La última revolución de los Guevara

Ene 28 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 4039 Views • No hay comentarios en La última revolución de los Guevara

POR VICENTE ALFONSO 

33 revoluciones, de Canek Sánchez Guevara, es uno de los libros que han marcado literariamente al 2016: no es común ver que la primera novela de un autor desconocido sea lanzada simultáneamente en 15 lenguas distintas y 25 países (entre ellos Estados Unidos, Francia, España, Colombia, Italia, Taiwán, Turquía, Brasil Grecia, Holanda y Dinamarca). En México, el volumen fue presentado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, a propósito de su otro libro, Diario sin motocicleta, también de reciente publicación. ¿Qué circunstancias han propiciado tal revuelo? La respuesta no es sencilla: detrás de 33 revoluciones hay una historia tan interesante como la que contienen sus páginas. Empezando por dos hechos difícilmente soslayables: que el autor, fallecido en 2015 a la edad de 40 años, era nieto de Ernesto Che Guevara, y que se trataba además de un nieto incómodo para el régimen cubano, pues su narrativa plantea una visión crítica de la compleja realidad habanera. A eso se suma que la muerte de Fidel Castro, ocurrida el pasado 25 de noviembre, ha reavivado los debates en torno a la isla.

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Es poco lo que se puede agregar al alud de palabras que se han escrito sobre el médico y guerrillero argentino que, al triunfo la revolución encabezada por Fidel Castro, se convirtió en Presidente del Banco Nacional y en Ministro de Industria. Sus convicciones le llevaron a dejar el escritorio para impulsar focos de subversión en América Latina y tras su ejecución en Bolivia, en 1967, se volvió un símbolo para la generación que protagonizó las luchas estudiantiles en todo el mundo. Después su imagen se volvió un icono de la sociedad de consumo, pues se ha utilizado para promover prácticamente cualquier producto: playeras, relojes, tazas, videojuegos, bebidas energéticas… de hecho, en la red circulan fotos donde Giselle Bundchen, la modelo mejor pagada del mundo, luce en una pasarela un bikini de diseñador cuyo estampado es la foto del guerrillero tomada por Alberto Korda.

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Si bien Canek evitaba ostentar esa genealogía, y en vida evadió los reflectores que su apellido materno convocaba, sería ingenuo negar que éste le da a la novela una pátina comercializable, de allí que los editores lo presenten como “el nieto rebelde del Che Guevara”. Pero una vez pasado ese filtro, cuando el lector y el texto se quedan solos, ocurre lo que, a mi juicio, es más interesante del fenómeno: Canek Sánchez Guevara se revela como un autor con una sólida formación intelectual, cuya obra abreva de la gran literatura, la música y la filosofía, así como de otras fuentes no tan comunes en estos días, entre ellas la economía, el derecho y la ciencia política. De Joseph Stiglitz al Conde de Lautréamont, de Carlos Castaneda a John Cage.

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La isla del anonimato

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33 revoluciones puede ser leída en distintos niveles: en el plano estrictamente literario se trata de una novela breve (64 páginas), una ficción redonda que incorpora elementos con fuerte carga simbólica. Cuenta las tribulaciones de un joven isleño, de quien los lectores nunca sabemos el nombre, que vive hastiado de su trabajo como oficinista. La vida le parece un disco rayado, uno de esos viejos acetatos que giran a 33 revoluciones por minuto. A su frustración se añaden las profundas carencias de la isla y la poca información de la que dispone, escasez que le impide distinguir entre los rumores y la realidad. Así, en 33 capítulos cortos, el autor traza en torno a su protagonista un cuadro desolador al que van sumándose otros isleños, una masa en donde nadie tiene nombre y es identificado sólo por alguno de sus rasgos o atributos: la rusa, el administrador, el octogenario… Incluso la máxima figura de poder en la isla es mencionada sólo como “el gobernante”, un hombre que, en un momento crítico de la novela, aparece en un yip “rodeado de los suyos”. No obstante, el hastío y la inconformidad van ampliándose en círculos concéntricos hasta que el malestar se contagia a todos los habitantes de la isla. No tardan en aparecer, en voz de los personajes, afirmaciones como “la cosa se pone fea (…) Esto es un naufragio y las ratas abandonan el barco. Óyeme bien: La revolución ha fracasado”. Para no dar muchos detalles sobre el final, baste decir que Canek encuentra una solución perfectamente congruente con la historia.

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Aunque en 33 revoluciones jamás se menciona el nombre Cuba, es fácil reconocer las condiciones de la isla: los habitantes beben ron, comen arroz y boniato, viajan en guagua… y en el momento más aciago construyen balsas para emigrar a Miami. Pero, aunque la novela aparece en el mismo año en que Estados Unidos anunció el fin de un embargo que duró más de medio siglo, sería un error leerla como un manifiesto político. Justo allí reside uno de los riesgos de leer apresuradamente: tropezar con el falso silogismo que establece que, si la novela de Canek critica al régimen cubano, es porque encuentra más viable la opción capitalista. Al respecto, Canek escribió en un ensayo: “Cuba despierta pasiones encontradas, extremas, y la lógica y el análisis no siempre forman parte de estos sentimientos. Las discusiones cubanas van de lo heroico a lo mezquino, pasando por el victimismo de unos y otros y las eternas distorsiones en torno a conceptos como revolución, libertad y democracia (…) Se trata también de una discusión en la que parece haber sólo dos opiniones enfrentadas, cuando en verdad son muchas más las voces participantes, acalladas por el griterío de ambos bandos”.

