La película más luminosa del año
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Isabelle, artista parisina de mediana edad, transita por un momento decisivo de su vida, marcada por aventuras fugaces que no logran llenar sus ideales amorosos
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POR JORGE AYALA BLANCO
En Una bella luz interior (Un beau soleil intérieur, Francia-Bélgica, 2017), deslumbrante opus 12 de la estilista franco-africana de 69 años Claire Denis (No tengo sueño 94, Buen trabajo 99, Materia blanca 09), sobre un guión suyo y de la novelista sadiano-célinesca del incesto paterno Christine Angot (Un amor imposible) inspirado por el ensayo Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes, la sensitiva artista plástica y madre divorciada en la cincuentena Isabelle (Juliette Binoche destellante de madurez) busca el amor, o intenta inventárselo y retenerlo en vano, al lado del prepotente banquero acomplejado Vincent (Xavier Beauvois el realizador de la eminente De dioses y hombres) que a mitad de la cópula le pregunta si se venía más rápido con su anterior amante y, al recibir el merecido portazo, inicia un indigno asedio al infinito; del narcisista architatuado actor alcohólico (Nicolas Duveauchelle) que nunca lleva la iniciativa ligadora porque “el que propone se desnuda interiormente”; del colega vecino Mathieu (Philippe Katerine) que se deshace en rodeos para llevársela de fin de semana a su finca campestre en Lot pero cuando en bola artística lo consigue ella explota incontrolable contra las pretensiones estetas de sentirse dueños de la naturaleza y el paisaje; del inaguantable exmarido promiscuo François (Laurent Grévil) con quien aún hace buen sexo tierno de emergencia, aunque el sujeto se niega a devolverle las llaves de su depto so pretexto de la seguridad de la hijita común de 10 años; del sensual galán enérgico de antro Sylvain (Paul Blain) con quien practica sexo instantáneo sin pronunciar palabra y sostiene un nexo lacónico durante meses; del galero Fabrice (Bruno Podalydès) que la pone en crisis al asegurarle que ella sólo quiere legitimar su deseo, y de amigos asiduos como el africano Marc (Alex Descas) con quien suele dejar abierta la posibilidad de un romance futuro, hasta arribar a la desesperada consulta al sereno vidente obeso (Gérard Depardieu), quien, con sus rollos mareadores (“Necesitas a alguien auténtico, debes ser usada sin abuso, el amor de tu vida aún no llega”), la hace consciente de estar iluminada por un bello sol interior, más acá y más allá de ser presa de un discurso amoroso que la desborda.
El discurso amoroso se perfila, en su implacable sarcasmo fundamental y a rajatabla, como una película de visión panóptica, tan totalizadora en la concepción relacional de su heroína perseguidora insistente del amor y tan todoabarcadora del discurso amoroso como sería Rodin (Doillon 17) respecto a su egregio héroe, o como Manifesto (Rosefeldt 17) relativo a los discursos vanguardistas estéticos, o séase: todo lo que querías saber sobre el comportamiento sexual de las mujeres hoy (aunque no sólo de ellas) y sobre su infructuosa búsqueda amorosa esencial (que es también la tuya) pero tenías miedo de preguntar, y para lograrlo, ahí están compendiadas al máximo, e ilustradas subrepticiamente y vistas a maldito vuelo de pájaro, las 80 descripciones de estados amorosos, y las actitudes absurdas y las conductas contradictorias y las reacciones inconscientes, de la enamorada y de sus amantes y de sus ligadores, en repertorio al escalpelo por Barthes desde el 77, inclusive las inconfesables, informuladas, inasibles e inconsolables, por estricto orden alfabético: abismarse, ausencia, angustia, anulación, ascesis, celos, declaración, espera, languidez, signos, ternura, o así, y sus autogrillas subordinadas (limbo, ultimátum), sin misericordia ni necesidad de ser o citar a Werther/Goethe, Teorema/Pasolini, Sade, Brecht o Lacan, aunque englobándolos a través de los titubeos, dudas, tribulaciones y los soliloquios en el balcón más inesperados (“¿Por qué no puede ser el amor verdadero esta vez?”).
El discurso amoroso logra hacer con todo el retrato de una adorable mujer multidimensional, creativa, encantadora amante clandestina, entre el esplendor y la pudrición (diría el machín cubano de Memorias del subdesarrollo de Gutiérrez Alea 68), entre la exaltación y el orgasmo obtenido con sordideces, presa del amorío que devela situaciones tóxicas por cobardía, siempre contando con la complicidad interfemenina de la robusta galera (Josiane Balasko) que le deshace intrigas eróticas y de la amiga Arianne (Sandrine Dubois) con quien se vuelca en confidencias de mingitorio; una empoderada sorprendente, sobreviviendo a la burbuja amatoria, a la diversión, a la vida social, a trampas y espejismos, a días vacíos y a rupturas de relaciones tan devastadoras cuan gratificantes.
El discurso amoroso se filma con una suprema libertad formal y estructural, mediante una fotografía virtuosística de Agnès Godard que sustituye el campo-contracampo con veinte semicirculares giros envolventes sin corte o inventa jump-cuts cenitales para sustituir a Binoche por una doble trazando en el suelo sus pinturas de gran formato, una música de Stuart A. Staples que en sus momentos cruciales cede a la anacronizante/futurista tentación del cool jazz y del free jazz en el bar o ante las manos vacilantes, una edición diestramente elíptica de Guy Lecorne, y un puñado de intérpretes y amigos actores-realizadores (Beauvois, Balasko, Podalydès y una Bruni-Tedeschi en cameo histeroide) jugando a burlarse de sí mismos a través de sus personajes y de cerebrales métodos de improvisación heredados del recién fallecido nuevaolero inclasificable Jacques Rivette.
Y el discurso amoroso ha hecho a fin de cuentas, al igual que el cien veces invocado Barthes, y que el vampirismo regresivo de Sangre caníbal (Denis 02) o las añoranzas autodestructivas de 35 tragos de ron (Denis 08) y que una apasionada declaración de amor a Juliette, una vivisección de la soledad al extremo, gracias a la feminteligencia sensible y a figuras y mecanismos de comportamientos ajenos desgarradoramente asumidos como propios, a través de la ironía, con amargura, lucidez e irreconocible fertilidad aleccionadora.
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FOTO: Una bella luz interior se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 28 de diciembre. / Especial
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