexicanas, hubo un pequeño escándalo por esta inclusión, al grado que Noriega Hope aclaró que era mérito de la revista “no cerrar la puerta del Suplemento a todos los que no pensaran o sintieran como nosotros” y más adelante reiteró: “concédese a este ecléctico suplemento de El Universal Ilustrado el raro mérito de hallarse abierto para todas las tendencias, contemplando serenamente todos los horizontes.” Tal vez el haber participado en los manifiestos de 1921, lanzando “mueras” al cura Hidalgo y ensalzando el mole de guajolote, dejó una mala impresión de los estridentistas en los desazonados ciudadanos de la gran Tenochtitlan. De todas formas, el ejercicio de la tolerancia en una publicación periódica es algo inusitado, incluso en nuestros días.

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La lista de las novelas publicadas es de sumo interés para los estudiosos de la cultura mexicana del siglo XX. Basta mencionar que en el número 19 hay una novela de Manuel Gamio que lleva por título Estéril, y que en el 55 nos encontramos con una novela de Daniel Cosío Villegas, Nuestro pobre amigo. Nadie de nuestros días habría imaginado a estos dos personajes como novelistas. En el número 28, Federico Gutiérrez publicó La novela de Alicia, un relato que trata sobre el sonado caso de Alicia Olvera, la mujer que asesinó en defensa propia y que fue absuelta gracias a la habilidad de su abogado Querido Moheno. También puede ser interesante conocer los relatos del cineasta Juan Bustillo Oro que se publicaron bajo el título de La penumbra inquieta. (Cuentos de cine). Estos relatos son “La penumbra inquieta”, “El ladrón de Bagdad”, “Un peligro,” “La broma de los relojes” y “El método original”. Y todavía de mayor interés para los aficionados a las divas de la farándula nacional, será enterarse que Mimí Derba, cuya efigie en el imaginario colectivo está grabada como la actriz madura que caracteriza a las madres realistas y severas, mandonas pero comprensivas, por ejemplo, como madre de Jorge Negrete y Yolanda Varela en Dos tipos de cuidado (1952) o la orgullosa y altanera madre del pusilánime personaje que encarnó Miguel Manzano (padre biológico de Chachita) en Ustedes los ricos, también dirigida por Ismael Rodríguez en 1948, esa actriz que en sus años mozos, en plena guerra de la revolución, competía exitosamente en el Teatro Lírico con María Conesa y Consuelo Cabrera, la que casi con seguridad fue la primera directora de cine que dio nuestro país, ella, María Herminia Pérez de León Avendaño, Mimí Derba, publicó dos novelas en El Universal Ilustrado, en los números 45 y 52. La primera se tituló La mejor venganza, la segunda fue La implacable. Es un dato que se les ha escapado a los especialistas, ni siquiera a un biógrafo como Ángel Miquel, o al cuidadoso colega de la Universidad Veracruzana, Octavio Rivera, les llegó este dato que fue moneda corriente para los viejos escritores como Francisco Monterde (tan corriente que no le dieron importancia). Sin embargo, esta mujer “con dos partes de Afrodita y una de Minerva” (como decía el poeta Alfonso Camín) tuvo mejor repartida la inteligencia de lo que habíamos creído al agregar estos dos títulos a su libro de relatos publicado por F. E. Graue en 1921: Realidades [Páginas sueltas]. Con esta bibliografía y con su trabajo como argumentista en las películas que hizo la compañía cinematográfica que ella misma fundó en 1917 —en asociación con el camarógrafo Enrique Rosas—, la figura de la actriz se engrandece enormemente.

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Están por descubrirse más curiosidades en “La novela semanal”: ¿se cumplió la promesa hecha en el número 34 de publicar una selección traducida del Diario íntimo de Pierre Loti? ¿qué tal estuvo la selección y la traducción de poetas norteamericanos y franceses que hizo Salvador Novo en los números 42 y 43? ¿los relatos de María Esperanza Pardo (La soñadora y otros cuentos) tienen alguna relación con el movimiento estridentista, dado que fue Arqueles Vela quien hizo la presentación editorial? Los relatos están en el número 44 que precedió a La mejor venganza, la novela de Mimí Derba ¿hubo alguna intención feminista en la línea editorial? ¿Pinopiaa (Diosa de piedra) una obra inscrita en la tradición zapoteca cuyo autor es Fernando Ramírez de Aguilar, representa el comienzo de la literatura indigenista en nuestro país? ¿Qué parte de esas “deplorables entregas” (palabras de Guillermo Sheridan) que llegaron a El Universal Ilustrado en 1924, publicó José Juan Tablada de su novela La resurrección de los ídolos en el número 53 de “La novela semanal”? ¿Sería verdad que Tablada se desencantó del pobre impacto que tuvo su obra y por eso maquinó el plagio que supuestamente D. H. Lawrence hizo en La serpiente emplumada (1926)?

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En fin, hay muchas más interrogantes más. Por lo pronto, es prioritario resaltar la figura de Carlos Noriega Hope quien dejó nuestro mundo a los treinta y ocho años de edad. A los veintiséis, con su intención de estimular la narrativa mexicana, sin darse cuenta, estaba remediando la amputación de prosistas que había dejado el “nuevo periodismo” con su política de eliminar el exceso de artistas literarios que abundaban en los periódicos decimonónicos. Con una inmensa virtud: el ejercicio de la tolerancia y la apertura para todas las corrientes del pensamiento. Sería bueno repasar el homenaje que le hicieron en el INBA sus amigos en 1959, revisitar su obra literaria y aquilatar su labor periodística. Ése es el primero de los pendientes que debemos abordar. No solamente para cubrir un hueco en nuestra historia cultural, sino para realizar el acto de elemental justicia que reclama a nuestras conciencias esta enorme figura de las letras y el periodismo mexicanos.

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Notas:

  1. José Juan Tablada. La feria de la vida. México, CONACULTA, 1991. Págs. 160-161. “Lecturas mexicanas” (Tercera serie), núm. 22.

  2. En 1900, la población del Distrito Federal era de 541, 516 habitantes y la del país era de 13, 607257. El dato está tomado del libro Estadísticas Sociales del Porfiriato 1877-1910, publicado por la Dirección General de Estadística de la Secretaría de Economía en 1956. El cuadro con los datos está en la pág. 7.

  3. José Juan Tablada. La feria de la vida. México, Botas, 1937. Pág. 410. (Son dos volúmenes, el otro se titula Las sombras largas. Hay dos ediciones modernas en el CONACULTA y en la UNAM).

  4. Monterde, Francisco. “Prólogo” a 18 novelas de “El Universal Ilustrado” [1922-1925]. México, Instituto Nacional de Bellas Artes. Departamento de Literatura, 1969. Pág. 9.

FOTO:  Entre noviembre de 1922 y diciembre de 1925, El Universal Ilustrado publicó semanalmente una entrega de la colección “La novela semanal”. En el número 19 apareció “Estéril”, de Manuel Gamio / Archivo El Universal

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