La suma de los delirios
La ciencia ficción latinoamericana a través de la revista Crononauta
POR MIGUEL ÁNGEL TEPOSTECO
Primero. Cuando Bernardo por fin pudo conseguir el contacto, le informaron que la vida de quien buscaba se había extinto meses atrás; dos días antes del siglo XXI, en una residencia al filo del mar de la Isla de Providencia, moría de un paro cardíaco aquel escritor de ciencia ficción, René Rebetez.
Bernardo Fernández “Bef” no pudo conocerlo; eso sí, lo había leído en su época de estudiante en la Universidad Iberoamericana. Y lo había admirado. En particular, por uno de sus trabajos más icónicos: la revista Crononauta, nombrada como un viajero del tiempo y el espacio, y que para una generación anterior a Bef significó la prueba de que los escritores latinoamericanos podían escribir sobre temas de literatura fantástica, en apariencia limitada a los países del primer mundo.
Sin embargo, la influencia de esta publicación provenía de un rastro mucho más sutil, dejado con el paso del tiempo. “Era una cosa inconseguible, mítica”, describió Bef, al explicar que sólo a través de referencias en libros y revistas su generación se enteró del material y de sus características, donde escritores e ilustradores habían creado una simbiosis entre literatura e imagen. Modelo que se convertiría en una fuente de inspiración para Fernández: “Es como escribe Michel Azerrad en Come As You Are: La historia de Nirvana, sobre cómo la imagen de los punks en las revistas impresionó a Kurt Cobain, aunque él no había escuchado nunca esa música; eso lo influenció. A nosotros nos pasó algo similar con Crononauta”.
De ahí surgió la idea para la creación del fanzine Sub o Subgéneros de Subliteratura Subterránea (1996-2000), creado por Bef y otros escritores, como Pepe Rojo y Joselo Rangel (guitarrista de Café Tacuba), revista con un trabajo conjunto entre textos e imágenes, especializada en escritores de géneros fantásticos o de “literatura de la imaginación”: “Algunos de ellos se consolidaron, como Alberto Chimal, José Luis Zárate, Gerardo Porcayo, e ilustradores como Patricio Betteo o Tony Sandoval, que ahora publica cómics en Europa”.
Fue también en los 90 cuando Bef pudo conseguir una Crononauta, en una copia en PDF del primer número que le proporcionó Miguel Ángel Fernández, historiador de la ciencia ficción en México. “Fue entonces cuando pude hincarle el diente”, dijo Bef, aclarando que fue “raro, como encontrarse con un pariente famoso al que no conoces, pero del que has oído hablar, al que has idealizado”.
Segundo. En un café en la colonia Roma, Regina Tattersfield, historiadora del arte, sacó de su mochila el primer número de la revista Crononauta. Sostuvo el ejemplar entre las manos, palpó la portada y dijo: “Para mí ésta es la suma de muchos delirios”, para explicar la esencia de la publicación, cuyas ideas pesadillescas y apocalípticas habían surgido de algunas de las mentes más vanguardistas del siglo XX: “A mí lo que me sorprende es la calidad del material”.
La clave de este proyecto fue la mente de Rebetez, excéntrico que hallaba una comunión entre el esoterismo y la ciencia, y que, según Tattersfield, tenía el ideal de imaginar a Latinoamérica a través de la ciencia ficción. Sueño que fue apoyado y desarrollado junto a otro artista experimental: el chileno Alejandro Jodorowsky, dedicado a escribir, filmar y componer collages, todo enfocado en la fantasía, el misticismo y el surrealismo.
Rebetez, pionero de la ciencia ficción colombiana, llegó a México en 1961, después de una residencia en países como Francia y Cuba. En Europa se contraría con novedosos estudios antropológicos y con los ocasos de las vanguardias artísticas. Sería marcado por el concepto de la ciencia ficción francesa (encabezada por las obras de Julio Verne), más flexible que las corrientes norteamericanas, las cuales Rebetez criticaría negativamente en El Heraldo de México, en el Suplemento Cultural dirigido por Luis Spota y donde Jodorowsky publicaría sus Fábulas Pánicas.
