La Orquesta Nacional Armenia, un garbanzo de a libra
POR IVÁN MARTINEZ
Siempre resulta un albur la decisión entre ir o no a los conciertos de orquestas visitantes de poco renombre. Más allá del morbo que puede despertar la posibilidad de tirar mitos, como aquel de la hegemonía alemana echado a la basura por la Orquesta del Teatro Municipal de Múnich en noviembre pasado, el resultado suele irse a los extremos de la apatía más que del júbilo; y a veces al enojo, cuando se trata de ensambles que el marketing cultural vende como superiores y resultan de una medianía pasmosa, como meses antes pasó con la orquesta Philharmonia y su director Vladimir Ashkenazy.
Otras, las pocas, se descubren lo que la sabiduría popular conoce como garbanzos de a libra: fue el caso de la Orquesta Filarmónica Nacional de Armenia, que tocó, en la Sala Nezahualcóyotl el pasado jueves 14 de mayo, el concierto que concluyó su gira por Norteamérica conmemorando los 100 años del genocidio armenio.
Se trata de una orquesta madura y mediana en cuanto a sus integrantes, que ha mantenido durante sus noventa años de historia un perfil nacional y nacionalista, a pesar de los periodos históricos de su patria por todos conocidos: basta ver sus listas de grabaciones, de los directores que han ocupado la titularidad de su podio (solo brinca un nombre, el de Valery Gergiev en la época de la URSS), la de los músicos que la conforman (solo un par distinto al origen de la mayoría), la manera de abordar cada repertorio (sobre todo la devoción cuando se trata de compositores armenios) y, por supuesto, esa manera tan particular en la que suena: su sección de cuerdas es especialmente sobresaliente y fuerte, robusta, pero delicada en su pronunciación, los metales ofrecen un cierto color oriental que evidentemente los acerca a Rusia, las percusiones son muy poderosas sin caer nunca en la agresividad y las maderas producen un sonido dulce y obscuro, más acercado a la Europa central, pero despiden un tufillo rústico que combinado con la delicada forma de articular resulta un sonido muy característico.
La orquesta es en general un ensamble muy fino y su peculiaridad está en la sutileza con que aborda los detalles en cada interpretación.
Es dirigida actualmente por Eduard Topchjan, quien estuvo al frente durante la gira y el principal atractivo para el concierto en la Ciudad de México era la presencia del violonchelista armenio Alexander Chaushian como solista del entrañable Concierto op. 33 de Camille Saint-Saëns.
Como la mayoría de los cuerdistas armenios, auguraba excepcionalidad, pero un cambio de último momento presentó al alemán Alexander Hülshoff, violonchelista de escaso control sobre la afinación del registro agudo de su instrumento, poca estabilidad rítmica y muy poca imaginación para llevar a cabo la ejecución de una de las piezas más fundamentales (y básicas) del repertorio de su instrumento. Sus pobres habilidades entorpecieron incluso el lucimiento de pasajes meramente orquestales.
Antes, el ensamble había ofrecido con gran espectacularidad de sonido y color, pero suficiente seriedad, lo que resultó lo mejor en el programa: tres selecciones del ballet Espartaco, de Aram Khachaturian, el compositor nacional: la Variación de Egina y bacanal, ejecutada con muchos matices y viveza, el Adagio de Espartaco y Frigia, tocado con suficiente pesadez, y la Danza de las gaditanas y Victoria de Espartaco, brindada con exuberancia y amplitud; tres fragmentos que contaron individualmente con solos muy destacados.
Ojalá se hubiera escuchado –por lo menos– una de las suites completa y no tan breve “probadita” de la que es una de las más emblemáticas páginas de la historia musical armenia. La vergüenza del Saint-Saëns podría haberse omitido y el lucimiento de la orquesta hubiera continuado sin contratiempos, como sucedió en la segunda parte del programa con la Sexta Sinfonía, “Patética”, de Tchaikovsky.
Podría decirse que Topchjan acudió a ella con timidez, pues ciertamente no utilizó grandes matices ni recurrió a exageraciones de tempi o rubatos. El par de errores técnicos en los alientos fueron quizá por ello evidentes, aunque tampoco es necesario el reproche, fueron solo traspiés del momento y al venir de los alientos, se sabe que es por situaciones como la de no mantener un control absoluto de la respiración en la altura de esta ciudad. Su tercer movimiento no tuvo la velocidad suficiente para hacer saltar al público con el júbilo que otros directores acostumbran, pero en cambio brindó suficiente intensidad al adagio final ya desde las primeras notas. El segundo movimiento había sido ejecutado con mucho cuidado en los detalles y suficiente naturalidad rítmica, mientras que el primero pudo sonar gris, pero sin llegar a un extremo de tedio.
Tras ella, Topchjan regaló una espléndida lectura del Valse triste de Sibelius: lírica, con ternura y paciencia. Delicioso postre para tan elaborado menú.
Para el apunte cultural fuera de lugar, como los comentarios antisemitas escuchados después del concierto: ¿De verdad alguien puede creer que si para esta fecha la Sala Nezahualcóyotl únicamente abrió al público una sección, se debe a un complot judío para desacreditar el “otro” genocidio? Ahí la necesidad de recordar ambos.
*FOTO: La Orquesta Nacional de Armenia se presentó el 14 de mayo en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM/Barry Domínguez/Música UNAM
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