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Fueron muchos años los que invirtió Canek en escribir piezas literarias. Entre los dieciséis y los cuarenta años comenzó varios proyectos ambiciosos: novelas-río de las cuales la familia conserva bosquejos e incluso capítulos completos. Pero Canek no llegó a sentirse satisfecho con ninguna, lo que sí ocurrió con 33 revoluciones. Ha sido su padre, el editor mexicano Alberto Sánchez, quien tras la muerte del joven decidió buscarle editores al manuscrito. Por teléfono me cuenta que fue auxiliado por el editor Jesús Anaya Rosique y el agente literario Víctor Hurtado, quienes han sido parte indispensable en el proceso de publicación y difusión de la novela.

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Ni patria ni muerte

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Tras leer 33 revoluciones, es sencillo darse cuenta de que el pasado familiar pesa en la obra del autor. Pesa porque es imposible ignorar que Canek nació en un hogar de intensa vida política: sus padres se conocieron en Cuba en la década de los setenta. Su padre era entonces un militante de una organización clandestina y en 1972 formó parte de un comando armado para rescatar a una compañera herida que se hallaba en manos de la policía. Amenazando con una supuesta bomba en un maletín, que no era más que un ejemplar de Los Invictos, de William Faulkner, secuestraron un avión 727 para canjearla. Aunque el plan original era viajar a Chile, el avión acabó en Cuba. Luego de siete meses en la isla, Alberto conoció a Hilda Guevara, la hija del Che y a los nueve meses, el 22 de mayo del 74, nació Canek.

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Antes de cumplir dieciséis años, edad en la que comenzó a escribir poesía a raíz de una desilusión amorosa, Sánchez Guevara había vivido ya en Cuba, México, Italia y España. Acaso por las dificultades que le acarreó adaptarse a entornos tan distintos, se consideraba un hombre sin patria, ajeno a los nacionalismos y en apariencia muy lejano al lema Patria o muerte que acompaña la imagen de su abuelo en las monedas y billetes cubanos de tres pesos. Así lo establece en uno de sus escritos: “Lo admito, soy apátrida. Por educación y por convicción, pero también por pragmatismo: con antepasados de cuatro países, nacido cubano, con nacionalidad mexicana, residencia francesa y de oficio viajante, no puedo ir por ahí coleccionando banderitas. Sería demasiado”, escribe en el primer tomo de su Diario sin motocicleta, bitácora que da cuenta de un extenso viaje por Europa y América emprendido en el último tramo de su vida. El diario completo, que abarcará cuatro tomos, será publicado en España por la editorial Pepitas de calabaza. El título, por supuesto, es una abierta alusión a Diarios de motocicleta, el film basado en un viaje que su abuelo hizo en los años cincuenta.

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Sorprende la profundidad y la lucidez con que Canek analiza en estos diarios hasta el más trivial de los fenómenos. Una vez más, él lo atribuye a un rasgo familiar: “crecí entre salas de redacción y manifestaciones de tres días; el cuarto oscuro de revelado y un concierto de rock; entre mesas de diseño e interminables discusiones sobre el sujeto y el objeto de la revolución”. Acostumbrado a escuchar los debates de sus padres, Canek afirma: “No quiero que pase por tu cabeza la idea de que yo era un niño superdotado o algo por el estilo, sencillamente fui educado en el análisis, y el análisis decía que algo andaba mal. Digamos que sabía sin comprender; o que comprendía sin saber a ciencia cierta qué demonios ocurría a mi alrededor”.

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Por último, Canek no sólo escribió acerca de Cuba, y su padre coincide en la idea de que es difícil que, al trabajar en esa novela, pensara sólo en la isla. En estos tiempos de migraciones y cambios, las tribulaciones del protagonista son aplicables también a millones de compatriotas mexicanos que han migrado a Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida, o a los miles de familias africanas y orientales que tocan a las puertas de Europa en busca de refugio. Más allá de la dura disección al régimen cubano que entraña su novela, la edición de Alfaguara de 33 revoluciones incluye otros ocho relatos.

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En un texto titulado “¿Quién soy yo?”, Canek Sánchez Guevara escribió que como Isidore Lucien Ducasse, falso Conde de Lautréamont, “los poetas deben morir de sobredosis a los veinticuatro años. Pero no antes de dejar una obra maestra”. Él no murió a los veinticuatro, ni de sobredosis. Pero dejó una novela que cada día gana lectores. La última revolución de los Guevara.

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FOTO: Canek Sánchez Guevara, 33 revoluciones, Madrid, Alfaguara, 2016. 264 pp.

Crédito de foto: Especial

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