La poesía de Bolaño, algo más que un gesto inconcluso

Jul 13 • principales, Reflexiones • 8323 Views • No hay comentarios en La poesía de Bolaño, algo más que un gesto inconcluso

POR MÓNICA MARISTAIN

 

—¿Quién le hizo creer que es mejor poeta que narrador?

 

—La gradación del rubor que siento cuando, por pura casualidad, abro un libro mío de poesía o uno de prosa. Me ruboriza menos el de poesía.

 

No escribió un Canto General, que entre otras cosas era su libro preferido de Pablo Neruda. No dejó la huella de otro de sus compatriotas, Raúl Zurita, quien en La literatura nazi en América presta a Carlos Wieder su hábito de escribir poemas en el cielo (Precisamente, en Cuadernos de guerra, Zurita se refiere al “Bolaño hepático” que nunca conoció y al que suele darle poco crédito como poeta y novelista).

 

Sin embargo, Roberto Bolaño (1953-2003) escribía poemas. No era grafómano como su gran amigo Mario Santiago (1953-2008), pero adscribió a una voluntad poética irrenunciable, además de publicar algunos poemarios, entre ellos, su primera obra editada por el legendario Juan Pascoe, Reinventar el amor.

 

Entonces, el autor de Los detectives salvajes tenía 23 años. Era 1976 y vivía en México.

 

De su obra máxima, llamada a menudo la gran novela mexicana de la contemporaneidad, el poeta Luis Felipe Fabre dice que no sólo se inscribe en la mejor historia de la narrativa vernácula.

 

“También se inscribe en la poesía mexicana como el perímetro de un hueco que describe una falta. Un poema perdido o un poema jamás escrito. En cualquier caso, un poema ausente”, escribe el autor de Arte&Basura (Almadía) en el ensayo titulado “La poesía está en otra parte: tras la pista de Los detectives salvajes”, que forma parte del libro Leyendo Agujeros (Conaculta).

 

En su visión, “cuando Bolaño escribe poemas, fracasa. Prueba de ello son sus libros Los perros románticos (2000) y Tres (2000). No podría ser de otra manera. El fracaso es la condición de su acierto. Bolaño sabe que el poema es imposible porque la poesía está en otra parte y entonces escribe una novela. En vez de escribir un poema, lo cuenta.

 

Los detectives salvajes es un poema no escrito, es un poema sin palabras, como sin palabras está hecho ‘Sión’, el único poema realvisceralista que aparece en la novela, el poema visual de Cesárea Tinajero”, afirma Fabre.

 

En su párrafo hace referencia a los dos poemarios editados por Acantilado, dirigida por el catalán Jaume Vallcorba, para quien “hablar del Bolaño poeta es hablar del Bolaño escritor. La poesía fue, parece obvio, el centro y el núcleo de su quehacer literario”.

 

“En Bolaño la poesía es origen, da aliento y timbre a su literatura. De hecho, en nuestras comidas, no hablábamos casi nunca de nada más que de poesía y en especial de poesía medieval.

 

“No fue para nada la única que le interesó, pero quién sabe si conmigo se encontraba con un interlocutor dispuesto (en esa época yo enseñaba literatura medieval en la universidad). Me imagino que a Bolaño (como a Gabriel Ferrater) la poesía trovadoresca y sus inmediatas continuaciones le ofrecían un fondo de verdad desnuda, alejada de los formalismos y arabescos que la poesía europea adoptó más tarde. Una fascinación similar a la que debieron de sentir Apollinaire, Reverdy o Max Jacob, entre otros, en su búsqueda de una literatura moderna alejada de las olas de líquido sentimental entre las que habían crecido”, escribió el editor en la revista española Quimera (2010).

 

La poeta argentina Diana Bellessi (1946), una de las voces más importantes del género en ese país sudamericano, conoció al autor de 2666 a principios de la década del 70 y compartió con él unos cuantos cafés en La Habana, de la calle Bucareli.

 

“Cuando hablábamos de poesía, Bolaño era mi mejor interlocutor; teníamos al hermano Whitman detrás y a Vallejo al frente, con la extraordinaria estela de la poesía contemporánea peruana acompañándonos”, dice, refiriéndose a los creadores de Hora Zero, movimiento surgido en Lima en los 70 y que deslumbró a Bolaño desde que Diana le regaló los libros Kenacort y Valium 10, de Jorge Pimentel.

