La otra nave de los locos
POR LUIS JORGE BOONE
Luego de leer La estrella de Ratner, novela que Don DeLillo (Nueva York, 1936) escribió hace casi cuarenta años, inédita en español hasta hace unos meses, resulta claro que si la mente humana se concentra, nacerá la fascinación; y si se concentra demasiado, la locura. El láser y la mente: dos armas que producen quemaduras.
El joven William Denis Terwilliger Jr., catorce años, habitante del Bronx, conocido en los bajos fondos como Billy Twillig, es el ganador más joven del Premio Nobel de Matemáticas, por su trabajo con entidades más allá del lenguaje. Sólo él puede descifrar el mensaje llegado a la Tierra proveniente de un cuerpo celeste conocido como la Estrella de Ratner.
En el enclave de investigación donde debe llevar a cabo su encomienda, encontrará una galería de sabios locos que lo recibirán con los brazos abiertos —pero lo cierto es que “la gente de aspecto amable resulta estar loca”—, quienes lo apremiarán y al mismo tiempo intentarán desviarlo en su búsqueda de sentido.
La novela es una especie de Alicia en el país de las maravillas en instalaciones ultrasecretas. Encierra una serie de encuentros con personajes peculiarísimos, encerrados en sus propios mundos; un descenso al centro de la Tierra; una competencia deportiva sin sentido; la cacería de un ser mágico que promete aclarar el misterio. En este viaje iniciático a un mundo trastornado, la primera parte es la más ágil y transitable; la segunda resulta densa, a ratos asfixiante. Ambas, al otro lado del espejo, constituyen revés y derecho de la ciencia.
Cyril Kyraikos, personaje cuya encomienda es definir la palabra ciencia, afirma que, vistas de cerca, ésta y la superstición no tienen límites precisos, que el conocimiento y la creencia se confunden. En ese templo de la razón, la inteligencia desnuda es una forma de la locura; el conocimiento, una forma de fe.
Aunque la abstracción y el absoluto son escenarios que excluyen la vida humana —“Las matemáticas son el mundo cuando le sustraemos nuestras percepciones”— en la novela también hay pulsiones humanas: Twillig, antes que un genio, es un adolescente que le encuentra el gusto a espiar a sus colegas mujeres que se desnudan para tomar un baño; por otro lado, los doctorados no hacen diferencia en las relaciones humanas: lo que importa es la manipulación y la explotación del otro.
Astrónomos empíricos, expertos en lenguajes, enciclopedistas aguerridos, eminencias que cambiaron el laboratorio por un pozo en medio de la nada. Alienados en la pureza intelectual, a todos les importa menos su campo de estudio que la colonización mental de quienes los rodean.
En este libro, el autor utiliza una variación de su voz característica. Ese narrador en tercera persona que muta en la de los personajes, trazando una espiral de puntos de vista que confieren materialidad a hechos y escenas. Con un lenguaje encendido, sorpresivo, brutal, DeLillo escribe, en sus novelas, poesía. Su prosa asimila discursos tan distantes como el médico, el político, el militar, el psiquiátrico, el deportivo, para pormenorizar cada flanco de la realidad de sus personajes (que se vuelve espesa, envolvente). Sus novelas parecen narradas por la suma de la cultura contemporánea (técnicas y artes que posibilitan la sociedad actual). Una voz absoluta que se alimenta de todo el conocimiento, que envuelve los grandes temas y penetra en sus grietas como el aire del siglo.
Siete años después de La estrella de Ratner, DeLillo publicó el cuento “Momentos humanos de la Tercera Guerra Mundial” (incluido en El ángel Esmeralda, única colección de relatos del autor), donde dos astronautas contemplan, desde un satélite, el planeta en guerra, cuando de pronto captan antiguas emisiones radiofónicas que al parecer vagaron por la estratósfera durante cincuenta años.
DeLillo es coherente en sus obsesiones. En ambos relatos, un centro sensible es la hipotética trascendencia de un mensaje enigmático. (La naturaleza de éste se acerca a la de una instalación artística, suerte de arte conceptual de proporciones cósmicas, pues entraña una belleza amenazante y al mismo tiempo un potencial interpretativo inagotable.) Se trata de la soledad humana que percibe el remoto indicio de una comunicación.
El diálogo, el soporte, el código, el mensaje, la interpretación. ¿Dónde se localizan los límites de uno y otro?, ¿estamos individualmente confinados en nuestros lenguajes particulares?, ¿existe una comunión verificable con el Otro?, ¿puede uno de estos elementos malograr el proceso y convertirlo en un disparo en la oscuridad?, ¿qué sucede con un emisor y un receptor desfasados en tiempo y espacio?, ¿pueden existir la objetividad y la lógica en cerebros tan contradictorios, porosos (adictos al parche de la ficción), tan proclives al autoengaño?
Devaneos pseudocientíficos, falsas teorías, metafísicas numéricas. Irónica y cruel, la novela echa mano de materiales y discursos opacos, que resultan casi refractarios a la plasticidad de la prosa literaria, pero logra asimilarlos con fortuna.
El horror y la angustia por la modernidad son corrientes anímicas presentes en cada libro de DeLillo. El autor define así —en “Momentos humanos…”— la tecnofobia: “Debería existir un término para esa condición irónica: miedo primitivo a las armas que estamos lo suficientemente avanzados como para diseñar y producir”. Detrás del futurismo laten la paranoia y una certeza apocalíptica.
En una entrevista publicada en 2011, el autor definió este libro como “la estrella más distante en la constelación de mis novelas. Mientras la escribía temí por mi salud mental […] al cabo de dos años de trabajo conseguí acabar el libro, aunque cuando lo tuve entre mis manos no supe muy bien qué era.”
La estrella de Ratner pone a la inteligencia bajo observación. La señala en su torre de cristal, afirma que el aislamiento es su condición original, pues anhela comunicarse con lo que no ve, e ignora lo que la rodea. Esta novela es un laberinto que encierra la locura y la morbosa belleza de nuestro tiempo.
La estrella de Ratner, Don DeLillo, traducción de Javier Calvo, Seix Barral, México, 2015 548 pp.
*FOTO: A cuatro décadas de su publicación en inglés, ya está disponible en español esta novela de Don DeLillo que significó una importante variación en su técnica narrativa/Especial
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