La Odisea de Mistral
POR JUAN IGNACIO RODRÍGUEZ MEDINAEl Mercurio/GDA
El 5 de diciembre de 1952 Roger Caillois le escribió una carta a Gabriela Mistral en la que le habla de un viaje a Cuba, se refiere a algunos conocidos en común y le dice que espera su Poème de Chile: “Espero que termines pronto el Poema de Chile. Hace mucho que aguardo para traducirlo”. Cuatro años después, en enero de 1957, la Nobel de literatura murió sin publicar la obra en la que trabajó los últimos veinte años de su vida.
Hubo que esperar hasta 1967 para que Poema de Chile se publicara, en Barcelona, gracias a Doris Dana, su pareja. El poema, en versos octosílabos, relata el viaje que hace una mujer fantasma (Gabriela Mistral) acompañada de un niño de Atacama (un “indiecito”) y un pequeño huemul (ciervo andino), ambos huérfanos, por el paisaje chileno, desde el extremo norte hasta el extremo sur. Eran 71 poemas.
“Hay muchas cartas de Mistral donde habla del poema… Aunque siempre está escribiendo otras cosas, este era el poema que la tenía más ocupada”, explica Diego del Pozo, especialista en la obra de Mistral (hizo su tesis de maestría en literatura sobre Poema de Chile y actualmente realiza su doctorado, en la Universidad de Helsinki, sobre la prosa política de Mistral) y editor del nuevo Poema de Chile que La Pollera Ediciones, de Santiago, ha publicado recientemente, y que se puede comprar por internet en www.lapolleraediciones.cl.
Es nuevo porque, si el libro de 1967 tenía 71 poemas, este llega a 130, gracias a los 59 que se agregan, fruto del océano de más de cuarenta mil manuscritos inéditos de Gabriela Mistral descubiertos luego de la muerte de Doris Dana, en 2006: de allí salieron, por ejemplo, los libros Almácigo o las cartas de Niña errante, que se editaron al cuidado de Luis Vargas Saavedra y Pedro Pablo Zegers, respectivamente; de ahí sale ahora, además del nuevo Poema de Chile, el material para Caminando se siembra —libro de prosas inéditas editado por Vargas Saavedra en el sello Lumen— y parte del contenido de Pensando en América, también prosa, seleccionada por Zegers y Bernardita Domange y publicada por la Universidad de Talca.
Del Pozo trabajó con Luis Vargas Saavedra en la revisión y trascripción del material inédito aparecido luego de la muerte de Doris Dana. En ese proceso descubrieron los poemas que dieron forma a Almácigo, pero además encontraron los que completan Poema de Chile. Además, a partir de anotaciones de Gabriela Mistral y al sentido geográfico de los poemas, le dieron un nuevo orden y corrigieron errores geográficos.
Para Vargas Saavedra, este “es otro libro, superior, logrado, eficaz. Fluye bien dialogado, la fantasma conversa mucho más con el indito, es decir, la obra se teatraliza. Nos enteramos de la orfandad del niño y de cuánto dura el viaje didáctico que ahora se ajusta a la geografía. El Valle de Elqui cobra la importancia que extrañaba no hallarle en la versión original, y ahora recobra toda la entrañable fuerza de querencia primigenia. Los fragmentos arrumbados en manuscrito han sido incorporados o imantados por el poema. Y el final es ‘a lo divino’, trascendental y nostálgico”.
En el prólogo a la edición de 1967, Doris Dana cuenta algunos detalles sobre la elaboración del poema. Allí dice que Mistral le dedicó los últimos 20 años de su vida, y que al cabo de esas décadas, y luego de su muerte: “nos encontramos con un conjunto suelto, al cual tuvimos que crearle una coherencia de estructura. Sólo sabíamos que el poema titulado ‘Hallazgo’ iniciaría el libro, y que el titulado ‘Despedida’ sería su final”. (En el poema de ahora el final es distinto.) El trabajo le tomó dos años: había versos y estrofas con variantes, también vacíos. Además, el material no estaba reunido “en un solo haz”. Dana recibió la ayuda de Hugo Montes, Premio Nacional de Educación, en la elaboración de un glosario que acompaña el libro; y también los consejos de críticos y amigos como Jaime Eyzaguirre, Hernán Díaz Arrieta (Alone) y Alfredo Lefebvre.
Ya publicado, el libro no tuvo la menor repercusión. El propio Alone lo consideró inferior a las obras anteriores y los especialistas y críticos no le prestaron mucha atención debido a su carácter inconcluso y fragmentario. Así fue como la gran obra de Mistral, a la que le dedicó más trabajo (en México, Estados Unidos, Brasil, Italia), la que era tema de sus cartas y conversaciones, se convirtió en una pieza menor.
¿Por qué Mistral nunca publicó la obra, a pesar de que en una carta de 1952 le dice a Doris Dana que lo había terminado? ¿Por qué, más allá de sus buenas intenciones, el trabajo de Doris Dana fue tan deficiente?
“En realidad, el mayor reparo recae sobre Gabriela Mistral por desordenada y olvidadiza, incapaz de gobernar su propio poema, desparramado en manuscritos. De manera que la versión que llegó a Doris Dana, mal armada por la propia autora, y a veces dictada para ayudar al copiado en limpio, adolece de varias fallas: olvido o ‘pérdida’ de poemas, imperfecta secuencia según la geografía por la cual avanzan los tres personajes, resultantes brusquedades de traslado”, responde Vargas Saavedra.
Del Pozo apunta a la salud de Mistral: “Sabemos, por la carta de 1952, que para ella el poema estaba terminado. Pero justo a partir de entonces, entre ese año y el 53, viene la gran decaída en la salud de Mistral, que se percibe tanto en su caligrafía como en las grabaciones que hay de algunas conversaciones; creo que ese es el motivo por el que no hay un trabajo de edición y publicación por parte de ella”.
Con todo, la ambición de Mistral era muy grande: “Ella era muy crítica de que el libro fundacional de Chile fuera La Araucana“, dice Del Pozo, “un libro escrito por un español que muestra la matanza de los pueblos originarios. El Poema de Chile es un intento de reposicionar un libro fundacional, es mucho más profundo que un mero viaje por la geografía”.
En cuanto al valor del libro, Luis Vargas Saavedra afirma: “es la gran obra de Lucila Godoy Alcayaga, la chilena inquebrantable, amante de la flora, fauna y zoología de su larga patria, la madre espiritual de lo indio”.
*Fotografía: Gabriela Mistral (izquierda) en el Bosque de Chapultepec, en la ciudad de México/ARCHIVO EL UNIVERSAL.
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