Jodorowsky llegaría al país en 1960 por la compañía artística del mimo Marcel Marceau. El chileno pasaría 15 años en México hasta su salida del territorio por causa de la censura de Luis Echeverría. Como artista, sus antecedentes tenían lugar en el teatro y la poesía desarrollada en Santiago de Chile con sus amigos Nicanor Parra y Enrique Lihn, en tertulias en cafés y la exposición de collage “Quebrantahuesos”.
Otro pilar de la revista fue Luis Urías, un chihuahuense estudiante de electrónica que se convertiría en un activo artista en Crononauta: “Me enamoré de las ideas surrealistas y me sentí profundamente identificado con el Movimiento Pánico”, comentó. A la par de diversas actividades musicales, pictóricas y literarias, conoció a Jodorowsky y se volvió su asistente: “Me dijo que sería su ayudante como Samuel Beckett lo había sido de James Joyce”. Él recibiría las colaboraciones para la revista y ayudaría a desarrollar la línea editorial.
Tattersfield sugirió que Jodorowsky y Rebetez pudieron haberse conocido en la revista S.nob de Salvador Elizondo: “Es donde Alejandro publica su tratado sobre qué es la ciencia ficción”, apuntala Miguel Ángel Fernández. Ambos investigadores coincidieron en que S.nob, por su corte experimental, fue una de las influencias más claras para Crononauta. Según estos expertos, a ésta se sumaron elementos de revistas francesas de realismo fantástico como Planète. Fue entonces que Jodorowsky y Rebetez tejieron una profunda amistad, pese a sus diferencias teóricas, como lo mencionaría Ángel Fernández: “Jodorowsky era un erudito en el mundo del cómic e incluso celebró, a principios de los 60, el aniversario 25 de Batman junto a Carlos Monsiváis”, en contraste con la aversión del colombiano hacia los superhéroes.
De este modo, la publicación abrió sus puertas a diferentes tipos de escritores y artistas de habla hispana, amigos de los editores, así como extranjeros que ya eran considerados estrellas en las luminosas calles de París y en las congestionadas aceras neoyorquinas. Todos estos colaboradores decidieron tematizar la fantasía desde el surrealismo, el esoterismo, la locura, la magia e incluso desde los hechos registrados en libros religiosos “Algo que para nadie significa ciencia ficción hoy en día”, opina Miguel Ángel Fernández. Y que, por el contrario, Urías definiría como una forma más libre y “más amplia de entender el género”.
Tercero. El primer número de la revista terminaba así: una galaxia blanca, monumental, encerrada en la negrura del espacio exterior. Ésta era acomodada en la contraportada, antecedida por un fragmento de El libro del profeta Ezequiel, interpretado por los editores como una historia de aliens y fuente de inspiración para la ciencia ficción. La Biblia narraba lo siguiente: “Y miré, y he aquí un viento tempestuoso venía del aquillón, una gran nube, con un fuego envolvente y en derredor suyo un resplandor, y en medio del fuego una cosa que parecía como ámbar. Y en medio de ella, figura de cuatro animales. Y este era su parecer; había en ellos semejanza con el hombre”.
En 1964 nacía Crononauta, que desde su inicio prometía “Llenar un enorme vacío en la literatura de habla hispana”, es decir, el de la ciencia ficción hecha por autores locales, acorde al proyecto cultural de Rebetez. En su presentación, la revista se describía a sí misma como un “pequeño monstruo venido de una sabia dimensión”, muy al estilo de las criaturas de las obras de H.P. Lovecraft.
Entonces Rebetez presentaría el artículo “Cómo escribí algunos de mis libros”, del francés Raymond Roussel, ensayo que inspiró la creación de Crononauta. El colombiano describió a este escritor como una piedra angular de la ciencia ficción moderna: “Y pretendo ir más lejos. Creo que su obra contiene el germen del futuro lenguaje”. Rebetez hacía referencia a un método de creación donde el europeo demostraba cómo una frase, verso u oración (con su sonido y su pronunciación), podía convertirse en el detonante de una historia fantástica: “Como una célula bajo el microscopio electrónico. Las imágenes crecen millones de veces y descubrimos cómo es que en cada palabra habitan universos”. En su artículo, Roussel daba el siguiente ejemplo de su técnica:
- La cortina escarlata (título de un cuento de Barbey d’ Aurevilly).
- “Lago ortiga escarba lata”.
