La poesía de Elena Garro: Allá donde de pronto somos niños
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La publicación de la poesía reunida de Elena Garro, no obstante haber sido retirada de librerías por un conflicto de derechos de autor, es un acontecimiento literario por mostrar su faceta desconocida como versificadora
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POR EDURARDO CERDÁN
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Allá resides tú,
Allá resides tú,
donde reside la memoria.
Elena Garro
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Que se llame poeta a Elena Garro no frunce el ceño de nadie, estoy seguro. Desde el inicio de su carrera literaria hace exactamente 50 años, cuando se representaron cuatro de sus obras teatrales en el festival universitario Poesía en Voz Alta, se supo que las de Garro son bocanadas llenas de lirismo. Los visos magistrales de la debutante, que en julio de 1957 sólo se apreciaron en escena, se leyeron un año después gracias a su primer libro, Un hogar sólido y otras piezas en un acto, editado por la Universidad Veracruzana. Luego, cuando en 1963 Joaquín Mortiz publicó Los recuerdos del porvenir, su opera magna y un hito en la novelística mexicana, no debió de quedar ninguna duda: la poesía es cimiento de su obra. Al año siguiente apareció La semana de colores —publicado, asimismo, por la Universidad Veracruzana—, que fue una muestra más de su talento y también su notabilísima incursión en el difícil género de la ficción breve. No en vano Beatriz Espejo, fiel adepta al cuento, dice que a la estatura de Garro “sólo se llega dejando cachos de piel por el camino”.
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Ante una figura tan polémica como Elena Garro sería un escape perfecto meterse en un traje de Barthes y difuminar por completo la figura del autor. Pero, aun si uno se empecinara en tal anacronismo, hacer de ella esta lectura resultaría imposible. Confieso que, aunque quise leerla así por primera vez, me vi limitado cuando encontré, por ejemplo, que en los cuentos fantásticos de La semana de colores aparecen más de una vez transparentes figuras inspiradas en su biografía. Ahí están las niñas Eva (transfiguración de Devaki Garro), Estrellita Garro (que aparece nombrada tal cual en “El Duende”) y el alter ego de Elena: Lelinca, que vuelve a la literatura, ya adulta, en los cuentos de Andamos huyendo Lola (1980). El título original se escribe así, sin la coma de vocativo antes de “Lola”: nombre, por cierto, de una de las muchas mascotas felinas que tuvieron la escritora y su hija Helena Paz Garro (Lucía en la ficción). Sobre este aspecto, Garro le escribió a Emmanuel Carballo en 1982: “Si piensas que en [Testimonios sobre] Mariana aparecen personajes vivos te equivocas. Aunque es verdad que tomé rasgos de algunas personas vivas y difuntas para crear a un solo personaje. Acuérdate de Ortega y Gasset: ‘Lo que no es vivencia es academia’. Eso no quiere decir que lo que cuento en Mariana sea una simple calca de mi vida al papel. Creo que todas las novelas son roman à clef o no lo son”.
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Dicho lo anterior, puedo entrar de lleno a lo que me ocupa aquí. Anoto poesía en el título de este texto no pensando en el ya mencionado aliento poético de Garro, sino en su inexplorada faceta como “versificadora”, bien lo dijo su agente y biógrafa Patricia Rosas Lopátegui, quien se encargó de que el año pasado, a razón del centenario de su natalicio, se publicara —curada por ella— toda la poesía sobreviviente de Garro con el título Cristales de tiempo. Poemas inéditos. El volumen se publicó bajo el sello de la UANL y Patricia hizo una edición especial de él en pasta dura. Los poemas, escritos entre 1947 y 1980, están divididos en cinco partes que obedecen a un criterio temático: “La infancia en la memoria”, “Horror y angustia en la celda del matrimonio”, “A mi sustituta en el tiempo”, “Bioy, tú me diste una tan buena lección que ya no puedo enamorarme de nadie, ni siquiera de Bioy” y “La poética del exilio”. También se incluyen un largo estudio preliminar y un apéndice a cargo de Patricia (este último es de veras necesario y enriquecedor), un epílogo conformado por tres poemas de Helena Paz a su madre y un prescindible colofón con una anécdota de José Antonio Alarcón, sirviente de madre e hija. La labor como editora de Rosas Lopátegui, quien ha dedicado casi toda su vida académica a la poblana, es encomiable.
