La película más intensa del año

Dic 23 • Miradas, Pantallas • 4874 Views • No hay comentarios en La película más intensa del año

POR JORGE AYALA BLANCO

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En Sonita (Irán-Alemania-Suiza, 2015), estrujante docuficción de la autora del tratado Cine de animación: una nueva forma de expresión y debutante autora total teheraní de 40 años Rokhsareh Ghaem Maghami (documental animado: Cyanosis 07; mediometraje documental: Subiendo las escaleras 11), la avispada incontenible quinceañera afgana Sonita Alizadeh vive refugiada sin papeles en Irán al lado de su hermana y su sobrinita desde hace 11 años cuando debió salir de su país a resultas de los abusos criminales de los talibanes contra las mujeres indefensas, trabaja de clandestina limpiando cristales y mesas en un restaurantucho, y demuestra un enorme talento natural como incallable y desafiante rapera poética de tema social y feminista (“Compraré tu fortuna”), pero se ve expulsada de ese hogar por razones económicas, las puertas se le cierran por doquier y debe asilarse en un centro de acogida donde recibe tratamiento psicológico e instrucción mínima, sorprende a la bondadosa regenteadora del plantel que desea apoyarla en todo, conoce a la documentalista Rokhsareh Ghaem Maghami (ella misma) que comienza a filmarla, y por su parte forma un dúo musical con un albañil ahorrativo cuyo dinero no les alcanza ni para grabar ni un disco subprofesional, poco después su ignorante madre tradicionalista y ultrasometida la visita desde su distante nación para conminarla a ponerse como novia en venta para desposar (como todas las mujeres de la familia) a algún viejo ricachón y así poder sufragar el monto de la dote que requiere uno de sus hermanos mayores para adquirir a su vez una esposa (“Cuando hablo del matrimonio arreglado/pienso en animales en venta”), poniendo en conflicto a la propia realizadora de la película, quien pagará 2 mil dólares por una tregua de 6 meses para que la muchacha permanezca en Teherán y, tras una breve desaparición, logre grabar un intensísimo video musical que al ser subido a la red se vuelve internacionalmente viral, sea visto por la instructora de una cosmopolita academia en Utah y la invite como becaria, por lo que Sonita tendrá que viajar hasta su natal Herat en Afganistán, para intentar la indispensable expedición de un acta de nacimiento y de su pasaporte, a riesgo de quedar atrapada por su familia o por las autoridades en ese lugar ajeno y hostil.

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La novia en venta demuestra que neurona mata tradición, mediante el torrente de versos contra la injusticia y el rap que salvó a una chava, porque en definitiva, si bien la arrasadora Sonita nunca descubre su cabeza en público y pide apagar la cámara para hacerlo en privado antes de dormirse, en ningún momento oculta sus emociones ni la ambigüedad de ellas, porque la intensísima cinta cree en la bondad heroica de su actitud retadora y en la ironía como salvación, aunque también finalmente en la melancolía como posibilidad de crear otra imagen de sí misma, una melancolía cuyos trabajos íntimos incluyen la exaltación, el desamparo, la desesperación, la zozobra, el acoso y una permanente sensación de inermidad (“No la vendas, déjala ser un regalo para recordarme”).

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La novia en venta recurre a la participación eficaz de una música minimalista de Moritz Denis y una edición superelíptica de Rune Schweitzer, para lograr que destaquen, a modo de fulgurantes impactos dulces, esas inolvidables apariciones detonantes de Sonita disponiendo un psicodrama terapéutico de estatuas (menos desgarrador que aquél refiriendo lo que le gustaría haber vivido), Sonita carismática rapeando ensangrentada bajo un velo blanco de novia sobre un fondo negro y capullos de rosas blancas en la mano, o tan desazonantes como Sonita abrazando a la sobrina sollozante que así la despide contagiosa en privado, pero asimismo esa Sonita confrontada con un gran espejo callejero que certifica el arribo a su reflejo en el cerco, o Sonita tristeando ante una ventana desde la que se contempla toda la ciudad capital donde luego de la supuesta liberación todo ha empeorado, o bien las actitudes duras de la señora madre Alizadeh inflexible bajo su eterna burka tenebrosa o exultante de avaricia satisfecha poniéndose los aretes de oro que le trajo la hija pródiga para vencer sus resistencias.

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La novia en venta replantea además el sitio del creador o la creadora cinematográfica con respecto al objeto-sujeto que sin esconder su propia presencia está filmando, pues todo lo factual acostumbrado queda en tela de juicio y hondamente cuestionado: ¿dónde queda el papel imparcial de la directora en el convincente documental de hechos precisos en vivo y en directo, o ante la subrepticia docuficción en proceso?, ¿no es el pago azaroso de la tregua de Sonita otro tipo de la compra-venta o una distinta manera perversa de hacerle el juego al oscurantismo denunciado?, ¿es preciso que el sonidista intervenga para convencer a su jefa de apoquinarse con una feria para mantener a Sonita bajo observación al escalpelo?, ¿qué tantas veces más se le permitirá a la cineasta ceder de nuevo su sitio al filmar a esa demandante chava que desde el inicio solicitaba la cámara manipuladora para apuntarla hacia el otro lado?, documentalista y documentada hermanándose al mismo nivel de avidez y conciencia cual mostrencas salvajes, juntas tras las puertas de hierro para revisiones exhaustivas a punta de fusil de la soldadesca al entrar en su albergue-prisión en Kabul, antes de encontrar el solaz en un recital universitario estadounidense (“Aquí no hay talibanes”).

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Y la novia en venta vendría a ser cualquier cosa menos únicamente un cuento de hadas (lo sería pero envenenado), menos únicamente un panfleto feminista (lo sería pero hipersensible), menos únicamente un relato edificante (lo sería pero acerbo), ya que sólo admite sentimientos fuertes, como la revuelta moral y la ternura hacia su criatura adolescente que exclama “Sólo soy una adolescente, un ser humano, mira, tengo ojos y orejas”, pero bien podría decir altiva “Vierto mi nombre y recupero un reino” (Rita Murúa).

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FOTO: La Cineteca Nacional proyectará el documental Sonita hasta el 29 de diciembre.

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