La verdad de La Verità
POR MÓNICA RAYA
La primera experiencia del trabajo escénico de Daniel Finzi la compartí con un público mayoritariamente universitario, hace más de 20 años. Los espectadores de Ícaro salimos enjugando una que otra lágrima, conmocionados hasta la médula, por las aventuras de dos pacientes en un pabellón de enfermos terminales. En ese entonces, me dejé conmover por los gestos delicados y microscópicos de un entrañable clown que hablaba un pésimo español. Un clown interesado en hacerte llorar y volar…
Si te gusta el teatro es relativamente sencillo darle seguimiento al trabajo de Finzi. En cuanto te enteras que tiene un nuevo espectáculo, invitas a una persona querida y asistes. Hace unos días, en el Teatro de la Ciudad, invitada por Andrea López, me dispuse a disfrutar de uno de los proyectos más recientes de su repertorio. Uno generado a partir del encuentro con un añejado telón del pintor surrealista “Francisco” Dalí. Digo, Salvador… Y con esta imprecisión deliberada, cito de entrada, la filosofía de esta aventura extraordinaria e inconexa.
Me parece que a Finzi, con el pasar de los años, se le han ido borrando las fronteras entre el teatro, el circo, la anécdota personal y la vida misma. Supongo que eso le va pasando a uno con la edad… Apenas va empezando la función cuando se nos informa que la razón primordial del evento es que el telón será subastado y que los fondos recaudados serán destinados a un asilo de artistas decrépitos. La palabra DE-CRÉ-PI-TO, se repite varias veces y en cada ocasión, me hace reír desaforadamente. Nada encuentro más cómico que la idea de mi propia ‘decrepitud’ y ¡pum!… En los primeros tres minutos del evento, el clown suizo me ha atravesado el corazón, como un esgrimista armado con una margarita y de mi pecho ahora brota “sangre de jitomate”…
Conforme nos internamos en la narración escénica, empezamos a transitar en acciones envueltas en sensuales penumbras, austeros contraluces y agradables sonidos. La luz del espectáculo es sublime, onírica, discreta, íntima y surreal. La verdad es que ese escenario no parece de verdad… La organicidad sensorial de lo que sucede frente a nosotros surge de la colaboración entre Daniele Finzi, Julie Hamelin, Hugo Gargiulo, Giovanna Buzzi, Roberto Vitalini, Alexis Bowles y muchos vasos de vino y aceitunas. El viejo novelista Junichiro Tanizaky hubiera ejecutado, él mismo, varias maromas, para celebrar esta hermosa coreografía, elogio de sombras y siluetas.
Barnizados por una espacialidad convertida en una caricia gigante, en el escenario se mezclan cuerpos humanos e inhumanos que ejecutan acciones, terrestres y aéreas, poéticas y etéreas, marcadas por un virtuosismo contundente. Malabaristas, trapecistas, clowns y contorsionistas bailan y cantan en escenas llenas de erotismo y afecto. En el gran cuerpo del espacio, flotan otros cuerpos que se propinan caricias con las manos, con los ojos, con las piernas, con el alma. La Compagnia Finzi Pasca despliega talentos de sobra y cientos de horas de reflexión intelectual y muscular.
A la experiencia efímera de La Verità decido volver. Necesito compartir estos momentos con alguien querido, exponerme nuevamente al trabajo de estos acróbatas. En mi segunda función, plena de sucesos que no había visto antes, mi acompañante, médico de profesión, me hace notar que el trabajo corporal del contorsionista Félix Salas, le recuerda a los pacientes diagnosticados con el síndrome de Ehrles-Danlos. Su observación es muy precisa y no me resulta ajena. Es de todos conocido que la familia del circo siempre ha acogido a estos seres ‘anormales’: barbudos, enanos o gigantes…cada uno con su cada cual.
La verdad es que La Verità es como uno la cuenta. Y si a ti te llueven corchos pues a mí los objetos y los animales me hablan. Y como puse mucha atención, me di cuenta que en la Compañía Finzi-Pasca, los aros y los bastones tienen vida propia. Hay romances entre humanos y pelotas, una niña de madera, borrachos en trapecios, rinocerontes pianistas y patinadores supersónicos. Todos ellos colgados de un hilo delgadito, con la simple fuerza de sus brazos o empeines, arriesgando sus vidas frente a las nuestras, con la simple premisa de hacerlo “Para que estés orgulloso de mí”.
La Verità termina con un poco de miedo y con públicos que aplauden de pie, acariciados y conmovidos por los principios incoherentes de un filósofo clown. La función ha terminado y el placer se lo debemos a los esfuerzos de Dolores Heredia. Lo único que lamento es que haya sido su último fin de semana en México. La gira debe continuar y seguramente seguirá cosechando éxitos en otros países.
Yo, por mi parte, regreso a mi casa convencida de apartarme un lugarcito en el asilo de artistas de-cré-pi-tos. Me quedo con la ilusión de seguir riendo y llorando, antes de volar hacia el cielo.
*FOTO:La Verità se presentó en corta temporada en el Teatro de la Ciudad de México/Especial