Un oasis sonoro para Baja California Sur
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El Festival Internacional de Música de Concierto de La Paz nutrió a una ciudad con poca oferta cultural
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POR IVÁN MARTÍNEZ
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Para quienes desde la Ciudad de México consignamos la actividad cultural escénica, medir y enterarnos de lo que pasa en los estados casi siempre se reduce a los festivales que allende se realizan. Sufrimos “festivalitis”, término que surgió medio en burla, por la proliferación hace unos años de encuentros de toda índole, como de la necesidad de los propios reseñistas. En los festivales hay “de todo”. Ese “de todo” depende de las voluntades de los gobiernos estatales, puede mutar, y muy pocas veces consolida el perfil de los encuentros.
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En lo que toca a música, salvo dos ciudades con ejemplos de iniciativa privada-independiente, Morelia, en su vertiente tradicional y en Visiones Sonoras –dedicado a la electroacústica–, además de San Miguel de Allende en la música de cámara y del Festival Internacional Cervantino es difícil hablar de perfiles claros. También resulta muy sencillo hablar de los casos que ganan o pierden brillo según la administración a la que le toca lidiar con ellos. Por ejemplo, San Luis Potosí, Sonora y Tamaulipas ya no son lo que fueron y no hay claridad de qué ni por qué se presenta. Sólo se siguen inercias mediocres.
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Por ello me sorprendió mucho conocer el Festival Internacional de Música de Concierto de La Paz, iniciativa personal de José Guadalupe Ojeda Aguilar, bajo el cobijo del Instituto Sudcaliforniano de Cultura, del que es subdirector, con el apoyo logístico de la productora Sylvia Rittner, conocida en el centro del país por su labor en la ópera para niños. El festival, gracias a su influencia en esa ciudad, ha permanecido por ocho años, traspasado sexenios y consolidado su perfil.
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La Paz es una de las capitales de más pequeñas México y con menor actividad artística. No es un centro turístico como su vecina Los Cabos –que va consolidando su propio festival de cine, siempre con mayores posibilidades económicas. Ante una única escuela de música, sin perfil profesional, y una orquesta infantil con la marca de Televisión Azteca, cualquier presencia musical profesional es aliciente, respiro y excepción en la vida de la comunidad.
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El festival, de apenas cinco días e igual número de conciertos, se ha encargado de que esa presencia no sea “cualquiera”, sino que ha mostrado lo mejor del país, bien dosificada en estos ocho años en términos de programación y bien balanceada en cuestión de géneros, personalidades y estilos.
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Este año lo abrió un recital del violinista Adrián Justus y la pianista Guadalupe Parrondo con algunas de las sonatas para violín y piano de Beethoven, que han estado haciendo juntos los últimos meses, y lo cerró el cada vez más consolidado cuarteto de piano Aurora. En medio del programa, el joven violonchelista español Oscar Alabau ofreció un programa igualmente sólido (Debussy, Schumann, Franck) al lado del pianista Jean-Sélim Abdelmoula. También se presentaron dos conciertos vocales armados específicamente para este encuentro, lo que los convierte en oportunidades de escucha doblemente excepcionales.
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El miércoles 18 de octubre, Olivia Gorra –quizá nuestra soprano más importante– salió de su zona de confort para realizar un homenaje a Ginamaria Hidalgo, personalidad argentina quien lo mismo fue aplaudida como cantante de ópera que como cantora de su folklore. Gorra acudió a su repertorio acompañada de los guitarristas Antonio López Palacios y Tomás Barreiro. A ambas las une la diversifidad de su repertorio y la crítica que han recibido por ello, amén del cariño de sus públicos, por lo que el homenaje no podía ser con otra voz. Gorra lo cantó con naturalidad y belleza de fraseos, sus propios fraseos, y todavía regaló dos encores también argentinos que difícilmente se le hubieran escuchado a Hidalgo pero en versiones que hubiera aprobado: “No llores por mí, Argentina” (Lloyd-Weber) y el clásico moderno “Yo vengo a ofrecer mi corazón” (Fito Páez).
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Al día siguiente, en la misma Sala de Conciertos de La Paz, un sexteto mixto lidereado por el pianista Jozef Olechowski acompañó una sencilla gala de zarzuela a la soprano Patricia Santos y al tenor Víctor Campos. Él, con complicaciones imperceptibles de garganta, brindó fraseos muy bien presentados en estilo y garbo escénico, lo que le ofreció suficientes buenos resultados. Ella, como siempre, hizo gala de sus capacidades vocales, siempre brillantes y colocadas con precisión técnica donde quiere colocarlas, y de esa cualidad escénica suya que combina gracia y coquetería, que recuerda la gloria de la siempre querible Ernestina Garfias. ¿Se animarán las productoras a retomar esa tradición cinematográfica nacional con la figura de Santos? Alguien debería pensarlo.
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FOTO: El cuartero Aurora fue uno de los participantes en el Festival Internacional de Música de Concierto de La Paz. / Tomado del Facebook del Cuarteto Aurora.
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