La poesía consolidada de Hadelich
POR IVÁN MARTÍNEZ
A Martha López
No tan mediático como algunos de sus colegas que regularmente nos visitan, ya desde su debut en nuestro país en marzo de 2010, el violinista alemán Augustin Hadelich (Italia, 1984) logró hacerse de un buen número de seguidores gracias a cualidades que desde chico le han aplaudido mucho el público y algunos críticos: su aterciopelado sonido, el refinamiento de su fraseo, la suficiente honestidad con que aborda cada repertorio –a veces éste también poco atractivo para el mainstream, como su disco debut con conciertos de Haydn (Naxos, 2008).
Pero en esa misma ocasión fue criticado también por otras cualidades que todavía estaban ausentes: sobre todo la falta de solidez en el pensamiento musical con que aprehendió el Concierto de Beethoven de esa primavera, que hizo con demasiada superficialidad; suave hasta en sus articulaciones, según lo recuerdo. Había faltado sustancia, madurez, cimiento.
Fui de los que evitaron las siguientes visitas (falta de interés también en los repertorios elegidos: Shostakovich y Bartók). Aunque a los pocos meses cambió de instrumento, había venido con el violín “exGingold” de Stradivari que tenía por haber ganado el concurso de Indianapolis y poco después le fue otorgado el “Kiesewetter” del mismo laudero (aquel jocosamente famoso por la morbosa y triste anécdota del violinista Philip Quint al perderlo en un taxi en Manhattan), su sonido era también muy débil, pequeño en un sentido que creo estaba más en la concepción que en la técnica.
Eso hasta que a mediados del año pasado lanzó su nueva producción discográfica aprovechando la efeméride que venía: los conciertos de Sibelius y Thomas Adès para la marca Avie al frente de la Royal Liverpool Orchestra y la batuta de Hannu Lintu. Cambió totalmente mi percepción sobre él.
Fue para el Concierto en Re Mayor, op. 47, de Sibelius, que estuvo en México la semana pasada. Lo tocó en la Sala Nezahualcóyotl de la mano de Carlos Miguel Prieto y la Orquesta Sinfónica de Minería, en su séptimo programa de temporada, que en la combinación más tradicional de esta serie, incluyó además una ejecución brillante de la Obertura de jubileo, J. 245, de Carl Maria von Weber y una muy emotiva Tercera Sinfonía, en Mi bemol Mayor, op. 55, “Eroica”, de Beethoven.
Sibelius escribió su único Concierto entre las sinfonías segunda y tercera, en pleno ejercicio de romanticismo, con una narrativa melodramática justa, y una buena descripción de él es la que, a propósito de esta misma presentación, nos ha regalado el poeta Julio Trujillo: “El alma atormentada de Sibelius, que siempre hizo eco a los dramas de la naturaleza finlandesa que lo rodeaba, alcanza en su concierto para violín un nivel de pathos musical conmovedor, fuerte, que en lugar de desconectarme de mi realidad me arraigó más en ella, agudizándola, dotándola de una nitidez casi insoportable, bella y terrible al mismo tiempo.”
Lo que Hadelich hizo con él es indescriptible, poesía pura. No solo posee ahora un sonido más asentado, que, insisto, tiene que ver más con una concepción individual que con una técnica, impecable e ilimitada en su caso, o con un instrumento diferente; aunque es probable que tenga un mejor nivel de entendimiento con el Kiesewetter. Cada frase construye una narrativa musical que es elocuencia desde el inicio sin precipitarse a lo que sigue. No hay una nota que no sea intachable en sonido o que no esté cantada con claridad en musicalidad, incluso las más breves en los enramados de los pasajes virtuosos de, por ejemplo, el tercer movimiento. A cada nota corresponde un significado. Es un comunicador natural de la música. Conmovedor.
Esta pureza que desde antes le caracterizó y que ahora se consuma poéticamente con madurez, la confirmé con su encore, precisamente el mismo que cinco años atrás había regalado: el último Capricho de los 24 de Paganini. Si entonces critiqué la frivolidad de su elección y lo vano de su ejecución, en esta ocasión me permitió descubrir la música escondida, enternecida y apasionante, del virtuoso diabólico de Génova.
Lo que siguió tras el intermedio, podría decirse también inenarrable, de no ser porque a diferencia de aseveraciones que hice en textos anteriores, esta debió ser la mejor ejecución a un nivel técnico de lo que va de esta temporada de la orquesta de Minería. Tiene que ver con un trabajo cuidadoso de los detalles particulares de cada sección pero seguramente, con la misma emoción avasalladora que conmovió a prácticamente todo el medio musical mexicano. No faltaron las lágrimas en el escenario al tocarse la Marcha fúnebre de la Tercera de Beethoven, a la memoria de quien fue trombonista principal de esta orquesta y emblema para los instrumentistas de metal en México: el maestro Gustavo Rosales, fallecido ese fin de semana.
Hadelich no solo ha renovado mi colección discográfica para poner su Sibelius a nivel referencial, con la madurez que va consolidando en su propia trayectoria, es imposible no colocarlo como el nombre a seguir de la nueva generación de violinistas.
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