La Orquesta Sinfónica de Minería “vintage”
Después de 36 meses, la Sinfónica de Minería regresó a los escenarios con un programa estelarizado por las nueve sinfonías de Beethoven
POR IVÁN MARTÍNEZ
Desde el pasado 8 de julio, la Sala Nezahualcóyotl recibe a la Sinfónica de Minería, el festival orquestal representativo de la ciudad que sucede mientras las demás orquestas descansan. Desde 2006, el encargado de hilar y amalgamar lo que ahí sucede durante los julios y agostos es Carlos Miguel Prieto, pero ésta no es su temporada 17, y tampoco está siendo una como las anteriores.
No hago esa introducción para repetir lo que todos sabemos (en 2020 no pudo haber), sino para intentar entender lo que está sucediendo estos días ahí, que es algo familiar pero no a lo que estábamos acostumbrados, ni en el pasado inmediato a la pandemia, ni durante esta nueva normalidad en la que han sabido transitar las orquestas “estables”, o mejor dicho “de tiempo completo”, incluida la otra de la que Prieto fue titular en esta ciudad hasta hace un mes.
Antes que todo, hay que repasar lo obvio: los músicos que conforman este ensamble provienen de diversas orquestas, algunos de distintas ciudades y países, o son músicos independientes que durante el año realizan otras actividades. Anteriormente, esa plantilla podía variar, a veces significativamente verano tras verano y eso se escuchaba en el desarrollo de las temporadas: había finales apoteósicos de unidad sonora impensables en las semanas uno, cuando algunos apenas se iban “entendiendo” con el atrilista de al lado; sobre todo en las maderas, sección medular que suele dotar de personalidad a las orquestas.
Las últimas temporadas, supongo en una decisión consciente, esos cambios fueron cada vez menores y para 2019, Prieto había ya confeccionado una plantilla que fue constante, con músicos y filas cada vez más sólidas, conforme a un concepto sonoro pensado a la par de la construcción fina de un catálogo de repertorio, que también iba madurando a la par de él como artista.
Por supuesto, llegó el Covid y el sueño de un maratón en año Beethoven con una orquesta que sonaba más sólida y ofrecía mayores prestaciones que los ensambles regulares, aún reencontrándose diez meses después de cada ocasión, no pudo suceder. Luego, para el ejercicio virtual grabado en 2021, sólo se pudo echar mano de la media plantilla que vive en la ciudad.
Y así llegamos a 2022, en realidad 36 meses sin que la orquesta se reuniera, con una temporada que intenta emular las grandes carteleras del pasado (no sólo por primera vez una sala vuelve a abrir su aforo al 100%, también el escenario y el diseño de programas); entre otros ejercicios, maratoneando música que quedó pendiente en temporadas que no pudieron ser (¡seis sinfonías de Beethoven en una semana podía ser una locura aun en tiempos de normalidad!), y con una quinta ola de Covid que ha pasado por encima de la mitad de esa plantilla, teniendo que ser auxiliada por una veintena de sustitutos que cambian programa tras programa.
Lo anterior no es una crítica, ni mucho menos una queja, sino un intento de dar sentido a lo que he venido escuchando estas semanas.
Como algunos de esos atrilistas, tampoco pude acudir al primer programa del 8 de julio, pero fui entusiasmado al segundo el sábado 16, donde originalmente se escucharía a Augustin Hadelich tocar el Primer Concierto para violín de Bruch, y a quien también le cayó el Covid. En su lugar, hizo su debut en la ciudad Julian Rachlin con el op. 77 de Brahms: uno de esos artistas a quienes hay que escuchar en vivo para caer ante la riqueza de su sonido y la espectacularidad de su musicalidad. De una fuerza muy justa y de ideas muy auténticas, suyas, un empuje contagioso a la orquesta, que le acompañó con rectitud, y una cadencia ostentosa, vibrante, que sólo ella me hizo repetir el domingo 17.
Antes, Prieto había hecho el estreno nacional del Asteroid 4179 de Kaija Saariaho, y enseguida, se dedicó a la Quinta sinfonía de Mahler. En general corrió bien, pero con una energía más vertical, intentando salvar pasajes que parecían estar todavía procurados con pinzas, y sostenidos por eslabones sólidos que lideran algunas secciones (violines segundos y primeros, clarinetes y oboes, trompetas y cornos), frente a las más débiles de estas semanas (sobre todo las cuerdas bajas han estado siendo un problema, particularmente de coordinación en la fila de chelos). Para el registro, deben anotarse los brillantes y solos del trompetista James Ready al inicio y, particularmente, la sobriedad pulcra del cornista Gerardo Díaz en el icónico scherzo.
Las mayores inconsistencias las he encontrado en los programas tercero y cuarto, dedicados a las sinfonías 1, 3 y 6 y 2, 4 y 5 de Beethoven, respectivamente (más tarde se harán las 7 y 8 y al final, la Novena), donde el común ha sido atestiguar momentos individuales o fugaces y fragmentados de brillantez, pero no conceptos globales, constantes o sólidos donde se hubiese escuchado una aportación sostenida a esta tan particular integral de opus. Entre la lectura más bien conservadora (por no decir rutinaria) de lo escuchado hasta ahora, debo ser justo y anotar ciertos momentos memorables: el inicio y el adagio de la Tercera, los solos del clarinetista Daniel Parrette y la oboísta Claire Kostic en la Sexta, o la energía general de la Quinta (comparada con la Segunda y Cuarta con que fue combinada, y en las que muchos pasajes rápidos fueron más bien barridos por la imprecisión, quizá era obvio que así resultara).
No lo culpo, nadie podía saber que así llegaríamos a este verano, pero no estamos artísticamente ante la Minería de 2019. Y eso está desconcertando también a su director.
FOTO: La Orquesta Sinfónica de Minería durante su temporada de Verano 2022/Imagen tomada del Facebook de la Orquesta Sinfónica de Minería/ Bernardo Arcos Mijailidis
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