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Patricia habla sobre la convergencia de estos versos con la poética de Novalis y sobre el innegable influjo surrealista en ellos. No se puede, sin embargo, rotular a Garro como una escritora totalmente surrealista; tampoco del realismo mágico, etiqueta que responde menos a necesidades estéticas que a las de tipo editorial/mercantil. En un sentido amplísimo, Garro es una escritora fantástica —de lo fantástico, pues, y también de lo siniestro— y tanto su narrativa como su poesía (ya veremos) abreva de los sueños, sí, y aprecia la enfance vénérable de Breton; pero la mexicana, a quien le fascinaba hallar “el revés” de todo, también tuerce esta visión idílica y habla sobre la crueldad infantil, lo que también practicó la cuentista Guadalupe Dueñas (¿1920?-2002): la mejor, a decir de su colega Garro.
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Los poemas de Cristales de tiempo son irregulares, lo cual no debería extrañar a nadie, ya que no todos fueron pensados para la publicación (Patricia supone que los mecanografiados a mediados de los cincuenta sí intentaban formar un poemario). En el primer apartado del libro, la poeta discurre acerca de su padre, de su hermana dilecta: “Deva”, del ambiente que la rodeó mientras crecía y de su primo Boni (Muni en Un hogar sólido). En el revelador cortometraje La cuarta casa, un retrato de Elena Garro (2002) de José Antonio Cordero, la autora cuenta sobre su primo:
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Mira, Boni era un mocosito rubio, rubio de lino, con ojos azules y flaquito, así, muy tremendo… Y nos creían hermanos ahí en el pueblo. […] Sí, nos íbamos con los rifles porque dizque nos íbamos a buscar la laguna de Tuxpan para cazar patos. Mira, ¡años viví buscando la laguna de Tuxpan y nunca la encontré! Todavía cuando vine a México… “¡Ahora vamos a Iguala y nos vamos a buscar la laguna de Tuxpan!”, me dijo. Le dije: “¡Sí, sí, sí, nos vamos!”. Mucho entusiasmo. Pero me llamó la criada y me dijo que Boni se había suicidado.
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Esta experiencia la movió a componer, en enero de 1954, una elegía: “Nadie recuerda tu entrada al mundo / ni la casa cuyo patio se cubrió de fúnebres gardenias / pisadas, machacadas por los dolientes / que sacaron en hombros a tu madre / vuelta desde entonces / menos que polvo entre las tusas del panteón español”.
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Del segundo apartado, el del sensacionalista título “Horror y angustia en la celda del matrimonio”, sobresale “El llano de huizaches”, que es, ése sí, absolutamente surrealista y, diría yo, imperdible. Se asemeja al Lorca de Poeta en Nueva York (1940) por el recurso de la mutilación que él usó en “Cementerio judío” y el de la fragmentación del cuerpo para crear metonimias repletas de connotaciones como en “Grito a Roma”. Garro descuartiza el cuerpo —su cuerpo—, lo riega por el llano de huizaches y crea así una honda alegoría sobre la identidad. Logradísimos personajes desasidos también aparecen, dicho sea de paso, en Un hogar sólido y en el cuento “Perfecto Luna”.
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También notable es el poema “O.”, fechado en enero de 1955 y que, por supuesto, se refiere a su entonces esposo, “Rey Midas de la nieve”. Garro, seguramente por su educación católica y —de acuerdo con Patricia— por la lectura temprana de los románticos, tenía a los 20 años una visión sacralizada del amor y de las relaciones de pareja que la azuzó para escribirle a Paz, en 1936 y luego de algún conflicto, una arrebatada carta incluida en el estudio preliminar del poemario en la que anota: “Anoche, cuando me acosté, […] lloré por la Elena de hace un año, por todas las jóvenes que fracasan todos los días; por todas las que aspiramos un día al amor entendido como yo lo entendía y lo deseaba: enorme, dichoso, pleno, en armonía con lo infinito”. En los noventa, una Garro anciana le cuenta a José Antonio Cordero:
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Cuando era jovencita soñé que iba subiendo una colina de la mano de mis primas y todas íbamos vestidas como de organdí, así muy monas, y llegábamos a lo alto de la colina y allí estaba una mesita y un cura. Y decían: “Es que te vas a casar”. Y yo: “¡Ay, no, no me quiero casar!”. Y decían: “¡Sí, aquí está tu novio!”. Y me volvía yo ¡y era un burro! […] Antes [el amor] era, pues, sí, un sueño… Pero nunca me pareció realizable… No… Porque la convivencia con la persona siempre resulta un fracaso y cuando es de verdad amor, como en las novelas o en la Historia, pues se mueren los héroes.
