La última pieza

Sep 24 • Ficciones • 4234 Views • No hay comentarios en La última pieza

POR JAVIER GÓMEZ

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El sol se oculta bajo el velo de las nubes mientras lo despiden el canto armonioso de las aves. Mis circuitos comienzan a fallar. ¿Será esto la muerte que mis amos sufrieron, uno tras otro, a lo largo de los años? Mis creadores me forjaron diferente y he gozado de una vida larga. Los nut-nut se han marchado con el disco y veo cómo yacen revueltos en la ladera los restos de mis amigos. Robots de diferentes clases dieron su vida para protegerme; espero que no haya sido en vano.

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Todavía recuerdo a Jane y lo hermosa que lucía cuando nació. Tuve el honor de cargar al primer miembro de la tercera generación de los Cruz. Su abuelo jugaba conmigo, siendo niño, en el patio trasero, después su hijo y al final su nieta. Cada uno de ellos me ofrecieron una grata compañía y ahora que no están los echo de menos. Lo último que vi de Jane fue su cabello rizado y su mano diciendo adiós, al despegar su nave. “Cuídalo bien”, me dijo al entregarme el disco. Iba a reunirse con Jonás, su marido, aquel chiquillo que pillé rompiendo vidrios en una casa abandonada. Nació en una familia de prominentes militares y siguió el mismo camino. Nunca imaginé que ganara la simpatía de mi dueña, menos aún que se casara en ella. Al principio Jane me lo ocultó, pero lo descubrí cuando dieron una gran cena en compañía de los padres de Jonás.

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Antes de partir al espacio la vi llorar, sus ojos se cerraban y su voz perdía fuerza. Me abrazó, como nunca lo había hecho, dándome un beso en el rostro. No tengo sensores en mis mejillas pero la forma como lo hizo me provocó un sacudimiento en todo el cuerpo. Ahí me di cuenta de lo endeble que soy, como si fuera un corazón humano. Cumplí la promesa que hice a Jonás. Cuidé de ella y del bebé. Ambos gozan de buena salud, lo aseguro por que los revisé con la mirada cuando se marcharon, ella y su hijo en su vientre.

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Todo el planeta estuvo funcionando a la perfección con el mando de los robots, pero muchos sentimos que algo faltaba, las risas de la gente, los bailes en el parque, las parejas tomadas de la mano caminando en la acera. Algunos de mis amigos trataron de imitar a los humanos, pero se veía tan artificial. Tal vez lo vi así porque he vivido mucho tiempo con los hombres.

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Hace unos días llegaron los nut-nut. Mostrando sus rostros desafiantes, su regia musculatura y su habla revestida de soberbia. La guerra había sido larga y buscaban a Jane. Uno a uno de los robots fueron interrogados, pero nadie habló. Lo ordenaba nuestra programación, debíamos proteger a los humanos. Así empezó la masacre. Pronto fueron cayendo todos mis hermanos. No pude soportarlo y entregué el disco. No sirvió de mucho, porque dieron un último golpe, destruyendo a más robots y a mí me dejaron casi “muerto”. Los sobrevivientes me reconstruyeron lo mejor posible. Ahora sé que mi tiempo se acaba, mis celdas de energía comienzan a fallar y no hay forma de repararlas. Dormiré un largo sueño en mi hogar, la Tierra y así podré unirme en el más allá con mis creadores.

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Sólo espero que los nut-nut introduzcan el disco en sus controles, lean las coordenadas del punto de encuentro, viajen allí seguros de su victoria y de repente escuchen la pieza de Glen Miller; cómo le gustaba esa canción al suegro de Jane. Después el virus entrará en sus computadoras y los dejará indefensos, mientras llegan nuestras fuerzas con sus aliados para dar el golpe final en la dirección Pennsylvania 6-5000.

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 FOTO: Ilustración de Rosario Lucas.

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