De ahí el episodio del náufrago que al escarbar el fondo de una lata vacía de conservas deja escapar de ella un océano de ortigas.
Tattersfield explicó que este artículo era una pista para descubrir la línea editorial la revista: “¿Por qué Rebetez presenta a Roussel como el detonante del dispositivo de lenguaje que se manejaría?”. La investigadora escribió en su ensayo Múltiples viajes en el viaje de Crononauta que el colombiano tenía también un objetivo social: “La inscripción de discusiones sobre el subdesarrollo latinoamericano, el tercer mundo, la subordinación de los pueblos indígenas y afroamericanos hacia el occidente, conjugó el argumento en el que Rebetez vertió la posibilidad de hacer de la ciencia ficción un arma política”.
Monsiváis, participante en el número uno con el ensayo “Los contemporáneos del porvenir”, también defendió el valor del género: “La ficción científica se rehabilita, supera el concepto de folletón miserable en el que se le mantenía”. Párrafos después, el cronista enunciaría antecedentes de Egipto y Grecia respecto a las fantasías del viaje a otros planetas y otros méritos de carácter fantástico, como un rasgo cultural presente en civilizaciones antiguas desde los albores de la humanidad.
Junto con el cronista, la mayoría de los colaboradores de la revista fueron mexicanos, pues Crononauta fue pionera en Latinoamérica al no basarse en traducciones del extranjero “Fue la más innovadora, aunque desde los años 40 y 50 se publicaban autores locales en Argentina, como en Hombres del futuro de 1947”, mencionó Miguel Ángel Fernández. Rebetez se interesó además por ambientar las ficciones en países de la región. En el primer número de su fanzine incluye el cuento “Quinta Avenida, esquina con Madero”, historia de un hombre oblicuo que está, de manera simultánea, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en Roma, en Nueva York, en París y en Moscú.
Urías también ayudó a transportar la ciencia ficción a estos terrenos. Escribió el cuento “El gueto de Chihuahua” para el segundo número, donde describió un futuro donde la humanidad y sus animales (conscientes y con dominio del lenguaje), son azotados por la sed de violencia y el fanatismo religioso. El narrador, un científico, crea un virus que otorga la inmortalidad y que es rechazado por una sociedad que desea la muerte para no alejarse de la posibilidad del Paraíso.
Otro elemento nacional relacionado a la publicación fue la aportación de escritores extranjeros que desarrollaron su obra en México. Tal es el caso del poeta ucraniano Jacobo Glanz, destacado entre la comunidad judía mexicana. Hombre multidisciplinario, fue amigo de artistas como Diego Rivera e incursionó en la pintura, escultura y literatura (escribió en español, yidish, ruso y ucraniano). Otro ejemplo fue Carlos Solórzano, reconocido dramaturgo guatemalteco que ayudó a la gestión del teatro de Jodorowsky en México y que colaboró en la revista 1 con el cuento “El visitante”, donde narra la desesperación de un hombre que todas las noches es acechado por un monstruo: “se queda quieto y no me atormenta con el ruido de su cola, ni muestra sus terribles dientes, ni encrespa los cuernos”.
Asimismo, muchos de los participantes compartían intereses en común, como Rebetez, Homero Aridjis, Lawrence Ferlinghetti (un beat) y Jodorowsky, quienes convivieron con la sacerdotisa María Sabina. Esta y otras relaciones revelaron una preocupación de los colaboradores por los temas espirituales; un ejemplo más sería la inclusión en el segundo número de la historia de la “Domesticación de la vaca”, enseñanza budista que describe el camino a la iluminación, con ilustraciones clásicas usadas en China y Japón.
Entre otros mexicanos que participaron, esta vez en la plástica, estuvo el dibujante José Luis Cuevas, quien trazó los cuerpos regordetes de “actores eróticos extraterrestres”, traídos de Venus y Marte; Cuevas ilustraría también a Emilio García Riera, español naturalizado mexicano, crítico de cine y parte del equipo editorial de S.nob, que colaboró con un cuento “Zasim”, sobre un anciano que, al ver cercana la muerte, decide pasar sus últimos momentos varado en una nave espacial.