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En el tercer apartado, “A mi sustituta en el tiempo”, se encuentran diálogos consigo misma, con su hija, “con un asesino”, con Stalin, con Maxime de la Falaise, con escritores mexicanos y con su tío Boni. Es una lástima que el “Corrido a la Revista Mexicana”, donde aparecen nombres como Arreola, Fuentes y Rulfo, esté incompleto debido a los orines de gato. De esta sección destaco “Días de aprendizaje” y el entrañable “Ensueño”. El primero es un recorrido existencial en donde “Se repite el milagro / de tarde en tarde” y cada estrofa es una adquisición cognitiva que cierra con un “Entonces aprendí…”: el huele de noche, la muerte, la sangre y el amor. El segundo pinta a un campesino “tocado por el mal”, con las ilusiones rotas, que olvida sus campos, la tierra, “[…] el tiempo cuando amó mujer, cuando ebrio / ahuyentaba los espantos. // Olvida en fin todo lo que es ensueño y despierta un día / infinitamente lejos de la infancia y de cuanto soñó. // Como si en un mismo día se hubiera hecho viejo”.
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En los poemas que tratan sobre la relación amorosa que Garro mantuvo con Adolfo Bioy Casares, aparte de “El extranjero” —una gran oda a la memoria: “Allá donde de pronto somos niños”—, no encontré más textos memorables. Pero, como la anécdota sobre la pareja se antoja novelesca, el hurón encontrará aquí, amén de varias frases cursis para Facebook, luces sobre esta etapa vital de la escritora, quien terminó la relación porque el argentino no mantuvo en su casa unos gatos que ella le había enviado en avión luego de 1968: año aciago para nuestro país que también significó un quiebre en la vida de Garro, satanizada a partir de entonces.
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Así llegamos a los últimos poemas del libro, los articulados a partir del autoexilio. Despunta por cuenta sola el brutal “Vamos unidas”, de más de 900 versos impetuosos, escritos —lo dice la misma Patricia— desde la cara automaticidad de los surrealistas. Se trata de un periplo autobiográfico con una catarata de menciones: figuras y pasajes bíblicos, los panteones griego y latino, personajes históricos, lecturas, su padre, su madre, su prima Amalia Hernández, un sacerdote, el nombre de algunos políticos, el Visitante (la representación de Octavio Paz) y la Tortuga (la de la madre de éste). Hay una parte angustiosa en que “la virgen violada con los dedos” describe lo que, se infiere fácilmente, es una transmutación pesadillesca de su noche de bodas:
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Lejos, en Las Lomas, / faedras homosexuales de rencor / estallan los vidrios / de las puertas / del hombre que fornica con el hombre / mientras canta los flujos / de su madre aceda y vaginal. / La injuria obscena. / La pedrada de semen / petrificado en la masturbación / es silenciada: / “¡Chist! Nadie debe saberlo”, / que lo ignoren las vírgenes. / El corro de maricas / se disfraza de hombre. […] Desnudo el Visitante, / cuerpo joven de vieja, / maldice, violenta / las almohadas / que chorrean sangre. / Los dedos pequeños / de uñas largas / chorrean sangre. / “Le mostraré a mi madre / que eras virgen”. […] El pueblo le pedía / a Bolívar una bandera. / Cogió la sábana / marcada con sangre / de la virgen: / “Ésta es su bandera”, / dijo. / El Visitante explica, / también él mostrará su bandera / a la madre Tortuga.
