La prosa de la vida
Para el escritor Milan Kundera, lo único que podemos hacer para entender la derrota que llamamos vida, es intentar comprenderla
POR BENJAMÍN BARAJAS
El novelista checo Milan Kundera afirma que la historia de la novela se inaugura mediante la formulación, por Alonso Quijano, de tres preguntas sobre la existencia: “¿Qué es la identidad de un individuo?, ¿qué es la verdad?, ¿qué es el amor?” y las respuestas a dichos cuestionamientos estarían a disposición del lector en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha; obra fundacional de la novela moderna, cuya primera parte fue publicada en 1605 y la segunda en 1615, sólo un año antes de la muerte de su autor.
Desde luego, las interrogantes son planteadas desde un tiempo y espacio diferentes a los que vivió Miguel de Cervantes bajo el imperio de Felipe II, siendo integrante de su ejército en la guerra contra los turcos, donde perdió un brazo y fue esclavizado por cinco años, sin que su familia pudiera reunir el dinero para el rescate, y cuando llegó la hora de su liberación tampoco le fue mejor, pues se le negó el paso al Nuevo Mundo y la pobreza fue su principal fantasma al final de sus días.
En este contexto, dice Kundera, si “la vida humana como tal es una derrota. Lo único que nos queda ante esta irremediable derrota que llamamos vida es intentar comprenderla”, y la comprensión, incluidas las peripecias de sus héroes cotidianos, ya sean reales o inventados, atraviesa por la escritura y la lectura de sus existencias, las cuales han sido codificadas, previamente en la prosa de la vida.
Y aquí aparece una de las grandes diferencias entre la antigua épica, creada para celebrar la elevación y la caída de los héroes victoriosos y trágicos, cuyas hazañas son cantadas en verso; frente a la prosa, que es el vehículo del mito, del relato o de la comedia, o sea, del estilo bajo, donde se presentan los vicios de la gente vil, sin la grandeza de los héroes emparentados con las divinidades.
En este espacio a ras del suelo —dice Milan Kundera en El Telón. Ensayo en siete partes— surge la novela moderna; la cual muestra a los individuos sin vínculos personales con los dioses, como sí ocurre con Aquiles, Paris o Ulises, quienes reciben protección del Monte Olimpo para realizar sus bravas acciones. En cambio, don Quijote, al modo de los caballeros andantes, se encomienda, cuando mucho, a Dulcinea del Toboso, pero después de sus fieras batallas, siempre queda malherido y en ridículo, cosa impensable para un héroe clásico.
Alonso Quijano, sometido al escarnio de los otros, también comparte los humores y padece las enfermedades de cualquier mortal. Se queja del dolor de muelas; regaña a Sancho por sus incontenibles flatulencias y se vomita sobre el escudero cuando le cae muy mal el bálsamo de Fierabrás. Don Quijote, por su forma de vivir y de morir, se convirtió en el primer individuo de la novela moderna; cuya verdad se construye por la suma de perspectivas y voces; y el amor que profesó por Dulcinea es un poderoso constructo imaginario, ajeno a todo golpe de realidad. Don Quijote, así representado, podría ser nuestro alter ego en la prosa de la vida.
FOTO: El escritor Milan Kundera (1929)/ Crédito de foto: Especial
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