Otro colaborador fue Alfonso Domínguez Toledano, doctor mexicano que trabajó en este sanatorio La Castañeda (donde Cuevas dibujó a los internos) y quien se dedicó a escribir inspirado por los enfermos que trató. Para Crononauta 1 escribió sobre los delirios esquizofrénicos que Tiburcia, una de sus pacientes. Mientras tanto, Manuel Felguérez presentaría su poco conocida faceta de escritor de ciencia ficción con el cuento “La epopeya de elías”, donde la Humanidad está en crisis y donde una pareja de científicos decide vivir lejos de la civilización, luego de descubrir la inmoralidad a través del trasplante de sus mentes a cuerpos de gorilas.
En la publicación también participaría su esposa, Lilia Carrillo, pintora que ilustraría el texto “GNNS”, escrito por Jodorowsky y donde se narran diferentes historias que, sin una trama concreta, van del surrealismo a la ciencia ficción. También estaría presente Arnaldo Coen, ilustrando los antipoemas del Nicanor Parra (para el segundo número). Otro artista mexicano sería Gelsen Gas (quien dirigiría a su amigo Jodorowsky en la película Anticlímax, escrita por Luis Urías). Él tomaría la fotografía utilizada en el texto de uno de los más renombrados artistas que participarían en la publicación: Marcel Duchamp.
Al igual que Parra, otros chilenos serían importantes para el proyecto, sobre todo de la llamada Generación de los 50. Jodorowsky realizaría las dos portadas de Crononuata; en la primera utilizaría un collage modificado que ya había usado en Chile: “Un colega chileno me comentó que ésta fue la primera obra de arte conceptual pegada en las calles de Santiago junto a Parra y Lihn (también colaborador en la publicación)”, diría Regina Tattersfield .
Igualmente, habría un rescate de un trabajo surrealista de Vicente Huidobro (muerto en el 40) llamado “Salvad vuestros ojos”, en colaboración con Jean Arp (escultor franco-alemán, dadaísta y surrealista): “Los hombres se habían convertido en cebollas cocidas, con un palillo de dientes entre los dedos de los pies y una bandera de colores en el ojal derecho del pantalón izquierdo”. Sería ilustrado por los collages del artista mexicano Xavier Esqueda.
Raquel Jodorowsky también participaría con pequeños cuentos surrealistas para el primer número y con “predicciones” futuristas para el segundo (ilustradas estas últimas por el artista mexicano Enrique Bessonart), colaboración que se llevó a cabo pese a la difícil relación con su hermano Alejandro, con quien tuvo un distanciamiento sentimental que duró hasta la muerte de la poeta en 2011.
Otros hispanoparlantes influyentes participarían, como el escritor y pintor cubano Felipe Orlando, interesado en la santería y en la cultura afrolatina, y quien escribió el texto “Documentos-conocido y desconocido” para el primer número, donde narra la historia ficticia de hombres con el don de la clarividencia. O Fernando Arrabal, el representante español más destacado; él dedicó un texto para cada número; en el primero, “Concierto en un huevo”, describe un zócalo donde una gigante presume sus brazaletes hechos de cuerpos humanos, mientras recibe ofrendas de una multitud de peregrinos; el segundo, narración tomada de La piedra de la locura (antología elogiada por André Breton), aborda los días atípicos de un loco: “Después de haberla matado, la despedacé. Volví a mi casa y me di cuenta que había dejado olvidada la cabeza sobre la mesa”. Sería ilustrada por el artista mexicano Francisco Corzas.
Todos los integrantes del Movimiento Pánico participarían en Crononauta: Arrabal, Jodorowsky, y el pintor francés Roland de Topor, guiados por los principios del terror, el humor y la euforia. Francia sería la cuna de este grupo y tierra de otro colaborador, Duchamp, quien ilustraría el cuento de Solórzano “El zapato” (que trata de la pelea entre un mendigo y sus zapatos testarudos), aunque lo hizo bajo su famoso seudónimo Rrose Selavy: “Me sorprende que el artista más importante del siglo XX participara en una revista de ciencia ficción”, expresó Tattersfield.
Los editores mostrarían también la parte literaria de Duchamp; lo presentarían con su nombre real, encabezando una recopilación titulada “MARCHAND DU SEL”, anagrama que significaba “Mercader de sal”. La revista mostró “frases cortas saturadas de juegos idiomáticos”, adjuntas a una explicación del historiador del arte Michel Sanoullet: “Publicadas la mayor parte en revistas inaccesibles o en ediciones de lujo de reducido tiraje, los escritos de Duchamp están actualmente sepultados en las tumbas de las colecciones particulares”. Estas rarezas contaban historias fantásticas o cómicas:
Establecer una sociedad donde el individuo tenga que pagar el aire que respira (medidores de aire); prisión y aire rarificado en caso de que no pague, si es preciso simple asfixia (cortar el aire).
