La partida y el retorno en la escritura de Joyce
El Ulises entrama una compleja estructura en la que tres ciclos narrativos alusivos a la Odisea habrán de encontrarse: el del joven Stephen, equivalente a Telémaco; el de Leopold Bloom, símil al periplo de Odiseo, y, por último, el retorno a casa, que recuerda la vuelta a Ítaca
POR AURORA PIÑEIRO
El 2 de febrero de 1922, en París, Sylvia Beach le entregaba a James Joyce, en mano, el primer ejemplar de la edición de su novela Ulises. Era el día del cumpleaños 40 del escritor irlandés, y fue también el día cuando la editora estadounidense colocó en la vitrina de su librería, Shakespeare and Company, un segundo ejemplar de la obra que sacudiría la historia de la novela del siglo XX e invitaría a los lectores a embarcarse en un periplo interpretativo que, 100 años después, continúa siendo provocador y fecundo.
Aunque Leopold Bloom, a la manera de un Ulises moderno, sea la figura cuya presencia suele dominar en la obra, la novela de Joyce narra también los acontecimientos ocurridos a otros personajes principales de la historia, como Stephen, un Telémaco transfigurado en joven poeta, y Molly, una vital y seductora Penélope, durante un día específico de sus vidas: el 16 de junio de 1904, en Dublín. Así, los 18 episodios de la novela corresponden, con relativa precisión, a 18 horas en la existencia de esta tríada de personajes. Como en la épica de Homero, en esta odisea la historia se articula en tres grandes partes o ciclos, que son equivalentes a la Telemaquia o el viaje del héroe joven, Stephen, en busca de su padre; el periplo de Ulises, como viaje principal y que aquí corresponde a las andanzas de Leopold Bloom, un hombre de edad madura que recorre Dublín; y, por último, el nostos o retorno a casa, que en la obra de Joyce reúne en un mismo espacio a los tres personajes centrales, aunque sea de forma temporal. Pero estas correspondencias con la obra homérica no son los únicos desafíos que se propuso Joyce al articular su novela: la lectura progresiva y acumulativa del texto nos revela otros juegos estructurales, así como simbólicos y temáticos, que se establecen entre sus episodios. Como muestra de ello, me referiré al primer y cuarto episodios, dedicados a la partida de cada uno de los protagonistas masculinos: el inicio del día, el comienzo de sus respectivos e introspectivos viajes.
En el primer episodio de la novela, nos encontramos con Stephen y otros dos personajes masculinos con quienes comparte vivienda en la torre Martello, en Sandycove: Mulligan y Haines. Son las ocho de la mañana, y Stephen interrumpe el ritual del rasurado de la barba de Mulligan, un personaje extravagante quien hace de dicha rutina de aseo una paródica puesta en escena del rito de la transubstanciación de la misa católica. Stephen se queja, sin mucho éxito, de la presencia del tercer inquilino en la torre, y es parcialmente ignorado por Mulligan. Los tres personajes desayunan, reciben a la anciana que les vende la leche, salen de la torre, y caminan hacia la zona de natación para varones, donde Mulligan se dará un chapuzón en las frías aguas de la bahía. A pesar de que Stephen paga la renta del lugar, Mulligan le pide dinero y se queda con la llave de la torre. Los personajes se despiden, y Stephen se dirige a la escuela donde trabaja, ahora que ha regresado a Dublín tras una estancia de casi un año en París, primer intento de partida que se vio frustrado por la agonía de su madre, que lo trajo de regreso a una ciudad que lo sofoca, y a un contexto familiar en donde el poeta en ciernes ha roto relaciones con el padre biológico.
Este es el primero de los tres episodios que constituyen la telemaquia joyceana, y donde los lectores se encuentran con un Stephen que adolece de orfandad literal y simbólica, cuya ingenuidad le hace creer que la profundidad intelectual consiste en la articulación de argumentos intrincados, y quien aún tiene una relación conflictiva con lo corpóreo. En términos del paralelismo con la obra homérica, igual que Telémaco desespera viendo cómo los pretendientes de Penélope devoran su hacienda, Stephen se da cuenta de cómo la torre está siendo invadida por estos personajes masculinos que abusan de sus recursos, y ante los que no logra legitimar su autoridad. Molesto y despojado de la llave que le permitiría volver a casa, emprende la partida o da inicio a su viaje en busca de la figura del padre, que en la novela se cristalizará en el personaje de Bloom cuando, finalmente, los dos héroes se encuentren muchas páginas después, en el episodio 15 de la obra, y emprendan juntos el retorno a casa.
Si bien el segundo y tercer episodios de la novela continúan con la narración de lo acontecido a Stephen en las primeras horas de la mañana, al llegar al cuarto episodio, el lector se encuentra con el otro viaje, el de Ulises o Leopold, cuyos preparativos también inician a las ocho de la mañana, y con una serie de elementos autorreferenciales que lo vinculan ya no sólo con el texto homérico sino con el primer episodio de la propia historia en curso. Así, la obra da pie a una serie de efectos especulares, ilusiones de simultaneidad y lógica de ciclos narrativos internos que vuelven todavía más compleja la estructura de una novela que exige a sus lectores mantenerse en estado de alerta, los invita a una práctica de interpretación donde se torna indispensable afinar la capacidad asociativa y retener en la memoria una gran cantidad de referencias.
