La piedad acumulada
César Vallejo, quien anticipó su muerte en dos versos, ocupa un lugar privilegiado entre los poetas religiosos
POR BENJAMIN BARAJAS
César Vallejo ha pasado a la historia literaria especialmente como poeta. Sus poemarios más representativos son Los heraldos negros, con algunos resabios modernistas; Trilce, una propuesta radical vanguardista; Poemas en prosa; Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz; obras que le habrían bastado para asegurarse un lugar en la nómina de autores hispanoamericanos, forjadores de una nueva sensibilidad lírica, y que habrían de ser una referencia obligada para las generaciones de la segunda mitad del siglo XX.
Sin embargo, parafraseando a Paul Valéry, nadie podría ser poeta si sólo escribiera poesía o ser químico si sólo se dedicara a combinar sustancias; ante todo, es necesario asumir un compromiso con la vida, incorporar el dolor y las contradicciones sociales a la propia existencia, a la manera de Cristo, para luego, con el dolor humano a cuestas, encarnar el sacrificio personal y ofrecerlo a los otros como prueba de redención colectiva.
César Vallejo vivió a la manera de un personaje de Dostoievski; asumió la nostalgia de los indígenas peruanos, seres marginados, sujetos a la rapiña y represión de los conquistadores españoles y mestizos que, a lo largo de quinientos años, no han terminado de afrentarlos. César Vallejo fue encarcelado por una supuesta subversión que nunca encabezó y a consecuencia de ello, una vez alcanzada la libertad condicional, viajó a Francia para morir en ella, como anticipara en dos versos famosos: “Me moriré en París con aguacero,/ un día del cual ya tengo el recuerdo”.
Como dijera Manuel Scorza, otro poeta paisano suyo, París no siempre fue una fiesta, y no a todos los escritores latinoamericanos que pretendían la fama les fue muy bien. Carlos Fuentes, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa rememoran con gratitud la hospitalidad francesa, pero César Vallejo padeció frío, hambre y un extremado sentimiento de marginación que se compensaba con su fervor comunista, nueva religión que parecía enraizar en el cristianismo primitivo que corría por sus venas.
Precisamente en sus ensayos, aforismos y textos en prosa accedemos al pensamiento del escritor que toma una postura política de acompañamiento a la revolución bolchevique y, para supervisar de cerca el proceso revolucionario, visitó Rusia en dos ocasiones, luego defendió con igual empeño a la República Española y combatió las desviaciones doctrinarias de los intelectuales, que si bien eran progresistas no renunciaban al ensalmo de la burguesía.
La imagen de un escritor comprometido con la causa y la estética socialista se advierte en Ser poeta hasta dejar de serlo, pensamientos, apuntes y esbozos, compilación a cargo de Carlos Fernández y Velentino Gianuzzi; texto que recupera de los escombros bibliotecarios tres libros breves que enriquecen la perspectiva sobre César Vallejo: “Contra el secreto profesional”, en donde predominan los aforismos; “El arte y la revolución” en que se pretenden alinear las expresiones artísticas a la prédica comunista y “Apuntes y notas”, que aloja sobrias pinceladas recogidas de sus cuadernos.
Efectivamente, César Vallejo no deja de ser poeta en sus ensayos; su pensamiento, a pesar de estar sujeto a un contexto de encono ideológico que hoy, ingenuamente, nos parece superado, no pierde la belleza de la expresión, y aunque su nostalgia fue un ave carnicera que lo devoró, su palabra le brindó universalidad y un lugar privilegiado entre los poetas religiosos que se olvidaron de Dios, pero no del dolor humano.
FOTO: El poeta peruano César Vallejo, en Niza, en 1929. Crédito de imagen: Europa Press
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