Otro texto francés rescatado fue el del escritor Gerard Griffon, quien abordaría el ocaso de una civilización de robots que cae bajo la mortal enfermedad del óxido (ilustrado por el restaurador mexicano José Luis Franco). Una colaboradora más sería Chaterine Harlé-Normandin, “Modelo francesa que le gustaba escribir ciencia ficción”, explicó Miguel Ángel Fernández. Ella redactaría la historia de niños deformes que intentan derrocar a los adultos (ilustrado por Cuevas).
Además de Francia, los editores buscarían ampliar las nacionalidades de sus colaboradores. Una de las piezas, norteamericana, sería “Víctimas de amnesia”, texto de Ferlinghetti y segunda escena de una obra teatral con tintes fantásticos, donde la protagonista, María, “se encuentra en la cama, en plena labor, jadeando, transpirando, gimiendo”, encerrada en un habitación de hotel, sacando de sus faldas “una enorme bombilla eléctrica encendida”. O Paolo Frasi agregaría a Italia a la lista de colaboraciones, con cuentos como el de unas hormigas que se comen el interior de un huevo para que éste después ascienda al cielo.
Habría colaboradores menos conocidos, provenientes de los más diversos oficios, como Sergio Vargas, chileno dedicado al ocultismo, quien redactaría la historia de un hombre misterioso que tiene la habilidad de enseñar la telepatía. O Alfonso Loya, editor de la revista Siglo I-Poesía, que aportaría la historia de un oficinista al que se le ha reemplazado el cerebro por un injerto electrónico, para así mejorar su productividad laboral. O Henry T. West, saxofonista mexicano conocido en los bares de jazz de la época y que participó junto a Urías y Rebetez en la película de Jodorowsky Fando y Lis (basada en una obra de teatro de Arrabal). West escribiría sobre injertos de contactos eléctricos en la cabeza, aplicados en un científico a la luz de un quirófano.
Y así, en un colorido despliegue de imaginaciones, los colaboradores describirían cómo la vida en la tierra y en el Universo sería violentada en diferentes tiempos, posibilidades y dimensiones. El ufólogo mexicano Tomás Doreste dejaría que se matasen entre sí los dos últimos hombres sobre la tierra, después de un desconocido principio del Apocalipsis; Rebetez transcribiría el testimonio de un desamparado hombre que huye de monstruosos ciempiés, hechos de filas de cuerpos humanos. Mientras, en otra parte del cosmos, escrita por Topor, diferentes cuerpos celestes usarían un sólo planeta para guardar a sus muertos, alimentando con féretros un gran cementerio intergaláctico. Y en las páginas de el tiempo bíblico, el profeta Ezequiel decidiría viajar en una sospechosa nube, para así recorren los cielos de la misteriosa creación de su dios.
Cuarto. Es entonces cuando la revista salió a las calles de la Ciudad de México: “No recuerdo el número exacto, un millar de ejemplares tal vez, que era un tiraje grande para ese tiempo”, describe Urías. El proyecto, según él, fue financiado todos los colaboradores de la revista. Tuvo un costo de $10 y en una de las camisas se ofrecía una suscripción por seis números, con el beneficio de una membresía al “Club de la Ciencia Ficción de Crononauta”, acogido bajo la editorial Novaro, con acceso a biblioteca y hemeroteca especializadas, además de periódicas reuniones de los miembros que prometían, un poco en broma, un poco en serio, “Posibles viajes cósmicos”.
Los ejemplares llegaron a diferentes partes de Latinoamérica y Europa, pasando por las manos de intelectuales como Carlos Fuentes (a quien, a decir de Luis Urías, le pareció atractiva), o de los editores de Planète (que la elogiaron). “Para otros fue una publicación muy interesante, porque sin duda es muy diversa e incluye a muy diversos autores con muy distintas visiones y proposiciones, gente de muy diferentes ambientes vitales y ocupaciones, además de algunos clásicos del pasado. Otros han dicho que la revista no cumple o se ajusta a las ‘normas’ de una supuesta ‘Academia’ de la Ciencia-Ficción, que no creo haya existido jamás como normas de escritura, formatos, técnicas o lo que sea”, expresó Urías.
