La real-literatura: Contigo champán y leche

Nov 19 • Lecturas, Miradas • 3374 Views • No hay comentarios en La real-literatura: Contigo champán y leche

POR ETHEL KRAUZE

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La entrañable relación que se establece entre dos mujeres es el eje central de estas novelas escritas, casi simultáneamente, por dos autoras francófonas contemporáneas. Una, a través del champán; la otra, con la leche materna.

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La botella y el pecho. Ambos convertidos en el ánfora del líquido vital a través de dos historias aparentemente contrarias, pero, finalmente, convergentes. Una historia de risas y burbujas; la otra historia, de hambre y lágrimas. Ambas, delirantes.

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La fuerza de las mujeres para inventar la vida. Para sobrevivir. Para sacar agua de las piedras. Para convidar a otra a embriagarse de júbilo en una ciudad hermosa porque sabe que ése es uno de los objetivos de la vida. Para exprimirse el exiguo pezón en un campo de prisioneras y alimentar a los bebés ajenos a sabiendas que habrán de morir igual que el de ella.

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Hay algo aterrador y admirable en la lectura de estas frescas obras literarias: un guiño de autenticidad por encima del estereotipo en el personaje femenino. La seducción de la mujer por sí misma, hacia sí misma, hacia las otras. Una seducción integral, de persona a persona, sí, de género, aunque no sexual. Las mujeres que se reconocen y se buscan y se acompañan y se aman y se convierten, juntas, en un volcán irreverente, imbatible.

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Amélie Nothomb, desenfundada en su propio personaje, despierta un día con la idea de empezar con un buen champán, porque la embriaguez que produce no se parece a ninguna otra, “provoca que el alma se eleve hacia lo que debió de ser la condición de hidalgo en la época en la que esta hermosa palabra tenía sentido”. Finalmente, entiende que “en la Ciudad de la Luz, tiene que haber alguien con quien beberse la luz”. Y se lanza en busca de la compañera/convinera ideal. La encuentra en otra escritora, más joven, Pétronille, que está haciendo su primera fama con una novela inicial.

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París es ahora la fiesta de las mujeres bebiendo champán. Hemingway ha quedado en el siglo pasado. La botella es el encuentro, el pretexto y el sentido de las conversaciones, las chispeantes burbujas las acercan hasta una intimidad de doble espejo. Las páginas transcurren en el regocijo de las burbujas y los diálogos salpicados de ironía, reconocimiento, y pinceladas de enojos por sus diferencias que no pueden dejar de resolverse con una nueva botella.

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En la otra cara de la moneda, Valentine Goby, nos planta en el extremo opuesto de una ciudad luz: el oscuro y maloliente Kinderzimmer. Es el cuarto de los niños en el campo de prisioneras de la resistencia francesa en Ravensbruck, Alemania. Aquí, son Teresa y Mila. Lo que se comparte es el pecho, los pezones, la rala leche de las que han dado a luz a escondidas. Los bebés sobreviven de dos a tres meses. Las madres recambian a sus bebés muertos por los recién nacidos. Mientras amamantan, están dando vida y esperanza, no sólo a las madres y a los bebés a quienes procuran alargar un poco sus contados días, sino a ellas mismas.

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En el Kinderzimmer no existe el tiempo. El bebé de Mila finalmente muere, de inmediato le es entregado otro cuya madre acaba de morir. “Sacha, eres James. Y yo tu madre. Sacha mira fijamente a Mila. Ni un grito, ni un lloro. Sacha no se extraña de esa nueva mujer inclinada sobre él. Los bebés de Ravensbruck lo saben todo”. Ahora es Sacha-James. Los nombres se encadenan como los pechos que los han alimentado. El grito por la vida se llama “leche”.

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Las mujeres se abrazan, duermen y despiertan juntas, en el hotel de lujo o en el jergón de la barraca. Con una botella de champán en medio o un bebé ávido de pecho. Las mujeres se cuentan sus vidas, se consuelan, se reprochan, se imaginan futuros entretejidos. Una es mayor que la otra, en ambas historias. Son como la hermana mayor y la menor. La que prodiga y la que obtiene. La que retiene y la que a la postre desaparece para ser reabsorbida por la fantasía de la primera o para recomenzar por su cuenta el camino.

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En Petronille, la autora juega al final con su propia novela una espiral que se come su cola. No sabemos si la joven escritora es el personaje de la autora o la autora es el personaje ficticio de una novela escrita con el guiño autobiográfico que se burla de sí mismo. ¿Todo ha sido resultante de una noche achampañada en la fiesta de un París posmoderno? Amélie Nothomb sí que sabe jugar con sus lectores. Y le tomamos la palabra con el paladar ansioso.

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En La habitación de los niños, la autora no deja dudas de la existencia de Sacha-James, y el pacto de leche de las madres, porque aún cuarenta años después de los acontecimientos, siguen haciendo falta “historiadores para informar; testigos imperfectos que cuenten la experiencia singular; y novelistas para inventar lo que ha desaparecido para siempre, el instante presente”. Valentine Goby, con una prosa fiel al instante de sus personajes, sin retrospectivas adjetivales ni referencias de conciencia, nos sumerge en ese cuarto de bebés moribundos y de leche compartida. Cada bebé es una fiesta de vida, igualmente chispeante, como las burbujas de la botella de champán: es la fuerza de las mujeres tocando juntas la Piedra de Horeb de la que mana el agua divina.

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La realidad a la que nos asomamos desde estos ojos literarios es la de una fuerza femenina que trasciende los estereotipos, tanto de perspectiva de género como en los géneros narrativos. Una fuerza para vivir y para expresar que estamos empezando a descubrir.

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FOTO: Portadas de las novelas Petronille, de Amélie Nothomb y La habitación de los niños, de Valentine Goby.ñ

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