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El fragmento tiene una visceralidad y una potencia de imágenes que, desde luego, serán ambrosía para los morbosos. Aquí se muestra a una Garro cuya transgresión se asemeja a la de una escritora mexicana casi desconocida e íntimamente ligada a los miembros nucleares del surrealismo: Adela Fernández (1942-2013). En el poema se reitera el nombre de la hija en un estribillo, “Helena está en el limbo”, y así se vuelve una presencia ominosa como las que se ciernen, en la narrativa de la madre, sobre el destino trágico de los personajes.
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En “el caso Elena Garro” se ha optado por envilecer a los miembros de la célebre pareja y de ello han resultado, de un lado y de otro, leyendas maniqueas dignas de un guion telenovelesco. Me abstengo de discutir sobre la maldad de una o del otro; lo que sí quiero es poner el foco sobre un personaje del que no se ha hablado tanto y que, como en “Vamos unidas”, tiene un peso enorme: Helena Paz.
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En el ya citado documental de Cordero, Elena Garro dice:
—Y luego una hija, pues ya ves: “¡ay, la mejor educación, los mejores trajes, las mejores fiestas…!”. Y me sale, ya ves… —y hace con la diestra el ademán de quien se empina una botella, cierra los ojos, mira hacia abajo y niega con la cabeza.
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Más adelante se ve una escena con ambas sentadas en sillones separados, rodeadas por gatos.
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—Pues no sé por qué, pero la quería quemar [Los recuerdos del porvenir] —dice Garro—. Y la puse sobre la estufa. Pero Helena y Paco su primo me la quitaron y Helena se fue y se encerró en su cuarto con la novela.
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La hija, ojerosa y dizque afónica, con una dicción casi ininteligible y arrastrando las palabras, agrega después:
—Se pasaba un mes o dos meses encerrada en su casa en París sin querer ver a nadie, porque es muy introvertida, y se la pasaba escribiendo y yo llegaba del colegio […]. Mi papá llorando […]: “Helen, Helen, quema lo que acabas de escribir, por favor”. Pero llorando porque…
—Oye, Helena, perdóname… —intenta hablar Garro.
—Llora a voluntad —la interrumpe su hija—. Tiene lágrimas de cocodrilo. Llora como su mamá. Un farsante. “Tienes más talento que yo, Helen. Quémalo, Elena”. “Pues sí, Octavio». Y lo quemaba […]. Le dije [en la adolescencia]: “¡Pero eres un hijo de la chingada! ¡Cabrón, viejo cabrón, te odio!”. “¿Pero por qué?”. “Porque ¿por qué no la dejas expresarse?”. No la dejaba hablar en público. Decía: “¡Mientes, mientes! ¡Cállate, cállate!”. ¿Sí o no? —le pregunta a su madre.
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—Sí, pero mira…
Y la hija sigue hablando.
No diré más sobre el libro: cedo el podio a los lectores.
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Sea ésta una visión panorámica hacia la poesía a un tiempo completa e incompleta de Elena Garro. Se ha hablado muy poco acerca de Cristales de tiempo. Quizá por su carácter irregular o porque no todos los poemas son obras acabadas. Acaso porque al hablar de su poesía no se puede —como muchos han hecho con su obra: como yo mismo, francamente cobarde ante su controversial figura, habría querido— abstraer la biografía de la autora. En este caso hay que volverse un voyeur y asomarse a la psique contradictoria, inestable y genial de un nombre titánico de la literatura. Leámosla, discutamos su obra. Permítaseme rechazar el manido discurso que crea escritoras mártires. Repetirlo me parece una revictimización innecesaria. No digo que el machismo sistemático no exista (de ahí el prefijo re-); al contrario: lo reconozco —especialmente con Garro—, lo lamento y, en respuesta, hago un acercamiento distinto. El lector que haya llegado hasta aquí ha notado que desde el inicio hablé sobre la gran Elena Garro como lo haría con cualquier escritor de su talla. Hay que denunciar la opresión, sí, ¿y luego? No queda más que virar el discurso hacia otro lado y, como habría querido Elena, “agarrar a campo traviesa” rumbo a la sublevación.
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FOTO: Cristales de tiempo, Elena Garro, UANL, México, 2017.
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