Relacionado a esto, Miguel Ángel Fernández cuestionó la lejanía que tomó Crononauta, respecto a los conceptos básicos de la ciencia ficción, en contraste con la opinión de Bef, que señala: “como menciona Norman Spinrad, ‘es ciencia ficción lo que publican los editores de ciencia ficción’. Discutir si tienen elementos tecnológicos o no, creo que es innecesario, dejemos que es ‘literatura de la imaginación’”.
La publicación dio su último respiro en 1967 (sin una periodicidad fija), cuando la falta de fondos afectó la continuidad de las siguientes ediciones, aunado al reducido número de lectores interesados y otros proyectos que ocuparon las manos de sus creadores. Le sobrevivió el Club de Ciencia Ficción, “presidido por René Rebetez y apoyado por la editorial Novaro”, que laboró hasta el 69, menciona Tattersfield en su ensayo sobre la revista.
En cuanto a su repercusión años después de su cierre, varios autores citaron a la revista (la mayoría con brevedad), como fue le caso de Ciencia ficción en México, de Gonzalo Martré, o en especiales de ciencia ficción de la revista del CONACYT (donde Bef supo por primera vez de Crononauta). El escritor Gabriel Trujillo Muñoz publicó en su libro Biografías del futuro el capítulo “Alejandro Jodorowsky: el gurú crononauta”, donde escribió: “Aquí aparecen las nuevas formas que moldearán, desde entonces, la sensibilidad y el intelecto de los escritores latinoamericanos del género”. Por otro lado, la escritora e hispanista Haydeé Salmones, escribió en su artículo Confesiones sobre la literatura de ciencia ficción en México: “Después de analizar el contenido de Crononauta, me pareció que los autores no estaban preocupados por la ciencia, sino que sus colaboraciones respondían a una suerte de experimentos narrativos: el arte como ciencia (lo que podría catalogarse dentro de la ciencia ficción ‘blanda’)”. Bef, por su parte, leería el PDF de la revista y opinaría “Para mí algunos de los textos envejecen muy bien. Debería hacerse un facsimilar de la publicación”.
Las poquísimas Crononauta disponibles pasarían a manos de coleccionistas y académicos, lejos del creciente público mexicano amante de la ciencia ficción. Miguel Ángel Fernández, por ejemplo, compraría el primer ejemplar por $20 en la calle de Donceles, “Que en el mercado extranjero llega a costar 600 dólares”. Tattersfield conseguiría su copia física por $800, de manos del sobrino del escritor Felipe Orlando.
Y como parte de el aura fantástica de la revista, el Índice de revistas culturales del siglo XX, coordinado por el ensayista Fernando Curiel, agregaría a la lista de editores el nombre del escritor Edgar Allan Poe. Un dato erróneo que hacía referencia a una calle homónima de Polanco en la Ciudad de México, el número 28.19, donde Rebetez vivió casi 30 años y donde se gestó Crononauta (además de la residencia de Jodorowsky, en la calle Puebla de la colonia Roma).
Por lo demás, los creadores terminarían separados: Urías regresaría a su natal Chihuahua, como promotor cultural en comunidades indígenas y escritor; Jodorowsky, el más famoso, viviría en París y viajaría periódicamente a Latinoamérica para filmar sus películas autobiográficas; y Rebetez, prediciendo su fin, pasaría sus últimos días en compañía de su pareja Luisa Canencia. Ella, después de su muerte, lanzaría los documentos del colombiano al mar, como palomas blancas huyendo de la costa caribeña. Y Juan Carlos Moyano, escritor, se arrojaría al agua para rescatar las últimas cuartillas de su amigo, que ya flotaban sobre la superficie azul que custodiaba la Isla de Providencia.
*FOTO: En los años 60, un grupo de escritores, entre ellos Alejandro Jodorowsky, René Rebetez y Carlos Monsiváis participaron en la revista Crononauta, en la que convivió la ciencia ficción con otras tradiciones vanguardistas del arte y el pensamiento latinoamericano/Especial.