En este cuarto episodio de la novela, Leopold Bloom prepara té, sale a comprar un riñón de cerdo para su desayuno, recoge la correspondencia, alimenta a la gata. Después del desayuno, decide desahogar el intestino (una de las muchas referencias a lo corpóreo y material en la obra) y, al salir del baño ubicado en el patio, escucha las campanadas de la Iglesia de San Jorge, que asocia a la muerte de su amigo Dignam.
Los paralelismos entre el primer y cuarto episodios de la novela se encuentran en diversos niveles de la urdimbre narrativa: se manifiestan en las descripciones del espacio, en las acciones y, de manera más sutil, en la incorporación de motivos y símbolos. Casi siempre en términos más abstractos cuando se trata del universo narrativo de Stephen, y en términos más terrenales cuando se manifiestan en el mundo de Leopold.
En lo que atañe al espacio, por ejemplo, ambos episodios ocurren en el ámbito doméstico y en ambos casos se trata de arquitecturas verticales donde las escenas de consumo de alimentos tienen lugar en la planta baja del edificio, mientras que las ceremonias de lo “sacrílego” tienen lugar en la planta alta: el rasurado de la barba de Mulligan, que parodia el ritual de la misa católica; o la recámara de los Bloom, donde el cuadro “El baño de la ninfa” preside el lecho conyugal, espacio donde también tendrá lugar el encuentro erótico entre Molly y su actual representante artístico.
En términos de las acciones, en ambas escenas de alimentación está presente la leche, aunque en la primera se vincule a una anciana lechera, figura con visos mitológicos (potencial equivalente de Atenea) o connotaciones nacionalistas (la nutritiva, pero también explotada, madre Irlanda), mientras que en el caso de los Bloom se omite la interacción con el lechero y el consumo del líquido está destinado a la gata, mascota de la casa, y a Molly, cuya sensualidad casi animal es señalada por el propio Leopold.
Y de las muchas correspondencias simbólicas, insistiré solamente en la llave, de la que, como se señaló anteriormente, Stephen es despojado y que, en el cuarto episodio, Leopold olvida en casa, colocándose también en una posición de exiliado del hogar.
A lo largo de la novela hay varios momentos en que los dos peculiares héroes de la historia podrían haberse encontrado, pero la interacción entre estos personajes no ocurre, de manera importante, hasta el episodio 15, en el burdel de la Bella Cohen. Es ahí donde Leopold rescata a Stephen de los excesos y delirios de la noche. Una vez en la calle, la escena se decanta en un momento de revelación o conmovedora epifanía, cuando Leopold asocia una visión de Rudy, su hijo fallecido, con la figura de Stephen. El encuentro entre el padre y el hijo permite que la obra transite hacia el nostos, es decir, los episodios dedicados al retorno a casa.
Este retorno a casa se concreta en el episodio 17, cuando ambas figuras masculinas dialogan y comparten una taza de leche (otra reformulación del símbolo presente desde las primeras páginas), en la cocina de los Bloom. Para Leopold, el periplo se extiende hasta volver al lecho, donde se recuesta junto al cuerpo de Molly. Y aquí se da paso al episodio final de la obra, el extraordinario monólogo interior de Molly Bloom, articulado en ocho largas oraciones que se agrupan a manera de extensos párrafos sin signos de puntuación. Un discurso que navega las aguas de la libre asociación de ideas, una poderosa celebración de lo vital que, al mismo tiempo, puede ser leído como antesala de lo onírico: la partida o viaje de Molly hacia el mundo de los sueños o, en particular, hacia el largo y cíclico sueño que será representado en la siguiente novela, Finnegans Wake.
Las escenas y correspondencias hasta aquí comentadas son sólo una de las posibles rutas de abordaje que la novela despliega ante nosotros cuando hurgamos en las entretelas del andamiaje narrativo, con las ideas de la partida y el retorno homéricos en mente. El despliegue de fuerzas que atestiguamos en las diversas partidas se sostiene hasta los momentos en que se avistan los apuntados retornos, pero la vuelta a casa de los personajes centrales de la historia no es concluyente, no cancela las ambigüedades, ni la posibilidad de otras lecturas.
Desde el momento de su publicación en 1922, el Ulises de Joyce ha provocado otros viajes narrativos, otros diálogos artísticos que, en el caso del contexto latinoamericano, fueron recogidos por escritores que interactuaron con la obra del irlandés en diversos momentos del siglo XX, y entre quienes se encuentran Carlos Fuentes, Salvador Elizondo o Roberto Arlt, por mencionar sólo algunos. Esta otra red de correspondencias e intercambios ha sido estudiada en el volumen TransLatin Joyce: Global Transmissions in Ibero-American Literature, publicado en el 2014, bajo el sello de Palgrave Macmillan. Como parte de las celebraciones del centenario de la novela de Joyce, el volumen está siendo traducido al español por un grupo de estudiosos de la UNAM. Quienes participamos en este proyecto buscamos celebrar una nueva fiesta de los lenguajes, un viaje por geografías literarias cercanas, donde otras partidas y retornos se despliegan. Esperamos que sea ésta una forma de apuntalar nuevos diálogos artísticos y críticos en cartografías literarias del siglo XXI.
FOTO: James Joyce acompañado de Sylvia Beach, dueña de la famosa librería parisina Shakespeare and Company, donde el Ulises fue exhibido el 2 de febrero de 1922/ Crédito de foto: AFP PHOTO/FILES
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