 

Inicios y finales poéticos

 

Aunque Roberto Bolaño haya participado activamente en la tensión entre poesía y prosa que da carácter a su obra literaria, echando la mayoría de las veces mucha leña y mucho fuego al humo de sus palabras intensas, en un partido de tenis sin tie break donde, al parecer, ganó la narrativa, sus inicios y sus finales fueron poéticos.

 

Poético, incluso, como una instalación, fue el último gesto de escuchar la canción de Antonio Vega “Lucha de gigantes”, antes de partir sin retorno al hospital Vall d’Hebron, donde murió el 15 de julio de 2003.

 

Fundador junto a Mario Santiago del hoy famoso movimiento infrarrealista, el ideario del escritor chileno propendía a una poesía construida al margen de los cánones establecidos, por supuesto al margen de la omnímoda figura de Octavio Paz, ligada a un modo de vida que respondía a una estética asentada sobre sólidos principios éticos: la poesía se vive, la poesía puede y debe transformar el mundo.

 

Tal como escribió en el artículo de la revista Plural, “La nueva poesía latinoamericana. ¿Crisis o renacimiento?”, donde entre otra cosas alaba las palabras de “los anarquistas, los vagabundos, los que viven poesía, los que se pasean vestidos de erizos por la cotidianeidad pequeñoburguesa, a los que les importa un comino el oficio de escritor” para quienes la poesía es una “experiencia viva”.

 

“Tipos como Pimentel, que ahora tranquilamente encerrado en Lima prepara sus próximas batallas; como Mario (Santiago), que es una especie de Netzahualcóyotl con la imaginación de Pantagruel, y como Bruno Montané, que es la serenidad en persona, no me defraudarán en lo que pienso tiene de viva nuestra poesía”, escribe Bolaño.

 

“Creo una cosa: si bien ahora el panorama general de la nueva poesía latinoamericana es en un cincuenta por ciento clandestino, dentro de poco tiempo lo será en un cien por ciento. En una época de crisis, el poeta se lanza a los caminos. De esta inmersión obligatoria en mundos nuevos renace la poesía, la verdadera poesía, o se va todo al carajo”, afirmó el autor de Estrella distante.

 

Como quedó bien claro en el cuento “El gaucho insufrible”, que da título a un compilado que se publicó póstumamente, Bolaño era adorador de Jorge Luis Borges, a quien consideraba un dios o El Dios de la literatura en español.

 

Era, además, un verdadero hijo del gran poeta chileno Nicanor Parra, a quien conoció en 1998 durante una visita que le hiciera al nonagenario “antipoeta” a su casa de Las Cruces.

 

“Sólo estoy seguro de una cosa con respecto a la poesía de Nicanor Parra en este nuevo siglo: pervivirá. Esto, por supuesto, significa muy poco y Parra es el primero en saberlo. No obstante, pervivirá, junto con la poesía de Borges, de Vallejo, de Cernuda y algunos otros. Pero esto, es necesario decirlo, no importa demasiado”, escribió Bolaño en el catálogo de la exposición de Parra en Madrid en 2001.

 

Borges, Parra, Orlando Guillén, por supuesto Mario Santiago, incluso Ernesto Cardenal y Juan Ramón Jiménez son motivaciones poéticas que atraviesan su libro Los perros románticos. La poesía como un sueño inasible da sentido a Tres. Finalmente, toda su poesía se concentra en La universidad desconocida, publicado por Anagrama en 2007.

 

Son las huellas de una obra poética que no debería ser ignorada, lejos como está de carecer de importancia. Para los académicos queda el estudio de la intertextualidad y del intercambio incestuoso de géneros en la obra de Bolaño. Para nosotros, los poemas, todos ellos escritos con esa pluma incendiaria que muchas veces nos hace llorar, pero otras, como corresponde, nos incita a reír a carcajadas.

 

“A veces sueño que Mario Santiago / Viene a buscarme con su moto negra / Y dejamos atrás la ciudad y a medida / Que las luces van desapareciendo / Mario Santiago me dice que se trata / De una moto robada, la última moto / Robada para viajar por las pobres tierras”. (Fragmento de “El burro”, poema de Los perros románticos).

 

 

FOTOGRAFÍA:  Roberto Bolaño/Especial.

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